Trato Humanitario de las guerras de Independencia
Entre la Hostilidad y el Trato Humanitario
Dentro del ambiente de zozobra reinante en medio de el Trato Humanitario, algunos de los encargados de la atención médica, así como también los enfermos y heridos, se vieron afectados por el curso de las operaciones y el juego de la represión y las retaliaciones militares. Capturas, hostilidades, ataques directos e incautaciones de material médico fueron solo algunas de las dificultades que debieron afrontarse durante esta época.
Tras la derrota contundente sufrida por las fuerzas republicanas en mayo de 1814 en la Campaña del Sur en cercanías a la ciudad de Pasto, se relató cómo los soldados sobrevivientes pudieron con muchos inconvenientes cargar a las espaldas al Padre Macario de la comunidad de San Juan de Dios, quien era el cirujano del ejército y había resultado herido en combate (94).
En la retirada del derrotado ejército republicano, la orden fue regresar a Popayán, pero esta operación resultaba muy difícil por la imposibilidad de llevar a los enfermos pues no había bestias ni ningún otro medio para transportarles. Era, además, sumamente peligroso dejarlos allí abandonados a su suerte porque era exponerlos a una muerte segura no solo por la falta de cuidados y asistencia, sino por la crueldad implacable de las guerrillas patianas que, en defensa del Rey, operaban en la zona.
El abanderado patriota José María Espinosa relató con más detalles esta crítica coyuntura:
“Daba lástima ver a algunos de aquellos infelices envueltos en frazadas, pálidos y macilentos, que salían casi arrastrándose en seguimiento de su batallón. Otros se quedaron en la población, pero al fin todos iban rezagándose escalonados en el camino, unos adelante, otros atrás, según sus fuerzas, y custodiados por unos pocos hombres. Tal era el terror que les inspiraba la ferocidad de los patianos, y la pena que sentían de separarse de nosotros” (95).
En efecto, esos temores resultaron siendo realidad pues semanas después se reportó la crueldad de aquellas partidas realistas que sacrificaron “bárbaramente” a algunos de estos enfermos indefensos.
A finales de 1815 cuando la plaza de Cartagena había sido ocupada por las fuerzas españolas de Reconquista, el general Francisco Tomás Morales procedió a destruir e incendiar los lazarinos de Caño de Loro pereciendo varios de los enfermos allí recluido (96). Un inglés que había arribado a las costas de Buenaventura, aliado a la bandera patriota, fue capturado a mediados de 1816 por las fuerzas españolas de Reconquista. Este hombre había participado en la invasión a Guayaquil y era cirujano de una fragata. Tan pronto se enteró de esta aprehensión, el virrey Juan Sámano dio orden de fusilarlo por “insurgente” y pirata (97).
Siendo estas guerras marcadas por la escasez de recursos, cada uno de los dos bandos no vaciló en incautar todo lo que estuvo a su alcance:
Desde víveres y material de guerra hasta elementos para la atención médica.
Al ocupar el Ejército Libertador la ciudad de Tunja a principios de agosto de 1819, los patriotas tomaron buena cantidad del armamento que habían dejado los españoles tras su huida, así como también los botiquines y demás objetos del abandonado hospital militar (98). Según el parte dado por el teniente José Antonio Maíz sobre la victoria alcanzada el 23 de enero de 1820 en Barbacoas en la Costa Pacífica, entre los elementos incautados a los españoles figuraba un champán grande que contenía un botiquín, los libros del cirujano y algunos cuantos elementos de hospital (99).
Se llegó incluso al extremo de tomar prisioneros a los heridos y enfermos del bando opuesto que eran atendidos en hospitales militares. El 10 de julio de 1819, algunos vecinos de la localidad de Cerinza presentaron ante el general Santander, cuatro soldados españoles del batallón segundo de Numancia, aprehendidos en aquel pueblo y que hacían parte de los enfermos del hospital de Soatá. Los prisioneros estaban muy enfermos, tres eran de Venezuela y uno del “Reino” (100).
En la rebelión de resistencia monárquica surgida a finales de octubre de 1822 en Pasto quedaron prisioneros los oficiales y todo el resto de hospital que estaba bajo el cuidado del comandante Francisco Luque. De inmediato, fueron desarmados y les hicieron continuar la marcha hasta Popayán (101).
