Editorial, El papel del docente, el ejemplo y el maestro en la enseñanza de la medicina

Arturo Vergara

 Palabras clave: educación médica; cirugía general; docentes médicos; rol del médico.

El juramento de Hipócrates dice textualmente:

“Juro por Apolo el Médico y Esculapio y por Hygeia y Panacea y por todos los dioses y diosas, poniéndolos de jueces, que este mi juramento, será cumplido hasta donde tenga poder y discernimiento. A aquel quien me enseñó este arte, le estimaré lo mismo que a mis padres; él participará de mi mandamiento y si lo desea participará de mis bienes. Consideraré su descenden­cia como mis hermanos, enseñándoles este arte sin cobrarles nada, si ellos desean aprenderlo. Instruiré por precepto, por discurso y en todas las otras formas, a mis hijos, a los hijos del que me enseñó a mí y a los discípulos unidos por juramento y estipulación, de acuerdo con la ley médica, y no a otras personas”.

Hipócrates, el llamado padre de la Medicina, nos hace ver claramente el espíritu académico y docente que ha estado presente desde siempre en la medicina. Este principio ha sido transmitido a lo largo de siglos de ejercicio y es inherente a ella el enseñar. Pero ¿qué papel cumple el docente, el profesor, en este lineamien­to aparte de enseñar medicina en aulas, en su práctica clínica o quirúrgica? Este docente debe ir más allá de “enseñar medicina” a “vivir la medicina” y es por esto que existen distintos tipos de docentes que hacen de la enseñanza una verdadera forma de vida.

Johnston, en un estudio sobre docentes, encontró que, aunque los profesores no hablaban específicamente de la enseñanza como la transmisión de los contenidos de su materia o conocimiento, su saber disciplinario era el corazón de su enfoque pedagógico. Paul Freire dice: “enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción o su construcción. Quien enseña aprende al enseñar y quien enseña apren­de a aprender”. Y esta cita es absolutamente válida en medicina, ya que adquirimos un gran conocimiento y, mientras progresamos en la carrera, nos convertimos en docentes sin tener mayores conocimientos de cómo trans­mitir lo que hemos aprendido y transformando nuestra propia educación en construcción de conocimientos para aquellos que nos siguen enseñando lo que interpretamos y cómo lo hacemos.

Gran parte de nuestro conocimiento se basa en lo que el médico interno o el residente en su momento, nos enseñaron, una fracción del mismo lo aprendimos de nuestros docentes, quienes adquirieron la pericia de transmitirlo a lo largo de los años y nos comunicaron sus vivencias y experiencias, en el mejor de los casos, por profesores formalmente instruidos en el arte de enseñar e impartir docencia.

José Ristodemo Pinotti, médico brasileño, afirma que

“[…] la medicina es una ciencia de verdades tran­sitorias y esa transitoriedad es cada vez más fugaz. Las verdades de antes ya no valen hoy, las verdades de hoy ya no valdrán mañana. Para el médico, por lo tanto, es fundamental la actualización constante […]”.

Por consiguiente, la educación médica debe ir a la misma velocidad que la medicina no para enseñar al médico de hoy, sino para educar al médico de mañana en la disciplina del saber, del conocimiento y del avance tecnológico, y para enseñar a tener una mente abierta a los constantes cambios y a la ruptura de dogmas y paradigmas que tanto vemos en medicina y que aún hoy rechazan la evidencia científica moderna.

Pero, ¿qué es el conocimiento sin la actitud, sin la ética, sin el humanismo, sin el entender al paciente, su dolor, su enfermedad, sus miedos y sus prejuicios?, y ¿cómo transmitir esa actitud de compasión y solidaridad con el enfermo a nuestros alumnos –futuros médicos, futuros especialistas– ese sentimiento del ser humano que sufre, de su familia que ve con miedo la posible pérdida de su esposo, padre, abuelo o, en el peor de los casos, un hijo.

