Infecciones Necrosantes de Tejidos Blandos
En los dos pacientes con infecciones necrosantes en la zona perineal, una vez controlado el proceso infeccioso con desbridamientos y terapia antibiótica adecuada, la terapia de presión negativa fue exitosa; generó tejido de granulación de manera rápida, lo que permitió el cubrimiento rápido y duradero por cirugía plástica.
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FIGURA 4. Úlceras vasculares con necrosis e infección grave, manejadas con terapia de presión negativa por 7 semanas. |
FIGURA 5. Infección necrosante de tejidos blandos del ¿periné?, manejada con desbridamiento quirúrgico, terapia de presión negativa y, luego, cubrimiento con injertos, en un tiempo total de 5 semanas |
Principios Generales en el Manejo de Heridas Crónicas
Para instaurar una terapéutica adecuada, el primer paso en el manejo de las heridas crónicas es saber identificarlas y clasificarlas de acuerdo con su etiopatogenia, conociendo las diferencias clínicas entre los diferentes tipos de heridas.
Una vez establecido el tipo de herida a la cual nos enfrentamos, es importante evaluar al paciente como un todo y no sólo por la herida que presenta, contemplando todos los factores que influyen en el proceso de cicatrización, como son el estado nutricional y metabólico, el compromiso vascular periférico, las enfermedades asociadas, el uso de medicamentos y, muy importante, el entorno psicosocial del paciente.
El principio básico en el cuidado de las heridas es mantenerlas en un medio húmedo en forma continua, ya que la cicatrización será mucho mejor, rápida y eficiente, que en un medio seco.
Otros factores que se deben considerar son: el desbridamiento, con las diferentes técnicas que existen y cuyo objetivo principal es el retiro del tejido necrótico; el manejo de la carga bacteriana, tratando la infección cuando ésta impida el proceso de cicatrización; proteger la piel vecina a la herida, y el manejo del dolor.
Entre las facilidades modernas con que se cuenta para el manejo de las heridas complejas, están el grupo de los apósitos especializados y las técnicas avanzadas.
Los apósitos se pueden agrupar en siete tipos que son: los hidrocoloides, los alginatos, las películas transparentes, los hidrogeles, los apósitos mixtos, los apósitos para control de la infección y los apósitos de matriz extracelular.
Entre las técnicas avanzadas en el cuidado de heridas, tenemos el uso de ultrasonido, los factores de crecimiento, los apósitos biológicos, la terapia con larvas y la terapia de presión negativa (1, 2).
Definición
La terapia de presión negativa consiste en la aplicación de una espuma estéril sobre una herida, cuyo conjunto se cubre con una película transparente y se conecta a un sistema de mangueras que terminan en una máquina de succión especializada, con un microcomputador que regula el suministro de presión negativa o subatmosférica, que oscila entre -50 y -200 mm de Hg. Esta presión se puede dar de manera continua o intermitente, de acuerdo con la indicación clínica (3, 4).
La terapia de presión negativa fue diseñada para facilitar el tratamiento de una amplia variedad de heridas, con el ánimo de incrementar la comodidad del paciente y disminuir la morbilidad, los costos y el tiempo de hospitalización.
Esta técnica se puede usar como terapia coadyuvante antes o después de la cirugía, o inclusive, como una alternativa a la cirugía en casos bien seleccionados (5-8).
La terapia de presión negativa funciona al generar los siguientes efectos:
1. remoción del exceso de líquido de las heridas, lo cual disminuye el edema;
2. aumento de la vascularización;
3. disminución del recuento bacteriano;
4. aumento de la mitosis celular, la angiogénesis y la producción de factores de crecimiento, por medio del estiramiento generado en las células;
5. remoción de metaloproteinasas del lecho de la herida, y
6. disminución de la tensión de oxígeno local, lo que estimula la angiogénesis.
Historia
Los primeros en usar la presión negativa como herramienta para el cierre de heridas, fueron Usupof y Yepifanov en la antigua Unión Soviética, en 1987. Con base en estos estudios, Argenta y Morykwas, de Wake Forest University (Carolina del Norte, Estados Unidos), desarrollaron aún más el concepto y crearon un sistema de presión negativa regulada para el uso en humanos, en 1997. Este primer aparato dio origen al que se usa actualmente y con el cual se han hecho la mayoría de estudios sobre presión negativa, el mismo que se usó en el grupo de pacientes tratados en la Clínica del Occidente, conocido como sistema VAC (Vacuum Assisted Closure), de la compañía KCI USA Inc., San Antonio, Texas (2, 9).
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