Relación de la Violencia con el VIH
Al instante en que se les preguntó si consideraban que el diagnóstico de VIH había sido un factor precipitante de la violencia de pareja, solo en algunos casos se reconoció explícitamente que a partir del diagnóstico del VIH se incrementaron las situaciones de violencia de distinta índole. Algunas entrevistadas destacaron la violencia psicológica y física, esta última exteriorizada por el reclamo con agresiones físicas hacia la pareja.
Si bien la mayoría no manifestó directamente una relación de la violencia de pareja con el diagnóstico de VIH, llama la atención que en el desarrollo de sus relatos un grupo de mujeres hablaron de situaciones de violencia que correspondían a la problemática de vivir con la infección:
“un día discutimos y fue terrible, fue duro… eso me dolió muchísimo, me lastimó porque me decía sidosa hijueput*” (Inés, 56 años). “me decía: si ve, confiésese todos los días porque lo que tienes (VIH) es un pecado muy grande” (Lilia, 45 años).
“yo sentía que él me empezó a dejar en la parte sexual de tocarme él a mí, porque yo si lo tocaba a él y lo complacía de igual forma de que él me viera, pero yo si sentí que él en ese sentido si me fue rechazando, por mi condición en la parte sexual, y entonces ahí si yo sentí, si puedo decir que sentí, como una violencia sexual” (Ernestina, 48 años).
“cuando empezamos la parte como íntima, ya no quería que lo tocara- porque no, besos no, caricias muy poquitas y tocaba doble condón, si se rompía uno el otro no” (Lilia, 45 años).
Estos hechos fueron relacionados con violencia de tipo verbal, psicológica y sexual. Cabe anotar que las dos mujeres que indicaron que se trataba de violencia sexual al sentirse ignoradas y rechazadas, tenían parejas que no habían sido diagnosticadas con VIH, e incluso sentían presión económica cuando eran amenazadas de retirarlas de su respectivo régimen de aseguramiento al interior del sistema de salud, lo que implicaba que no podrían asistir a controles para el manejo del VIH. Tres mujeres opinaron que no evidenciaban una relación directa entre la violencia con el VIH, dado que estas mujeres se habían separado antes de conocer el diagnóstico de VIH, o habían tenido relaciones sentimentales donde el hombre no conocía su diagnóstico.
Una mujer con un proceso inadecuado de aceptación de su enfermedad fue diagnosticada por una candidiasis esofágica y con una inmunosupresión severa, pero no le comentó a su familia sobre su diagnóstico, ni a la pareja con quien se había separado y tuvo situaciones de violencia, ni a una segunda persona con quien tuvo una relación corta que finalizó por infidelidad de parte de él. Así mismo, decidió en su vida no tener ninguna otra relación por miedo al rechazo:
“estar lidiando con tener una pareja porque no es igual, yo sé que al enterarse esa otra persona lo va a señalar, a juzgar; es que no me hago a la idea de que sea algo que me esté pasando, no me hago a la idea…estar lidiando con eso que no sea curable, mientras yo no acepte el diagnóstico siento que no soy la misma, que no me veo igual que antes” (Mónica, 49 años).
Otras mujeres, una que perdió a su pareja por complicaciones del VIH y una mujer ya separada, también manifestaron su deseo de no tener otras relaciones sentimentales:
“Desde que quedé sola, ha sido muy difícil porque precisamente el susto de contar; salgo de vez en cuando con alguien, pero eso era como por la parte sexual con protección, pero no más, porque me da susto decir: oye tengo VIH… no he sentido la fuerza de Dios. Si llego a tener a alguien, ¿cómo le voy a decir? Y si esa persona con la que tengo intimidad no sabe…” (Lilia, 45 años).
Se destacan sentimientos negativos sobre experiencias previas y su interés de no volver a vivir situaciones de violencia:
“no me gustaría vivir de pronto esa situación, porque ya no estaría dispuesta a dejarme… a dejarme golpear o a dejarme no más con que me dijeran algo, ¡no friegue!, tendría para salir corriendo. Y además que la gente no está abierta a ese tema del VIH, entonces cómo explicarle a una persona, cómo aceptarle de pronto un beso sin decirle antes o si le digo, después que lo desprecien a uno” (Inés, 56 años).
Solo una de las mujeres que continúa en unión, refiere un impacto positivo con el diagnóstico de VIH y que cambió el ciclo de violencia que vivía:
“Hoy en día le doy gracias a Dios porque gracias a eso, vivimos muy bien, tenemos un hogar muy bonito” (Juana, 43 años).
