Colección de las Obras de de las Casas
Publicada por don Juan Antonio Llorente en París en 1822, en dos tomos, que pertenecieron al prócer colombiano General Francisco de Paula Santander, el hombre de las leyes, cuyo autógrafo aparece en cada uno de ellos.
El General Santander, como se describe más adelante, contrató la misión francesa dirigida por J.B. Boussingault, quien estudió en la Gran Colombia el problema del bocio.
En su monumental Historia de la Medicina Peruana, Lastres (1951) cita a Burton, quien copiando a Garcilaso (1609), informa que “el Inca Tupac Yupanqui, habiendo sometido la provincia de Cajamarquilla, encontró que este pueblo procedía de uno más antiguo, llamado Papamarca, que tenían gruesos bultos, que pendían de su cuellos”.
En esta misma obra de Lastres se lee textualmente: “Cobo habla de paperas, como mal ordinario de las gentes del Cusco y que afea mucho a la persona que las tiene. Llaman en dicha ciudad Cotos a estas paperas, y el modo como las curan los indios, es el siguiente: tienen algún tiempo sin comer una destas c) Los escritores e historiadores de la colonia no mencionan el bocio en las versiones originales en español.
Sin embargo, a algunos, especialmente al Inca Garcilaso de la Vega, se los ha traducido erróneamente en párrafos en que mencionaban tumores del cuello, y el error ha persistido en citas de otros autores a través de los tiempos (Greenwald 1957). (Lea también: Historia de la Endocrinología en Colombia)
Este planteamiento de la ausencia del bocio endémico en el Imperio Inca por Greenwald (1957,1960) en contra de las enseñanzas de Lastres, es negado por la evidencia que aportan otros autores, especialmente Fierro-Benítez y sus colaboradores, quienes hacen una revisión histórica y presentan la fotografía de una escultura precolombina originaria del Museo Antropológico de Quito, y que aparece reproducida en la Fig. 7.
Otras esculturas precolombinas son presentadas por Eduardo Gaitán en el Capítulo IV de la obra BOCIO Y CANCER DE TIROIDES (Patiño 1976).
Figura 7. Demostración clara de bocio en una escultura precolombina de la región que habitaron los
“colorados” en Los Andes ecuatorianos. Reproducida de Fierro-Benitez (6)
(otras esculturas precolombinas del área andina de Colombia aparecen en el Capítulo IV).
También Fierro-Benitez relata que los españoles que vinieron a América, y sus descendientes, tuvieron bocio con una alta incidencia.
Es por ello que se encuentran valiosas estatuillas coloniales, especialmente de la religiosa Escuela Quiteña, las cuales muestran claramente individuos afectados de bocio. Gracias a la colaboración personal del Dr. Rodrigo Yépez, Director Ejecutivo de la Asociación de Facultades Ecuatorianas de Medicina por la época de los años 1970, se presentan fotografías de estas notables piezas del Convento de El Carmen Alto de Quito (Figs. 8 y 9).
culebras, y asiéndola con la mano del cuero del pescuezo, la aplican a que muerda las paperas, con lo cual se viene a secar y para quitar el horror al paciente le vendan los ojos, y si es muchacho, no le dicen la cura que le hacen ni sabe lo que le causó dolor…. Unánue habla de paperas, como enfermedad endémica en la vecindad de Lima”.
Greenwald (1950-1971) niega la existencia del bocio endémico en el Perú pre-hispánico y repasa la historia del bocio en el área Andina, en el Paraguay y Brasil, y se remonta a la época del Imperio Inca.
El Tema de si había o no bocio en el Perú prehispánico es tratado por Lastres (1951-1969) y por Greenwald (1957,1960) en una interesante y ruda polémica. Según Greenwald (1957,1960,1971), las afirmaciones sobre la existencia del coto endémico en el Imperio Inca pre-hispánico son erróneas, aseveración que se fundamenta en los siguientes argumentos:
a) Una frecuente confusión entre parotiditis y bocio que existía en la América Hispánica y aún en España, en los siglos XVI a XVIII. Se usaban los términos paperas (parotiditis) y coto (bocio) para significar una y otra entidad. Los primeros diccionarios del idioma Quechua, publicados en 1608, 1614 y 1619, daban el significado de ccoto, ckoto y coto a montón o a papera.
b) Se dudaba sobre la existencia de esculturas prehispánicas que mostraban bocio.
