Medicamentos, cirujanos y curaciones en las Guerras de Independencia de Colombia
Medicamentos en Guerras de Independencia
En algunas ocasiones, era tan crítica la situación que solo había posibilidad de aplicar de manera improvisada algunos procedimientos para salvar la vida de los combatientes. Esta fue la descarnada descripción que hizo el capitán republicano Antonio Obando en 1814 en la retirada hacia Popayán después de la derrota sufrida en Pasto en medio de la Campaña del Sur: “[…] con una paleta de madera se nos sacaron gusanos de las heridas y se lavaron con agua templada, único Medicamento en Guerras de Independencia que se nos aplicaba” (57).
El oficial irlandés Jaime Rook, al servicio del ejército patriota, recordado por su protagonismo en la batalla del Pantano de Vargas, ocurrida el 25 de julio de 1819. Recibió un balazo que le rompió la articulación del brazo izquierdo. El cirujano del ejército no pudo hacerle la curación sino hasta el día siguiente en que le practicó la amputación de esta extremidad. Pero al tercer día, murió pese a todos los esfuerzos realizados (58).
Los partes de batalla y las crónicas de guerra abundan en más relatos de militares que se sobreponían a sus malestares y heridas en aras de luchar por la patria. Eso fue, precisamente, lo que destacó el general republicano Manuel Valdés sobre el heroísmo del capitán Pizarro en la batalla de Pitayó a mediados de 1820. Quien “a pesar de haber recibido dos heridas la última fracturándole el brazo derecho no quiso nunca dejar de mandar su compañía hasta concluida la acción” (59).
La disponibilidad de botiquines y Medicamentos fue otra de las preocupaciones constantes para los encargados de los hospitales.
Aunque muchos de los remedios se elaboraban artesanalmente con productos naturales, también es cierto que otros necesitaban de una preparación más complicada e incluso algunos eran conseguidos en el exterior. Contar con esos elementos indispensables para el proceso de recuperación fue uno de los retos más colosales en estos tiempos de guerra.
Había que vencer varias dificultades, ya fuera el contar con los recursos para adquirirlos o para transportarlos. Con seguridad a sus destinos en medio de una agreste geografía y de las constantes hostilidades del bando contrario. A finales de marzo de 1821, el coronel José Concha, gobernador del Cauca. compró un botiquín en el puerto de Buenaventura por valor de 500 pesos que fueron pagados en especie, con cargamentos de tabaco (60).
Ingentes esfuerzos hicieron a finales de 1818 las autoridades militares españolas que defendían la ciudad de Santa Fe y la zona del altiplano de los ataques de las guerrillas patriotas en proceso de formación. Ejemplo de ello es el listado de 59 Medicamentos en Guerras de Independencia, solicitados por el cirujano mayor, don José Fernández de Noceda, para atender el creciente número de heridos (Tabla 1).
Escasez de Medicamentos en Guerras de Independencia
En el hospital del Ejército republicano del Sur: El 7 de junio de 1820 se recibió un parte del médico Olea, encargado de la curación de los enfermos heridos en la batalla de Pitayó. Quienes se hallaban en estado deplorable por la escasez de Medicamentos en Guerras de Independencia, de facultativos y por la falta de un bisturí para practicar operaciones delicadas.
Pidió Olea aunar todos los esfuerzos tendientes a brindarles auxilios oportunos “en obsequio de la humanidad y mérito de estos bravos defensores de la patria en el Sur” (61). Ante estas complicaciones. El general de este ejército expidió órdenes a fin de recolectar y reunir los insumos quirúrgicos que hubiese en la provincia para remitirlos con prontitud al hospital.
Por esos días, el gobernador de la provincia del Cauca debió movilizarse hasta Llanogrande para atender esta situación.
Para lo cual se gestionaron ante la oficina del tesoro público 200 pesos para los gastos más urgentes. Hasta allí llegaron el médico cirujano, el contralor, el proveedor comandante y el cura trayendo los libros recetarios. Tanto de medicina como de cirugía. A los pocos días, se les preguntó a los enfermos sobre alimentos y curaciones, y todos coincidieron en confesar haber recibido buena asistencia.
Medicamentos en Guerras de Independencia comprados
Según reportó desde su cuartel general de Caloto el general Manuel Valdés: El 30 de noviembre de 1821, no tenían cómo atender la elevada cantidad de enfermos en el hospital ubicado en este sitio por haberse acabado el botiquín y por no haber llegado los que habían prometido despachar desde Bogotá. Valdés pidió afanosamente solucionar estas falencias (62).