En vista de estos alarmantes niveles de zozobra en Trato Humanitario:
Se hizo más que imperioso reforzar las medidas de seguridad en torno a los hospitales militares. A finales de junio de 1816, cuando era ya inminente el choque de las fuerzas de Reconquista y las fuerzas patriotas en el Sur en la batalla de la Cuchilla del Tambo, el comandante español Juan Sámano dio orden al mayor Francisco Jiménez, quien estaba a cargo de una guardia que protegía el hospital ubicado en este sitio, para que lo retirara de allí y lo remitiera algunas leguas atrás de la posición principal del ejército español para garantizar su seguridad (102).
En marzo de 1819, los españoles habían logrado establecer un hospital de Campaña en Soatá con capacidad para 300 enfermos. Para mayor protección de este punto, en donde existía además un sitio de almacenamiento de víveres, el coronel realista José María Barreiro consideró oportuno guarnecerlo con la sexta compañía del 1er batallón del Rey. A principios de julio, un oficial y 30 hombres se hallaban custodiando este mismo hospital, quienes tenían la instrucción de retirarse por el camino de Onzaga en caso de una acometida de las fuerzas “rebeldes” (103).
En diciembre de 1820, en respuesta a una solicitud de la Alta Corte de Justicia, el vicepresidente Santander accedió a proveer de una guardia al hospital San Juan de Dios de la ciudad de Bogotá, con el fin de servir de custodia del reo militar José María Sarmiento y de otros delincuentes que se hallaban allí recluidos. Curiosamente, esta guardia quedó bajo las órdenes directas del prior (104).
Ejército Libertador al mando del general Bolívar
Dos días después de que el Ejército Libertador al mando del general Bolívar: Lograra finalmente atravesar el complicado paso del río Juanambú a finales de marzo de 1822, en su ofensiva final para conquistar la ciudad de Pasto, se decidió dejar temporalmente allí el hospital, al mando del coronel Antonio Obando.
Bolívar siguió su marcha pero cuando llevaba dos días de jornada, se percató de “[…] que aquel hospital no estaba seguro a pesar de estar defendido por más de doscientos hombres, lo mandó reunir al cuerpo del ejército y lo esperó antes de pasar el puesto de Molinoyaco, que había fortificado el enemigo, y tenía cubierto con cuatrocientos hombres al mando del coronel Fernández, que se retiró delante de nuestra descubierta, mandada por el señor coronel Barreto desde Popayán hasta Bomboná” (105).
Por ello, se colocaron hombres en la retaguardia y otros puestos de avanzada hasta la quebrada de Chapacual en donde estaban ubicadas las huestes españolas. Tres días después de la batalla de Bomboná ocurrida el 1º de abril de este mismo año, como medida de precaución, los comandantes republicanos dieron orden de trasladar a todos los heridos, republicanos y españoles, al hospital de Consacá, debiendo pasar por una cañada y por un terreno bastante fragoso.
El Trapiche el coronel republicano Bartolomé Salom
Mientras tanto, el 30 de mayo desde El Trapiche el coronel republicano Bartolomé Salom le encomendó al comandante Luque conducir el hospital del Ejército Libertador que se hallaba en ese punto hasta la ciudad de Popayán, para lo cual debía colocar una escolta de al menos 30 militares debidamente armados y municionados y a cargo de buenos oficiales para que las guerrillas realistas del Patía no tomaran prisioneros a aquellos enfermos. Con el ánimo de incrementar el poder defensivo, también debían ir armados aquellos que, según el informe del cirujano mayor del Ejército, podían hacer uso de sus armas en caso de estar en peligro (106).
Era claro que cada bando solía velar por la salud e integridad de sus hombres pero nada se había fijado con relación al tratamiento de los enfermos y heridos del oponente. Así entonces, existía un vacío sobre este respecto. Durante las guerras emancipadoras, aciaga experiencia había traído la denominada guerra a muerte decretada a mediados de 1813 por el general Simón Bolívar, cuyos efectos se sintieron de manera más acentuada en Venezuela. No fue sino hasta finales de 1820 cuando, en aras del Trato Humanitario y bajo el amparo del derecho de gentes, se sentaron las bases para la firma de un armisticio entre España y el gobierno republicano, todo esto complementado con la firma de un tratado de regularización de la guerra.