Repasa también Greenwald (1969) la historia del bocio en Bolivia, Paraguay y Brasil, donde, según el autor, esta entidad fue mencionada por primera vez en 1638, 1790 y 1810, respectivamente.
El Bocio en la Nueva Granada
Fuentes invaluables de estudio son los trabajos publicados en Santa Fe de Bogotá a partir de 1794, año en que apareció el primer escrito sobre el coto en un artículo anónimo titulado Reflexiones sobre la Enfermedad que vulgarmente se llama Coto publicado en el Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá el 11 de abril de 1794, cuya secuencia posterior es bien documentada por Ucrós Cuéllar.
Esta primera publicación contiene una interesante Nota del Redactor, que hace una magnífica descripción clínica de enormes bocios prevalentes en la época (todavía, en la actualidad, pueden ser vistos en zonas endémicas rurales de Colombia).
También hace referencia a la exclusividad geográfica de la enfermedad: “Considerando que a excepción de los habitantes de este Reyno y del Perú (cuyo temperamento y producciones naturales se identifica mucho) será absolutamente desconocida de los demás países de América y Europa esta enfermedad, daremos alguna idea de ella por lo que hace al exterior; pues en lo demás parece suficiente lo que se dice en la Disertación. Son muchas las poblaciones de este Reyno en que se padece dicha enfermedad: y aún me aseguran haber algunos pueblos cuyos habitantes generalmente la sufren, o es rarísimo el que no adolece de ella.
Por lo común son cuatro las figuras o aspectos que se observan en el Coto. En unos crece este tumor con tal deformidad que desciende sobre el pecho al modo de una grande bolsa, moviéndose fácilmente hacia una y otra parte, de modo que es preciso llevarlo recogido en un paño pendiente del cuello formado a propósito para este fin. A otros le comprende solamente la garganta; pero con la diferencia de que su situación o es en lo alto de ella, o abaxo o en medio; y su figura o es ovalada o eternamente redonda.
Hay otra especie de Coto de crecimiento a uno y otro lado desfigura muy poco la parte anterior del cuello, porque solo se ensancha con dirección a los costados; y a los que les tiene así es a los que les estorba menos la libre y clara pronunciación.
La otra especie se distingue en que sólo carga hacia un lado (bien sea el derecho o el izquierdo) y éstos por lo común son más abultados en la parte baxa. Es muy doloroso ver la imperfección que causa esta enfermedad lo cual horroriza inmediatamente al forastero que no lo ha visto en otros países, y mucho más cuando sabe que no carece de exemplar el que la contraigan también los que vienen de fuera, o a menos de que sean ancianos o de una complexión muy seca”.
Y continúa este interesante documento, definiendo la enfermedad, advirtiendo que es de reciente introducción en esta capital (Santa Fe de Bogotá) y que se observa que acomete más a las mujeres que a los hombres: “la enfermedad llamada vulgarmente Coto, es la que Sauvages llama Govetre y Bocio, y Roncall, Bronchocele: es un tumor cystico, o embolsado por lo común, de la clase que llaman Stheatoma, situadas en las glándulas del cuello llamada Thyroides, y salivares. En dos veces que se han disecado estos tumores en los cadáveres, se ha encontrado una materia gaseosa, semejante al coágulo, que forma la leche, en partes compacta, y en partes más suelta”.
El bocio o coto fue considerado como una enfermedad monstruosa que se propagaba rápidamente en la República de la Nueva Granada ” una enfermedad repugnante cuyas consecuencias inmediatas presentan el estado más deporable que pueda verse en la especie humana“.
