Historia de la Medicina: Breve Reseña Histórica de la Evolución de la Cirugía
Académico Dr. Gilberto Rueda Pérez
Si admiramos las obras maestras de Miguel Angel en la Capilla Sixtina del Vaticano, podemos observar cómo el artista interpreta magistralmente el Génesis que dice:
“Y formó Yahvé al hombre del polvo de la tierra y le insuflò aliento de vida, de modo que el hombre vino a ser alma viviente”. Pero el hombre estaba sólo y “entonces Yavé hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió; y le quitó una de las costillas y cerró con carne el lugar de la misma. De la costilla que Yahvé había tomado del hombre formó una mujer y la condujo ante el hombre” (Génesis 21, 22).
En esta descripción bíblica, interpretada libre e imaginativamente, vemos la descripción del primer acto quirúrgico toráxico practicado en el hombre por su creador. (Lea también: Historia Evolucion de la Cirugia, ¿Qué se Vislumbra en el Futuro?)
Y dijo: “Si no me escucháis ni cumplís los mandamientos; si despreciáis mis leyes y rechazáis mis preceptos, mirad lo que yo entonces haré con vosotros: traeré sobre vosotros el espanto, la consunción y la fiebre que os abrasen los ojos y os consuman el alma” (Levítico 26. 14, 15,16). (es esta acaso la primera referencia a la Tuberculosis, llamada consunción hasta hace pocos años?)
Y en ese instante, presumo yo, nace la medicina, como necesidad imperiosa del hombre ante el dolor y el sufrimiento. Y al principio fue mágica y empírica e ignorante y atrevida, pero necesaria y por qué no decirlo, humanitaria y a veces útil y efectiva y siempre consoladora.
Seguramente, y de ello tenemos testimonio, ese hombre primitivo al perseguir su presa para alcanzar su sustento, pudo caer en escondido abismo y sufrir la fractura del cráneo o de una de sus extremidades; tenemos testimonios antropológicos de fracturas consolidadas y lo que es más diciente, de elementos de inmovilización adyacentes.
Ante el sufrimiento del compañero de tribu, nace en el hombre el instinto de solidaridad que hace que tienda a acompañarlo, a consolarlo y a tratar de curarlo, surge así el médico empírico que cada vez alcanza mayor práctica hasta convertirse en la persona llamada siempre a atender a sus compañeros heridos.
Surgen así mismo los cirujanos hábiles en la extracción de la piedra vesical; los incisorios de abscesos; los imputadores de las extremidades gangrenadas y los operadores de la catarata, proceso que ha opacado la visión del hombre desde sus orígenes.
La guerra, compañera permanente del hombre ya no producto de su afán de supervivencia sino de la incontrolable ansia de dominio y de supremacía, produce inmensa mortalidad por hemorragia e infección.
La pólvora, es considerada venenosa y tóxica por lo que sus heridas deberán ser tratadas con aplicación de aceite de sauco hirviente para controlarlas y buscar el “loable pus” que hacia parte de la cicatrización habitual.
Surge entonces hacia 1537 el joven barbero cirujano Ambrosio Parè, preparado en la práctica de heridas en el gran hospital parisiense Hôtel Dieu, quien al ver agotada su reserva de aceite de sauco hirviente, decide aplicar un linimento hemoliente a sus últimos pacientes y observa admirado como esas heridas sanan más fácilmente y con menos dolor que las tratadas en la forma clásica.
Parè se caracterizó por sus publicaciones científicas que lo llevaron a describir, en su último libro titulado “Apología”, su segundo gran aporte al avance de la cirugía cual es la abolición del cauterio al
rojo vivo para resanar las heridas de los grandes vasos, reemplazándolo por las ligaduras individuales, procedimiento que permitió el desarrollo de la cirugía y que es utilizado ampliamente en nuestros días.