Pedro José de Sarria, contralor del hospital militar de la ciudad de Cali, dio cuenta de lo que se giró para gastos de dicho establecimiento entre el 25 de septiembre y el 14 de octubre de 1821, con los comprobantes respectivos. En las listas de Medicamentos en Guerras de Independencia comprados figuraban: tamarindo, cañafístula, nitro, crémor, ruibarbo, piedra lipe, altea, culantrillo, zarza, unto de azahar, unto de calabaza, ungüento amarillo, miel de caña y aceite de higuerilla, entre otros (63).
En la rebelión de resistencia realista acaecida en Pasto el 28 de octubre de 1822
Bajo la orientación del coronel Benito Remigio Boves, los altos mandos oficiales republicanos que defendían la ciudad se vieron en la necesidad de enviar buena parte del hospital a Quito en vista de que en Pasto el teniente coronel Antonio Obando, gobernador y comandante republicano, no tenía cómo atenderlos (64).
La falta de médicos y de personal especializado fue una de las causas que agudizaron la atención a los enfermos y heridos en el campo de batalla. Sin embargo, la llegada de cirujanos y practicantes integrantes de las legiones extranjeras de ingleses, franceses y alemanes contribuyó en algún sentido a paliar este déficit (65). Los pocos médicos disponibles tenían una intensa labor pues durante esta fase de guerra. Además de las atenciones rutinarias, debían expedir continuamente certificados médicos o de invalidez para los militares.
La escuela militar de Antioquia, en 1815:
Introdujo en sus manuales las tácticas de Montecuculi, en donde se recomendaba ubicar a retaguardia de cada unidad de tropa los cirujanos. Los capellanes y los escribanos para que cuidaran de los heridos, les brindaran consuelo y escribieran sus voluntades (66).
Realmente difíciles eran las condiciones en que debían los médicos cumplir su misión, muchas veces bajo el fragor de los combates. En la derrota padecida por las fuerzas republicanas el 5 de julio de 1815 en la batalla de Palo, en cercanías a la población de Caloto en la provincia del Cauca. Se relató en los partes de guerra cómo los heridos fueron trasladados a una barraca aledaña. En donde el cirujano los diagnosticaba y hacía hasta lo imposible para salvarlos (67).
Servicio médico por los azares de la guerra
Algunos integrantes del servicio médico por los azares de la guerra resultaron enrolados en el ejército. Veamos esta solicitud que formuló el 16 de enero de 1810 el coronel José María Barreiro con relación a tres individuos reclutados. Que pedían autorización para aplicar sus conocimientos médicos al interior del estamento militar:
“Para la superior determinación de vuestra excelencia le incluyo las representaciones de los sargentos del tercer batallón del regimiento de infantería de Numancia. José Lorenzo Rodríguez y Ramón Cardoso y la del cabo Ignacio González. Solicitando los primeros, pasar de practicantes de cirugía y el segundo, de farmacia, cuyos destinos ejercían antes de ser alistados en el servicio de las armas.
Estos individuos han sido examinados por el cirujano mayor de la división y me informa poseen buenos conocimientos y práctica y haciendo notable falta para la asistencia de los hospitales por la salida al cuartel general de los que anteriormente había. Espero se digne vuestra excelencia concederles el destino que solicitan. No siendo óbice la falta que puedan hacer en el batallón. Pues siendo de la clase de pardos no pueden optar a mayor empleo, quedando de mi cuidado reemplazarlos con otros que hay agregados a los demás batallones” (68).
En vista de la falta de practicantes de cirugía y farmacia, el virrey Sámano accedió a estas peticiones. Siempre y cuando resultaran competentes para el desempeño de sus oficios. A cada uno se le asignó un sueldo provisional de 24 pesos mensuales.
Tras el inicio de la segunda fase republicana:
La escasez de médicos seguía siendo un tema sensible. El coronel José María Mantilla, comandante militar de la Villa de Honda. Se hallaba en el mes de marzo de 1819 en una gran encrucijada, por cuanto había recibido a varios integrantes del batallón Guías. Muchos de ellos enfermos. El problema era que el único médico allí disponible estaba a punto de perder la vida. Ante lo cual Mantilla no tuvo más opción que detener a un facultativo de Antioquia de apellido Gutiérrez que iba de paso por aquella localidad ribereña. Para que se encargara por lo menos durante ocho días de aliviar los casos más apremiantes. Y con la esperanza de que las autoridades militares de Antioquia sabrían entender esta demora por motivos loables. Además con la convicción de que en aquella provincia contaban con más médicos y mayores recursos (69).