Una carta del Embajador de los Estados Unidos de América ante la Nueva Granada, Hon. Thomas M. Foote, MD, dirigida al Dr. T. Romeyn Beck (Foote 1852), transmite una anotaciones con fecha de Julio 9 de 1850: “El bocio es una enfermedad frecuente en todo sitio de la Nueva Granada que yo haya visitado, ocurriendo igualmente en la tierra caliente y en la tierra templada.
En algunas poblaciones pequeñas me pareció que seguramente la mitad de la población adulta estaba afectada, en mayor o menor grado. En algunos casos la deformidad era enorme… En algunas regiones la casi universal prevalencia del bocio es dolorosa para el viajero.
La vieja y ahora desierta ciudad de Mariquita estaba terriblemente afectada…. “La nueva ciudad de Mariquita está sobre El Llano, una legua o más de las montañas… El clima es delicioso, aunque caliente… En las pocas horas que pasé allí, no vi a una sola persona adulta de la clase común que estuviera libre de bocio. Las pocas gentes ricas y educadas que conocí no estaban afectadas”. Este tipo de descripción muy precisa, hecha en este caso por un diplomático médico, es común en las crónicas de los siglos XVIII y XIX, pero no en las de las primeras épocas de la Colonia.
Aparentemente las primeras menciones que se hacen del coto en la Nueva Granada son las de José Celestino Mutis en su diario en 1761 y 1762 (Greenwald 1945,1971). Con la fecha de 16 de Enero de 1762, se lee lo siguiente en el Diario de Observaciones de José Celestino Mutis: “Oí decir que los cotos de tierra caliente solían desvanecerse en tierra fría; pero los de tierra fría, ni en tierra caliente ni en tierra fría. El Padre Reyes, Religioso Dominico, me participó esta noticia”.
Constituyó esta enfermedad una preocupación fundamental para Francisco José de Caldas, quien promovió la creación en 1808 de un premio especial para resolver un problema de tanta importante para la salud del hombre.
En el número 21, página 198 del Semanario del Nuevo Reyno de Granada y en el Suplemento del número 32 del mismo año (1808), “se propusieron á nuestros literatos dos problemas á resolver, problemas importantes á la economía política, al comercio y á la salud del hombre. No hemos recibido todavía una letra sobre estos grandes objetos, y sentimos en nuestro corazón se hayan mirado con indiferencia.
Pero atendiendo a que las materias son arduas, que es preciso recoger datos y noticias que no se hayan en el gabinete y haciendo la justicia que se merecen nuestros hombres de letras, esperamos sus escritos, y un cúmulo de luces sobre nuestros caminos, y sobre el modo de extinguir el Coto entre nosotros. Para esto prolongamos los plazos. y señalamos el último de Diciembre de este año para presentar las memorias”.
Pero ya desde 1808, Francisco José de Caldas, en su discurso Del Influjo del Clima sobre los Seres Organizados, publicado en el Semanario de la Nueva Granada en los números 22 a 30, hacía mención de los cotos, en las partes del discurso correspondientes a los números 29 y 30. En este discurso analiza lo que ha sido estudiado sobre las causas de los cotos, y afirma: “estoy firmemente persuadido que las aguas son la causa de los cotos, que mover de clima para curarlos no es otra cosa que mover las aguas que se beben”.
La preocupación de Caldas sobre la enfermedad se mantiene, y en el año 1809, en el número 26 del Semanario, en la página 154, aparece una noticia sobre los cotos: “hemos recibido de la ciudad de Buga un bote que contiene tres libras de sal, remitidas por Don Francisco Varela, como remedio eficaz para curar el coto. No queremos alterar las palabras de este zeloso patriota en materia tan importante, y vamos a copiar su carta”. A continuación, aparece la carta de Don Francisco Varela quien dice: “Buga y marzo 1 de 1809.
