Letras, Discurso de Orden Pronunciado por el Dr. Carlos Sanmartín

Con motivo de la conmemoración del centenario del nacimiento del profesor Luis Patiño Camargo, en el paraninfo de la Academia Colombiana de la Lengua

Sesión Solemne y Conjunta de la Academia Nacional de Medicina y la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina. 21 de noviembre de 1991.
Señor ex-Presidente, Dr. Carlos Lleras Restrepo y señora;
Señores presidentes de la Academia Nacional de Medicina y de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina;
Señores miembros de sus Juntas Directivas; Distinguidos familiares del Dr. Luis Patiño Camargo;
Señores académicos y miembros de la Sociedad histórica;
Señoras, señores:

Hace muchos años -tantos que yo tenía apenas quince- íbamos una tarde a bajar con mi padre a Villeta para reunirnos con el resto de la familia, cuando mencionó que con nosotros viajaría el Dr. Luis Patiño Camargo. Cuando le pregunté quién era nuestro acompañante, dijo: -Es un médico que sabe de todo, que conoce muy bienel país y que ha descubierto una enfermedad nueva para Colombia”.

Cuando anochecía pasamos por Sasaima y se sentía ese aroma, inconfundible de nuestras tierras templadas; tímidamente pregunté a qué se debía y el Dr. Patiño me explicó que ese olor característico era el de un pasto o gramínea originaria del Africa, que prospera en las laderas andinas y que suele crecer a la vera de nuestros caminos.

Recuerdo que durante el viaje hablaron con mi padre de muchos temas, llamándome la atención la propiedad con que se refería a las variadas plantas a lo largo del trayecto.

Hoy, más de medio siglo después, vengo a evocar su memoria en representación de la Academia Nacional de Medicina y de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina, que me han otorgado el privilegio, que agradezco muy de veras, de llevar la palabra en esta ocasión en que se conmemora y celebra el centenario del nacimiento de tan ilustre colombiano.

En el libro de bautismos No. 15, folio 56, de la pequeña población de Iza, sita en el Valle de Sogamoso, dice: “En Iza, a veintinueve de noviembre de 1891, bauticé solemnemente a un niño de cuatro días de nacido a quien llamé Luis Benigno, hijo legítimo de Timoteo Patiño y Mercedes Camargo; abuelos paternos Domingo (Patiño) y Valeria Ramos; maternos, Remigio (Camargo) y Bárbara Bayona. Fueron padrinos Telésforo Bayona y Domitila Fonseca, a quienes advertí lo necesario. Doy fe Rubén Salcedo”.

Su niñez transcurrió en Iza y allí, en la escuela pública y en el Colegio de Pesca hizo los estudios de primaria. Los de secundaria los inició en el Colegio Sugamuxi de Sogamoso y los terminó en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario de Bogotá; este Colegio y su rector, Monseñor Rafael María Carrasquilla, tuvieron gran influencia sobre Luis Patiño. En 1914 recibió su diploma de Bachiller y fue elegido para la honrosa posición de Colegial de Número de ese centro docente.

Siempre estuvo orgulloso de haberse formado en esos claustros y siempre recordó con respeto, afecto y gratitud a Monseñor Carrasquilla; estos sentimientos los expresó bellamente en repetidas ocasiones, por ejemplo, en su tesis de grado de 1922, a la cual me referiré más adelante, y en el discurso que pronunció en 1968 cuando ingresó a la Academia Colombiana de la Lengua tratando doctamente el tema del léxico médico. (Lea: Letras, ¿El Bastón de Esculapio o el Caduceo de Mercurio?)

Relatar y comentar en una ocasión como esta que hoy nos congrega la vida, las múltiples actividades, las muchas realizaciones de Luis Patiño Camargo y las numerosas distinciones que recibió y todo lo que sobre él se ha escrito, sería tarea de varias horas.

Existe un gran caudal de información al respecto, gracias al escrupuloso cuidado con que él conservaba correspondencia, documentos, publicaciones, etc., ya la excelente labor de recopilación y ordenamiento, que con filial afecto y dedicación ha hecho José Félix, su hijo ..

Otras personas, sin duda más calificadas y capaces que yo, han exaltado con gran altura e impecable estilo la vida de nuestro personaje. Así pues, para no hacerme interminable mencionaré brevemente algunos de los muchos hechos de su existencia, tratando de resaltar los que, a mi juicio, fueron más salientes.