Algunas participantes refirieron violencia física posterior al diagnóstico de VIH, dentro de las cuales se observó que la cronicidad del ciclo violento no permitía la reacción por parte de la víctima a denunciar o considerarlo nocivo:
“yo por aguantar entonces me fue pegando, me fui acostumbrando, me fui acostumbrando como al maltrato…” (Lilia, 45 años).
(Lea También: Situaciones de Violencia de pareja antes del Diagnóstico de VIH)
Impacto de las manifestaciones de violencia tras el diagnóstico de VIH
Posterior al diagnóstico y de ser atendidas en el programa especializado en pacientes con VIH, las mujeres han pasado por un proceso de adaptación a la patología con cambios en sus vidas por un estado estigmatizado. No obstante, algunas manifiestan que, a pesar de las asesorías y ayudas, continúan presentando temor, y contrario a la violencia donde el problema es manejado y controlado al interior del hogar, creen que el diagnóstico va a ser evidente y que pueden llegar a descubrir su diagnóstico personas a quienes se lo ocultan, ya sea por las consultas, medicamentos, exámenes o situaciones relacionadas con su atención y manejo:
“Duro, me ha dado muy duro porque yo me la paso llorando solo con eso, no lo he podido asimilar” (Lilia, 45 años).
Inicialmente solo algunas mujeres recuerdan que creían que se trataba de una enfermedad letal:
“Yo pensaba que me iba a morir ahí mismo, entonces a raíz de eso fue cuando la niña se la entregué a mi hermana, porque yo pensé: yo me muero rápido” (Manuela, 48 años).
Dos mujeres fueron enfáticas en expresar que la interacción como pareja cambió, llegando a presentarse situaciones de recrudecimiento de la violencia:
“pero afectó más, para darle poder a él de manipulación y de poder hacer conmigo lo que quiera, por lo que él era negativo.” (Lilia, 45 años).
“lo apuñalé, yo lo corté en la pierna y le había echado candado a la puerta; como que yo tenía todo pensado, yo dije: aquí nos vamos a matar porque ni yo me lo voy a aguantar más, ni él me va a aguantar a mí tampoco, y él se estaba desangrando” (Juana, 43 años).
En algunas mujeres el sentimiento de culpa, tras el diagnóstico del VIH, las acompaña de manera permanente. En unos casos por no haber tomado medidas de protección y, en otros, por haber confiado en su pareja:
“Porque como le digo yo, es que yo no sé cómo fue la transmisión porque para decir que con varias personas no, por el problema de que no he tenido relaciones no me he protegido la verdad nunca. Entonces me siento culpable de eso, debido a eso, por no haber exigido protección” (Lilia, 45 años).
“Como arrepentimiento de no cuidarme y de ser así como tan…” (Lilia, 45 años).
El discurso cambió cuando se hablaba de los hijos; las mujeres narraron que antes del diagnóstico de VIH, cuando se presentaban situaciones de violencia, temían porque sus hijos fueran desprotegidos y por ello no abandonaron a sus parejas. No obstante, posteriormente los hijos fueron quienes tomaron la iniciativa de dejar al padre:
“ellos me decían: ya mamá, ya está bueno, él hace contigo lo que se le da la gana, todo por nosotros; vamos a salir adelante, por qué no lo mandas a la Mier*” (Ernestina, 48 años).
Impacto del VIH
El contexto del VIH trajo consigo cambios fisiológicos que afectaron a las mujeres. La mitad de ellas, percibieron un deterioro de su autoimagen producto de los impactos físicos que genera la enfermedad. En algunos casos lo asociaron a la presencia de lesiones en la piel que las estigmatizaba y, en otros, lamentaban la pérdida de su agilidad mental como consecuencia de su deterioro cognitivo:
“Yo dije: Dios mío, sí, me toca quedarme con él. Si ya tengo un hombre que me va a mirar cómo me enfermo, y si será que me iba a reemplazar…me sentía como una leprosa… y ¿quién me va a querer a mí así?” (Ernestina, 48 años).
De igual manera, se evidencia pérdida de la autoestima en su rol de parejas, al considerar que el ser portadora del VIH, daba potestad a sus maridos para sostener relaciones sexuales con mujeres sanas con quienes no tuvieran el riesgo de contagiarse:
“Tenía que aceptar el hecho de que él tuviera amantes allá en Panamá, porque con sus amantes que estaban sanas podía tener relaciones sin condón” (Ernestina, 48 años).
Dos mujeres reconocieron que su proyecto de vida se interrumpió de manera abrupta, ya que la continuidad de sus estudios se vio limitada como consecuencia de la enfermedad:
“A mí me afectó en terminar de estudiar…porque fue muy duro, en dos ocasiones quise matarme, tirarme del apartamento donde vivía” (Diana, 50 años).
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