M.s.m. Remito tres libras de sal, que aquí llaman Burila, remedio eficaz para curar los cotos. Según la observación que tengo hecha en mi casa con algunos niños, han quedado del todo sanos. El modo de aplicarla es, hacer un taleguito, llenarlo de esta sal, y atarlo a la garganta por algún tiempo, cuydando de renovarla de quando en quando.
También se debe tomar un poco en la boca, y pasar alguna saliva de esta sal”. Dice la misma noticia que “don Nicolás Tanco lleno del zelo que caracteriza a un buen ciudadano me ha comunicado la carta siguiente sobre los cotos: Señor Editor del Semanario: “M.s.m.
No me parece que está reservado a los literatos, y á los hombres que han freqüentado los colegios coger la pluma y comunicar sus pensamientos y observaciones. Los que no hemos saludado las aulas, los que somos llamados ignorantes podemo decir lo que hemos visto, como resulte en bien de la humanidad. Vm. me permitirá, que haciendo una genuflexión reverente á los que se creen ilustrados, hable por la primera vez el público, en un estilo sencillo.
“Vm. convidó á todo el Reyno á que se trabajase sobre la curación de los cotos, y Vm. ofreció un premio; pero hasta ahora no se ha presentado una Memoria sobre la curación de este azote terrible del hombre del N.R. de Granada. Yo no puedo mirar sin el más vivo dolor de mi corazón la indiferencia de nuestros compatriotas ilustrados.
Tener luces, tener tiempo y medios para hacer indagaciones sobre los cotos, y permanecer en tranquilidad, viendo gemir un tercio de nuestros hermanos baxo el enorme peso de los cotos, y reproducirse esta generación en otra de insensatos, es un ministerio que no puede penetrar. Esta apatía, permita V. que yo use de este lenguaje científico á que no estoy acostumbradp, es incusable, y yo no puedo ya guardar mas tiempo el silencio forzado en que me he mantenido, viendo los progresos que hacen todos los días los cotos en esta villa y demas lugares del Reyno.
Pedro declamar, no es obrar en beneficio de nuestros hermanos afligidos. No soy médico, jamás he recetado en frases pomposas, y obscuras; pero puedo decir con sencillez sal, coto, garganta. Oyga, pues, V. lo que he visto.
“Corre en esta Villa con mucha fama para curar los cotos la sal que se extrae de la Vega de Supía. D. Tomás Roberto Morand, Oficial de la Administración de Tabacos, con quien he vivido, estaba cargado de la mole de un gran coto, que le atormentaba en todos los momentos. Trató de aliviarse, y todos sus remedios se reduxeron á sasonar su alimento con la sal de la Vega de Supía, y terminar con una tasa de Café.
A los dos meses de este régimen percibió que su garganta se desenbarasaba, y que el material que constituía el coto descendía á las regiones baxas. Permita V. ahora que mude de estilo, y que me explique sin términos técnicos de una facultad que no poseo.
Me alegro, por que esto contribuye mucho á que me entiendan los que adolecen de coto. Pero vamos nuestro negocio. “La señora Doña Micaela Dorrell aplicó esta sal á una hija que adolecia de esta terrible enfermedad, y se ha disminuido notablemente. D. Tomas Carrasquill que lloraba la suerte de su hija Doña Bárbara ocurrió a esta sal benéfica, y desapareció enteramente el coto.
“Aquí tiene V., Señor Editor, lo que he visto, y palpado, y deseo que se analise y examine esta preciosa sal de la Vega de Supía. Ya me parece que oygo á los que creen que todo se ha de explicar en griego, en latín, ó en un idioma que nadie entiende: empirismo, empirismo; pero empirismo y los que no saben mas lengua que la nativa, son los que han eseñado los pocos remedios que tenemos.
Un infeliz Indio de Loxa enseñó á los Doctores y á toda la Europa que la corteza de su Quinquina curaba las calenturas intermitentes: después se le pusieron nombres sabios, tomados de la lengua que habló Platón, Discorides, ó Plinio: se hicieron muchos volúmenes, y hoy hacemos lo que hizo el Indio de Loxa. Sírvase V., Sr. Editor, ponermele á este remedio un poco de frase científica, y presentela al público con toda la máscara pomposa de términos que no podemos enunciar; pero nó, Sr. Editor, nó pues mas vale que se curen desgraciados con este remedio, aunque se le dé el epíteto de empírico. “Dios guarde á V. muchos años. Honda y Mayo 25 de 1809.
