Artículo de Reflexión: Resistencia Bacteriana a los Anti-Microbianos

Una Terrible Amenaza

Gustavo Malagón Londoño1

Resumen

La resistencia microbiana a la acción de los antibióticos se cierne a pasos agigantados, algo que embarga la atención del mundo médico y preocupa hondamente al sector hospitalario. Crece el desconcierto y a veces la sensación de impotencia del profesional, con la natural desazón, angustia y desconfianza de las familias. Lo más selecto del mundo científico y de los organismos nacionales é internacionales (con la Organización Mundial de la Salud a la cabeza), adelantan grandes esfuerzos ante la arremetida de esos minúsculos organismos que propician uno de los más serios problemas de salud pública.

Palabras clave: Resistencia bacteriana, antibióticos, membranas bacterianas, inhibición enzimática, biopelículas

Bacterial Antibiotic Resistance: A Worrying Threat

Abstract

Microbial resistance to action of antibiotics hovers rapidly, seizing attention of medical world and deeply worrying hospital people. Growing confusion -and sometimes helplessness- of health professionals, go along with uneasiness, anxiety and mistrust of people who are related to patients. Both the elite of scientifi c world and national and international agencies (headed by World Health Organization), make great efforts to block the onslaught of these tiny organisms, causing one of the most serious public health problems.

Key words: Bacterial resistance, antibiotics, bacterial membranes, enzymatic inhibition, biofilms

Reseña Histórica

La idea de que las enfermedades eran propaga­das por organismos invisibles había sido propuesta desde épocas remotas, como de la antigua Roma, por investigadores que trataban de explicar la razón de las epidemias. Durante siglos se presentaron diferentes conceptos. Fracastoro dio a conocer en el siglo XVI la clasificación de las enfermedades epidémicas en tres categorías: contagio directo por contacto, contagio indirecto de quienes dormían en el lecho antes ocupado por un enfermo infeccioso, transmisión aérea al estilo de la del polen; los agentes de la enfermedad debían ser tan pequeños para ser percibidos a simple vista. Ya en el siglo XVIII Marcus Plenciz, de Viena, argumentó razonablemente que la enfermedad infecciosa debía ser causada por microorganismos vivientes.

Poco tiempo antes de Pasteur, Agostino Bassi en 1836 había demostrado que la enfermedad del gusano de seda era causada por un hongo parásito y propuso cómo podía controlarse. Pasteur debió luchar arduamente contra quienes se negaban a creer que los responsables de las enfermedades eran unos microorganismos, así él mismo afirmara que no eran los causantes, sino simplemente su agentes. Sus trabajos y los del Alemán Max Von Pettenkofer, gran investigador químico de la época, quien con microbiólogos interesados en el tema lle­garon a admitir que las enfermedades podían estar vinculadas a un microorganismo específico, pero no por que este fuera la causa: podía operar donde hubiera una disposición a la enfermedad, debida a malas circunstancias constitucionales o ambientales. Para probar su punto de vista, adquirió de Ludwig Koch una dosis letal del virus del cólera y se la bebió, sin otros efectos adversos que una leve diarrea.

La fama de Pasteur surgió desde el momento en que afirmó que existía una conexión indiscutible entre microbios y enfermedad, dejando en claro que los microbios no eran la causa, pero sí sus agentes como lo demostraba con el bacilo del ántrax del que afirmaba que diseminaba virus peligrosos, por lo cual sostenía que mas que pensar en aniquilar el bacilo había que desarmarle y hacer así menos peligrosa su presencia. La teoría de Pasteur estaba un tanto de acuerdo con Claude Bernard quien afirmó que era el terreno más importante que el mismo germen. En su laboratorio de microbiología, Pasteur analizó el proceso de fermentación láctica, alcohólica y butírica, para concluir que el fenómeno era causado por la acción de microorganismos, contraviniendo la teoría histórica de la generación espontánea. Pero todo prosperó para aquel cuan­do indujo el cólera en pollos de los cuales guardó gérmenes que inocularía en pollos sanos que no sucumbirían a la epidemia, lo cual repitió por analogía en el caso de la joven vaquera de Jenner a la cual inoculó, dando origen a la vacunación que salvaría tantas vidas. Ya en las postrimerías del siglo XVIII, el médico español José Celestino Mutis introdujo en la Nueva Granada la práctica de la inoculación de la viruela para detener una epidemia creciente.

