Mutis y la Medicina, Honda – Santafé
Honda – Santafé
La comitiva, después de una larga e incómoda travesía a caballo por el empedrado y accidentado “camino real de Honda”, perdido entre montañas y con, al menos, tres descensos importantes de temperatura, cuando los viajeros, envueltos en una pertinaz neblina, atravesaron los puntos más altos del recorrido, alcanzando por fin la hermosa sabana del altiplano, la villa de Facatativa, la pequeña población de Serrezuela y llegó a la muy noble y muy leal ciudad de Santa fé, el 24 de febrero de 176136,55,57,58,59,60,61.
Desde su partida de Cartagena y en el camino hasta Santa fé, Mutis recolectó hojas, flores y semillas que esperaban tan sólo su estudio y clasificación62,63. (Lea también: Mutis y la Educación Médica en el Nuevo Reino de Granada)
Sin embargo, dicha labor debió posponerla y sus responsabilidades profesionales lo alejaron de esa, su más atractiva actividad: la labor de visitas médicas domiciliarias, bajo cambios climatológicos difíciles, enfrentándose a las pésimas condiciones sanitarias de la población, le cobraron 30 días de reposo en cama64,65,66.
Muy poco después de su llegada a Santa fé “… comenzó su lucha contra los curanderos ignorantes y supersticiosos – dice Pérez Arbeláez en la cita mencionada57-, únicos que atendían a los enfermos en la colonia,…”.
Ya en Santa fé, comenzó a concebir planes, a formar proyectos, a planear una vida nueva, llena de actividades y de ambiciones, pero todos los enfermos de la ciudad acudieron a su consulta pues, además de no haber prácticamente más de dos médicos de alguna reputación, como Vicente Román Cancino y Fray Antonio de Guzmán, la fama y la ciencia del médico del Virrey, del Profesor de medicina en la Península, los llevó a acudir a él en busca de alivio.
Durante los primeros cinco años largos de permanencia en la capital del Virreinato, Mutis ejerció su medicina en Santa fé con gran actividad, a la cual se refirió como “amarga práctica de la medicina”67: formulaba medicamentos sencillos, casi todos basados en las propiedades curativas de las plantas, daba acertados consejos a cuantos solicitaban su ayuda e iba anotando, de paso, la extrema miseria, el abandono, el atraso en que se encontraban los habitantes de la colonia, la explotación que de ellos hacían los curanderos y las absurdas creencias que reinaban en materia de higiene y terapéutica68.
Llevó, desde el principio, un Diario de anotaciones en el que fue consignando lo que le parecía más importante o más absurdo en las costumbres del Virreinato68.
Sufrió con la pasividad de las gentes, con su ignorancia y credulidad, con el infeliz estado en que se encontraban desde la época del descubrimiento, y este sentimiento suyo lo ha de manifestar más tarde, en repetidas ocasiones, a los virreyes y a la Corte de España68.
Anotó en su Diario todas las supercherías y credulidades de los santafereños, como aquello de que los extranjeros recién venidos no deben humedecerse los pies68, de que el sereno es capaz de causar la muerte si se recibe de las cinco a las ocho de la noche68, de la eficacia del excremento humano para reducir y curar los cotos70,71.
Sus primeras impresiones sobre el desarrollo intelectual, cultural y científi co de los habitantes del Nuevo Reino, no fueron precisamente favorables. Con amargura lo expresó claramente en una de sus cartas, en 1760:
“Si hubiera de ir notando las ideas extravagantes de los hombres del país me faltaría tiempo para ejecutarlo. Parece increible que en nuestro tiempo pueda haber país en donde los individuos piensen tan erradamente. Yo en tales ocasiones no hallo otro recurso que tomar sino el silencio, por no exponerme a unas contradicciones insoportables. No hay duda que caigo en otro extremo de consentir tales extravagancias. No es el medio más favorable para mi opinión, pero desde luego es el más oportuno, atendidas todas las circunstancias.
Oir contar a estas gentes algunos efectos de la naturaleza es pasarse el tiempo oyendo delirar a unos locos… Que esto suceda entre gentes ignorantes o entre hombres nada instruídos, no causara mucha admiración; pero que las mismas relaciones oiga un viajero en boca del vulgo que en la de los que se tienen por más racionales en el pueblo… para esto no hay consuelo. Instrúyase usted en el modo de pensar de estas gentes y de gracias al cielo de no hallarse en un país en donde la racionalidad va tan escasa que corre peligro cualquier entendimiento bien alumbrado”72,73.
No acababa de llegar a Santafé cuando, en ese mismo año de 1761, el Señor Rector del Claustro del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, el doctor Don José Joaquín de León y Herrera, le ofreció la cátedra de Prima de Medicina, ofrecimiento que el sabio y joven médico declinó cortesmente74.
