Obituario: Académico Salomon Hakim Dow (1929-2011) Parte I
Palabras pronunciadas por el Académico Efraím Otero Ruiz en la ceremonia religiosa de homenaje a las cenizas del Profesor Salomón Hakim Down. Capilla de los Santos Apóstoles del Gimnasio Moderno de Bogotá, 11 de mayo de 2011.
En ceremonia sobrecogedora, con una mezcla de luto y afecto inenarrables, hemos encomendado a Dios en espíritu las cenizas del amigo y colega que fuera a su vez el autor del aporte más importante y original contribuido por Colombia a la ciencia mundial en el siglo XX.
Ya voces multitudinarias, en el país y en el extranjero, han subrayado en pocos días los aspectos humanos e intelectuales de quien fue verdaderamentegrande entre los grandes. Como si allí resumiesen que su nombre y apellido, Salomón y Hakim, juntaron premonitoriamente al bautizarlo los apelativos árabes de sabiduría y médico, que se unieron en cada minuto de su luminosa existencia.
Sin embargo, en este momento doloroso, cabe hacernos la misma reflexión que en el siglo XII se hiciera Ibn Arabi junto al féretro de Averroes: “De un lado va el maestro y del otro van sus libros. Pero, dime, ¿sus anhelos se vieron cumplidos?”
Ese cumplimiento arrancó en la casa paterna, donde Don Jorge y doña Sofía, con grandes sacrificios brindaron a sus hijos lo mejor que la educación y el confort podía darles. Por eso le encantaba subrayar en el libro de Dennis Brian “Las conversaciones de los genios” -que me regaló hace 15 años- lo que dijo el Nobel Richard Feynman cuando le preguntaron cuál había sido la mejor influencia en su vida y respondió: “Mi padre. Fue él quien, desde lo más temprano de mi existencia, me dijo todo lo que sabía sobre el mundo y la naturaleza y el interés que ellos despiertan. Y lo hizo con una generosidad inigualable”.
Esa aliciente ternura del ambiente familiar
Resumida admirablemente por la Revista Semana hace algunos años, se ha prolongado después por generaciones, de hijos hasta biznietos, como lo señalé el año pasado en la presentación del libro en la Universidad de los Andes, hablando de toda la familia pero especialmente frente a Yvette, Salomón Carlos, Rodolfo, Fernando y María Clara.
Cuando hablé que estaban formados en una unidad de propósitos para servir al país y a la calidad de vida de sus habitantes, con nobleza de aspiraciones, por encima de las consideraciones pedestres y de lucro que tienen tan desvalida y tan vejada a nuestra profesión médica en los actuales momentos.
(Se me anuda la voz al pensar que los ojos de Salomón, que brillaron en ese momento hace un año, ya no puedan brillar sino en el espíritu de quienes hoy lo recordaremos con el mayor y el más duradero de los afectos).
Pero, volviendo a los anhelos cumplidos, lo fueron en la ciencia, en el arte, en la música, en la tecnología y en el detalle de las cosas cotidianas.
En la ciencia, que ocupó los dos tercios de su vida, desde la física del colegio con los padres Redín y Ramírez y la obtención del Premio Manuel Forero de la Academia cuando apenas cursaba 2º año de Medicina, hasta el lauro mundial cuarenta años después, con el reconocimiento universal del síndrome que lleva su nombre, la hidrocefalia de presión normal, a la que supo brindar oportuno y eficaz tratamiento. Porque fue la ciencia el imán de su vida, pero no como concepto inane y abstruso, sino para ponerla, como quería Hans Selye, –en las avenidas del conocimiento médico para el servicio de su objeto inefable, el hombre–.
Por eso muchos colegas y pacientes
Aún hoy día, lo miramos taumaturgo como en el Evangelio, como aquél que pudo decirle a los enfermos –levántate y anda!– y que nos lega un culto persistente y tangible a su memoria.
En el arte, nos quedarán vibrando las notas de su piano Steinway o de su órgano Hammond, mirándolo y oyéndolo lo mismo que el fantasma de los maestros del teclado se deslizaba sobre el marfil de las notas cuando nos ponía a funcionar el –Pianocorder–, la maravilla tecnológica que introdujo por primera vez a Colombia desde el año 70.
