De los Celos Profesionales

(Un Ejemplo Condenable)

Gustavo Restrepo Uribe*

* Médico cardiólogo. Fundación Santa Fe de Bogotá.

Ocasionalmente los médicos llegan a manifestar celos rabiosos, a veces escandalosos, hacia colegas suyos, especialmente cuando el paciente que los origina es un protagonista de la vida pública. El ejemplo que se presenta tuvo lugar en la Alemania del siglo XIX.

Aplacado el torbellino napoleónico y definidos los límites de la nueva Europa, dentro de la Confederación Germánica que reunía varias decenas de pequeños estados independientes, el Reino de Prusia, al norte, de mayoría protestante y el Imperio de Austria, al sur, de predominio católico, pugnaban por quedarse con la supremacía; en el primero, gracias al desarrollo industrial, la unión aduanera, el sentimiento nacionalista y el manejo político de personalidades que buscaban la grandeza del Estado, después de las victorias bélicas sobre Austria (1866) y Francia (1870-71), llevaron a la consolidación del Imperio Alemán.

Reinaba el añoso Wilhelm I (Guillermo I), cuando desde comienzos de 1885, serios trastornos de salud (problemas renales, anemia, episodios de isquemia cerebral y pérdida de memoria) anunciaban la próxima sucesión al heredero, Príncipe de la Corona, Friedrich III (Federico III).

Friedrich estaba casado con Victoria “Vicky” (la primogénita de la Reina de Inglaterra, Victoria, y el Príncipe Consorte, Albert), pareja que formaría una familia de ocho hijos, encabezados por Wilhelm (Guillermo), que será el segundo de su nombre y último Emperador, Kaiser de Alemania.

En enero de 1887 Friedrich empezó a acusar una fastidiosa ronquera, que sus médicos atribuyeron inicialmente a un resfriado agravado por el inclemente invierno y al hecho de tener que dirigir prolongados y obligatorios discursos. Llegada la primavera y en vista de que la voz no mejoraba, el doctor Wegner convocó al Profesor Karl Gerhardt, de la Universidad de Berlín, quien al examen encontró una tumefacción de la cuerda vocal izquierda, que no logró extirpar, por lo cual recurrió a cauterizarla con un alambre de platino calentado al rojo; en trece oportunidades repitió el procedimiento, que era seguido en poco tiempo por una reaparición del tumor. En abril el Príncipe viajó a Ems para una cura de salud y en ese balneario encontró alguna mejoría, con alivio de la tos. No obstante, el tamaño de la neoformación seguía en aumento, lo que hizo necesario reunir una junta médica presidida por el presidente de la Asociación Alemana de Cirujanos, Ernst von Bergmann, y otros cuatro especialistas, que emitieron el diagnóstico de cáncer de laringe y recomendaron una cirugía para extirparlo. El paciente solicitó una tercera opinión e hizo viajar desde Londres al doctor Morell Mackenzie, fundador del Troath Hospital de esa capital, persona mundialmente reconocida en los círculos médicos y cuyos textos eran consultados en las escuelas médicas de Alemania.

El 20 de mayo llegó el doctor Mackenzie a Berlín, y lo primero que hizo fue criticar despectivamente a sus colegas alemanes; al practicar una laringoscopia decidió tomar un fragmento del tumor para enviarlo al Profesor Rudolf Virchow, fundador de la patología moderna, quien no encontró evidencia de malignidad en la muestra examinada y solicitó otra, de mayor tamaño, que Mackenzie no pudo obtener debido a la inflamación. Volvieron los alemanes con nueva laringoscopia, tras la cual Gerhardt, apoyado por Bergmann y Tobold, acusó al inglés de haber lesionado la cuerda sana, haciendo irreconciliable la brecha entre los galenos.

Finalmente, a comienzos de junio, Mackenzie logró la segunda biopsia, sobre la cual, nuevamente Virchow conceptuó sobre la poca probabilidad de tumor maligno, pero sin descartarlo del todo. El inglés regresó a Londres, a donde le siguió Friedrich, que se haría presente durante el jubileo de la Reina Victoria, su suegra. Una tercera biopsia, el 28 de junio, con igual diagnóstico del famoso patólogo y coincidencialmente la voz del paciente volvió casi a la normalidad. A continuación Fritz (así se le llamaba familiarmente a Friedrich) y Vicky fueron a buscar mejores climas a Toblach (en el Tirol) y a San Remo; en esta ciudad de la Riviera alquilaron la Villa Zirio y allí los acompañaba el doctor Mark Hovell (asistente de Mackenzie), quien en un control encontró nuevo crecimiento tumoral en la garganta, por lo cual llamó a su jefe, quien se encargó de comunicar la mala noticia a Fritz: definitivamente se trataba de una lesión maligna (noviembre 1887).

Una vez más se reunió una junta, ahora con los doctores Profesor von Schrötter de Viena y Krause de Berlín (experto en enfermedades respiratorias). Los tres dieron su mal pronóstico al paciente, que lo recibió estóicamente, sin manifestar visiblemente su emoción.

Se le planteó al Príncipe la alternativa entre una cirugía radical o una traqueostomía para ayudarle a respirar cuando la obstrucción llegara a un punto crítico. El paciente optó por la segunda. Apareció entonces un médico de Frankfurt, Moritz Schmidt, quien apoyaba la opinión de Krause sobre la posibilidad de una lesión luética.

