Comentario al Trabajo La Nutrición: Ciencia Básica

Académico Efraím Otero-Ruiz

El término “nutrición” se ha usado y abusado mucho, sin que quienes lo emplean se detengan a pensar en los conceptos fundamentales que implica: por eso el autor propone un tratamiento comprensivo de la nutrición como ciencia de los organismos vivos, empezando por decirnos que ellos forman parte de uno o de varios ciclos característicos de la biosfera, como son el de la energía, el del agua, el del oxígeno, el del carbono, del fósforo y algunos otros macro o micro elementos.

Y es justamente la integración armónica con esos ciclos la que define la vida, así como el separarse de ellos, aunque sea gradual y fragmentariamente, representa la muerte, configurada como todo un proceso.

Por eso, al decir que aunque sanos, morimos un poco cotidianamente, hubiera podido resumir ese párrafo con el verso inicial del inmortal soneto de Julio Flórez, escrito hace ya un siglo: “Algo se muere en mi todos los días”. (Lea también: La Nutrición: Ciencia Básica y las Bases de la Nutrición)

Como colorario, entra a definir la nutrición como aquella ciencia “que mantiene al hombre dentro de los ciclos biológicos” y que, por tanto, constituye la ciencia básica por excelencia puesto que, retomando las palabras de Claude Bernard, constituye la ciencia del medio interno y el externo.

Al hablar de la indestructibidad de la materia durante esos ciclos debemos acordarnos que, aquello que se tomó como una afirmación meramente filosófica durante muchas centurias y en que se basaron las ideas de reencarnación de los hindúes, sólo vino a comprobarse experimentalmente hace 50 años, a partir de la era atómica, cuando los trazadores isotópicos mostraron como los átomos de un mismo elemento pasan cíclicamente de lo orgánico a lo inorgánico, de lo vivo a lo muerto, cumpliendo en esa forma la primera ley de la termodinámica y permitiendo técnicas tan espectaculares como la datación precisa de restos vegetales y animales por medio del carbono-14.

Justamente a raíz del ciclo del carbono el autor nos señala los vínculos indisolubles entre respiración y nutrición en vegetales y animales, mostrando cómo en los niveles celulares el final último del proceso metabólico, aerobio o anaerobio, en la liberación directa o indirecta de energía (mediada o no por la ganancia de electrones en las moléculas de ADP) con la producción colateral de CO2 y agua que reingresan a sus ciclos respectivos.

Dentro de ese proceso, y a través de la intervención de las proteínas y ácidos grasos en el ciclo de Krebs, van a ingresar los otros ciclos que el autor nos describe como los del oxígeno, el nitrógeno y el fósforo, parte integrante y necesaria de toda actividad vital, al menos en el ser heterotrófico y holozoico que es el hombre.

Regresando un poco teleológicamente a ese ser elemental, uni o pluricelular, que se debatía hace muchos millones de años en el caldo primigenio, el autor nos recuerda cómo un paso esencial para salir del mismo fue la creación y definición de una membrana, semipermeable, diría yo, para permitir la entrada y salida discriminada de líquidos, electrolitos y nut ientes.

De ahí pasa a describirnos el surgimiento de las bombas, circulatoria y respiratoria, para poner en movimiento los líquidos y los gases, ellos a su vez mecanismo y consecuencia de los ciclos anteriormente mencionados.

Le falta quizás por mencionar otra bomba que Homer Smith, el creador de la nefrología en Norteamérica, mencionaba en sus lecciones inolvidables y es la del túbulo y glomérulo renal, que permitió por vez primera que ese organismo primitivo mantuviera concentraciones electrolíticas muy diferentes a las de su medio externo y contara con mecanismos para eliminar líquidos o detritos no deseables.

No se nos escapa la trascendental importancia que en décadas recientes y a nivel celular se ha dado a esas llamadas “bombas de sodio, de potasio y de calcio” y el papel que juegan, no sólo en la regulación de la tensión arterial sino en la misma actividad eléctrica cerebral, proceso eminente que distingue al “homo sapiens” por encima de todos los seres de la creación.

Fiel a los principios generales que propone desde el comienzo, el doctor Jaramillo nos afirma lo útil que es extender el concepto de nutriente a todas aquellas substancias necesarias para la ida, empezando por el oxígeno: de la urgencia con que se establezcan las carencias de cada uno de ellas (oxígeno, agua y electrolitos, proteínas, ácidos grasos, carbohidratos, vitaminas, micro elementos) deriva el llamado “principio de prioridad” y, como consecuencia práctica nos señala que el paciente deberá estar primero bien oxigenado y bien perfundido e hidratado para proceder luego a administrar, oral o parenteralmente, los otros nutrientes en orden de importancia.

El hecho de que esos nutrientes puedan ser o no producidos endógenamente nos da el “principio de esencialidad” que, unido al anterior, determina cuáles de ellos podrán suprimirse permitiendo la supervivencia mediata o inmediata.

Esas deficiencias cruzadas nos llevan al otro principio, el de “dependencia”, en que la carencia de uno lleva a alteraciones sustanciales en el metabolismo o aprovechamiento de los otros; al de “universalidad”, que destaca la importancia tanto de los macro como de los micro elementos en el soporte nutricional; el de “precisión”, que señala los límites relativamente estrechos en que se mueven las cantidades de esos nutrientes cuyo defecto y cuyo exceso pueden ser igualmente deletéreos en la mayoría de los pacientes. Por eso él pone en duda el término “hiperalimentación” aunque le reconoce un connotado valor histórico.

Y por ultimo el “principio de la no-inocuidad”, que señala que ningún nutriente suministrado de manera anómala es completamente inocuo, y que es como volver, en un recordatorio final, al “primum non nocere” de la clásica medicina hipocrática.

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  1. Interesante artículo. Nunca había pensado en la nutrición en términos científicos ni tampoco pensé en el oxígeno como actor importante en todo este proceso