Es aquí donde aparece el ejemplo, el modelo que queremos imitar, el ejemplo como recurso educativo y es aquel profesor-docente que convierte el ejercer la medicina en vivir la medicina y que, aparte de las vir­tudes para enseñar, cultiva otras que transmite con su ejemplo, como la generosidad, el respeto, la honradez y el profesionalismo que vive, no solo en el ejercicio de su carrera, sino en todos los actos que emprende, en los cargos que desempeña, y en la práctica pública y privada, incluyendo su propia percepción de la vida.

Durante casi una década –de los 17 años hasta los 27 años– desde su ingreso a la facultad de Medicina siendo un adolescente tardío o un adulto inmaduro, y hasta que se integre al mercado laboral, la vida hospitalaria dejará en ese médico un aprendizaje de su profesión, pero más importante aún será el aprendizaje social, determinante en su vida. Aprenderá valores, conductas y actitudes que marcarán su vida profesional, personal y familiar.

Este es el currículo oculto de la carrera de Medicina y de las especialidades médicas y, en gran medida, el ejemplo influirá positiva o negativamente en los profe­sionales en formación; se genera entonces la pregunta: ¿cómo ser ese modelo?, ¿cómo hacerlo bien? En primer lugar, asumiendo con responsabilidad este papel en cualquier nivel y trasmitiendo esta responsabilidad a todos los miembros del equipo de salud. Hay que ser conscientes de que el título que el médico-docente lleva, es un ejemplo para quienes lo observan y asimilan sus actitudes y conductas, y de que, en gran medida, de ellas dependerá el desarrollo profesional del educando, con su futura actitud hacia la educación médica. El médico interno o el residente de menor jerarquía son seres en proceso de maduración profesional y social y, por lo tanto, podrían aprender actitudes negativas, particularmente, si es reforzado en ellas. Por lo tanto, es muy importante estar atentos a las desviaciones en la conducta de los médicos a su cargo, corrigiéndolas cuando se detecten y asumir actitudes positivas al practicar la medicina y al enseñar, recordando siempre que el docente, como médico ejemplo está siendo observado y asimilado.

William Osler, en una de sus sabias frases, afirmaba: “Sólo podemos inculcar principios, poner al estudiante en el camino correcto, darle forma, enseñarle a estudiar, para que pueda discernir entre lo esencial y lo que no lo es”. Y da pie para establecer el papel del Maestro, si bien esta categoría en la enseñanza moderna no se encuentra reconocida como tal, es la compilación del profesor, del docente y del ejemplo que ha evolucionado de enseñar medicina, de vivir medicina, a un nivel superior en el cual su único motor de vida es dar, aportar y dejar una huella en el mayor número de personas, no solo con lo vasto de sus conocimientos, sino con el absoluto desprendimiento de lo aprendido, pasando incluso al desprendimiento de sus bienes materiales y a dedicar su vida al ejercicio de enseñar en cualquier circunstancia, sin importar tiempo o lugar. Su tarea es el altruismo, mejorar a la humanidad. Este título de Maestro lo otorga la sociedad como un reconocimiento a esa vida dedicada al ejercicio de la carrera, al ejercicio de la docencia, al profundo sentido ético y al humanismo que posee quien se designa como Maestro y, en Medicina, este título no oficial se reserva para médicos que cumplan los preceptos descritos.

El ejercicio profesional brinda a los médicos la opor­tunidad de conocer los distintos modelos de docencia, pasando por el proveedor de información durante una conferencia, al ejemplo en el trabajo, en la enseñanza, al mentor o facilitador del aprendizaje, al asesor estudiantil, al diseñador y evaluador curricular, y a los creadores de recursos didácticos que forman la pirámide de la enseñanza actual. Es una tarea demandante y compleja, que requiere un saber pedagógico específico, adicional al saber científico.

