La Insulina y El Enorme reto de La Diabetes
La Idea de Banting
La insulina fue descubierta en la ciudad de Toronto en el verano del año 1921, gracias a la tenacidad de un médico a quien se le había prendido un bombillo, lo que logró el importante hallazgo científico.
A finales de octubre de 1920, el médico canadiense Frederick Banting (1891-1941) tomó –de manera casual- el número más reciente de Surgery, Gynecology & Obstetrics y leyó un artículo de Moses Barron sobre un caso de litiasis pancreática en el que a la autopsia se le había encontrado una atrofia de los acinis con persistencia sin embargo de las células de los islotes, algo parecido a lo que se observaba al bloquear por ligaduras un conducto pancreático.
Como esa noche no podía conciliar el sueño, se levantó en la madrugada y escribió: “Diabetes.
Ligar el conducto pancreático del perro. Mantener los perros vivos hasta que se degeneren sus acinis, quedando los islotes. Tratar de aislar la secreción interna de estos para alivia la glicosuria”.
Los que –casi- descubren la insulina
Desde antes de Banting y Best se pensaba que en el páncreas debía haber una hormona, que Meyer en 1909 había denominado insulina. Primero se realizaron los experimentos de Minkowski, que comprobaron la diabetes en perros sometidos a pancreatectomías, pero el teutón no pudo conseguir un preparado pancreático efectivo.
Luego, Opie y Sobolev (que sería como decir San Pedro y San Pablo, pues su trabajo lo realizaron de manera independiente) habían afirmado que los islotes pancreáticos eran necesarios para el control metabólico de los carbohidratos, y que la patología de estas células era la responsable de la diabetes.
El internista Georg Ludwig Zuelzer había preparado un extracto pancreático que había administrado a perros con glicosuria causada por epinefrina – e incluso a algunos pacientes-observando algunos efectos hipoglicemiantes, pero dicho extracto resultó tóxico por ser a base de alcohol.
El rumano Nicolae Paulesco había obtenido observaciones parecidas pero no había podido continuar sus experimentos; el fisiólogo Marcel Eugène Gley había depositado una carta sellada en la Sociedad de Biología de París, para abrirlo hasta que él lo ordenara.
En la carta titulada Sur la secrétion interne du pancréas et son utilisation thérapeutique afirmaba que había preparado un extracto a base de los restos atróficos de páncreas de conducto ligado, que había disminuido la glicosuria de un perro pancreatectomizado (L’extrait, injecté à des Chiens rendus préalablement diabétiques par l’extirpation totale du pancréas, diminue considérablement la quantité de sucre éliniinée par ces animaux). Hay quienes dicen que este francés fue de los que no tenía confianza ciega en sus investigaciones. (Ver: La Diabetes, el Síndrome Metabólico y las Hiperlipidemias)
El caso del fisiólogo Paulesco –de Bucarest- es al parecer más injusto.
Los rumanos protestaron fuertemente por la adjudicación del nóbel de la insulina a los canadienses, pues consideraban que primero había hecho el descubrimiento su compatriota. En 1916 él tuvo éxito en el desarrollo de un extracto pancreático acuoso que normalizaba la glicemia en los perros diabéticos, pero no pudo continuar sus experimentos debido a la primera gran conflagración europea.
Pero al finalizar la guerra, continuó con sus experimentos y aisló la pancreína, su versión de la insulina. Dicen sus defensores que entre abril y junio de 1921, Paulesco presentó cuatro trabajos ante la sección rumana de la Sociedad de Biología de París (que resumían sus investigaciones) y luego logró publicar en el número de agosto de 1921 de la revista belga Archives Internationelles de Physiologíe un extenso artículo sobre el papel del páncreas en la asimilación de los alimentos.
En abril de 1922 consiguió una patente del gobierno rumano para la fabricación de la pancreína, pero estos hechos fueron ignorados por la comunidad internacional. Intentos posteriores de dar crédito a los trabajos del rumano se han visto frenados por razones políticas, ya que el fisiólogo consideraba que había un complot judeo-masónico contra la nación rumana.
Por fin, la insulina
El joven ortopedista Frederick Banting acudió al profesor John James Richard Mc Leod (1876-1935), fisiólogo de la Universidad de Toronto, para exponerle su idea simplista y pedirle su ayuda.
Convencer a McLeod no fue fácil, pero en el verano de 1921, J.J.R. le prestó con displicencia su laboratorio con algunos perros, le asignó como asistente a Charley Best (1899-1990), futuro estudiante de medicina, quien tenía ya un grado de Baccalaureate en fisiología y bioquímica recién obtenido a los veintiún años. No era mucho lo que se les dio a estos ilusos, pero así se gestó el descubrimiento de la insulina.