En el artículo 4º de este acuerdo firmado el 26 de noviembre se convino un trato preferencial a los enfermos :
“Los militares o dependientes de un ejército que se aprehendan heridos o enfermos en los hospitales o fuera de ellos no serán prisioneros de guerra, y tendrán libertad para restituirse a las banderas a que pertenezcan luego que se hayan restablecido. Interesándose tan vivamente la humanidad en favor de estos desgraciados, que se han sacrificado a su patria y a su gobierno, deberán ser tratados con doble consideración y respeto que los prisioneros de guerra, y se les prestará por lo menos la misma asistencia, cuidado y alivio que a los heridos y enfermos del ejército que los tenga en su poder” (107).
Aquí se observa un paso trascendental en materia de derecho humanitario por cuanto los heridos no fueron considerados como prisioneros y se acudió además a la solidaridad del bando adversario en la protección de estos afectados. Lo más valioso de todo es observar cómo esta normativa se constituyó en un precedente y mostró sus alcances incluso más allá del rompimiento del armisticio.
Reflexiones finales
El servicio médico durante las guerras de Independencia de Colombia fue realmente crítico debido al ambiente de confrontación militar y de retaliación entre los dos bandos en contienda.
En términos reales, la cantidad de heridos y enfermos en campaña desbordó las posibilidades de atención, lo cual explica las altas tasas de invalidez y morbilidad. En medio de esta atmósfera de tensión y de la falta generalizada de recursos, valiosas fueron las ayudas, ya fueran voluntarias o impositivas, en torno a aliviar la suerte de aquellos combatientes. Fueron años en los que se aplicaron paliativos de emergencia, muchos de ellos improvisados y basados en alternativas curativas de acuerdo a los medios disponibles.
Los heridos y enfermos debieron padecer una situación verdaderamente dramática:
Afectados muchas veces por la interrupción súbita de los tratamientos debido a la intensidad de las operaciones militares. Sin lugar a dudas, la etapa que registró más dificultades en materia de atención médica fue durante las postrimerías de la guerra entre los años de 1821 y 1822, especialmente en la Costa Caribe y en las provincias de Popayán y Pasto en donde la lucha se había tornado cruenta y prolongada.
El afán de los altos mandos por procurar servicios curativos a los hombres en campaña era con el fin de reincorporarlos en las filas en vista del déficit de pie de fuerza y de los altos índices de deserción. En las cuentas y planes estratégicos de los generales siempre se contempló el reforzamiento de los ejércitos a través de estas vías de reposición. A principios de abril de 1821 el general Pedro León Torres, jefe del Ejército del Sur, reconoció haber enviado 500 hombres recuperados del hospital ubicado en el valle del Cauca para sumarlos a la expedición marítima que estaba organizando el general Antonio José de Sucre a Guayaquil (108).
A medida que amainaban los fragores de la guerra en el Trato Humanitario:
se abrió paso al proceso de reconstrucción nacional y, con ello, el impulso al estudio y aplicación de las ciencias médicas. En 1823 el gobierno republicano, en reconocimiento a todo lo que habían padecido los enfermos y heridos en las batallas de Independencia por falta de médicos y cirujanos hábiles, aceptó la propuesta de dos extranjeros que ofrecieron enseñar anatomía, contando para ello con todos los instrumentos necesarios. Así fue como se dio vía libre para inaugurar un curso público en Bogotá asignándose a los maestros una pequeña gratificación de los fondos nacionales y con la esperanza de que los estudiantes aprovecharían esta oportunidad formativa (109). Nuevos retos sobrevendrían para la atención médica durante la serie de guerras civiles que asolaron al país a lo largo del siglo XIX en sus primeras décadas de vida republicana.
Conflicto de intereses
El autor declara no tener ningún conflicto de interés.
Financiación
Este trabajo solo contó para su financiación con los recursos del autor.
Agradecimientos
Un agradecimiento especial al personal del Archivo General de la Nación y otros archivos regionales por su colaboración y atención en la consulta y revisión de documentos.
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Recibido: 30 de marzo de 2019
Aceptado: 29 de mayo de 2019
Correspondencia
Roger Pita Pico
rogpitc@hotmail.com
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