Sordera Tragedia y Muerte de Ludwingvan, Predisposición Musical
A diferencia de Mozart, la vocación de Beethoven podría decirse que fue impuesta por su padre Johann, quien encerraba al niño en una habitación para que practicara en un pianoforte. Cuando Ludwig apenas tenia siete años, Johann organizó un concierto y lo hizo figurar con una edad menor (2, 3,7).
Johann pronto se percató que no podía seguir como maestro de su hijo, y por ello le buscó nuevos profesores. De esa manera apareció Tobías Pfeiffer, un músico bohemio que inclusive vivió en la casa de los Beethoven mientras enseñaba al niño con un método peculiar.
Pfeiffer y Johann bebían hasta altas horas de la noche y levantaban al niño para que tocase el piano, en ocasiones acudían a la violencia. También hubo otro maestro Franz Rovantini que le dio clases de violín y piano. (Lea también: Historia de la Medicina, Sordera Tragedia y Muerte de Ludwig Van Beethoven)
El maestro más importante fue Christian G. Neefe, de Sajonia, un hombre de sólida fe protestante y un convencido defensor de la concepción prerromántica según la cual el oficio del artista y sobretodo del músico no podía seguir siendo concebido como el de un simple artesano.
Él fue quien más influyó en la estructura musical de Beethoven y predijo su genialidad musical. Beethoven hizo parte de la orquesta que dirigía Neefe tocando la clave, el órgano, el violín y la viola.
Neefe escribió en una Revista sobre Beethoven “éste es un genio que merece apoyo y debe dársele la posibilidad de viajar. Será un segundo Mozart, si persevera en el camino comenzado”. Neefe no solamente fue un guía musical sino también en otras disciplinas: en la lectura de Shakespeare, Schiller y Goethe (3,7).
Joseph Haydn le escribió una carta de este tenor después de escuchar sus primeras obras: “Tiene usted mucho talento y progresará más en el futuro. Posee una gran inspiración y no sacrificará jamás un bello pensamiento a una regla tiránica, lo cual me parece razonable; pero sacrificará las reglas a sus fantasías, pues me parece que usted es un hombre que tiene varias cabezas, varios corazones, varias almas.
Creo que se descubrirá siempre en sus obras algo inesperado insólito, sombrío porque usted mismo es un poco sombrío y extraño, y el estilo del músico revela siempre al hombre” (2,3).
Beethoven fue autodidacta, tenía un fino sentido para seleccionar a sus maestros. Estudió filosofía en la Universidad de Bonn, aprovechó el escaso tiempo que le quedaba libre como integrante de la orquesta y lo dedicó a profundizar sus conocimientos de literatura y filosofía, y de esta manera adquirió una vasta cultura.
Se movió con soltura en la era de la Ilustración*. Durante toda su vida soñó con llevar al pentagrama grandes temas de la literatura: Macbeth, Fausto, Bruto. A Goethe le hizo un homenaje con la música de Egmont. La obertura Coriolano es inspirada en Shakespeare y la Oda a la Alegría en la de Schiller.
Al igual que Mozart, la culta ciudad de Viena era el lugar donde mejor se sentía Beethoven y allí fue donde se desarrollaron todas sus potencialidades. En Viena necesitó buscarse una manera de sostenerse y para ello daba lecciones de piano o bien algunos conciertos y en la venta de sus composiciones (3,5).
En esta ocasión encontró el apoyo de un mecenas el príncipe Kart Lichnowky, un entendido en música, quien le ofreció hospedaje en su casa. Beethoven como agradecimiento daba concierto de piano en la casa del príncipe y le dedicó las primeras composiciones: un Trío para piano, violín y violonchelo Op No 1, la Sonata Patética y la Segunda Sinfonía, conside radas las obras de introducción oficial al mundo artístico de Viena.
Esta nueva etapa de la vida del compositor en Viena lo llevó a buscar mejor presentación personal en razón de su actividad artística en medio de la sociedad vienesa. También aprovechó para entrar en contacto con profesores como el organista Johann Georg Albrechtsberger, y tomó lecciones de violín y mejoró su técnica e interpretación pianística.
