Reseña Bibliográfica: Presentación del Libro “Aproximaciones a la Paleopatología en América Latina”
Edición Conjunta de la Academia Nacional de Medicina, el Convenio Andrés Bello y la Asociación Latinoamericana de Academias Nacionales de Medicina, España y Portugal – ALANAM.
Intervención del Doctor Zoilo Cuéllar-Montoya,
Presidente de la Academia Nacional de Medicina
Después de cinco años de trabajos, de comunicaciones insistentes, tanto del Señor Académico Sotomayor Tribín como mías, con las diferentes Academias miembros de la ALANAM; tras meses y meses de contactos y reuniones, de múltiples conversaciones con el Doctor José Antonio Carbonell, conversaciones realizadas con el Convenio Andrés Bello en dos períodos, con un largo intervalo en el curso del cual no era claro como iban la ALANAM y la Academia Nacional de Medicina de Colombia a lograr la publicación de la obra. En momentos en los que ya la gran mayoría de los artículos se encontraban en poder del Académico Sotomayor, en virtud del oportuno nombramiento del Doctor Francisco Huerta Montalvo como Secretario Ejecutivo del Convenio Andrés Bello, hemos llegado por fin al anhelado momento en el cual podemos presentar ante la Academia, ante las directivas del Convenio, ante la sociedad en general y, fundamentalmente, ante la comunidad académica latinoamericana, esta excelente obra, una “Aproximación a la Paleopatología en América Latina”, fruto del esfuerzo mancomunado de un número importante de profesionales, tanto de la Secretaría Ejecutiva del Convenio Andrés Bello en Bogotá, como de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, bajo la coordinación del Señor Académico Hugo Armando Sotomayor Tribín y del Secretario Ejecutivo de la ALANAM, quien les habla y de los ilustres autores de los diferentes capítulos de la obra, representantes de la América hispana, desde la ciudad de México D.F., al norte, hasta Buenos Aires, en la austral República Argentina.
Cuando, como Secretario Alterno que era de la ALANAM, preparaba la XV Reunión del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Academias Nacionales de Medicina (ALANAM), que tendría lugar en la ciudad de Quito, Ecuador, en el mes de enero de 2002 – corría por es entonces el año 2001 -, el Académico Hugo Armando Sotomayor Tribín me propuso que contemplara la posibilidad de que él viajara al Ecuador conmigo y con el entonces Vicepresidente de nuestra Academia Nacional de Medicina, el Académico Profesor Doctor Juan Mendoza- Vega, con el fin de proponer a las Academias asistentes a la Reunión la idea de realizar la edición de un libro de paleopatología latinoamericana, con colaboración del mayor número de países que tuvieran material para participar, lo cual me pareció de un altísimo interés, tanto para nuestra Asociación como para la misma paleopatología de nuestra región.
En el curso, entonces, de la última sesión de dicha Reunión de la ALANAM, los días 22 y 23 de enero de 2002, “el Académico Sotomayor Tribín, después de presentar diapositivas de varias piezas precolombinas con diferentes representaciones patológicas, propuso al Consejo Directivo de la ALANAM la posibilidad de efectuar una investigación de paleopatología en todos aquellos países iberoamericanos que cuenten con restos humanos o con piezas artísticas de ese tipo, con el fin de realizar una publicación al respecto, quizás única en su género y en su extensión geográfica en el mundo”.
Han pasado ya más de cinco años desde entonces y hoy, como Presidente de la Academia Nacional de Medicina de Colombia y Secretario Ejecutivo de la ALANAM, tengo el honor de hacer ante Ustedes parte de la presentación de este libro, en el cual participan las Academias Nacionales de Medicina de Buenos Aires -Argentina-, Bolivia, Colombia, Ecuador, México, Paraguay y Perú, o sea la mitad de las Academias latinoamericanas que conforman la ALANAM; porque son varios los países de nuestra región que no cuentan con representación paleopatológica alguna.
