Síndrome del Primogénito Desplazado (o del Penúltimo Hijo)
Dr. Augusto Hernández Z.
Pediatra salubrista, Profesor Titular
Facultad de Medicina Univers
Cuando llega un segundo hijo al hogar, el primero o primogénito puede presentar una serie de síntomas y signos muy diversos que pueden alterar el normal crecimiento y desarrollo del niño y su entorno socio-familiar.
Algunos de estos signos y síntomas son: Trastornos de conducta tales como agresividad en la casa, escuela, jardín, colegio; bajo rendimiento escolar, pasividad extrema, se puede tornar introvertido, desatento. Participa poco en el juego y otras actividades grupales. Puede presentar regresiones como el descontrol de esfínteres(enuresis, encopresis), tartamudeo, dificultad para leer o escribir, miedos, terrores nocturnos severos, fobias, pánico, depresión. Dolores de cabeza (cefaleas, jaquecas), nauseas, vómitos, diarreas, dolor abdominal, cansancio fácil, dolores osteomusculares; las rabietas o pataletas se hacen más intensas o frecuentes, a veces llegan a tener convulsiones y otros signos conversivos, inclusive cuadros febriles, manifestaciones de atopía: rinitis, asma, dermatitis. Algunos vuelven a chupar dedo o solicitan chupo, quieren usar pañales, hablan como bebecitos. Son muy frecuentes las alteraciones del apetito: inapetencia o por el contrario, pueden comer demasiado (bulimia) y del sueño: somnolencia o insomnio.
El niño “desplazado” trata de llamar la atención de sus padres y aprovecha cualquier oportunidad para agredir al “intruso”, al nuevo bebé: con los deditos le chuza los ojos, le tapa la boca o la nariz, le pega, lo puede tirar de la cama al suelo, le hala el pelo, las orejas, la ropa. Aparenta quererlo mucho y expresa sus deseos de cargarlo, de darle tetero, pero en el fondo desea “cascarle” (pegarle).
Estas manifestaciones y muchas otras que puede presentar el niño, no importa su edad, pues se observan en lactantes mayores, preescolares, escolares y adolescentes, son fruto de los celos y frustraciones que él percibe al sentirse desplazado y despojado del cariño y del amor de sus seres queridos y amigos y especialmente de sus padres. Percibe que el amor y los mimos y privilegios que venía disfrutando, le han sido arrebatados por su hermano menor, al cual le “dedican” la mayor parte del tiempo y atenciones. Esto genera en el niño “desplazado” diversos sentimientos: rabia, celos, frustraciones, abandono, que lo impulsan a reaccionar y expresarse con algunas de las manifestaciones descritas.
Este síndrome, que no es exclusivo de los primogénitos, pues lo pueden presentar otros hermanos, otros niños y aun ciertos adultos, cuando llega en forma transitoria o definitiva otra u otras personas al hogar, es muy frecuente y a veces grave. Requiere por parte de la familia, del personal de salud y más específicamente del Pediatra, de un manejo adecuado, tanto desde el punto de vista de promoción como de prevención y recuperación de la salud del niño y su entorno socio-familiar.
Se necesita tomar conciencia de la magnitud y gravedad del problema y educarnos y contribuir a educar a la familia y la comunidad para evitar que se presente, o, si ya se presentó, ayudar a resolverlo lo más pronto y adecuadamente posible.
Desde la gestación, y ojalá desde antes, los padres de niños mayores se deben preparar para compartir con el nuevo hijo y hermano, el amor y cariño de todos, la casa y otras pertenencias. Proporcionar trato igualitario, no discriminatorio entre los hijos, demostrarle con palabras y con hechos que al niño o niños mayores se les quiere igual que al bebé y que si en determinados momentos se dedica más tiempo a este, es sólo porque su condición de ser más dependiente, así lo exige y no por preferencias espaciales hacia él y desamor o indiferencia a los más grandecitos.
Si los padres, familiares o amigos le llevan un regalo al bebé, no olvidarse del otro(s) niño(s), tenerlo(s) en cuenta, conversarle de tal modo que se sienta querido, como era antes o como lo es ahora su hermanito pequeño. Se le debe al “primogénito” dar la oportunidad activa en el quehacer del hogar, especialmente en lo relacionado con el acompañamiento y cuidado del bebé.
En resumen se trata de una preparación para la convivencia intrafamiliar, un aprender a compartir, a amar en el sentido preciso de la palabra, no el amor entendido como posesión de objetos y personas; que los niños no vean a los padres ni estos a los hijos, como su objeto poseído, como su propiedad privada y exclusiva, sino como personas que amamos y que nos aman, que les podemos hacer y que nos hacen la vida más agradable, más digna, amable y hermosa.
Excelente articuglot