Las mujeres y los matices en la atención médica

Mujeres en la Atención Medica

Varios indicios apuntan a pensar que las Mujeres en la Atención Medica asumieron un rol vital como “enfermeras de la guerra” (77). Conocidas en la historiografía nacional como las “juanas”, estas Mujeres en la Atención Medica que siguieron a sus esposos, hermanos y familiares en los avatares de la confrontación militar contribuyeron en gran forma a aliviar la situación dramática de muchos de estos combatientes colocando en práctica los conocimientos de medicina popular y los remedios ancestrales de carácter natural.

Abril de 1820, según se relata en el diario de operaciones del ejército republicano, emprendió su marcha, desde la población de Tamalameque, el hospital “con todos los pajes y las mujeres” (78).

Hospital del Ejército del Sur Mujeres en la Atención Medica:

En junio de ese mismo año eran ocho Mujeres en la Atención Medica las que asistían a los enfermos y se hizo advertencia al Jefe de Estado Mayor que no había paisanos que pudiesen cuidarlos pues todos los que allí estaban eran militares (79). Incluso, algunas fueron sacrificadas en cumplimiento de esa misión. Tal como le sucedió a Leonor Fontauro y otras dos compañeras que fueron asesinadas en la batalla de Cumaná en 1813, cuando intentaban auxiliar soldados heridos (80).

En las instrucciones que se impartieron a principios de 1822, se dispuso que todas las Mujeres  que venían en este Ejército del Sur debían ayudar en esta labor de asistencia y, en caso de no cumplir con este cometido, se les negaría la entrega diaria de ración y serían expulsadas del lugar (81).

Atención dispensada a los heridos y enfermos

El tema de los grados inherentes a la estructura vertical y segmentada de las fuerzas militares se vio de algún modo reflejado en el tipo de atención dispensada a los heridos y enfermos, según su rango militar. En 1820 el gobierno republicano había dispuesto que a todo oficial que en el tránsito de sus marchas enfermara o al que por falta de hospital fuera destinado a una casa particular. Se le debía brindar tanto por el gobierno como por los vecinos toda la protección, socorro y cuidados que estuvieren al alcance (82).

Por los lados del Sur, en la batalla de Bomboná ocurrida el 7 de abril de 1821 en cercanías a la ciudad de Pasto. Cayó herido el teniente coronel realista José María Obando, quien hacía poco se había pasado al bando republicano. Al percatarse el general Simón Bolívar de la situación (83), adelantó varias gestiones para salvarlo. Primero, fue a visitarlo y, luego, encomendó al teniente coronel Eloy Demarquet para que se encargara exclusivamente de sus cuidados. Se le transportó en una hamaca por piquetes de infantería que se relevaban pagándoles a cada uno un peso diario (84). Al cabo de un tiempo, Obando logró recuperarse satisfactoriamente.

Coronel Tomas Harrison y el Capitán Tomas Duxburit

A mediados de octubre de este mismo año, al recibirse información en el cuartel general republicano del Ejército del Sur, que el coronel Tomas Harrison y el capitán Tomas Duxburit se hallaban gravemente enfermos en Piendamó. Dispuso el comandante en jefe hacerlos conducir en parihuela, que era una especie de camilla fabricada artesanalmente y compuesta de dos varas gruesas con unas tablas atravesadas. En medio de donde se colocaba el enfermo cargado por dos personas (85).

Eventualmente, podían emerger algunas dificultades de comunicación en torno a la terminología especializada utilizada por médicos y cirujanos en su relación con los pacientes.

Estas fueron las palabras del general venezolano Rafael Urdaneta al momento de verse perjudicado por una enfermedad en la zona limítrofe de los valles de Cúcuta hacia el año de 1820: “Ha degenerado por último el mal en una fuerte afección al hígado. Complicada con otras cosas que el médico me ha dicho en su idioma, que no yo he podido entender” (86). Si ese era el sentir de los oficiales que contaban con algún grado de educación. Mucho más incierta e ininteligible pudo resultar la comprensión del diagnóstico personal en los niveles rasos de los ejércitos.

