Obituario: Académico Dr. José Mora Rubio
En el entierro del Profesor
Iglesia de San Juan de Ávila, Bogotá, 16 de noviembre de 2007
Académico Zoilo Cuéllar-Montoya
Presidente Academia Nacional de Medicina
Mi querida Lucy, mis queridos María Elisa, Pablo, María Lucía, María Claudia y María José y sus queridas familias: anoche, a pesar de estar agobiado por el cansancio que ocasiona el intenso trabajo del día y las horas pasadas al lado de nuestro ser más querido, acompañándola en un cuarto de hospital, dolorosa experiencia que ustedes acaban de vivir en forma superlativa, al lado del lecho de muerte de su querido esposo y padre, me enfrenté al teclado y a la pantalla de mi ordenador, al impulso de mis sentimientos y con el convencimiento de que era un deber impostergable pronunciar estas pocas palabras, salidas del corazón, a manera de sencillo homenaje y de breve oración, al finalizar la ceremonia religiosa del entierro de José Mora Rubio, nuestro muy querido comprofesor, Académico y amigo de tantos años.
Despuntaba apenas la alborada de mi formación oftalmológica cuando conocí a José en la Clínica de Marly, con ocasión de su magistral intervención y tratamiento, como neurocirujano experto que era, en ese entonces en el pináculo de su carrera, realizada en un querido pariente, que sufriera un traumatismo craneal.
Su pequeña estatura corporal se agigantaba ante nuestros ojos admirados en virtud de la grandeza de su ciencia, la seguridad de su diagnóstico y, al mismo tiempo, la afabilidad de su carácter, la cordialidad de su trato y la sobria elegancia de sus maneras y de su porte, de hechura netamente europea: se iniciaba entonces el segundo lustro de la década de 1960, hace ya cuarenta y dos años desde entonces y siempre perdurará en mi memoria esa sonrisa franca de José, en los muchos momentos en los que salía a flote su excelente sentido del humor.
Mis frecuentes conversaciones con él y el hecho de que Lucy Calderón, su esposa, era hija del inolvidable Pachito Calderón Umaña, primo hermano de mi padre y uno de sus grandes amigos, permitió que naciera entre nosotros una sincera e imperecedera amistad, inmune absolutamente al tiempo, al espacio y aún a un alejamiento originado en nuestras actividades profesionales, que hicieron cada vez menos frecuentes mis visitas a su casa del barrio de Santa Bárbara de Usaquén.
Recuerdo, como si fuera hoy, las lecciones de fotografía – en especial las de revelado, las de cuarto oscuro, la preparación de diapositivas en blanco y negro, su preferencia por las cámaras Exakta, de la entonces Alemania Oriental-, o aquellas de neurología clínica y de neuroanatomía funcional – las resumidas en su Atlas de Anatomía Funcional, obra gráfica dibujada por él, para hacer más comprensible a sus alumnos la anatomo-fisiología de los diferentes sistemas neurológicos.
Recuerdo también su afición al aeromodelismo, en compañía de su hijo Pablo y de su gran amigo, el Profesor Miguel Gutiérrez, desaparecido prematuramente, hace ya muchos años. (Ver: Obituario: El Profesor Académico, Dr. Pablo Gómez Martínez)
Mora Rubio, diplomado en neurocirugía por el Seraffi mer Lasarette de Estocolmo, dejó una verdadera constelación de excelentes neurocirujanos, sus discípulos, que hoy lo lloran en el dolor de su partida hacia le eternidad: creó una verdadera escuela neuroquirúrgica en al Hospital de San Juan de Dios de Bogotá, que perduró en su docencia mientras permaneció abierto a la población doliente, la menos favorecida de la ciudad y del país, el vetusto Hospital de Caridad, el Hospital de Jesús, José y María, fundado por Fray Juan de los Barrios en la Santafé de 1564 como el Hospital de San Pedro y transformado, en 1730, por los Hermanos de San Juan de Dios que, con el uso y el paso del tiempo, fue denominado por la gente como “Hospital de nuestro Padre San Juan de Dios”, y sus enseñanzas, su escuela práctica, fue continuada por todos y cada uno de sus discípulos en su práctica profesional a lo largo y ancho de Colombia.
Lucy querida, María Elisa, Pablo, María Lucía, María Claudia y María José: nuestro inolvidable José, después de una vida meritoria de trabajo honesto, transparente, vertical, dedicado incondicionalmente al bienestar de sus pacientes, ejemplo enriquecedor de una medicina verdaderamente hipocrática, paladín de una vocación permanente hacia el bien, entregó su alma al señor hace ya dos días y desde la patria celestial es, desde ya y para siempre, pueden ustedes estar seguros, el ángel tutelar de toda su familia, así como lo seguirá siendo para quienes tuvimos la fortuna de conocerlo y de gozar de la enriquecedora experiencia de su amistad.
Su presencia inmanente se encuentra entre nosotros y para ustedes, querida familia Mora Calderón, es, para siempre, fuente de bendiciones y de protección, como verdadera presencia paternal.
En nombre de la Academia Nacional de Medicina, de su Junta Directiva y en el mío propio, quiero hacerles llegar, queridos amigos, el mas afectuoso saludo de condolencia y nuestros más sinceros sentimientos de solidaridad para con todos y cada uno de ustedes en esta hora de dolor.
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