Esta fue la recomendación que, desde Pore en los Llanos del Casanare, elevó el 3 de diciembre de 1819. El coronel patriota Pedro Briceño Méndez en la afanosa búsqueda de personal médico idóneo para atender esta región:
“Da lástima ver perecer los hombres y familias enteras por falta de auxilios médicos. Tanto doctor ocioso que hay en esa capital [Bogotá] podía venir a servir aquí útilmente a la humanidad y a la Patria, y a pagar de algún modo a estos desgraciados la libertad que les han dado.
Honores de médicos de ejército
En sus ocios o ratos de descanso medite usted un poco sobre esto. Es un negocio de importancia y muy digno de su atención. Puede animarse a los médicos a que vengan señalándoles un sueldo proporcionado y aun declarándoles honores de médicos de ejército. En atención a que todos estos habitantes han sido o son soldados, y la Provincia debe considerarse como un vasto hospital militar. Pues se les ha de obligar a que sirvan graciosamente a los enfermos y no los opriman con exacciones ningunas” (70).
De inmediato, las autoridades republicanas hicieron un llamado vehemente para que llegara a esta provincia de Casanare. Uno o dos médicos y una botica provista de purgantes, vomitivos y quina para conjurar una peste que había diezmado la población.
Desde la capital de la República, el vicepresidente Santander no cesaba en hacer ingentes esfuerzos para paliar las múltiples necesidades de la guerra a nivel provincial. El 12 de abril de 1820 la comandancia del ejército de Cundinamarca con sede en Bogotá despachó para la Campaña del Sur. Por el camino de Neiva al cirujano mayor Deogracias Rovira con dos practicantes y un botiquín en tres cargas (71).
Selectos en beneficio de la salud pública
La guerra había obligado a muchos especialistas de la salud a emigrar por efectos de la represión política y militar. Jorge López, antiguo farmaceuta de Bogotá, quien había emigrado en 1815 tras la arremetida de las fuerzas españolas de Reconquista al mando del general Pablo Morillo, volvió a mediados de 1822 a establecerse en su antigua botica ubicada en la calle de San Agustín. Para ello, debió ser apoyado económicamente por dos amigos pues había perdido todos sus haberes. A través de un aviso de prensa, prometió ofrecer los Medicamentos en Guerras de Independencia “más selectos en beneficio de la salud pública” (72).
La sola presencia de los facultativos no era suficiente pues en muchos casos se hizo necesario un llamado de atención para que cumplieran cabalmente su función. En febrero de 1821 se instó a los ciudadanos Juan Delgado y Mariano Hurtado. Médicos de la ciudad de Popayán, para que habitaran y durmieran en el hospital militar para una mejor asistencia de los enfermos (73).
Algunos médicos que colaboraron activamente en el fragor de los combates recibieron sendas recompensas por su valentía. Unos alcanzaron a ingresar y posicionarse en el escalafón militar en tanto que otros recibieron merecimientos. El Ministerio de Guerra de España expidió en Madrid el 1º de abril de 1816 una circular en la cual concedía una medalla a los individuos del Ejército Expedicionario que bajo las órdenes del comandante en jefe Pablo Morillo. Habían realizado un aporte valioso para el bloqueo y rendición de la plaza de Cartagena. Dentro de los beneficiados se incluyeron los cirujanos que por sus méritos se hicieran acreedores a tal distinción (74).
Valiosos servicios del personal médico
De manera extraordinaria, en momentos en que adelantaba la Campaña del Sur. El Libertador Simón Bolívar dictó el 29 de mayo de 1822 un decreto con el que quiso reconocer los valiosos servicios del personal médico no solo criollo. Sino también extranjero y, a su vez, evitar las confusiones suscitadas en materia de grados y sueldos.
Así entonces, nombró un inspector general del hospital militar con el fuero y sueldo de coronel del Ejército, el cirujano mayor como teniente coronel. El cirujano de 1ª clase como mayor, el cirujano de 2ª clase como capitán, el cirujano de 3ª clase como teniente, el boticario como subteniente y el practicante como sargento con un sueldo de 20 pesos. Estas disposiciones regirían solo para el Ejército del Sur pues el Congreso debía expedir la reglamentación general para toda la República (75).
El 20 de junio de 1826 el gobierno republicano expidió el reglamento de divisas y uniformes militares del Ejército. Allí se estipuló en el artículo 49 que los médicos y cirujanos mayores usarían “casaca azul turquí con vueltas y cuello del mismo color. Y en él un galón de tres dedos de ancho, pantalón azul, bota regular, sombrero apuntado, guarnecido de seda negra, con la escarapela nacional y espada” (76). Los que obtuvieren grados militares, llevarían las divisas en el uniforme y del mismo color de su botón.
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