Winston Spencer Churchill

Sus Enfermedades y la Medicina de su Época1

Winston Spencer Churchill. His Illnesses and the Medicine of its Epoch

Ricardo Rueda González*

Escribir sobre la vida de Winston Spencer Churchill es verdaderamente fascinante toda vez que este personaje fue un hombre apasionado, controvertido e intenso que llegó a ser, sin temor a equivocarnos, el líder más importante del siglo XX en Inglaterra y tal vez en el mundo. Richard Nixon no vaciló al referirse a Churchill: “El ser humano más grande de nuestro tiempo”

Todos los historiadores contemporáneos, los biógrafos y los estadistas han hecho grandes elogios de admiración del carácter del primer ministro británico cuya clarividencia política y cuya tozudez salvaron a Inglaterra y al mundo libre durante la Segunda Guerra Mundial. Los historiadores militares han expresado alabanzas a la inteligencia estratégica del gran combatiente. Un protagonista de esa tragedia que fue, quizá, su mayor adversario en el ejercicio del “arte de la guerra”, el sucesor designado de Adolfo Hitler en la jefatura del Tercer Reich moribundo, el Gran Almirante Karl Doenitz, lo calificó como el mejor estratega, “Un visionario”.

Son muchas las anécdotas de este ilustre personaje que se recuerdan, una de ellas relativa a un episodio durante la conferencia de los tres grandes, en Teherán. Churchill cuenta que el Mariscal José Stalin había invitado a comer al Presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, a él mismo, Primer Ministro británico y a sus auxiliares.

Se hablaba de lo que debía hacerse al concluir la guerra, con el Estado Mayor General Alemán, compuesto por 50.000 oficiales y técnicos. Es preciso abatir la potencia militar del Tercer Reich. ¿Cómo? Stalin afirma que será necesario liquidar a su Estado Mayor. Habrá que aprisionarlo y fusilarlo sin contemplaciones. Churchill sorprendido e indignado exclama: “El pueblo y el parlamento británico nunca tolerarán ejecuciones en masa!” Stalin insiste: “Hay que hacer 50.000 fusilamientos!”. Churchill, enojado profunda-mente, advierte: “Preferiría ser sacado ahora mismo al jardín y fusilado yo mismo, antes que manchar mi honor y el de mi país con tal infamia”. Entonces el Presidente Roosevelt propone una transacción: no serán fusilados 50.000 sino apenas 49.000 hombres. Churchill pierde la serenidad. Se levanta de la mesa y se pone en marcha para abandonar el salón. Afortunadamente era una broma…

Centenares de libros se han escrito de la vida y obra de Churchill, analizándolo desde diversos puntos de vista, como guerrero, político, orador, escritor, historiador y muchos otros, pero no desde el aspecto del ser humano, de su cuerpo, de las enfermedades que padeció durante su larga vida, y ello me llevó a hacer una investigación recolectando datos de múltiples fuentes, que se convirtió en este libro que presento ante la Academia Nacional de Medicina y titulado Winston Spencer Churchill, sus enfermedades y la medicina de la época.

Portada del libro. Churchill, Randolph and Gems Leim, Helmut

Churchill fue hijo legítimo del matrimonio de Randolph Churchill, aristócrata británico, descendiente de John Churchill, primer duque de Marlborough, y de Jenny Jerome, norteamericana, hija del acaudalado Leonard Jerome, corredor de bolsa de Wall Street y dueño del The New York Time.

Nació de parto normal, a la una y treinta de la madrugada del 30 de noviembre de 1874, en una habitación del Palacio de Blenheim, en Oxford Shire, casona que perteneció a su abuelo paterno, el séptimo duque de Marlbo-rough.

El médico londinense que había es-cogido la familia para la atención del parto de Jenny, el famoso obstetra William Hope, tenía muy bien calculada la fecha probable del nacimiento, pe-ro éste se adelantó y el afamado profesional, en pleno invierno, no pudo desplazarse de Londres hasta el palacio así que el que tuvo el privilegio de traer al mundo a Winston Leonard Spencer Churchill fue el doctor Frederic Taylor, médico de la histórica localidad de Woodstock, vecina del palacio, quien cobró como honorarios profesionales la suma de 25 guineas.