Los canadienses lograron hacer un extracto del páncreas que se atrofió al ligársele el conducto de Wirsung; tajadas de él fueron colocadas en solución de Ringer, enfriadas y maceradas en mortero y luego filtradas.
Una hora después de inyectada la solución a un Terrier diabético, la glicemia descendió para volver a subir después de pasar azúcar por una sonda nasogástrica, aunque ni la hiperglicemia ni la glicosuria fueron tan marcadas como sucedió con un perro en que, sin darle el extracto, se había hecho previamente esto. Los dos investigadores habían hecho un descubrimiento extraordinario. Al año siguiente, sus investigaciones fueron publicadas en el Canadian Medical Association Journal.
McLeod
La participación de J.J. R. McLeod en el descubrimiento de la insulina fue menos concreta; pero al fin y al cabo era el jefe del laboratorio y el conocido profesor experto en carbohidratos; dio algunos consejos útiles e hizo importantes aportes al introducir a Collip en el equipo y presentar la insulina en sociedad.
McLeod consideraba que había dado suficiente crédito a los investigadores originales, tanto que declinó el ofrecimiento de poner su nombre en la lista de autores del artículo inicial sobre la insulina.
Banting y McLeod ganaron el Nóbel de Medicina en 1923, iniciándose así la era post-insulina; el antiguo ortopedista de niño compartió su premio con Best; el escocés hizo lo propio con Collip. Banting perdió la vida en un accidente aéreo en el tiempo de la Segunda Guerra a los cuarenta y nueve años, en sus últimos tiempos se había dedicado a estudios de la fisiología pulmonar.
(Lea También: El Metabolismo Intermediario)
McLeod fue médico de la Universidad de Aberdeen –en su país natal- estudió en Leipzig:
Fue demostrador de fisiología en la facultad de medicina de Londres, donde también dio conferencias de bioquímica, hasta el momento una ciencia en ciernes. Posteriormente se trasladó a Cleveland (Universidad Case Western Reserve) y finalmente fue elegido como profesor de fisiología en la Universidad de Toronto.
Se dedicó a trabajar en el metabolismo de los carbohidratos y contribuyó –de manera controversial- al descubrimiento de la insulina.
Escribió once libros, entre ellos Recent Advances in Physiology (1905); Diabetes: Its Pathological Physiology (1925); y Carbohydrate Metabolism and Insulin (1926). El auditorio del edificio de ciencias médicas de la Universidad de Toronto y las oficinas de Diabetes UK llevan el nombre de J.J.R. Macleod.
El gran clínico americano Elliot P. Joslin se dio cuenta sin embargo que solucionar el problema diabético no era así de simple; por supuesto que antes de Banting, Best y McLeod do de cada tres diabéticos con cetoacidosis morían y para evitarlo acudían a las dietas emanciantes de Allen; y que con la insulina, la mortalidad por esta complicación aguda se redujo a su mínima expresión. Al prolongarse la vida del diabético, pasaron entonces las complicaciones crónicas a constituirse en el real problema.
Hormonas diabetogénicas
El efecto diabetogènico de las hormonas contra-reguladoras de la insulina fue observado entre otros por Bernardo Houssay, quien notó la mejoría del perro diabético pancreatectomizado al realizar hipofisectomìas, disminuyéndose de esta forma sus requerimientos de insulina. Según el portal argentino dedicado al Nóbel latinoamericano (http://www.houssay.org.ar/hh/index.htm) Houssay constituyó un equipo de trabajo para investigar la acción de la insulina.
Entre otros resultados, halló que los perros a los que se había extirpado la hipófisis tenían reacciones hipoglicémicas muy acentuadas luego de la inyección de pequeñas cantidades de insulina.
Este hecho inesperado lo hizo intentar en el perro la doble extirpación de la hipófisis y el páncreas comprobando – con profunda sorpresa- que los perros que carecían de páncreas y de hipófisis no se tornaban diabéticos. El descubrimiento de este hecho acaeció en 1929. Este fisiólogo había descubierto que la diabetes pancreática no se producía en dichos perros hipofisoprivos.
Tampoco se producía en los sapos en los cuales, dada la conformación histológica de la glándula, era posible extirpar por separado el lóbulo glandular, equivalente a la parte anterior de la hipófisis de los mamíferos. La diabetes reaparecía, sin embargo, con el injerto de lóbulos glandulares. Finalmente, realizó con éxito otra contraprueba: la inyección de extractos de la parte anterior de la hipófisis provocaba hiperglicemia.
Burger y Kramer observaron una acción glicógenolítica directa sobre el hígado de un preparado impuro de la insulina, efectos que fueron en realidad de la hormona glucagón.
CLIC AQUÍ Y DÉJANOS TU COMENTARIO