En 1914 comenzó sus estudios en la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales de la Universidad Nacional. Su actividad debía ser asombrosa, pues ya a partir de 1917 y hasta 1922 desempeñó varios cargos, con responsabilidad y competencia: Jefe del Laboratorio Clínico y Practicante de la Casa de Salud de Marly; Preparador de Bacteriología e Interno de la Clínica General de la Facultad de Medicina; Profesor de Historia Natural del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.

Entre 1920 y 1922 fue Jefe de Clínica del Servicio de Urología de Zoilo Cuéllar Durán y fue entonces cuando sucedió un episodio de excepcional importancia, que afortunadamente se resolvió de feliz manera, que Gonzalo Reyes García -recientemente fallecido- narra en u libro “Memorias y Relatos, 1897-1985″:”Otro Profesor que teníamos era el Dr. Zoilo Cuéllar Durán, quien le dio preponderancia a la urología y era cirujano hábil que no tenía miedo a arriesgarse en operaciones complicadas.

Su Jefe de Clínica, cuando yo hice el curso de urología, era el Dr. Luis Patiño Camargo. Me acuerdo del incidente con la operación que le hizo de una hernia al Dr. Patiño. Entonces la anestesia general no estaba bien dirigida, ni había los elementos necesarios para los casos de urgencia y así fue que en la anestesia y durante la operación tuvo un desfallecimiento cardíaco.

El Dr. Cuéllar con calma hizo todo lo indicado para volver la normalidad a su operado; yo lo vi cuando tiró los guantes y dijo: ¡Se nos fue Patiño! Afortunadamente los ayudantes siguieron en la brega con respiración artificial e inyeccciones de adrenalina y Luis Patiño volvió a la vida”.

Los trabajos de tesis, que eran requisito indispensable para obtener el título de Doctor en Medicina y Cirugía, se elaboraban, por lo general, en el término de unos meses, tal vez un año y raramente en un tiempo más largo. Luis Patiño Camargo preparó la suya durante cinco, desde 1918 hasta 1922 cuando recibió su grado de la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales de la Universidad Nacional.

Esta tesis, “El Tifo Negro o Exantemático en Bogotá”, con 175 páginas, es extraordinaria por el trabajo sostenido y concienzudo que representa y hoy todavía es digna de leerse con provecho, pues expone de manera ordenada los aspectos históricos, clínicos, estadísticos, epidemiológicos, terapéuticos, preventivos y experimentales de la enfermedad. Está escrita en excelente castellano y es respetuosamente polémica en relación con los prestigiosos médicos que negaban la existencia del tifo exantemático en Bogotá.

El trabajo tuvo dos orientadores fundamentales: el Dr. Carlos Esguerra en la parte clínica y el Dr. Jorge Martínez Santamaría, quien dirigió la decisiva experimentación microbiológica en el Laboratorio Samper-Martínez; la prematura y sorpresiva muerte de Martínez Santamaría hizo que Bernardo Samper le reemplazara como presidente de Tesis. Durante muchos años se debatió dentro de nuestro cuerpo médico el asunto de si en Bogotá había o no tifo exantemático.

Para unos, los unicistas, tal enfermedad era sólo una forma grave e hipertóxica de la fiebre tifoidea; para otros, los dualistas, se trataba de dos entidades diferentes. Ambas ideas tuvieron distinguidos y ardientes defensores, hasta que en 1922 la tesis de Patiño Camargo puso punto final al debate, al demostrar de manera incontrovertible que se trataba de una rickettsiasis y estableciendo la dualidad etiológica, clínica y epidemiológica de las dos enfermedades.

Una vez graduado el Dr. Patiño inició su ejercicio profesional como médico del Hospital San Vicente del Lazareto de Agua de Dios. En 1923 se trasladó a Ocaña en donde residió por dos años y combatió un grave brote epidémico de enfermedades entéricas.

El 25 de diciembre de 1925 casó con doña Ana Restrepo, iniciando así cincuenta y tres años de armonioso matrimonio. A ella, su fiel compañera de toda la vida, quiero rendir tributo de admiración y respeto.

