“Unos Dicen una Cosa, y otros Otra”
Casi siempre los padres se echan las culpas de malcriar el uno a la otra, y viceversa. Y las abuelas son las “consentidoras”, o la tía solterona “es demasiado fuerte con la pobre muchachita…”. Todo esto puede ser o no cierto de un modo u otro, pero lo indudable es el carácter peligroso de las diferencias del trato de los familiares cercanos al niño. Las diferencias llegan en ocasiones a la contradicción, y en estos desacuerdos reside lo peor del error.
¿Qué juicio podrá formarse el pequeño de la justicia y acierto de sus mayores al comprobar que no están de acuerdo al permitirle y prohibirle sus acciones? Pues un juicio irrespetuoso, de desprecio.
Los adultos dejan de merecer la confianza del niño, y esto suele ocurrir demasiado pronto.
He conocido casos en los que el padre trataba de un modo, la madre de otro y cada abuelo y abuela de otro, y los seis discrepaban; aunque, naturalmente, los seis no ejercían en las criaturas la autoridad con igual imperio. El acto que el padre castigaba brutalmente, la madre lo celebraba; una abuela lo toleraba, la otra amenazaba y los demás no le daban importancia alguna. ¿Qué juicio podrá formarse de su conducta un niño viendo a sus progenitores reaccionar de ese modo?
Ningún juicio racional y seguro. Aprenderá al revés: que la norma o regla no existe, que el hacer o no hacer depende totalmente de la opinión o el capricho de sus familiares. Más tarde, si el pequeño es listo, advertirá que esas opiniones cambian de un día a otro en las mismas personas; esto es: que sus criadores o «educadores» ordenan y castigan según les da la gana.
Si un adulto sano y normal se viera forzado a obedecer a dos o tres jefes que le dan órdenes contradictorias, ¿qué le sucedería? Se desesperaría o renunciaría. Pues los niños son puestos en esa situación continuamente. ¡Pero los infelices, no pueden renunciar!
Y no se ha hecho todavía referencia al choque entre el hogar y la escuela. Opino que en Cuba es menos grave que en otros países, entre otras cosas por la existencia de los Círculos Infantiles; pero, sobre todo, porque las maestras se parecen bastante a las madres: cometen con los chicos errores muy parecidos. Pero esta obrita termina al llegar el niño o la niña al primer año escolar.
En realidad, lo mejor es el cambio de actitud; el amistoso y difícil acuerdo familiar. O la elección de “un manda-más” del niño, al que también los adultos deberán acatar. A espaldas de los menores pueden los mayores discrepar y darle instrucciones al “jefe”; pero nunca a la vista del niño. Él tiene que formarse en el cerebro una norma. (Lea También: “Niño, Estate Quieto No Toques… No Juegues”)
Sobre los efectos del divorcio legal
¿Y si la madre está divorciada? Gran pregunta de completa respuesta. Porque en todo eso también reina el error. Seré lo más breve posible.
El divorcio legal no es necesariamente más dañino para la prole que el otro divorcio, el divorcio afectivo, del que nadie habla en relación con la crianza. Y en realidad es pernicioso. Los padres que se llevan mal no crían bien. Pero… ahí habría materia para otro libro.
Los efectos del divorcio legal sobre la crianza de los niños menores de seis años pueden reducirse a casi cero si mamá y papá acuerdan hacerle sentir a sus pequeños lo menos posible la nueva situación. Que sigan recibiendo juguetes y dulces, y sobre todo, cariño protector y compañía grata. Que se sientan seguros y felices. Si esto se logra (y puede lograrse…) pues a lo mejor el divorcio mejora la crianza.
Sí, porque los progenitores no andan en la casa como el perro y el gato. Al revés: se conceden quizás ciertas elementales cortesías (que las inocentes criaturas toman por señales de afecto). En estos casos, nada frecuentes por cierto, los niños se limitan a preguntar por la causa de la ausencia del padre. Oyen evasivas y mentiras blancas; pero quizás podrían escuchar la verdad, después de haber ellos comprobado que el divorcio no le ha suprimido al padre.
Lo apuntado «dibuja» lo ideal; lo que una pareja madura y responsable hará cuando se vea forzada al divorcio. Tanto más se alejan los ex cónyuges de esa meta, tanto más perjuicios producirá el divorcio sobre la buena crianza de los hijos. Y al llegar los padres al extremo opuesto, al punto pésimo… el divorcio resultará desastroso y funesto para los pobres chiquillos. En el punto pésimo se encuentra uno con las «madres» obcecadas y torpes que aumentan la desgracia de sus hijos explicándoles las causas del divorcio y las culpas del padre y califican a éste con las peores palabras de su vocabulario.
El matrimonio ulterior plantea muchas y muy diversas cuestiones de crianza. Pero me parece que no es este libro el lugar indicado para estudiarlas. Antes convendría mucho investigar científicamente cómo suceden estas cosas en la realidad del nuevo hogar.
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