A la vez, en esa ciudad fue alumno del calumniado Antonio Salieri. Para 1784 la fama de Beethoven como pianista era inmensa “por su habilidad técnica, sus interpretaciones se diferencian del modo de tocar al que estamos habituados, como si se hubiese creado un estilo propio” (7).
La originalidad del estilo consistía, sobre todo, en los violentos contrastes entre el piano y el forte, que resultaban de una sonoridad totalmente especial, debida, asimismo, a toques de distinta clase (6,7).
Fue el último clásico y el primer romántico (20). Beethoven fue considerado un romántico no tanto por las características armónicas formales de sus obras, como por el carácter expresivamente dramático de su música.
De hecho, el estilo romántico no parece provenir de Beethoven, a pesar de la gran admiración que en este período se sintió por él, sino de sus contemporáneos de menor valía como Hummel, Weber, Schubert, de la ópera italiana e incluso de la música de Juan Sebastián Bach, tal como señalan algunos autores como Charles Rosen (3).
Ese mismo autor opina que Beethoven, a pesar de toda su proclamada independencia, y a pesar de su evidente resentimiento con Haydn, no se desvió radicalmente del estilo clásico de Haydn y de Mozart. El compositor transformó la tradición musical que le había visto nacer, pero jamás puso en duda su validez.
Se quejó en repetidas ocasiones de las enseñanzas de Haydn, e incluso del apoyo y la ayuda recibida de este, nunca abandonó sus formas ni su técnica en gran medida. Tampoco rechazó ni mucho menos la música de Mozart, a la que adoraba pero a la que criticaba de cierta frivolidad en los contenidos operísticos.
En Beethoven confluyen dos poderosas fuerzas que con el paso del tiempo serán más evidentes: Haydn, del que recogió los cortos motivos basados en la armonía del acorde, tan buenos para el desarrollo sinfónico, y Mozart, con sus temas más dulces y cantabiles (3, 5,20).
La música de Beethoven recogió gran parte de la herencia clásica; lo cierto es que al principio de su carrera como compositor, su estilo parecía estar más cerca de otros músicos menos conocidos como Hummel, Weber y Clementi.
El estilo clásico de Haydn y Mozart fue descubierta por Beethoven mucho más tarde al instalarse en la cosmopolita Viena. Otros opinaron: “lo que une a los tres maestros no es un contacto personal ni su insolvencia e interacción mutuas, sino su forma de entender el lenguaje de la música, como un todo y su decidida contribución al definirlo o modificarlo” (5).
Beethoven dio plena entrada a la expresión del sentimiento personal más íntimo y sincero. Politizó la música, en el sentido de que ésta pasó de ser un mero entretenimiento cortesano a un arma para luchar contra la tiranía.
Revolucionó el arte de la interpretación pianística, enriqueciendo todo los géneros de la música instrumental sobre todo y en menor cuantía el vocal, al darle mayor amplitud y fuerza. La gran aportación del compositor fue el dar a la música a una profundidad y una tensión psicológica sin igual hasta ese momento, liberando al arte musical de los estrechos cánones establecidos.
Beethoven consiguió a pesar de padecer unainoportuna y desgraciada sordera, dotar a la orquesta de nuevas combinaciones instrumentales, recogiendo las experiencias que se venían investigando en la ópera cómica francesa.
En la Novena Sinfonía, la Coral, por ejemplo, introduce una nueva agrupación instrumental que ya se empleaba en el teatro musical y que recibía el nombre de música turca, que estaba compuesta por instrumentos de percusión, cinelli (platillos), gran tamburo (bombo) y triángulo, de procedencia oriental (3).
Ludwig van Beethoven compuso sus nueve sinfonías y algunos bocetos de una Décima Sinfonía que no llegó a terminar. Este género siguió dos caminos durante el romanticismo: uno el de Schubert, Mendelssohn y Schumman, de tendencia más clásica que desembocará en Brahms, y otro el de Berlioz, Meyerbeer, Liszt y Wagner, más radical.
Cuanto más grande es un compositor, mayor es su dominio y claridad sobre el significado que quiere dar a sus ideas. Beethoven manifestará una y otra vez que es creador autónomo, que emplea una técnica libre de preceptos y de normas académicas (3, 5,6).