Nicolas Tanco
Nota del Editor:
“Sospechamos que la sal remitida de Buga sea la misma de la que habla Don Nicolas Tanco. Es de desear que estos buenos patriotas nos den noticias sobre el lugar preciso en que se recoge este remedio. Ofrecemos repartir entre los que padecen esta enfermedad las tres libras de esta sal, que tenemos en nuestro poder, con solo el encargo de comunicarnos los efectos”.
Evidentemente el primero de los tres casos descritos por Don Nicolas Tanco, el del oficial de la administración de tabacos, representa muy seguramente el descenso retroesternal de una gran bocio, y no la regresión por la ingestión de sal yodada. Pero lo otros dos, de bocio en mujeres jóvenes, sí podrían ser aceptados como evidencia de la regresión de bocios por la ingestión de esta sal.
Antonio Ucrós Cuéllar publicó en 1960, su clásica monografía Consideraciones Histórico-Endémicas del Coto en Colombia. El lector interesado debe consultarla como fuente admirable de información histórica. Señala Ucrós Cuéllar que en 1794 el Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá, publicó el primer trabajo conocido sobre tiroides: Reflexiones sobre la enfermedad que vulgarmente se llamo COTO, el cual apareció anónimo y que ya ha sido citado en párrafos anteriores.
Luego en 1797, probablemente en el mismo Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá, apareció la monografía de Gil de Tejada titulada Memoria sobre las causas, naturaleza y curación de los cotos en Santa Fe, la cual fue reimpresa en 1836.
Ucrós Cuéllar revisa luego las diferentes publicaciones sobre la materia, entre ellas las publicadas por el Semanario del Nuevo Reyno de Granada dirigido por Francisco José de Caldas, y relata la áspera polémica que sostuvieron José Félix Mérizalde y Miguel Ibañez, a través de publicaciones de inusitada agresividad, en las cuales, sin embargo, hacen importantes observaciones sobre la etiología y terapéutica de los cotos.
También aparece en la monografía de Ucrós Cuéllar la reproducción de la lámina número 145 de la Comisión Corográfica (1850), la cual muestra claramente el cotode un trabajador. Aquí la reproducimos en fotografía tomadas del original, que reposa en la Biblioteca Nacional, por cortesía del Instituto Colombiano de Cultura (Fig.10).
Figura 10. Lámina No. 145 Album de la Comisión Corográfica
(Cortesía del Instituto Colombiano de Cultura y de la Biblioteca
Nacional de Bogotá, Colombia) y detalle de la anterior.
Descubrimiento del yodo en la etiología y tratamiento del bocio
La etiología del bocio y el uso del yodo como aplicación específica de su tratamiento apareció poco tiempo después del descubrimiento y aislamiento de este elemento de las esponjas marinas por Courtois en 1811. Proust parece que lo usó en forma específica en el año de 1816, y Coindet (1820) y otros autores informaron en Suiza y en Inglaterra sobre el tratamiento específico del coto con yodo (Langer 1968).
Pero revisando la literatura médica colombiana su puede afirmar que fue aquí, en el Nuevo Reyno de Granada, donde por primera vez se sugirió que la carencia de yodo era factor etiológico del bocio endémico y que la ingestión de sales yodadas resultaba en su curación.
Boussingault, un científico francés, hizo importantes observaciones sobre las causas del bocio en las Cordilleras de la Nueva Granada (Boussingault 1831,1849). Aparentemente recomendó por primera vez en 1831 la adición de pequeñas cantidades de yodo en la sal doméstica como forma de prevenir el bocio.
