Casta al Editor: La Medicina Basada en la Etiqueta

Apreciado Gustavo, tu editorial de la revista Abril-Junio 2008, Volumen 14, No. 2, que tengo en mis manos y el cual he leído más de una vez, me ha llegado al alma porque me ha llevado a recordar aquellos lejanos tiempos en que en mi escuela de Medicina de mi Universidad de Cartagena, mis profesores, formados casi todos en la Escuela francesa, nos enseñaban a sus alumnos la medicina de esa remota época, que comparada con la de hoy, pareciera primitiva.

Pero si bien el conocimiento científico era precario, no así en la enseñanza, con intensidad de la ética, y la etiqueta que recalcaban enfáticamenteen todo instante, no sólo en lo relacionado con el manejo del paciente, lo cual estaba por encima de todas las cosas, sino en cuanto a las relaciones humanas que nos eran recordadas como elemento fundamental en la formación del profesional médico.

Con sobrada razón el célebre cardiólogo mexicano, médico y educador, científico y humanista, hombre de letras y de artes, fundador del afamado Instituto Nacional de Cardiología Doctor Ignacio Chávez, dijo: “la preocupación máxima del hombre debe ser el hombre mismo”. Manifestaba, además, –cito de memoria– en uno de sus tantos escritos, que el médico que no tenía un sentido ético e ignoraba la etiqueta, era un mutilado espiritual.

Tratas de la relación compasiva con el paciente, de la importancia de un saludo, sentarse y preguntarle por su estado de ánimo, que dan mejor resultado que cualquiera de los fármacos que les hayamos de recetar.

En mi corta vida de profesor universitario, cuando tuve la ocasión de enseñarles a los alumnos de noveno semestre de medicina, en la Universidad San Martín de esta ciudad, los recreos los convertíamos en ejercicios relacionados con el trato de los alumnos entre sí, con sus profesores, con los pacientes, con el público en general. En procura de despertarles sentimientos humanos, les recalcaba, cuánto significa para un paciente angustiado, el ser escuchado con atención, porque con ello se considera persona, se gana uno su confianza y los resultados de cualquier tratamiento son más efectivos.

Les enseñaba ser corteses con todo el mundo sin distingos de rango dentro del conglomerado, porque tan humano es el portero o la mujer que barre y limpia los pisos con su uniforme, como el administrador o gerente de la empresa; darle los buenos días al que se cruza con uno en el corredor o en el ascensor y, sobre todo, dedicarle unos minutos al colega para intercambiar un apretón de manos.

Caro amigo, en nuestro oficio de atender mujeres menopáusicas, sí que tiene gran relevancia esto de un cálido comportamiento, porque bien lo sabemos de sobra, que no todo se resuelve con hormonas. Nuestras pacientes acuden a nosotros en busca de ser oídas principalmente y, ya relajadas, podemos entrar a considerar cuál ha de ser el tratamiento más adecuado.

Un saludo de tu amigo,
Israel Díaz Rodríguez

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