Lajoven pareja se estableció en Venezuela, en San Cristóbal del Táchira, en donde el Dr. Patiño ejerció la medicina y enseñó química orgánica en el Colegio Simón Bolívar. Allí nació José Félix, el primogénito, y para reafirmar el carácter de colombiano de su hijo prefirió que fuese bautizado de este lado de la frontera, en Cúcuta.

De 1927 hasta 1932 ejerció en esta última ciudad y en las poblaciones circunvecinas. El Director Nacional de Higiene, Pablo García Medina, le encomendó el saneamiento de los valles de Cúcuta con énfasis en la eliminación del Aedes aegypti, vector de la fiebre amarilla urbana. Con organización y disciplina y logrando la cooperación de la población, logró el fin propuesto.

José Velásquez García, quien con el seudónimo de Julio Vives Guerra publicaba un anecdotario en la prensa, contó que en Cúcuta se imponía una multa al dueño de la casa en donde los inspectores del Dr. Patiño encontraran larVas del mosquito que se combatía; en alguna ocasión se hizo el hallazgo en su propia casa y el Dr. Patiño procedió a multarse a sí mismo, y a pagar la multa correspondiente.

Su labor en Cúcuta incluyó el establecimiento de La Gota de Leche para los niños desamparados y la práctica de la cirugía, siendo quien por primera vez llevó a cabo una esplenectomía en esa ciudad. El paludismo y sus vectores fueron también objeto de su afán de salubrista durante su permanencia en el Norte de Santander.

Regresó a Bogotá en 1932 y de nuevo su actividad fue variada e intensa. Desempeña sucesivamente en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional los cargos de Auxiliar de la Cátedra de Parasitología; Profesor Titular de Botánica y Zoología; Profesor Agregado de Clínica Tropical; Profesor de Patología Tropical; Encargado de la Cátedra de Clínica Tropical; Profesor Titular de Clínica Tropical y Profesor Honorario de la Universidad Nacional.

En el campo de la salud pública ocupó el Dr. Patiño altas posiciones como fueron: Director Nacional de Higiene; Médico Jefe de Investigaciones sobre Fiebre Amarilla; Subdirector del Laboratorio del Instituto Federico Lleras de Investigación Médica; Director del Instituto Nacional de Epidemiología e Investigaciones Médicas; Director de Salubridad Nacional; Director del Ministerio de Salud.

De sus numerosísimas publicaciones científicas tengo que limitarme a muy pocas de ellas. En marzo de 1933 J. Austin Kerr y Luis Patiño Camargo presentan en la Revista de Higiene el trabajo titulado “Investigaciones sobre fiebre amarilla en Muzo y Santander”.

Para esa época ya se disponía de métodos serológicos para el estudio de la epidemiología de la enfermedad. Esas pesquisas, que fueron adelantadas con todo rigor y que exigieron una intensa y ardua labor de campo sirvieron, entre otras cosas, para confirmar la convicción expresada veintiséis años antes por Roberto Franco de la existencia de la fiebre amarilla selvática. La lectura de esta publicación es interesante, informativa y amena.

Es muy llamativo que las distancias no se dan en1tilómetros sino en el tiempo necesario para recorrerlas a lomo de mula, lo cual no sólo da idea de lo abrupto de los caminos sino que, con excelente sentido epidemiológico indica, por ejemplo, el tiempo que tomaría para que una persona infectada llevara la enfermedad de un lugar a otro.

En el mismo campo, en 1936, hay otra publicación de Patiño en la Revista de la Facultad de Medicina; la tituló “Notas sobre fiebre amarilla en Colombia”; se trata de un buen resumen con una excelente bibliografía de 117 referencias.

En el breve lapso de tres años hace Patiño Camargo dos de sus grandes contribuciones al conocimiento de nuestra patología.

Desde junio de 1934 se había presentado en Tobia, corregimiento de Nimaima, cerca de Villeta, sobre la vertiente de la cordillera oriental hacia el río Magdalena, y a 118 kilómetros de Bogotá, una enfermedad febril aguda, de altísima mortalidad.

El Servicio de Fiebre Amarilla recibió los primeros informes sobre el asunto en mayo de 1935, pues se llegó a pensar que podría tratarse de casos de tal entidad. El primer viaje al área afectada se limitó a recoger información epidemiológica y a tomar muestras de sangre, cuyos sueros no mostraron anticuerpos para el virus amarílico.