Y en las cosas cotidianas lo seguiremos mirando como en su casa de la 93 o en su apartamento de la 7ª, rodeado de sus –gadgets–, sus microtornos y su microscopio mientras el aire se impregnaba de las notas de Bach o del aroma del café turco con que se deleitaba brindando a los amigos.
Esa es la memoria que todos queremos persista de Salomón. Para que se cumpla, con el dolor de la partida, de este adiós que se nos hace tan duro aceptar, lo que un orador nuestro dijo hace años al despedir a un estadista de perfil romano, muerto en la plenitud de su gesta:
Fue un ejemplo para sus alumnos y un maestro para sus mayores, un hombre genial que difícilmente encuentra pares en la historia ilustre de Colombia. Lo único más grande que su inteligencia colosal, que su inteligencia multivaria y más puro que ella, fue su corazón de niño.
¡Roguemos a Dios por que ese corazón de niño renazca a todas horas en el nuestro de todos los días!
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La Válvula de Hakim
Como lo he dicho en mi prólogo se trata hoy de la presentación de una obra por decenios esperada en que, objetivamente, se describe y se rinde el merecido tributo al aporte más original que, sin duda, ha hecho la investigación biomédica colombiana a la ciencia mundial.
En esta última adición a la colección 60 años conmemorativa del sexagésimo aniversario de la Universidad de los Andes se consagra una línea de pensamiento investigativo que surgió primero de las neuronas de un médico orientado primero hacia la física, que se había pasado primero años en Boston, como patólogo del sistema nervioso y había llegado a convencerse de lo que diría años después en Johns Hopkins Henry Wagner, otro patólogo convertido en imaginólogo cerebral y uno de los primeros en describir en su libro de 1968, la hidrocefalia de presión normal, como síndrome de de Hakim: La estructura es función, congelada en el tiempo presente.
De allí fue trasladando sus observaciones a la clínica y a acumular las primeras observaciones del seminal trabajo publicado en Colombia en 1964.
Por eso mi aseveración de que es un trabajo colombiano, con ideas originales de las que muchos quisieron apropiarse como suyas, originalidad que costó al autor no pocas batallas en los campos de las ciencias y de las patentes y que afortunadamente ganó para su prestigio y el de su patria.
El título del libro hace referencia a la primigenia solución que se le ocurrió al autor para menguar la presión en esos ventrículos cerebrales que el veía dilatados con los primitivos estudios radiológicos de visualización vigentes en ese entonces.
La válvula, diseñada casi que artesanalmente en el taller de precisión ubicado en el segundo piso de su casa bogotana, sirvió desde el comienzo, implantada por sus hábiles manos quirúrgicas, para aliviar los síntomas de un cuadro neurológico complejo, que se caracterizaba por dificultad en la marcha, catatonia, desorientación témporo espacial y hasta problemas cognitivos y de relaciones con su entorno que llevaron a clasificarlo en el cuadro de las demencias.
Los resultados inmediatos del tratamiento, que muchos de sus colegas tuvimos la oportunidad de apreciar en esos años que el libro denomina de –la primera etapa–, llevaban a los pacientes a sentirse totalmente curados y rehabilitados y a mirar en Salomón Hakim una especie de mesías o taumaturgo que podía ordenarles como en el Evangelio –levántate y anda–.
Afortunadamente esa etapa, de finales de los 60s y comienzos de los 70s coincidió con un progreso vertiginoso en el desarrollo de las ciencias físicas y neurológicas, especialmente de los procedimientos de visualización del sistema nervioso central, hasta entonces encerrado en una cavidad craneana que había llegado a considerarse como una fortaleza casi inexpugnable.
La tomografía axial computadorizada, introducida en 1972 por Cormack y Hounsfield, vino por primera vez a lograr una visualización casi anatómica de los tejidos cerebrales y a mostrar objetivamente lo que Hakim había deducido de las primeras mediciones con catéres y de estudios con aire y con medios de contraste, y que lentamente comenzaba a comprobar la medicina nuclear.
Ya a finales de esa misma década,
Vino a perfeccionarse la resonancia nuclear magnética, también introducida por científicos ingleses y que hoy por hoy, puede combinarse con estudios funcionales, cumpliendo con el aforismo de Wagner que mencionábamos al comienzo.