Las amputaciones de las extremidades se hacen en esta forma menos inhumanas, pero todavía dependen de la gran velocidad y destreza del cirujano amputador y del efecto del alcohol ingerido en grandes cantidades por el paciente y de la fortaleza de los numerosos jayanes que habrían de practicar lo que nuestro sabio colega de Santa Clara.
El doctor Alfonso Díaz Amaya habría de llamar la “Anestesia por contención” que convertían el acto quirúrgico en verdadero suplicio inmerecido.
El barbero cirujano, amputador, incisorio, sobandero, artesano de la más baja categoría en la escala de la medicina humana, sin embargo habría de persistir por la necesidad imperiosa del hombre de curar sus heridas, quejándose frecuentemente del trato que se le daba en la sociedad, instituído desde el Código Hamurabi hasta las épocas incipientes a que hacemos referencia y perpetuadas hasta el presente por medio de las llamadas leyes de seguridad social.
Decía Pierre Franco textualmente: pero a nosotros (se refiere a los barberos cirujanos) si aquello de que nos encargamos no concluye siempre con el éxito feliz que uno podría desear, es muy improbable que nos ayude alguien y se nos tachará de asesinos y de verdugos y a menudo incluso nos veremos obligados a huir del lugar”. Así estaban las cosas en el siglo XVI.
Pero la cirugía principia a apoyarse en los desarrollos científicos que en abundancia se presentan ante sus prácticos ojos y surge la anestesia por el gas hilarante y luego Wells y Morton y la primera anestesia dada por este el día 16 de octubre de 1846, a un paciente del Massachusetts General Hospital de Boston, para una resección de tumor parotideo, practicada por el célebre cirujano John C. Warren, que al realizarse con éxito habría de iniciar la era de la cirugía moderna y habría de humanizar el acto quirúrgico.
Y entramos de lleno en la época de los grandes descubrimientos de orden científico que, al ser aplicados, a los procedimientos quirúrgicos, habrían de llevarla al estado en que hoy, para nuestra fortuna, se encuentra: así los descubrimientos de Pasteur y de Lister y de Koch con sus postulados bacteriológicos aun vigentes y la demostración de la etiología de la tuberculosis y Laveran con el descubrimiento del hematozoario de la malaria y Chaudin con el Treponema pallidum, causante del mayor azote de la humanidad a través de los tiempos y Erlich con sus experimentos 606 y 914, arsenicales que libran parcialmente al mundo del flagelo al constituirse en las primeras drogas específicamente curativas para una infección humana, y Waksman con la estreptomicina que tendría similar valor en la tuberculosis y Fleming quien con Florey descubren en 1922 la ruta de los antibióticos, cambian la historia de la infección para siempre, que en 1943 se aplicó con resultado satisfactorio en un humano: la penicilina, ampliando el campo de la cirugía al controlar la infección postoperatoria, el peor enemigo de la misma. Y Roentgen con sus Rayos X y Laennec con su estetoscopio.
Y vinieron después los trasplantes de órganos completos, el primer real informe de un trasplante de riñon, con buen resultado fue hecho, en el cuello de un perro, por Emerich Ullman en 1902.
Este autotrasplante trabajó perfectamente pero cuando un riñon de otro perro fue trasplantado, se destruyó rápidamente por el mecanismo, hasta entonces desconocido, del rechazo al trasplante, por mecanismos inmunológicos.
El primer reemplazo de corazón completo se hizo en 1967 por Christian Barnard, en Cape Town Africa del Sur, culminando con ello la máxima altura alcanzada hasta el presente por las técnicas quirúrgicas.
La imagen de Christian Barnard y de quienes con él intervinieron en ese primer caso de trasplante exitoso, llevaron con ellos la imagen de la cirugía y del cirujano a las máximas alturas jamás soñadas.
Al mismo tiempo se desarrollaba la cirugía neurológica, la cirugía del cerebro, la microcirugía y todas las técnicas que en este momento han convertido la cirugía en la ciencia y en el arte más extraordinario que puede haber desarrollado el ser humano.
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