Es una obra que abarca la paleopatología de la América ibérica, que se encuentra en estos siete países, hacen falta, desafortunadamente, algunos otros que podrán sumarse a este esfuerzo en ulteriores ediciones de la obra. Irreemplazable en su publicación ha sido, además de la valiosísima labor de compilación del Académico Sotomayor Tribín, el apoyo permanente de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, el respaldo institucional de la ALANAM y de su Secretaría Ejecutiva, el auspicio incondicional del Convenio Andrés Bello, con el apoyo decidido de su Secretario Ejecutivo, el Doctor Francisco Huerta Montalvo, de su Director Editorial, el Doctor José Antonio Carbonell y de su equipo de trabajo en Colombia: se trata entonces de un esfuerzo conjunto de la ciencia, el arte y la cultura, de connotación absolutamente latinoamericana.
El hombre se ha preocupado, desde siempre, por la enfermedad y la muerte, lo que ha hecho de la medicina una antiquísima profesión: “cuando se inició el registro de la historia” -escribió George A. Bender en 1961-, “la práctica de la medicina ya era vieja”. Pero debemos, sin embargo, los estudiosos del pasado de la enfermedad y del arte de curarla, reflexionar previamente sobre lo que existía, para analizar y dilucidar así el camino seguido por la humanidad hacia la comprensión de la nosología y de la misma medicina, camino que es, precisamente, el que transita la paleopatología.
Cuyos senderos, cuyas técnicas, cuyos hallazgos y cuyas conclusiones descorren para nosotros el telón de sombras que el tiempo, inexorable en su marcha ha tendido, en el curso de centurias y milenios, sobre la historia de las enfermedades y aquella de los intentos del hombre por obtener su curación.
Recordemos que el mundo es sumamente viejo, puesto que su existencia se mide en miles de millones de años, y la historia del hombre en éste mundo es desproporcionadamente joven, puesto que sus primeros exponentes, que anduvieron probablemente erectos por las llanuras africanas, cuando aún trepaban también a los árboles para huir de los depredadores, lo hicieron a partir de los últimos siete millones de años en la historia de la tierra.
Los primates, como mamíferos que son, existían ya en el período terciario, hacia el mioceno, hace unos veinticuatro millones de años y, probablemente, fue en dicho período cuando ocurrió la separación de los monos póngidos de los homínidos, a los cuales siguieron, diez y siete millones de años después, en pleno plioceno, los primeros hombres.
Con el correr de los milenios aparecieron, primero el Australopithecus y, más tarde, el Homo erectus (el hombre más primitivo), el hombre de Neardenthal y el de Cromagnon para, finalmente, hacer su aparición el hombre moderno, que sobrevivió entre glaciares y diluvios.
Si comprendemos la realidad de la existencia de multitud de microorganismos, previa a la del ser humano, podemos deducir entonces que la enfermedad precedió al hombre prehistórico pues, al fin y al cabo, representa también una forma de vida.
En ese homo sapiens, en ese hombre prehistórico nace, desde muy temprano, ante la inmensa realidad del universo que empieza a conocer y analizar, una primitiva idea del bien y el mal; crea, en su necesidad trascendental la presencia, en ese universo fantástico de su mente naciente, un mundo de dioses y demonios, y empieza a interpretar la patología con un trasfondo mágico-religioso, a ejercer una medicina con base en los conocimientos de sus magos, sacerdotes o curanderos y a realizar, paradójicamente, procedimientos quirúrgicos complicados, tales como trepanaciones del cráneo, las cuales se hacían, en algunas culturas, con la idea de sacar de la cabeza de los enfermos los elementos del mal, los demonios.
La América prehispánica no escapó a estas creencias, aunque la misma historia del hombre en nuestro continente americano es aún mucho más reciente, quizás no más atrás de veinte a treinta mil años, aparentemente como una expansión proveniente de las estepas siberianas, con oleadas de nómadas de procedencia mongólica que, después de alcanzar el extremo ártico de la actual Península de Chukotsk pasaron, a través del Estrecho de Bering congelado, a tierras americanas y se distribuyeron hasta alcanzar el extremo sur del continente, el Estrecho de Magallanes, transportando con ellos técnicas y culturas de procedencia euroasiática, de acuerdo con una de las teorías del doblamiento prehistórico de nuestro continente.