Al mes siguiente se observaron varios casos más; se pudo tomar muestra de hígado de uno de ellos, pero no se hallaron las lesiones microscópicas características de la fiebre amarilla. En noviembre surgió un nuevo brote y, otra vez, los miembros de la comisión no encontraron casos activos cuando llegaron a la zona.

Finalmente, el 3 de diciembre, el médico del hospital de Villeta telegrafió a Bogotá informando que acababa de recibier tres pacientes provenientes de Tobia con signos y síntomas de la temida enfermedad.

Ninguno de los exámenes de laboratorio que se practicaron pudo aclarar la situación, excepto la inoculación de sangre por vía intraperitoneal en curíes, cuyos resultados característicos, unidos a las manifestaciones clínicas de los enfermos, permitieron establecer que se trataba de fiebre petequial, o fiebre manchada de las Montañas Rocosas o tifo de Sao Paulo.

El artículo “A spotted fever in Tobia, Colombia” publicado en 1937 en American Journal of Tropical Medicine por Patiño, Afanador y Paul, es hoy clásico y se debe leer íntegramente, pues presenta los aspectos clínicos y epidemiológicos, con muy juiciosas consideraciones sobre los vectores.

Este hallazgo de Patiño de la infección por Rickettsia rickettsii, estableció el primer foco conocido en Colombia de esta gravísima enfermedad; otros surgieron después en Betulia y Zapatoca en Santander. Quien ahora habla tuvo la oportunidad de aislar e identificar de nuevo el germen en la epidemia de 1949 en el Valle de Suratá, en las inmediaciones de Bucaramanga. Hace cinco años el Instituto Nacional de Salud volvió a hacer el diagnóstico en la zona de Anapoima cercana de Bogotá.

Desde principios de 19361as autoridades del departamento de Nariño venían seriamente preocupadas por una mortífera epidemia que apareció en las vertientes de los ríos Juanambú y Mayo y posteriormente con gran virulencia en la del Guáitara.

Inicialmente se creyó que se trataba de paludismo agudo pernicioso ..Luego se pensó en fiebre tifoidea. En febrero de 1938 se habló de fiebre amarilla y aun de peste.

Varios médicos de Nariño y prestigiosos profesionales enviados por las autoridades sanitarias de Bogotá visitaron la región afectada y fueron descartando una a una las posibilidades diagnósticas antes mencionadas, pero sin definir positivamente de qué se trataba.

Ante el desconcierto reinante, y cuando se estimaba que las víctimas ya sobrepasaban las cuatro mil, el gobierno centhd tuvo el acierto de comisionar al Dr. Patiño Camargo para que viajara a Nariño y estudiara la situación. El18 de enero de 1939, apenas cuatro días después de haber llegado a Pasto y a los dos de su diagnóstico clínico, el Dr. Patiño vino a confirmarlo con la demostración en el extendido de sangre de un febricitante de la Bartone- Uabacilliformis.

Se trataba pues de la fiebre de Oroya o enfermedad de Carrión, que hasta entonces era conocida solamente en el Perú. Para mí es indudable que el Dr. Patiño al salir de Bogotá ya llevaba consigo un concepto claro de la naturaleza de la epidemia, gracias a su sagacidad clínica y epidemiológica y al vasto conocimiento que tenía de la literatura médica.

Existe un relato, hecho por un testigo de excepción, de lo relacionado con el diagnóstico de la bartonellosis de Nariño. Por tal razón vaya leerlo íntegramente, con la venia de su autor, el Dr. Hemando Groot:

“En enero de 1939 cuando acababa yo de terminar el sexto curso me llamó el Dr. Patiño y me dijo: ‘A usted que ha venido trabajando en el laboratorio y que sabe hacer coloraciones de sangre, le ruego el favor de acompañarme a Nariño porque allí hay una enfermedad muy rara que está causando muchas muertes y es necesario estudiarla’. En 24 horas, una vez que hubimos preparado algunos elementos de diagnóstico, microscopio, medios de cultivo y solos antes, nos encaminamos al sur.