Ante la gravedad del Príncipe de la Corona, no tardaron algunos políticos en plantear su renuncia a la sucesión. No faltaron entre estos quienes acusaron a Mackenzie de haber tomado la biopsia en un sitio sano para ocultar la verdad sobre la condición del enfermo y así ayudar a Vicky a apoderarse del poder; ésta se aferraba a la esperanza de que el diagnóstico estuviese equivocado. Los médicos alemanes alegaban que si la operación se hubiese practicado, Fritz hubiese continuado al frente del gobierno.

Entre tanto la inflamación de la laringe aumentaba y el paciente recurría a chupar trozos de hielo y a aplicar bolsas de hielo alrededor del cuello. El 9 de febrero de 1880 el doctor Bramann le practicó la traqueostomía para aliviar la insoportable dificultad respiratoria, pero al insertar una gruesa cánula se presentó una hemorragia considerable, la cual aumentó la incomodidad y el insomnio. Un examen microscópico de un nuevo patólogo ya no dejó dudas sobre el diagnóstico de cáncer y se procedió a hacerlo público.

A San Remo llegaron noticias sobre el estado terminal del Rey (Wilhelm I) ante lo cual Fritz y Vicky se dispusieron a viajar a Berlín, pero el viejo soberano murió a las 08:20 a.m. del 9 de marzo de 1888 antes de que aquellos llegaran a la capital en tren especial el domingo 11 a las 11:00 p.m., en medio de una fuerte nevada. Se iniciaba el corto reinado de Friedrich III y más de uno comentaba: “El Emperador ha muerto, larga vida al Emperador moribundo”.

La situación del paciente empeoró en la noche del 12 de abril: además de la mortificante tos se asoció un “sonido peculiar” en la garganta, evidencia del incremento en la estrechez de la vía respiratoria. Allí se encontraba Mackenzie, quien hizo llamar al cirujano oficial del nuevo Kaiser, Ernst von Bergmann, con la idea de cambiar la cánula; éste encontró al enfermo sofocado y cianótico y se dispuso al cambio propuesto, lo cual, pese a nuevo sangrado, trajo algún alivio.

La versión del inglés fue diferente: según él, el cirujano, borracho, tardó demasiado en llegar; el procedimiento lo hizo sin respetar las normas de asepsia y la hemorragia que provocó fue copiosa. En todo caso, en adelante Fritz rehusó dejarse tratar por Bergmann; no obstante, la prensa alemana defendía a su compatriota, mientras atacaba al inglés.

Pocas horas después de la intervención la temperatura empezó a subir hasta llegar tres días después a 39,5 o C y apareció esputo purulento y maloliente. Mackenzie diagnosticó un absceso consecutivo a la exploración del cirujano.

Pese a su estado lastimoso y el aspecto cadavérico, el soberano hizo acopio de fuerzas para saludar desde su ventana a la multitud que se agolpaba en espera de noticias. Los conservadores volvieron a insistir en la abdicación alegando la imposibilidad del mandatario para hablar.

Parecía llegado el fin y Vicky hizo llamar a los hijos; su mujer le calmaba la sed haciéndole chupar una esponja embebida en vino blanco. Pidió el diario para escribir: “Victoria, yo, los hijos…”, después cayó inconsciente, tosió con fuerza, apretó los ojos como si tuviera dolor y todo terminó a las 11:00 a.m. del 15 de junio de 1888.

Comenzaba el ultraconservador reinado del nuevo Kaiser, Wilhelm II (Guillermo II). En cuanto éste supo la muerte de su padre, lo primero que hizo fue poner guardias en todas las puertas de palacio para evitar que Vicky sacase documentos oficiales para enviarlos a Inglaterra. En adelante la Emperatriz viuda recibiría la indiferencia por parte de su hijo, que manifestaba que su padre había sido un Hohenzollern aberrante, sometido a la nefasta influencia de su esposa y su suegra (Victoria).

Menos de un mes había transcurrido desde la muerte de Fritz, cuando los médicos alemanes, Bergmann y Gerhardt, publicaron un panfleto de 62 páginas en el que acusaban a Mackenzie de mala práctica y defendían la indicación de la cirugía como de bajo riesgo (pese a que en manos del primero el procedimiento conllevaba un alto porcentaje de mortalidad). El inglés no permaneció callado: a los tres meses aparecía un libro suyo, “The Fatal Illness of Frederick The Noble”, que tuvo resonante éxito; 100.000 ejemplares fueron confiscados en Alemania. Acusado de indiscreción, fue obligado a renunciar a los Colegios Reales de Medicina y de Cirugía; tres años después murió de neumonía.

Durante el corto reinado de Fritz, las voces de los ultraconservadores clamaban por un gobierno absolutista; al subir el nuevo Kaiser al trono se les dio su pedido. El nuevo mandatario, respaldado por los “junkers” prusianos, sería en gran parte responsable del estallido de la Primera Guerra Mundial.

Bibliografía

Alexandre P, L’Aulnoit B. La dernière reine. Victoria 1819-1901. Paris: Éditions Robert Laffont S.A. 2000.
• Pakula H. Un Uncommon Woman. The Empress Frederick”. London: Phoenix Press, 1997.
• Restrepo G. Historias Clínicas de la corte inglesa. Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 1998.

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VER 1 comentario

  1. Laura dice:

    Quería comentarle que hizo un buen trabajo con el resumen del interesante caso del príncipe y su cáncer, pero fue su esposa de origen inglés quien pidió una opinión inglesa. Y su médico de cámara quién le aconsejo a Mackenzie pues era el único que conocía a través de los libros que se tenían de éste en Alemania.