En primer lugar lo hizo, porque don Vicente Román Cancino era el titular de la cátedra71; en segundo lugar porque, de acuerdo con su concepto de lo que debía ser la educación en medicina, aceptar dicha cátedra le signifi caba dedicar todo su tiempo a dicha Facultad71 y, en tercer lugar, porque “le esperan en el Nuevo Reino, su flora, su fauna, sus frutos peregrinos, sus selvas milenarias en donde él y solamente él podrá encontrar incomparable acervo de revelaciones y descubrimientos para regalo de la ciencia universal”74.
Al parecer, otra de las razones que justificó, a sus ojos, la dilación de su aceptación de una cátedra de medicina, se originó en la carencia del recurso humano, en la capital del Virreinato de la Nueva Granada, que contase con la preparación intelectual y la actualización del pensamiento previas, que él consideraba indispensables para emprender dichos estudios superiores.
En una de las cartas que le escribió a su amigo, el médico español don Francisco Martínez Sandoval, le decía: “Entre mis inflamables deseos contaba la dotación de dos cátedras de medicina y una de anatomía para que se instruyese la juventud y socorriesen a estos pueblos. Y jamás quise sujetarme a esta pensión por no distraerme de mis tareas de Historia Natural; y la que tomé de las matemáticas no sólo se oponía a mis ideas, sino que era dirigida a correr el velo de la ignorancia en la parte filosófica, a fin de remover estos obstáculos para el tiempo en que se dotasen las cátedras de medicina”75.
La Medicina y la Salud Pública en Santafé
Dedicó, ciertamente, mucho de su tiempo a las ciencias naturales, en especial a la botánica, aunque sin abandonar el ejercicio de su medicina, en el cual alcanzó rápidamente sitial de máximo honor entre los médicos del Virreinato.
Introdujo, para el uso terpéutico general, numerosas hierbas propias de la América Meridional, cuyas propiedades estudió minuciosamente, tales como la ipecacuana -Raíz y rizoma secos de la Cephaëlis ipecacuanha y la Cephaëlis acuminata, utilizada por los indígenas brasileños y centroamericanos, por su efecto antidiarréico (¿antiamebiano?)76-, el guaco -también denominado Huaco o Guao, vejuco o bejuco, términos aplicados a ciertas plantas centro y suramericanas y de la India Occidental, utilizadas por los indígenas para el tratamiento de mordedura de serpiente y herida con ponzoña de escorpión, siendo las más importantes las del género Aristolochia, de fuerte olor.
Las especies del género Mikania, especialmente la M. amara, también se conocen como guaco77-, y el bálsamo del Perú -líquido viscoso, de color pardo, que se usa sin diluir o diluido en aceite vegetal, para la curación de las heridas, para la epidermofitosis y la pediculosis78-. Algunas de ellas, como el laurel de canela, de los Andes – de efecto febrífugo -, las introdujo Mutis en Europa9.
Su tema predilecto, sin embargo, fue el de las quinas, que estudió desde todos los ángulos posibles: de la distribución de las diferentes especies de cinchona, a los numerosos experimentos sobre su acción curativa79,80,81,82,83.
El resultado y todas sus experiencias en el tema de las quinas constituyó la obra denominada por Mutis “El Arcano de la Quina”, publicada por el sabio en 1793, en el “Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá”, cuya reproducción facsimilar publicó el Banco de la República, en 197884.
Invirtió, además, mucho de su tiempo en labores sanitarias de tipo social, tales como el establecimiento de cementerios apropiados85, la prevención de la viruela86 y la reducción de la malaria9,87. Es muy probable que sus trabajos y consideraciones preventivas en este campo hicieran posible la colonización de las regiones infectadas de malaria79.
Obra Médica de Mutis
Numerosos documentos demuestran que Mutis, durante el tiempo que vivió en el Nuevo Reino de Granada, vale decir, desde su llegada, en febrero de 1761, y el año de su muerte, el de 1808, asesoró a las diferentes administraciones del Virreinato en materia de salud pública e higiene.
Él mismo se consideraba el “Oráculo de este reino” en ese campo88- 89 sobre el cual escribió numerosos dictámenes y representaciones. Los conocimientos médicos de Mutis y su actitud hacia la higiene pública en la colonia, son inseparables de la concepción médica de sus contemporáneos.
En primer lugar, la concepción médica en la ilustración: el paradigma de los humores y los miasmas. Mutis se reconoce como seguidor de Hermann Boerhaave90,91,92. La higiene de la ilustración recomendaba pavimentar, drenar, ventilar, desamontonar y desinfectar93 y, en cuanto a las viruelas, inocular y vacunar94,95.
Me parece importante, en este resumen de la obra médica de Mutis, seguir en la clasificación de sus trabajos al mutisólogo, doctor Emilio Quevedo V.96. Tres grupos componen para él la obra de medicina y de higiene del sabio gaditano96: 1) el origen y el tratamiento de algunas enfermedades contagiosas como la lepra y la discentería96; 2) las viruelas96; y 3) la desecación y la destrucción de plantas en las ciudades y villas y la ubicación de los cementerios lejos de las ciudades96.
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