A finales del Siglo XIX y principios del XX, Robert Koch descubre el bacilo de la tuberculosis y sienta las bases para la lucha frontal contra la malaria que había hecho numerosas víctimas en las campañas Napoleónicas del norte de Italia; antes en el Nuevo Mundo se había sufrido esta enfermedad traída por los Españoles y que pudo controlarse con la corteza de uno de los árboles del género Cinchona. Koch aportó al X Congreso Internacional de Medicina de Berlín celebrado en 1890, la Tuberculina, que llenó de esperanzas al mundo.

Paul Ehrlich (1854-1915) y Sahachiro Hata (1873-1938) descubrieron las propiedades tera­péuticas del arsénico y lanzaron al mercado un preparado orgánico con el nombre de “Salvarsán”, que marcaba un éxito en la lucha contra la sífilis (1). Mas adelante, con el descubrimiento de los antibióticos, se lograrían grandes avances en la lucha contra esta temible patología.

Pero uno de los hitos del pasado siglo, en 1928, sin duda fue el descubrimiento de la Penicilina por Alexander Fleming, quien en forma casual, cuando adelantaba el estudio sobre comportamiento de una bacteria del género Staphilococcus, observó que aparecía una substancia con movimiento alrededor de un moho de la especie Penicillium notatum con inmensa capacidad para la absorción de los esta­filococos. Fleming bautizó esta substancia con el nombre de “Penicilina” y publicó sus resultados un año más tarde en el British Journal of Experimental Pathology. Diez años más tarde Ernst Boris Chain y Howard Walter Florey consiguieron el aislamiento de la penicilina en estado anhidro. El descubrimiento le valió a Fleming el nombramiento de caballero de la Corona Británica en 1943 y dos años más tarde recibió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, junto con Chain y Florey.

El nuevo antibiótico curó espectacularmente numerosos casos de infección microbiana, pero paulatinamente su uso masivo, muchas veces desenfrenado, llevó a generar resistencias mi­crobianas. Se plantearon interesantes hipótesis: Una, se abusa de la utilización del antibiótico por creencia optimista de acción universal y absoluta, otra, las bacterias sucumben indiscutiblemente ante el bombardeo del fármaco, con dosis masivas, o al menos se debilita indefinidamente su acción. Proliferaron diversos tipos de antibióticos a partir de los mismos principios farmacoquímicos del primero. Ante la crudeza de la infección en muchos casos y la pobre o nula respuesta al fármaco utilizado, surgió la práctica de recurrir a mezclas de antibióticos con la esperanza de que casualmente uno de ellos, al menos, sería efectivo.

Fleming en su discurso de aceptación del premio Nobel en 1945, expresó: “No es difícil hacer que los microbios desarrollen resistencia a la penicilina en el laboratorio, al exponerlos a concentraciones insuficientes o inadecuadas para matarlos. Y este mismo fenómeno ha ocurrido ocasionalmente en el cuerpo”. Con esta afirmación del propio Fleming se abre la perspectiva que confirma esta hipótesis y en poco tiempo se activan los estudios de la resistencia bacteriana a la vez que se inician importantes avances en el desarrollo de nuevos antibióticos (2).

Poco tiempo después del inicio del uso clínico de la penicilina, se observó una proliferación de Staphylococcus aureus resistente a penicilina, lo cual llegó a ser una grave problema hospitalario a nivel mundial. Este problema se presentó por la capacidad de estos Staphylococcus aureus de producir penicilinasas; esta beta-lactamasa y la mayoría de sus isoenzimas han atacado a la ma­yoría de los betalactámicos, convirtiéndose en el principal mecanismo de resistencia para este tipo de antimicrobianos.


1 MD, ESP, Miembro Honorario, Academia Nacional de Medicina, Bogotá.

Vol 105, Academia de Medicina Gérmenes Gram-Negativos

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