Después de haber pasado un domingo en Pasto estudiando la situación con los médicos de la localidad y recibiendo noticias cada vez más alarmantes sobre la alta mortalidad de la epidemia, al día siguiente tomamos la carretera a Sandoná, lugar donde se decía había muchos enfermos y a donde llegamos a la una de la tarde. Al punto nos dirigimos hacia un hospital improvisado en una vieja casa donde se hacinaban enfermos febriles y anémicos, algunos en trance de morir.

Después de que ambos habíamos examinado a varios de los pacientes, salimos al patio donde alguien nos señaló una convaleciente, una mujer de mediana edad, que mostraba en la cara dos o tres esferitas rojas del tamaño de una alverja pequeña.

‘¿Qué opina usted de todo esto?’, me preguntó el Dr. Patiño, con ese tono siempre amable que empleaba cuando deseaba pasar inadvertido y más bien darle importancia a su interlocutor. ‘No sé, le dije, ésta no se parece a ninguna de las enfermedades que he visto; sin duda se trata de una enfermedad infecciosa, pero las lesiones de la piel no tienen que ver con ella’.

‘Creo que el diagnóstico está hecho’, me replicó y añadió: ‘Para mayor seguridad hágase unas coloraciones de sangre de los enfermos febriles’. Atónito, pues no podía imaginar cuál sería el diagnóstico, seguí sus instrucciones y haciendo gala de mis mejores conocimientos teñí las preparaciones de sangre. Entregué la primera al Dr. Patiño, quien después de haberla examinado en el microscopio por algunos minutos, se volvió hacia mí y me dijo: ‘El diagnóstico está confirmado, venga, mire aquí’.

Me acerqué al microscopio y a través de sus lentes observé partículas que me parecieron residuos del colorante. ‘Me da pena, le advertí, pero esta preparación quedó mal hecha pues se precipitó el colorante’.

‘No, Groot, me dijo, su preparación está bien hecha y muy bien hecha; lo que usted está viendo son bartonellas, los microbios que causan la bartonellosis, Verruga Peruana o Enfermedad de Carrión, que son los nombres que se dan en el Perú a esa epidemia tan mortífera; la fiebre y la lesión cutánea tienen el mismo origen; esas bolitas rojas de la piel son las famosas verrugas peruanas’ “. Hasta aquí el Dr. Groot.

Durante el conflicto con el Perú, el Dr. Patiño Camargo fue nombrado Inspector de Sanidad de las tropas en campaña. Durante algo más de un año permaneció en la zona y se familiarizó con las grandes corrientes fluviales de nuestra hoya amazónica, estableciendo hospitales de emergencia en varios sitios estratégicos.

Cuando navegaba por el Orteguaza la lancha en que se movilizaba se incendió y zozobró; cuatro de sus acompañantes perecieron, pero él \! un ingeniero fueron arrastrados por el río a una isla, a la que llegaron también los despojos del naufragio y entre ellos el libro que venía leyendo, que llevaba una dedicatoria muy significativa: “A Luis Patiño Camargo, el más generoso, el más activo exponente de la ciencia colombiana en nuestros grandes ríos, en testimonio de admiración y afecto. Luis Eduardo Nieto Caballero, Tarapacá, septiembre 29 de 1933”.

Patiño Camargo representó brillantemente a Colombia en numerosas ocasiones en congresos científicos y en reuniones de variado orden, de la Organización Panamericana de la Salud y de la Organización Mundial de la Salud.

Su hábil actuación en la XII Conferencia Sanitaria Panamericana, reunida en Caracas en 1947, le convirtió en la persona central de la misma y la manera como la condujo logró allanar diferencias y unificar opiniones, llevando finalmente a la elección de Fred L. Soper como Director, con quien mantuvo siempre amistad personal, lo mismo que con Abraham Horowitz, quien le sucedió en tan alta posición.

En 1956 dirigió al Decano de la Facultad de Medicina una sobria y elegante carta en la cual solicita que teniendo en cuenta los años servidos y su edad, se dé trámite a su retiro y se declare vacante el cargo de Profesor Jefe del Departamento de Medicina Tropical.

A la copia de tal carta adjuntó en un papelito escrito a mano, uno de los tercetos de aquella hermosa poesía anónima de comienzos del siglo XVII titulada Epístola Moral a Fabio: “Más coronas, más triunfos dio al prudente/ que supo retirarse, la fortuna/ que al que esperó obstinada y locamente” .