Encuentro de genios
Anecdóticamente en menester registrar que en su primera estancia en Viena en 1789, subvencionado por el príncipe Maximilian Franz, conoció a Mozart y le solicitó que le diera un tema para improvisar al piano. Mozart, accedió “y le escribió de memoria un tema de fuga cromática en el que escondía el contra tema para una doble fuga; era una pequeña trampa. Inmediatamente comenzó Beethoven a hacer variaciones, e improvisó durante tres cuartos de hora.
Mozart escuchaba asombrado. Luego, hacia el final, sigilosamente comentó algunos amigos que escuchaban en el cuarto inmediato, y dijo: “¡Atención a él! ¡Dará que hablar en el mundo!
Posteriormente Beethoven, debido a la gravedad de su madre, abandonó la ciudad de Viena y regresó a Bonn donde a los pocos días murió Maria Magdalena (2, 3, 7,8).
La enfermedad
En 1797 Beethoven, a la edad de 26 años, comenzó a notar que se le escapaban las palabras y frases enteras de las conversaciones en medio de murmullos y zumbidos que resultaban enloquecedores.
En carta enviada al médico y amigo de la infancia Franz Wegeler le confesaba “qué humillante resultaba que alguien a mi lado oyera el eco distante de una flauta y yo no lograra distinguirlo, o se me avisara del canto de un pastor y de nuevo me hallará privado de percibir el sonido, tales circunstancias me han llevado al borde de la desesperación, en más de una ocasión he pensado en poner fin a mi vida”.
Sin embargo, ocultó esos síntomas y cuatro años más tarde trató de buscar una cura sin lograr resultados (1).
La sordera y los síntomas de su enfermedad como los dolores cólicos incidieron en el carácter del compositor, cambios que fueron percibidos por Goethe. El compositor le había dedicado varias composiciones al poeta: un Lieder y la mencionada obertura Egmont.
Goethe escribió “Su talento me ha impresionado; desgraciadamente se trata de una personalidad arisca y hostil, que, aunque no se equivoca al decir que el mundo es detestable, no se esfuerza en lo más mínimo por hacerlo más habitable o llevadero, ya sea para sí o para los demás actitud que es, por otra parte, muy comprensible e incluso digna de compasión, ya que ha perdido casi por completo el sentido del oído y esto, seguramente, le lacera aún más en su naturaleza musical que en la social.
Su carácter es lacónico y presumo que con el tiempo será aún más escéptico a causa de sus problemas físicos” (1, 2,3).
Otro testimonio similar fue el de Ludwig Spohr, quien en 1813 anotaba: “Últimamente ha dejado de tocar el piano, tanto en público como en reuniones privadas, y la única oportunidad que he tenido de escucharle ocurrió recientemente, al llamar a la puerta de su casa en el momento en que ensayaba un Trío en re mayor.
No fue nada agra dable; en primer lugar, el piano estaba lamentablemente desafinado, algo que no molestaba en absoluto a Beethoven, porque de cualquier manera era incapaz de oírlo, y por otra parte su sordera le ha dejado en la actualidad completamente privado de su célebre virtuosismo en el teclado.
Tras este encuentro me asaltaron turbios pensamientos acerca de su desgraciado destino, que me ha conducido a una fuerte depresión. Si es, una enorme desgracia para cualquier persona estar sordo, ¡cuanto más ha de serlo para un músico! ¿Hasta qué punto es posible resistirlo sin caer en la desesperación? Hoy ya no me asombra en lo más mínimo la casi perpetua melancolía de Beethoven (1,8).
Pero la tragedia del músico tuvo diversas interpretaciones, al igual que sucedió con la etiología de su enfermedad. Uno de sus biógrafos afirma que “la sordera dejó intacta su obra; todo su ser había mostrado ya desde antes los rasgos de la desconfianza y del aislamiento, pero también decenios después de haber comenzado la sordera seguía ostentando fe en la victoria y en la alegría.
Fue una verdadera vida de músico y virtuoso con todas las crisis, toda la ambición, con los celos e intrigas que tiene que soportar también hoy el más modesto músico o autor, entre editores, críticos y el vacilante favor del publico” (5).