Por ello es interesante detenernos, al menos en forma somera, en algunos métodos terapéuticos y procedimientos quirúrgicos realizados por civilizaciones prehispánicas en la hoy América Latina, fundamentalmente aquella realizada por pueblos preincaicos en el territorio del Perú: los hallazgos se extienden, hacia el norte, hasta los dominios de los muíscas, en Colombia.
Aunque desde comienzos del siglo XIX ya se conocía la existencia de cráneos con trepanaciones, de origen claramente precolombino, a estos hallazgos paleopatológicos, de acuerdo a lo anotado por el académico Germán Peña Quiñones, no se les prestó atención durante más de cincuenta años.
Es solamente hasta el año de 1865 –continúa Peña-, cuando E. G. Squier, en su obra titulada “Incidents of travel and exploration in the land of the Incas”, publicada en Londres, en 1877, informó sobre un cráneo que presentaba una trepanación en forma de cuadrilátero en la región frontal izquierda, pieza encontrada en una tumba del Valle de Yucay, localizado a una milla de distancia del denominado Baño de los Incas.
El célebre Profesor Paul Broca, y más tarde el también Profesor Auguste Nelaton -agrega Peña, de acuerdo con Graña-, tuvieron la oportunidad de examinar el cráneo y ambos consideraron que los bordes de la trepanación habían cicatrizado perfectamente, lo que demostraba, en forma incontrovertible, la supervivencia del paciente después de practicársele el procedimiento quirúrgico.
“Perú -anota Bender- fue, en el Nuevo Mundo, el centro de la práctica intensiva de la trepanación”: así lo confirman los exámenes realizados a numerosas momias, el análisis del entorno de sus enterramientos y la magnífica y abundantísima alfarería existente en museos y depósitos peruanos. (Ver: Reseña Bibliográfica: Comentario del Académico Dr. Hugo A. Sotomayor Tribín)
Los trabajos del arqueólogo peruano Julio C. Tello, publicados en 1912, realizados sobre 200 cráneos seleccionados de más de los 10.000 encontrados en las tumbas de los Yauyos, son concluyentes en determinar que las operaciones se practicaron como tratamiento de fracturas deprimidas, desprendimientos del periostio, periostitis y, posiblemente, por lesiones luéticas.
Según Peña, “También se sugirió que fueron practicadas por hematomas subdurales (Penfi eld) y por fracturas deprimidas que producían epilepsia (Horsley)” . Se considera que hacia el año 2.500 antes de Cristo, ya existían centros identifi cables de civilización en América del Sur. Las civilizaciones Chimu y Mochica datan del año 500 a.C. y tanto los hallazgos de sus tumbas como su alfarería confirman la práctica de la trepanación.
Al sur de Lima se encuentra la Península de Paracas, uno de los asentamientos de mayor riqueza paleopatológica del Continente, correspondiente a una civilización que antecedió, por varias centurias, a la fundación del imperio Inca.
De acuerdo con Peña, el Doctor Jaime Gómez González y el antropólogo Gonzalo Correal, ambos miembros de esta Academia, reportaron tres cráneos que presentaban trepanaciones con supervivencia postoperatoria del paciente, hallados en tumbas muíscas (Chibchas) del altiplano cundiboyacense, con una datación de 350 años a.C.
Dentro de la cerámica relacionada con las substancias medicamentosas se encuentran, con inusitada frecuencia, figuras de mascadores de coca provenientes, en Colombia, de la frontera con el Ecuador, límite norte del imperio Inca.