Como premio y reconocimiento a su extensa y fecunda labor, Luis Patiño Camargo recibió muchas distinciones y fue acogido en nUIl.?-erosascorporaciones y sociedades científicas. Además de esta Academia perteneció a la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; a la Colombiana de la Lengua; a la Real de Ciencias de Madrid y a la Nacional de Medicina de México.

Así mismo, en Colombia fue mtembro de las Sociedades de Ciencias Naturales, de Leprología, de Sifilografía y Venereología, Antioqueña de Salud Pública y Mexicana de Historia Natural. Fue condecorado con la Cruz de Boyacá, la Medalla Cívica del Mérito Asistencial “Jorge Bejarano”, la Medalla del Patronato de Artes y Ciencias del Colegio Máximo de las Academias, la Orden “Daniel Carrión” del Perú y la de Finlay de Cuba, la Placa de la Universidad de Antioquia y Facultad de Medicina de Medellín.

Además, por sus logros en el desarrollo de ganado de raza en su hacienda, le fueron otorgadas la Medalla de la Federación de Ganaderos y la del Mérito Ganadero.

En septiembre de 1969 presenté ante la Academia Nacional de Medicina las investigaciones hechas por la Sección de Virus de la Facultad de Medicina de la Universidad del Valle en relación con la epidemia de encefalitis equina que afectó al país.

Con la debida anticipación escribí al Dr. Patiño Camargo para rogarle que me acompañara durante mi exposición. Como respuesta tuve obviamente su presencia y una hermosa carta que hoy conservo celosamente; en ella, además de generosos y desmedidos elogios, me hizo el mejor posible al llamarme su discípulo, calificativo que me llena de orgullo y me enaltece.

Luego en 1972 la American Society ofTropical Medicine and Hygiene me otorgó la sorpresiva distinción de escogerme para pronunciar la oración Charles Franklin Craig. El Dr. Patiño se enteró de que se me había encomendado tal compromiso y me envió a Cali una emocionante carta congratulatoria, en la cual me decía que escribía desde su finca de Gotua en donde disfrutaba “Beatus ille qui procul negotiis/ ut prisca gens mortalium/ paterna rura bobus exercet suis,/ solutus omni foenore”.

(De estas primeras líneas del segundo épodo de Quinto Horacio Flaco ha hecho una excelente versión nuestro Presidente Efraím Otero:

“Feliz quien de negocios alejado,
Como hicieran las gentes primitivas,
Suelo heredado con sus bueyes ara,
De usuras libre).

Sin duda que el Dr. Patiño durante sus últimos años transcurridos en la tranquilidad bucólica del valle que le vio nacer, debía también tener en mente la Vida Retirada de Fray Luis que canta “la descansada vida del que huye del mundanal ruido”.

Las dos cartas a que me he referido están escritas a mano, con aquella bella letra que tuvo y que en su caso correspondía exactamente a~ significado etimológico de caligrafía. Aquí es oportuno citar de nuevo a Gonzalo Reyes García: “Como yo era de los pequeños del colegio, había una sección especial en la cual los mayores ayudaban a la enseñanza y a vigilar a los demás chicos.

Recuerdo que mi maestro de escritura fue Luis B. Patiño, que tenía muy buena letra, oriundo de Iza, simpático pueblo que queda en los confines del valle de Sogamoso. Luis Patiño fue mi mejor maestro de escritura, pero nunca llegué a tener su linda letra”.

Si la calidad de un alumno se mide por su asistencia a clases, hoy puedo confesar, sin ninguna vergüenza, que fui pésimo; no obstante he de hacer la salvedad de que a las del Dr. Patiño nunca falté, pues me atraía su manera de explicar sin complicaciones aun los temas más difíciles, al tiempo que daba al estudiante la sensación de ser no un alumno, sino un interlocutor a la par suya.

Debo aclarar también que todo aquel tiempo, que eufemísticamente quiero llamar libre, lo pasaba en el Instituto Nacional de Epidemiología e Investigaciones Médicas que él dirigía y entre cuyos colaboradores tuve amigos insuperables a quienes mucho debo y siempre recuerdo.