Etapa final
En 1826 el hermoso cabello del compositor se encaneció totalmente. Tanto en Bonn como en Viena buscó el consejo de quince médicos, esperanzado en dominar los síntomas de su enfermedad. Los médicos usaron sanguijuelas para practicarle sangrías, como era habitual en la época. Para aliviar los dolores cólicos, al parecer, utilizaron morfina. El examen posterior de Werner Baumgartner descartó el uso de la morfina (1).
En su lecho de enfermo Beethoven, consciente de su sordera, siempre tenía a la mano unos cuadernos de papel y varios lápices con mina de plomo; era la única manera de comunicarse con sus interlocutores. Se quejó en esa ocasión de que tenía cuatro meses de postración.
Después apareció la “hidropesía”, la retención de líquidos conocida más como “edema”; primero fue parcial, comenzando por los pies, y posteriormente se convirtió en anasarca. El abdomen estaba ascítico, así llegó a Viena.
En esta ocasión lo atendió el doctor Andreas Wawruch; posteriormente los signos y síntomas se acentuaron, la piel se puso amarilla por la ictericia. La cantidad de líquido en el abdomen era tal que el médico decidió puncionarlo y le extrajeron varios litros de un líquido acuoso y séptico.
A pesar de ese estado de gravedad corrigió una partitura de la Novena Sinfonía para sus benefactores de la Sociedad Filarmónica de Londres, que al enterarse de la difícil situación que atravesaba el compositor le enviaron cien libras esterlinas para que las invirtiera en la asistencia médica. Beethoven solicitaba a sus amigos que le enviasen compotas de cereza, envió una carta a su editor de música en Alemania pidiéndole vino del Rin, que siempre había sido su favorito (1, 8,9).
Varios amigos le acompañaron en los últimos días de su gravedad, entre ellos Karl Holz, Antón Schindler y otros músicos deseosos de conocer también al gran hombre antes de que fuese tarde. Recibía la visita cada día de Gerhard von Breuning un chico de trece años a quien Beethoven llamaba “botón de pantalón” y cuya compañía le encantaba. Breuning por su parte, aunque sabía perfectamente que Beethoven se estaba muriendo, se sentía atraído por el trato que recibían de aquel antiguo amigo de la familia que se comportaba con él como un abuelo (1,10,11).
Ferdinand Hiller, un joven músico de 15 años, viajó en compañía de Johann Nepomuk Hummel, maestro de la capilla, talentoso compositor; amigo y rival de Beethoven, a la ciudad de Viena al enterarse de la enfermedad de Beethoven.
Hiller era de origen judío nacido en Frankfurt. La visita de ambos músicos el 8 de marzo de 1827 reanimó al enfermo. En medio de la conversación criticó ciertas innovaciones artísticas y el “ diletantismo que lo está arruinando todo”; también hizo comentarios airados contra el gobierno y los responsables de la justicia “los ladronzuelos acaban en la horca, mientras que los mayores delincuentes gozan de libertad, exclamaba malhumorado” (1,3,12).
El organismo de Beethoven siguió debilitándose, ante lo cual el compositor admitiera que no le quedaba mucho tiempo de vida “Plaudite, Amicis comedia finita est” (Aplaudid amigos, la función ha terminado).
A petición de su hermano Nicolás Johann, a finales de marzo Beethoven aceptó a regañadientes que le administraran los últimos sacramentos. Coincidencialmente ese día llegó de Maguncia el vino que había pedido al editor y le susurro a Antón Schindler “lástima demasiado tarde”. Ésas fueron sus últimas palabras, esa noche entró en coma y así estuvo dos días (1,13,14,15).
El 26 de marzo de 1827, en presencia de una mujer desconocida, quizás la criada o una de las cuñadas, bajo una tormenta con truenos y centellas que hicieron temblar la casa, levantó el brazo derecho con el puño cerrado como si quisiera retrasar la orden del cielo, se dejó caer en la cama y expiró a los 57 años.
* Ilustracion, el período entre la segunda revolución inglesa, 1688, y la revolución francesa, 1789, pero con extensión hasta lo primeros decenios del siglo XIX, caracterizado por un racionalismo utilatarista de la clase burguesa en su etapa ascendente, la hegemonía estructural capitalista, el énfasis en la razón humana, la ciencia y el respeto hacia la humanidad.
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