Revista de Gastroenterología: Editorial, Volumen XV Nº 1

Hacia una Nueva Ética

En esta honrosa oportunidad que me ha brindado la Sociedad Colombiana de Endoscopia Digestiva. Iintentaré un bosquejo de una concepción humanista para la elaboración de una ética tendiente a reforzar el tejido social, indispensable para la convivencia.

En la breve historia conocida del ser humano, se destaca la búsqueda permanente de explicaciones sobrenaturales a los múltiples fenómenos naturales. Ya que se adolecía del conocimiento y de la tecnología actuales para explicarlos.

Las diferentes comunidades, debido a las limitaciones anotadas, han tenido que recurrir a explicaciones sobrenaturales. Creando religiones en donde los misterios y la fe han jugado el papel predominante.

Las sucesivas desviaciones de las diversas religiones y creencias, orientadas a constituir un poder material. Han creado siempre una gran rivalidad entre ellas mismas, diseñando deidades cada vez más complejas e irracionales.

Las jerarquías en su imposible explicación, han utilizado la intolerancia y la exclusión, para defender y perpetuar verdades reveladas. Y, por ende, dogmáticas. Nuestra sufrida sociedad es uno de los infortunados ejemplos de las anteriores concepciones y equivocaciones.

En latinoamérica, hace cinco siglos, con la conquista se produjo la suplantación de creencias indígenas ancestrales:

Que, con una lógica distinta a la occidental, trataban de explicar los fenómenos naturales equiparándolos a sus creadores gracias a mitos ingeniosos que aún nos asombran por su creatividad y naturalidad, por una religión incomprensible, mistificada y excluyente, en donde la liturgia y la jerarquización desplazaron las ideas y la acción comunitaria.

La intromisión de sus pastores en la vida familiar, la fusión con los detentores del poder, la insistencia en la omnipresencia divina, entre otros, disminuyeron las posibilidades de las comunidades; peor aún, al garantizar el perdón y la vida eterna con actos tan triviales como la contrición y la confesión, enajenaron en gran parte el pensamiento y la cultura sociales, implantando una perniciosa caridad que facilitó el comportamiento dependiente del ser humilde y desprotegido.

Cuando el ser humano logre la madurez que le permita eliminar, o al menos minimizar, las creencias sobrenaturales, podrá utilizar el conocimiento y la razón para lograr así asumir la responsabilidad que le corresponde y que hasta ahora ha sido históricamente delegada en deidades y religiones.

Con estas deshilvanadas apreciaciones a manera de introducción, es fácil entender el fracaso de nuestro devenir actual que nos está llevando a la anarquía y al borde de la disolución como sociedad.

Si a lo anterior se agrega la tendencia predominante en las dos últimas décadas, de que las leyes del mercado son inexorables y además suficientes para la estructuración de una sociedad globalizada, no debe extrañarnos que el resultado sea el de un comportamiento individualista, egoísta y especulador que está generando un caos socioeconómico de incalculables proporciones.

Susan George conceptúa que “el mercado no se detiene, no tiene límites; si en su nombre se continúan consumiendo los recursos naturales, el riesgo de colapso del medio ambiente y de la explosión social irracional ocurrirán irremediablemente”.

Las reglas del mercado no se pueden aplicar a la totalidad de la economía.

Valores indispensables para mantener y mejorar los bienes sociales colectivos, como son la educación, la salud, la justicia, la seguridad social y la defensa nacional, deben fortalecerse en vez de entregarlos a la oferta y a la demanda.

Para responder a la inquietud de cómo conciliar una nueva filosofía con la preservación de las raíces geográficas, étnicas y culturales, la lógica, la prudencia, la tolerancia y el sentido común deben aparecer como nuestros consejeros.

Para ello es necesario recurrir a pensadores como Le Bab, que ya en 1844 en la comunidad persa sostenía que “La humanidad no puede ser sacrificada para preservar la integridad de una ley o de una doctrina particular”.

Dominique Meda, en su obra “¿Qué es la riqueza?”, sostiene que “la unión social no se puede reducir a la unión mercantil. A la sociedad no se le puede concebir como una yuxtaposición de individuos intercambiando mercancías, sin historia, sin agregados culturales, sin contexto”.

Por ello, es indispensable combatir la falsa creencia de que con la ley del mercado estamos viviendo el único destino permitido. Las sociedades no deben perder el ejercicio de la duda y, por ende, el de la disidencia.

Debemos concebir y elaborar una ética ciudadana, basada en la sencilla definición de Catonné cuando precisa que la ética aprecia los actos y los juicios humanos de valor, en tanto que la moral sólo lo que se admite o se prohíbe.

La ética ciudadana es mínima y supone únicamente nuestra capacidad colectiva para escuchar y discurrir comunitariamente sobre aquéllo que nos conviene como miembros inteligibles.

Es necesario elaborar denominadores comunes en la construcción de una sociedad libre que permita una racionalidad abierta e interdisciplinaria entre filosofía, conocimiento, humanismo y política.

Todas esas dinámicas suponen la creación de un nuevo internacionalismo:

En el cual se le reconozca importancia a los conocimientos implícitos propios de cada ser. Saber hacer, saber ser, saber vivir; deben considerarse como saberes integrales. El pedagogo brasileño Paolo Freire busca concientizar a los campesinos sobre el valor desconocido de sus conocimientos.

Las nuevas tecnologías de la información como internet, deben jugar un papel crucial en la labor educativa a condición de ser liberadas del peso de las leyes del mercado. Hay que descubrir y realzar los nuevos horizontes de la vida en común y dar la posibilidad a los excluidos.

Hay que trabajar por una ética dentro de la democracia, único sistema en capacidad de realizar la convergencia entre los fines individuales y los colectivos. Que no busque, como lo sostiene Robert Misrahí, “ni el bien ni la virtud sino la definición de principios para la orientación de la existencia humana y su mejor realización haciéndola accesible a la dicha de vivir gracias a un trabajo reflexivo”.

Una ética cívica que le enseñe al ciudadano como vivir conjuntamente en sociedad, que contemple igualdad de oportunidades. Respeto por los valores humanistas, dignificación del trabajo y de la protección social, así como respeto por el arraigo cultural.

Debemos cambiar la moral restrictiva existente por una ética civil que introduzca una revalorización del pluralismo y de la tolerancia. Que favorezca una integración del diálogo al desarrollo para que, gracias a una racionalidad abierta. Se pueda elaborar junto con el conocimiento y la generosidad una ética con perspectiva universal que favorezca inclusive la presencia de la sensibilidad lúdica.

Para lograrlo, habría que decidirse entre la razón y la revelación.

Tenemos que lograr una sociedad organizada gracias a una ética que no aspire a regular la vida privada. Que toque el ámbito público de la convivencia para intentar la construcción de una Colombia que no dependa del temor ni de la fuerza para realizar sus fines.

Intentemos algo novedoso para poder entrar en una era en la que podamos pensar la complejidad, convivir con nuestros mitos y elaborar nuevas utopías.

Una correspondencia entre identidad y novedad, entre lo que somos y lo que quisiéramos ser. Por qué no una ética de la duda, y, por ende, cambiante, que posibilite la aparición de alternativas para formar un patrón de normas ciudadanas tendientes a lograr un orden más humano, así sea provisional.


JAIME CAMPOS
Profesor Honorario. Universidad Nacional de Colombia
Presidente Sociedad Colombiana de Gastroenterología

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