En 1962 presentó renuncia del cargo de Director del Ministerio de Salud y retirado de sus actividades profesionales se entregó con mayor asiduidad a sus labores de campo en su tierra natal. Allí compró la hacienda de Gotua, que alguna vez había pertenecido a su antepasado el general Sergio Camargo y reconstruyó la casa conservándole su aspecto antiguo.

Siempre le preocupó la conservación del patrimonio artístico y arquitectónico del país y le dolía ver cómo, por no entender su valor intrínseco, se trocaban valiosas obras antiguas a cambio de imágenes acabadas de hacer en algún taller comercial, o ser testigo de la edificación de iglesias modernas a costa de la desaparición de las varias veces centenarias que se levantaron en la Colonia.

Cuando el párroco de Iza, con el beneplácito y el apoyo de la feligresía, propuso levantar un nuevo templo derruyendo la iglesita del pueblo, el Dr. Patiño se opuso a la idea; entonces se le motejó de liberal, masón, ateo y otras lindezas y cuando vio que tenía perdida la partida, compró la torre de la vieja iglesia para salvarla del progreso, la cual se alza hoy en su pueblo natal como recuerdo a su memoria.

Fue un buen conocedor de los clásicos griegos y latinos y obviamente de los de nuestro idioma. En sus escritos se percibe a un admirador del castellano del Siglo de Oro. Así, por ejemplo, en su tesis de grado de 1922 al relatar el tiempo que dedicó a revisar datos estadísticos, dice que pasaba los días de turbio en turbio, expresión ideada por Cervantes, cuando contaba cómo a Don Alonso Quijano se le iban las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, leyendo libros de caballerías.

Entre sus amigos hubo dos a quienes tuvo especial afecto y cuya desaparición le llenó de pesar: Federico Lleras Acosta y Gabriel Turbay, ambos muertos lejos de la patria.

Una de sus grandes ocupaciones fue la siembra de árboles para repoblar con ellos el valle y las colinas, sabiendo que tales vastas y bien acondicionadas plantaciones llegarían a su esplendidez cuando él ya no estaría para verlas.

De los innumerables árboles que él plantó, muchos de los cuales hoy forman bosques de corpulentos troncos, podría decirse lo mismo que se lee en el sencillo epitafio de la tumba de Sir Christopher Wren en la cripta de la majestuosa catedral de San Pablo de Londres que él construyera: “Visitante, si buscas su monumento mira a tu alrededor”.

El Dr. Patiño era suave pero firme; serio y estricto sin ser adusto; afable y con sentido del humor. Fue hombre de hogar cariñosamente dedicado a su esposa e hijos, para los cuales no escatimó esfuerzos para darles, como a su primogénito, la mejor formación posible.

Tuvo la gran virtud de ser optimista, viendo siempre en la vida y las personas los. aspectos gratos y amables y minimizando o discul panda los negativos. No se recuerda que se hubiera expresado mal de nadie y por el contrario se tiene presente su connatural benevolencia y sencillez para con todos.

Desapareció de entre nosotros el 13 de noviembre de 1978 a los 87 años de fecunda vida. Cuando sintió el rumor de las alas del ángel de la muerte quiso esperarla en su tierra del valle de Sogamoso. Hoy duerme en el cementerio de Iza alIado de sus padres.

Hubo entonces en Colombia unánimemente manifestación de pesar y fue general el reconocimiento a sus vastas ejecutorias. Juan Lozano y Lozano, quien fue su amigo desde la niñez, escribió entonces un emocionado recuerdo, del cual me permito aludir a algunas líneas que me parecen incomparables: “

En él se daban cita excelencias del intelecto y la conducta que rara vez se encuentran reunidos y sobre todas esas cualidades, si no fuera paradoja, se diría que resplandecía su modestia. Fue un hombre dulce, ingenuo, entusiasta, enamorado de los más puros ideales de la vida… Como amigo fue incomparable por su lealtad y su largueza…”.

Para terminar, creo que aquí vienen bien las líneas finales de los versos que hace más de quinientos años escribiera Jorge Manrique a la muerte de su padre, el maestre don Rodrigo:

“Así con tal entender,
Todos sentidos humanos
Conservados,
Cercado de su mujer,
De hijos y de hermanos
y criados
Dio el alma a quien se la dio
(El cual la ponga en el cielo
y en su gloria)
y aunque la vida murió
Nos dejó harto consuelo
Su memoria”.
¡Muchas gracias!

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