Traslado y auxilios en las marchas

Si movilizar un ejército en campaña era una tarea sumamente complicada, mucho más delicada pudo ser movilizar un hospital militar de un sitio a otro. Tenía que ser una marcha más lenta y cuidadosa para no estropear a los enfermos y heridos. Algunos de los cuales debían ser cargados. La primera dificultad que había que franquear era la consecución de caballos o mulas para transportar los botiquines. Los equipajes y los enfermos más graves. En febrero de 1821 el general patriota Antonio José de Sucre se lamentaba de no haber podido marchar antes hacia el Sur debido a que no tenía bestias con las cuales transportar el hospital (87).

En junio de ese mismo año, el hospital del Ejército del Sur contaba con 71 enfermos que no podían trasladarse de Caloto a Llanogrande por falta de caballerías. Finalmente, se consiguieron 25 hombres para que ayudaran en esta movilización. El recorrido resultaba bastante embarazoso por cuanto estaba atestado de bandidos que podían arremeter contra los enfermos (88).

A finales de mayo de 1822, el coronel republicano Bartolomé Salom impartió desde El Trapiche una serie de instrucciones al comandante Francisco Luque para transportar el hospital del Ejército Libertador hasta la ciudad de Popayán.

El camino que debían seguir era por la cordillera de Almaguer y:

Si al llegar a este punto alguno de los enfermos empeoraba en su estado de salud, podía dejarlo recomendado al cura y a los vecinos. Entregándoles al efecto el dinero que estimara necesario. Por esta ruta debía encontrarse con la partida que conducía el comandante de Granaderos Manuel Martínez. A quien tenía que recibirle los enfermos que llevara. A Luque se le entregarían 200 pesos y 30 reses para la asistencia de los enfermos y para las urgencias. Haciéndole ver que debía primero matar las reses más cansadas. Se dejó en claro que todos los enfermos quedaban bajo las órdenes de Luque y, por tanto, debían obedecerle.

El capitán Sancho Briceño sería el encargado de la administración de los medicamentos recetados por los facultativos (89).

Ante la ausencia de recursos y de personal médico para atender a los soldados afectados. Fue necesario en muchas ocasiones encomendar el cuidado a otras personas, especialmente cuando los batallones estaban en campaña y no podían detener sus marchas y cargar con los heridos más graves. Por la información contenida en el diario de operaciones del coronel republicano Bartolomé Salom. Se sabe que el 22 de mayo de 1822 en el pueblo del Patía se impartió orden para racionar de pan a la tropa. Y se dejó al cuidado del cura y de los sujetos más “honrados” a todos los enfermos inútiles para marchar, proporcionándoles los medicamentos y los dineros requeridos para su curación (90).

A veces, el fragor de la guerra obligaba a tomar una decisión extremadamente dramática:

dejarlos abandonados a su suerte en medio del camino. Esto fue lo que sucedió por los lados del sur a finales de 1820. Cuando el coronel patriota José María Cancino denunciaba, desde Cali, que existía una gran cantidad de enfermos abandonados a su suerte “en los caminos, constituidos en pordioseros” (91). En los registros del diario del Ejército del Sur, quedó constancia de que el 13 agosto 1821, cerca al pueblo del Patía, habían quedado agonizando “[…] cuatro oficiales y doce individuos de tropa que no pudieron conducirse de ningún modo” (92).

A la situación precaria de recursos se le sumó el descuido y la desidia de los encargados del traslado de estos hospitales móviles. A principios de agosto de 1821, se denunció al capitán republicano Ibarra por el desorden que había imperado. En el desplazamiento del hospital de Popayán a Cali habiendo muerto algunos de ellos. De inmediato, se impartió orden al Comandante de Popayán y a los alcaldes partidarios de Santa Ana, Candelaria y Quilichao. Para que remitieran comisionados con víveres y caballerías para proteger a los desvalidos sobrevivientes y para dar sepultura a los muertos. Previniéndose además el debido transporte con el cuidado y esmero “que ellos se merecen” y su remisión final al hospital militar de Cañasgordas (93).

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