Es interesante hacer la relación, entre los ejemplos de alfarería precolombina que incluye el Académico Hugo Armando Sotomayor en el capítulo correspondiente, de varias figuras con patología ocular, tales como buftalmos (glaucoma de origen congénito), tumor ocular, anoftalmos unilateral, ptosis palpebral que requiere la ayuda de los dedos para entreabrir la hendidura y varios casos de estrabismo, fundamentalmente bilaterales, tipo estrabismus fixus, de gran ángulo.
En este punto vale la pena mencionar la primera descripción escrita de casos de estrabismo en América, original de don Bernal Díaz del Castillo, el admirable cronista de la conquista de México, en su “Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España”, quien a la letra escribió (sic): “Y en aquella escaramuza prendimos dos indios, que después se bautizaron y volvieron cristianos, y se llamó el uno Melchor y el otro Julián, y entrambos eran trastrabados de los ojos”.
Debo agregar que la observación la hizo Díaz del Castillo en la península de Yucatán, en los meses de febrero o marzo del 1517. Por otro lado, para los indígenas mexicanos de la época, el estrabismo era un signo de nobleza.
La representación artística que de un número importante de enfermedades padecidas por los indígenas de la región lograron diferentes pueblos de la América precolombina y el estudio detenido y altamente profesional de restos humanos bien conservados en varios de ellos (momias, huesos) nos permiten, después de muchas centurias, formarnos una idea bastante clara de la patología que afectó a nuestros indígenas, desde épocas que se pierden en la noche de los tiempos de nuestro continente y, aún, de algunos de los procedimientos terapéuticas empleados para combatir algunas de esas patologías.
A dichas representaciones se suman los interesantísimos hallazgos realizados por numerosos paleopatólogos a lo largo y ancho de nuestro extenso territorio: me refiero a la América que se extiende desde el Río Grande, al norte, y el extremo más austral de la Patagonia.
La paleopatología en los países mencionados ha realizado hallazgos que confirman, por ejemplo, la existencia de enfermedades tales como la sífilis y la tuberculosis en estas tierras, con mucha anterioridad a la llegada a ellas de los primeros europeos.
“Las trepanaciones fueron sólo uno de los logros de los antiguos cirujanos peruanos -anota Bender-. Ellos también abrieron senos inflamados, extirparon tumores, amputaron miembros y los reemplazaron por prótesis. Las amputaciones no solamente se realizaron en el antiguo Perú como procedimientos quirúrgicos, sino también como rituales punitivos.
Una de las principales contribuciones peruanas a la civilización fue su arsenal de plantas medicinales, muchas de las cuales eran desconocidas en Europa con anterioridad a las expediciones españolas del siglo diez y seis.
Entre las más conocidas se encuentran las hojas de coca y la corteza de ciertas chinchonas, fuente de la quinina. Las evidencias indican que estas drogas las conocieron y las emplearon los indígenas, muchos siglos antes de que los europeos llegaran al Nuevo Mundo”.
Los grandes avances de los estudios de laboratorio y los exámenes de numerosas momias, en los diferentes países, tanto radiográficos como endoscópicos, histopatológicos y de biología molecular, han permitido a los científicos llegar a las conclusiones anotadas más arriba, que el lector podrá analizar en varios de los capítulos de esta obra, la mayoría de ellos ricamente ilustrados y todos escritos por brillantes investigadores, verdaderas autoridades en la materia.
Como Presidente de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, en nombre de su Junta Directiva, de todos y cada uno de los Señores Académicos y en el mío propio, así como en nombre de la Asociación Latinoamericana de Academias Nacionales de Medicina, España y Portugal (ALANAM), extiendo los más expresivos agradecimientos al Doctor Francisco Huerta, Secretario Ejecutivo del Convenio Andrés Bello y a su equipo de trabajo por su irremplazable participación en la publicación de esta magnífica obra, que nos permite congratularnos y sentirnos profundamente orgullosos del logro obtenido, hecho que marcará un hito en la historia de la colaboración cultural y científica de nuestro continente, y se constituye en un verdadero ejemplo para el ámbito académico internacional, en momentos en los cuales vivimos una globalización total.
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