II Guerra Mundial dando apoyo a las actividades de la Cruz Roja

Algunos historiadores basados en in-formes veraces, señalan que no hubo parto prematuro, sino que Jenny a la fecha de su matrimonio contaba con ocho semanas de gestación.

El doctor Taylor, un sencillo médico rural, jamás imaginó que quien había nacido de un parto normal que no requirió aplicación de cloroformo en esa lluviosa madrugada de invierno, fuera un niño desaplicado y rebelde estudiante, cadete de la Escuela Militar de Sandhurst, soldado en la batalla de Omdurman, prisionero en la guerra de los Boer, Secretario para las colonias, Ministro de Economía, Primer Lord del Almirantazgo, Ministro de Guerra y del Aire, dos veces Primer Ministro y muchos otros cargos e infinidad de honores; que viviera 90 años y que falleciera en Londres de un masivo accidente vascular cerebral, el 24 de enero de 1965, y que fuera sepulta-do en el Cementerio de Bladon, cerca-no a Woostok junto a sus padres y a su hermano Jack.

Martin Gilbert, autor de su Biografía oficial escribió: “En un cementerio de pueblo, en la tranquilidad de un anochecer de invierno, en presencia de sus familiares y allegados amigos, Winston Churchill entró en la tierra inglesa que en el mejor momento de su vida había conservado inviolada”.

El robusto y rozagante niño Winston fue bautizado en solemne ceremonia el 27 de diciembre de 1874 en la Capilla del Palacio de Blenheim, por el capellán de los duques, el Reverendo Henry Williams Lule y de inmediato fue entregado a la niñera Mrs. Elizabeth Anne Everest, quien se constituyó en su segunda mamá. Everest era una mujer inteligente y bondadosa que supo manejar con profundo cariño y habilidad a Winston hasta su edad adulta. Falleció de una peritonitis a los 68 años, en 1895 cuando su niño consentido contaba apenas con 21 años.

La medicina de la segunda mitad del siglo XIX, cuando nació Churchill, se basaba fundamentalmente en criterios clínicos. No se conocía la causa sino de algunas pocas enfermedades, y muchos de los microorganismos responsables de algunas infecciones letales estaban por descubrirse. Se estaban apenas iniciando algunas ayudas diagnósticas y pruebas de laboratorio que podían apoyar al clínico en la confirmación de su diagnóstico.

Las armas terapéuticas corrían paralelas a los métodos diagnósticos, y así el manejo de muchas enfermedades era empírico y se limitaba más que todo al manejo de los síntomas.

Mencionemos algunos logros importantes del siglo XIX:

• Morton y Hayward en 1845 en USA aplica por primera vez éter como anestésico.
• H. Simpson en Inglaterra, en 1847 aplica el cloroformo como anestesia obstétrica.
• Somelweis en 1847, en Viena, des-cubre la causa de la fiebre puerperal.
• Pasteur, en Francia, 1861, descubre las bacterias anaerobias.
• Lister, en Inglaterra, 1867, habla de la antisepsia en las salas de ciru-gía.
• Hansen descubre, en 1878, el bacilo de la lepra.
• Everth, 1880, el bacilo de la fiebre tifoidea.
• Koch en 1882 descubre el bacilo de la tuberculosis.
• Roentgen, 1893, descubre los rayos X.
• Los esposos Curie, 1898, descubren el radium y sus aplicaciones.
• Reed y Carroll, 1899, establecieron la transmisión de la fiebre amarilla por mosquitos.

Convaleciente de neumonía en Cartago, 1943

En la primera mitad del siglo XX los avances de la medicina fueron extra-ordinarios; estudios paraclínicos, medicamentos y técnicas quirúrgicas modernas llegaron a manos de los médicos practicantes y de muchos de ellos se benefició Churchill en sus padecimientos.

Churchill gustaba de la auto formulación y desconfiaba con frecuencia de los médicos, pero tuvo la fortuna de contar con profesionales de la salud que lo cuidaban con sabiduría y esmero. El primero de ellos fue el Dr. Rob-son Roos, ilustre médico de Harley Street de Londres, famoso por su valiosa contribución al estudio de la malaria. Roos fue por muchos años el médico de confianza de la familia Churchill y prestó sus eficaces servicios profesionales a Winston hasta su adultez.