El conocer a un maestro y compartir sus vivencias marca diferencias educacionales. Al cumplir 90 años el profesor José Félix Patiño y hacer una recopilación de su biografía, nos damos cuenta de una vida consagrada a la docencia y a la Medicina, específicamente a la Cirugía que escogió siendo muy joven. Inició sus estudios en Colombia, en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, donde fue nombrado preparador de Parasitolo­gía y, posteriormente, se trasladó a la Universidad de Yale, donde fue nombrado prosector en anatomía. Al final del primer año, obtuvo el James Hudson Brown Fellowship: le asignaron laboratorio, ayudantes y adelantó estudios sobre trasplantes de tejidos endocrinos embrionarios. Luego fue distinguido y reconocido como modelo de científico, y desarrollador de valiosas investigaciones y cirugías únicas en el mundo.

A su regreso a Colombia, ocupó el cargo de director de posgrado en la Universidad Nacional de Colombia y desarrolló los primeros programas formales de internado y residencia rotatoria que impulsaron el desarrollo de las especialidades médicas tal y como las conocemos hoy. Simultáneamente, ocupó el cargo de jefe de Cirugía del Hospital de La Samaritana y fue el primer director ejecutivo de Ascofame. Más adelante, fue llamado a ocupar el cargo de ministro de Salud Pública, en el cual no solo se le reconoce como el gran impulsador de los medicamentos genéricos, sino por su trasparencia, honestidad y excelente desempeño.

Fue nombrado rector de la Universidad Nacional de Colombia y allí realizó la más profunda reforma, no solo en la infraestructura, sino en el modelo educacio­nal, creando las tres grandes facultades: la de Ciencias, la de Artes y Arquitectura, y la de Ciencias Humanas. Multiplicó notablemente el número de carreras acadé­micas, llevando a la Universidad Nacional a ocupar los primeros lugares en docencia y en investigación.

Elegido como director ejecutivo de Fepafem, introdujo profundas reformas en la enseñanza médica de las uni­versidades, no solo colombianas sino latinoamericanas, para elevar el nivel educativo.

Creó con otros notables médicos el Hospital Univer­sitario Fundación Santa Fe de Bogotá, estableciendo los lineamientos de un centro basado en la docencia y en la atención al paciente.

Durante su presidencia en la Asociación Colombiana de Cirugía, impulsó programas académicos y de difusión de la docencia en la revista de la asociación, que ocupa un lugar destacado en la literatura de enseñanza lati­noamericana. Asumió la presidencia de la International Society of Surgery y, en el 2004, junto con la Universidad de los Andes, diseñó los programas curriculares de la Facultad de Medicina y recibió la primera cohorte de estudiantes. Le otorgaron el título honoris causa de la Universidad de Antioquia y el premio Simón Bolívar en la orden de Gran Maestro como mejor educador de Colombia reconocido por el gobierno.

Se creó la cátedra José Félix Patiño en la Universidad Nacional en su honor, como reconocimiento a su labor docente.

En un gran acto de altruismo decidió donar su biblio­teca personal a la Universidad Nacional de Colombia con más de diez mil volúmenes, para que su legado de conocimiento plasmado en tan hermosas obras, pueda ser aprovechado por futuras generaciones y puedan adquirir el valioso conocimiento inmerso en ellas.

Escritor de numerosos libros, artículos y capítulos, reconocido internacionalmente en múltiples escenarios científicos, es hoy el vivo ejemplo de un verdadero MAESTRO de la medicina y al que le debemos todo nuestro agradecimiento, por lo realizado en la cirugía, la enseñanza, el humanismo y la ética, convirtiéndose en un verdadero modelo por imitar.

Correspondencia: Arturo Vergara, MD, FACS, MACC
Correo electrónico: aver100@gmail.com
Bogotá, D.C.


Médico, cirujano general, Fundación Santa Fe de Bogotá, Bogotá, D.C.
 Fecha de recibido: 14 de febrero de 2017
Fecha de aprobación: 16 de marzo de 2017
 Citar como: Vergara, A. El papel del docente, el ejemplo y el maestro en la enseñanza de la medicina. 2017;32:9-11.

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