Crónica: Salud y Educación
ADRIANA RENGIFO P., MD. GASTROENTERÓLOGA,
PROFESORA AUXILIAR, DEPARTAMENTO DE MEDICINA INTERNA. UNIVERSIDAD DEL VALLE, CALI.
Todas las sociedades modernas coinciden en que el Estado tiene un rol fundamental como garante del acceso de los individuos a la salud y a la educación. Una revisión de las instituciones políticas de América Latina a comienzos del siglo XX. Nos permite ver que la educación y la salud en las primeras décadas. Fueron consideradas claves en los proyectos de modernización de estos países.
Tanto es así, que fue frecuente la figura de secretarías o ministerios de sanidad y educación en forma integral. Constituyendo así las caras de una misma moneda. Esta alianza estratégica alcanzó aspectos de la vida social que hoy difícilmente asociamos a los perfiles actuales de “salud” y “educación” que hoy conocemos. Fue así como muchas de las principales ciudades latinoamericanas se transformaron. Modernizándose con criterios higienistas, que abarcaron desde la vivienda individual hasta grandes proyectos urbanos.
En Colombia por ejemplo como en otros países latinoamericanos, la legislación sobre vivienda y urbanización para obreros provino de la junta de higiene. Lo que muestra el papel rector en la modernización de la unidad salud-educación.
El desarrollo social y material, la complejidad de sus demandas y el avance del conocimiento y su especialización. Llevaron en muy corto tiempo a la superación del modelo anteriormente descrito. Sin embargo, la superación de este esquema básico no puede alejarnos del objetivo de una sociedad que garantice para cada individuo unas condiciones de calidad en educación y salud.
A pesar de los intentos modernizadores que se dieron a lo largo del siglo XX. Los comienzos del siglo XXI nos muestran aún formas sociales no solo premodernas sino prehistóricas, al lado de sofisticadas tecnologías postindustriales.
Las asimetrías son evidentes en el campo de la salud y ha quedado demostrado que el modelo de confiar a la “lógica del mercado” el desarrollo de una respuesta adecuada a la demanda de servicios de salud, no ha sido satisfactoria. El dengue y la malaria ejemplifican esta incapacidad. Pues a pesar del gran número de casos y mortalidad que aportan, no pueden ser enfrentados por el actual sistema de salud al cual acceden muchos de los “enfermos” pero que no contempla la protección a los aún “sanos”. La cual estaría dada en estos casos por acciones sostenidas (en el tiempo) de saneamiento ambiental.
Las asimetrías son incluso más evidentes en el campo de la educación, no obstante el papel que jugó en la movilidad social generando la aparición de los sectores medios.
No es esta publicación el escenario para discutir sobre el analfabetismo, las graves deficiencias en la educación básica, o la imposibilidad de acceso de las mayorías a la educación superior. Sólo queremos resaltar que hoy por hoy la educación es estratégica en la economía de las sociedades. Diversos autores desde muy distintas posiciones coinciden en caracterizar al conocimiento como el principal capital en las sociedades postmodernas. Esto implica que las acciones necesarias en este campo hoy, no son sólo las elementales de alfabetización, transmisión y adecuación de saberes. Sino que la producción de los mismos es una tarea básica para el progreso social. En nuestro medio el espacio fundamental para ello ha sido la universidad, pues son escasas las instituciones dedicadas a la investigación y desarrollo tecnológico por fuera de ella.
La tarea de producción de conocimiento como bien de una sociedad, que adelanta la Universidad, hace que sus disyuntivas no puedan limitarse a las de cobertura vs. calidad, oferta vs. demanda. Como son las que maneja nuevamente “la lógica del mercado” que pretende actuar en el presente como reguladora u orientadora de la educación superior. Los problemas de la universidad son los de la pertinencia de la investigación científica, la experimentación y el desarrollo tecnológico y su socialización efectiva. Las tareas que se adelantan en estos campos en su mayoría desbordan las expectativas inmediatas. Por lo cual es totalmente inadecuado someter la universidad a coyunturales decisiones macroeconómicas acordes con políticas a corto plazo en el caso de la educación pública superior.
Por esto, son preocupantes los efectos de desestímulo a la producción de conocimiento que pueden tener Decretos como el 2912, del 31 de diciembre de 2001 que afectan a los docentes de las universidades públicas colombianas. Así como las anunciadas reformas a la Ley 30 que garantiza a la fecha. La financiación de las mismas y su sustitución (aunque se anuncia como “parcial”) por un “subsidio a la demanda”. No podemos desconocer el papel que las universidades públicas juegan como laboratorios de conocimiento que concentran la mayor parte de la comunidad científica del país. Las experiencias en el campo de la salud, nos han mostrado ya las limitaciones de este tipo de lógica.
Ojalá las políticas en educación y salud sean repensadas prontamente y podamos contar con adecuados programas públicos. Pues salud y educación si bien son campos ya completamente diferenciados. Parecen estar viviendo un persistente e invisible vínculo matrimonial: unidas “…en las buenas y en las malas, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad”, de principios del siglo XX.
Ellas deben responder por las expectativas para propender por una sociedad justa y equilibrada.
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