La idea nació del análisis de sales usadas por individuos con bocio que vivían en las regiones endémicas de Colombia. Humboldt en 1824 anotó la ocurrencia de bocios en los Andes y observó que algunos de los habitantes habían aprendido a procurarse sal de ciertas regiones distantes de sus lugares de residencia como manera de disminuir el bocio.
Boussingault analizó algunas de estas sales y encontró que tenían cantidades apreciables de yodo. Andrés Soriano Lleras en su libro La Medicina en el Nuevo Reyno de Granada durante la Conquista y la Colonia, hace varias citas pertinentes.
Refiriéndose a la presencia de José Celestino Mutis en Santa Fe, donde el científico continuó consignando en su diario datos referentes a la medicina empleada en el país, inquiriendo de varios informadores acerca de ella, dice: “Varios conceptos referentes al coto o bocio: se le dijo que los escrementos humanos eran buenos para su tratamiento, lo mismo que el agua que se encuentra en “canutos” del arboloco; que un gallinazo abierto y colocado sobre el coto lo abre”.
Don José Rocha le contó que los cotudos que iban a Antioquia curaban, por lo cual el preguntó si allá bebían agua que “pasara por zarzas”, a lo que le contestaron que sí. Oyó que en Usme y Tunja también desaparecían los cotos y en cambio eran frecuentes en Soatá.
En Antioquia no había cotos, “ahogos ni hidropesías”, lo que era atribuido a las propiedades de una quebrada llamada Quebrada de la Villa, y que esa acción se había observado desde cuando se trabajó en un terreno “que desagua en la quebrada o el agua pasa por una mina localizada en ese lugar”.
Menciona también Soriano Lleras que en 1784 (sic), en el número 137 del Papel Periódico de la Ciudad de Santa Fe de Bogotá, apareció el trabajo de Mutis titulado Reflexiones sobre la enfermedad que vulgarmente se llama coto (*).
Pero la cita que Soriano Lleras luego atribuye a don Vicente Gil de Tejada, quien en 1797 publicó sus Memorias sobre las causas, naturaleza y curación de los cotos en Santa Fe, es realmente de Boussingault, y posiblemente ésta sea la primera definición perentoria que se hace del efecto de la relación específica entre el yodo y los bocios.
Generalmente se reconoce que J.B Boussingault fue quien recomendó por primera vez, en 1813, la adición de pequeñas cantidades de yodo a la sal como medida preventiva contra el bocio.
Este joven agrónomo francés encabezó la delegación científica que viajó a la Gran Colombia, por encargo del gobierno de General Francisco de Paula Santander, a estudiar las características topográficas, metereológicas, sanitarias y los recursos naturales.
Sus cuidadosas observaciones sobre el bocio fueron presentadas por la Academia de Ciencias de Francia en tres monografías tituladas: Memoria sobre la existencia del yodo en las aguas de una salina de la provincia de Antioquia. Memoria sobre las salinas yodíferas de los Andes y Sobre las causas del coto en las cordilleras de la Nueva Granada, todas comprendidas bajo el título Viajes Científicos a los Andes Ecuatoriales de la Nueva Granada, Ecuador y Venezuela. (Boussingault 1849).
Dice Ucrós Cuéllar: “Más que por sus hallazgos, por no querer controvertir las ideas de la época, Boussingault acepta la suposición de que el coto endémico depende del uso de las aguas escasas en aire”; pero la síntesis y final de su memoria dependen de su trabajo experimental y se concretan en las frases siguientes: “Estoy seguro de que el coto desaparecería de la Nueva Granada si las autoridades tomaran medidas para establecer en cada cabecera de cantón donde el coto es endémico depósitos de sales yodíferas en las que los habitantes pudieran surtirse de la sal necesaria a su consumo” (**).
* Esta publicación es anónima y apareció en 1794.
* *Esta es la cita que Soriano Lleras atribuye erróneamente a Don Vicente Gil de Tejada en la primera edición de su libro La Medicina en el Nuevo Reino de Granada durante la Conquista y la Colonia (3). En la segunda edición este error aparece corregido.
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