En 1940, cuando Churchill se posesionó por segunda vez del cargo de Primer Ministro, el Gobierno británico decidió nombrarle un médico de cabecera que lo acompañara y cuidara su salud, y el nombramiento recayó en Charles Mc Wilson Moran, más tarde Lord Moran, Lord Doctor lo llamaban cariñosamente las hijas de Churchill. Moran era médico egresado de la Escuela de Medicina del Hospital St. Mery’s de Londres, en donde fue profesor y luego decano. Ocupó por varios años la Presidencia del Real Colegio de Cirujanos de Inglaterra, y logró establecer con Churchill una gran relación, llegando a ser no únicamente su médico personal, sino su amigo, su consejero no solamente en asuntos de salud sino de política, financieros y de familia.

Además de Roos y Moran, Winston tuvo la fortuna de contar con el con-curso de notables especialistas de di-versas disciplinas que ocupaban destacadas posiciones en la medicina inglesa de la época.

Me haría interminable si me pusiera a enumerar todas las enfermedades que padeció nuestro ilustre paciente, pero sí quiero señalar que algunas fue-ron graves y lo tuvieron al borde de la muerte, unas de tratamiento médico y otras de manejo quirúrgico, y destacar su personalidad francamente bipolar que lo llevaba a frecuentes crisis de depresión que él mismo denominaba el perro negro.

Es adecuado pensar que el célebre personaje estuviera presentado por esos meses el “síndrome de fatiga crónica” que algunos psiquiatras asocian con la depresión, afección usual en Winston Churchill, y que llevaba en sus genes. Por los años 40 se hablaba

en los círculos científicos de “estado depresivo” en forma muy ligera. No se conocía a cabalidad el mecanismo de un neurotransmisor denominado serotonina desempeñaba en la etiología de la depresión, y así mismo el tratamiento no era del todo exitoso como puede ser en la actualidad con el empleo de las drogas antidepresivas denominadas “tricíclicas” o los inhibidores de la recaptación de la serotonina desarrollados en Inglaterra en 1990 y la sertralina (Zolof, Pfizer) de reciente aparición, que revolucionó el mundo de los deprimidos.

Sin embargo, la enfermedad de base de Sir Winston Churchill era la arteriosclerosis. Su estilo de vida lo llevaba a padecerla. Buena comida, tabaquismo crónico desde temprana edad, ingesta diaria de bebidas alcohólicas y desde los 52 años en que jugó su último partido de polo en Malta, sedentarismo a pesar de los múltiples viajes por tierra, mar y aire que realizaba con frecuencia.

Finalmente quiero señalar que esta historia médica hace un recorrido por innumerables enfermedades, accidentes y acontecimientos familiares que afectaron de alguna forma al ilustre y admirado estadista inglés, comentar-los y analizarlos a la luz del momento en que los padeció, y aproximarlos a lo que la medicina inglesa podía ofrecer a finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX.

Bibliografía

• Rueda González R. Winston Spencer Churchill. Sus enfermedades y la medicina de su época. Bogotá: Primagraf, 2008.
• Accoce E R. Les malades qui nous gou-vernement. París: Editions Stock, 1965.
• Eisenhower D D. The Churchill I know. National Geographic 1965;128(2):153-8.
• Fishmam J. My darling Clementine. The story of Lady Churchill. New York: David Mckay Company Inc., 1963.
• Morgan T. Churchill. Young man in a hu-rry 1874-1915. New York: Simon and Shus-ter, 1982.
• Peláez López JV. Winston Churchill. Ma-drid: Aconto Editorial, 2003.


1 Apartes del libro presentado en sesión de la Academia Nacional de Medicina.

* Miembro de Número y Comendador de la Orden de la Academia Nacional de Medicina de Colombia. Ginecólogo, Miembro Emérito del Departamento de Obstetricia, Ginecología y Reproducción Humana del Hospital Universitario Fundación Santa Fe de Bogotá.

Correspondencia: Carrera 9 No.116-23 Bogotá, Colombia. Recibido: marzo de 2008 Aceptado para publicación: abril de 2008 Actual. Enferm. 2008;11(2):43-45

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