Obituarios: Sra. Clemencia Restrepo de Vergara

Académico Efraim Otero Ruiz

Si las muertes de los académicos ilustres conmueven a esta corporación, las de sus esposas nos sobrecogen al extremo porque, para la mayoría de nosotros, ellas representan mucho más soporte vital y mental que el que podría brindarnos la más ilustre de las Academias.

Tal es el caso de doña Clemencia Restrepo de Vergara, esposa del Académico y Ex-Vicepresidente Roberto Vergara Támara, fallecida súbitamente la noche del 7 de junio de 2006.

Descendiente de los apellidos más ilustres de la capital y del país, los Restrepos y los Gavirias, Clemencia unía a la distinción y perspicacia de sus abolengos una belleza hiperbórea, que recordaba las caras de las muñecas de porcelana que llegaban de Europa hace una centuria.

Formó con Roberto una pareja excepcional, que brilló durante más de 50 años en los salones de Bogotá y Cartagena.

El, cirujano y ginecólogo, pionero de las operaciones más arriesgadas de ese entonces para tratar el cáncer uterino; ella, esposa y madre ejemplar, que a su ingénita simpatía unía un talante único y acogedor, que cautivaba a quien la conociera.

Como en el alejandrino clásico de Amado Nervo, “todo en ella encantaba, todo en ella atraía…, quien la vió, no la pudo ya jamás olvidar”. (Ver: Obituarios: El Académico Alfredo Naranjo Villegas (1916-2006)

Justamente la poesía fue un factor sentimental e intelectual que los unió durante sus vidas; ello lo recordamos hace dos décadas, en referencia mía jocosa a memorable reunión de esta Academia, y lo volvimos a repetir hace poco cuando Roberto y yo, con la asesoría de la inefable Clemencia, hicimos una sesión conmemorativa de la magna obra del poeta cartagenero Luis Carlos (“El tuerto”) López.

Porque desde su ingreso a la institución en 1967, hasta hace apenas unos días, ella lo acompañaba a gran parte de nuestras reuniones o nos invitaba a sus bellas mansiones de Bogotá o de Tocancipá, donde eran anfitriones insuperables y en que algunos recordábamos antiguos poemas.

Fue una de tantas damas, la mayoría de las cuales aún nos acompañan, que han sabido darle a esta centenaria Academia un aire como de “gran familia” en la que nos sentimos acogidos, aunque ya no enciendan con la debida frecuencia una de sus cálidas y enormes chimeneas.

Esa calidez es la que permanece en el espíritu de todos los que conocimos a Clemencia. Por eso van para Roberto, sus admirables hijos y todos sus familiares, nuestros votos de solidaridad y sincera condolencia.

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