El mérito principal del libro consiste en explicar en términos sencillos y casi familiares, el desarrollo de una de las ideas que han revolucionado, por decirlo así el pensamiento neurofisiológico en el transcurso de cuatro décadas y que el autor divide en cuatro etapas : una primera, de 1955 a 1964, que se inicia con la formación de Salomón como patólogo y neurocirujano y sus primera observaciones clínicas sobre el problema de la hidrocefalia y que lo llevan a postular la necesidad de un aparato de drenaje del líquido céfalorraquídeo (LCR), que tuviera ventajas sobre los procedimientos ya existentes.
Todo ello culmina con la invención y aplicación de la primera válvula y el trabajo seminal de las primeras observaciones clínicas de 1964, que culmina con la tesis de Dávila en la Universidad Javeriana de 1964.
Una segunda etapa, que va de 1965 a 1977 se inicia con el trabajo publicado junto son su profesor Adams y 4 autores más en el New England Journal of Medicine y que le da, por así decirlo una presentación mundial a lo que en ese momento se llamó “hidrocefalia oculta” con presión normal del LCR. Aquí se da una de las luchas más denodadas que científico colombiano alguno haya librado por mantener el reconocimiento a la originalidad de sus ideas y que se ha repetido en varias ocasiones debido al prestigio y al ansia del laudo personal de muchos ilustres profesores norteamericanos, que no vacilan en apropiarse de las ideas de profesores o alumnos suyos provenientes de países menos desarrollados.
Afortunadamente,
La comunidad internacional vibró al unísono respaldando a nuestro investigador e hizo que con el correr de los años se reconociera universalmente la hidrocefalia de presión normal como el –síndrome de Hakim– nombre con que aún se destaca en la patología encéfalo-craneana.
Una tercera etapa, de 1977 a 2008, cubre las progresivas patentes y desarrollos tecnológicos con la producción industrial masiva y los nuevos conceptos teóricos que van desde el ingreso al programa de Carlos Hakim Daccach y la creación y desarrollo del grupo de ingeniería biomédica de la Universidad de Los Andes, algunos de cuyos proyectos tuve yo la oportunidad de financiar en los años en que ocupé la Dirección de Colciencias, entre 1972 y 1983.
Esas últimas etapas narran paso por paso no sólo el brillante desarrollo de la válvula regulable sino la transformación de los conceptos no sólo de la mecánica sino de la hidrodinámica eneocraneana, conceptos en los que siguen trabajando los autores en su laboratorio de la Fundación Santa Fe de Bogotá y que se encuentran respaldados por estudios científicos y publicaciones de todo el mundo.
Un último capítulo está dedicado a revisar, en el año 2008, el impacto de estos nuevos conceptos en la comunidad médica nacional e internacional.
Empleando un término muy en boga entre autores escandinavos, el libro podría describirse más que todo como la descripción, amable y cariñosa de una saga familiar, que se inicia –lo digo yo en el prólogo– por allá en los refugios cristiano-maronitas de Baalbek y los cedros del Líbano y que se amplifica y coge fuerza con la llegada a nuestro país, a la vuelta del siglo XX, de esas familias que tánto han contribuído a nuestro devenir político, científico, intelectual y artístico.
El libro es un homenaje,
A la familia Hakim, que ha producido y sigue produciendo tan notables exponentes, como lo han sido Salomón y sus hijos, Carlos, Rodolfo, Fernando y María Clara. Unidos por formación y dedicación familiar a una unidad de propósitos,para servir al país mejorando la salud y la calidad de vida de sus habitantes, con nobleza de aspiraciones, por encima de las consideraciones pedestres que tienen tan desvalida y tan vejada a nuestra profesión médica en los actuales momentos.
Pero, sobre todo, por proyectar la imagen de la ciencia y la investigación en las mentalidades más jóvenes. Ya al final de mi prólogo cito yo una frase de Salomón, expresada en 1993 al recibir en 1993 al Premio Nacional al Mérito Científico y que hago extensiva al propósito, forjado desde su fundación por esta Universidad de los Andes:
Quiero tener la satisfacción de esparcir una semilla, convencido como estoy de que ha de germinar y florecer en el campo colombiano, donde sé que existe un genuino propósito de superación.
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