Reseña Bibliográfica, La Mujer en Dos Mil Años de Historia de la Música
Académico Efraím Otero-Ruiz*
De Orlando Alarcón, médico y pediatra samario, descendiente de uno de los grandes compositores y pianistas del siglo XIX, podría decirse que ha dedicado la mitad de su vida al estudio de la música en su relaciones con la medicina.
Ya en esta Sociedad nos presentó hace unos años sus dos libros iniciales, “Amor y neurosis en los genios de la música” (con prólogo del maestro Otto de Greiff) y “Los músicos ante la medicina”.
El que nos presenta hoy, 6 de Diciembre de 2000, es el cuarto en la prolífica producción del autor sobre temas tan trascendentales.
El libro, de 195 páginas, pulcramente editado por Editorial Kimpres, se inicia con un prólogo y dos capítulos titulados “Las musas de los músicos” y “Antecedentes históricos” : el de las musas hace referencia a aquellas inspiradoras, amigas o amantes de los grandes músicos, desde Vivaldi hasta Shostakovich, ya la forma como ellas inspiraron diversas composiciones que aparecen dedicadas en las respectivas partituras.
Los antecedentes históricos se remontan al paleolítico, donde una figura de mujer tallada en piedra, la llamada Venus de Laussel, muestra en una de sus manos un cuerno, uno de los primitivos instrumentos musicales de hace 24.000 años, siendo, según el autor, quizás la primera representación que reune a la mujer con la música.
De ahí se lanza por las primitivas civilizaciones de la China y la India, los sumerios y los egipcios, para pasar luego por los griegos, los judíos y los romanos, extrayendo cuidadosamente de la historia de esos pueblos la presencia de bailarinas o ejecutantes y su papel en las diversiones o entretenimientos privados o públicos. (Lea: Reseña Bibliográfica, Catecismo de Ética Médica)
De ahí pasa al tema central del libro, titulado “La mujer en estos dos milenios” que subdivide en cinco capítulos principales, a saber: “En el imperio romano y el medioevo”, “Del renacimiento al siglo XVII”, “La mujer en el siglo XVIII”, “Las damas del siglo XIX” y “La mujer en el siglo XX”, este último subdividido en 10 subcapítulos o entradas referentes a situaciones o actividades específicas, como son las compositoras, las intérpretes según los principales instrumentos, los diversos concursos, premios, escenarios, conjuntos, razas, agrupaciones etc.
Es justamente en este tema central donde el autor hace un mayor alarde de erudición pues desde los tiempos romanos y medioevales, pasando por el Renacimiento, nos va mostrando en detalle el creciente papel de la mujer como compositora o ejecutante, desde las primeras óperas -teniendo que competir con los “castrati” que apenas irán a desaparecer de los escenarios hasta bien entrado el siglo XVII-.
En esa primera etapa, concentrándose mucho en la Italia renacentista, nos hablará del papel que en la formación de mujeres músicas tuvieron los famosos hospicios u “ospedalli” de Venecia, principalmente los “de la Pietá”, “degli Incurabili”, “dei Oerelitti” y “dei Mendicanti”, habiéndonos mencionado antes el papel que durante la alta edad media desempeñaron las juglaresas provenzales.
A medida que se avanza en el tiempo, de un siglo al otro, pareciera que el número de mujeres en la música creciera exponencialmente, al tiempo que la documentación sobre la vida y trayectoria de las mismas va mejorando, quizás por el mismo perfeccionamiento en los registros llevados por los grupos o instituciones en que dichas mujeres participaron.
También por el mismo mecenazgo ejercido por las diversas cortes europeas en favor de los músicos, llama la atención la creciente participación de mujeres nobles o emparentadas con la nobleza como compositoras, promotoras o simplemente intérpretes: para el siglo XVIII figuran entre otras Guillermina Sofía, princesa de Rusia y duquesa de Bayreuth :Ana Amalia, hermana menor de Federico 11de Prusia, lo mismo que una sobrina del mismo nombre, duquesa de Weimar.
La princesa María Antonia Walpurgis, hija del elector de Baviera; Mariana de Martínez, hija de un noble adscrito a la comitiva del nuncio papal; Maria Theresia van Paradis, hija del secretario imperial de María Teresa de Austria, la emperatriz Augusta María Luisa de Prusia yen Francia la marquesa de la Mizangere, todas ellas rodeadas de los grupos más selectos de compositores y músicos de su época, quienes a su vez les dedicaban o eran objeto de composiciones dedicadas a ellos o a los personajes de su entorno.
Hay que anotar también que, a medida que avanza en su narrativa cronológica, el autor se va haciendo cada vez más familiar con el chisme o la “petite histoire” con que adereza amenamente la descripción de sus protagonistas, y la defensa que las mismas hacían de su ocupación, en medio de un mundo machista que llegaba a afirmar, como lo hizo el mismo Rousseau, que “las mujeres, en general, no tienen ni sensibilidad artística ni genio” y que “sus creaciones son frías y bonitas como son ellas mismas: tienen abundaneia de espíritu pero falta de alma”.
La dificultad para la vida hogareña se hace evidente en los múltiples matrimonios que muchas de ellas realizaron, hecho que las distingue en una era en que la mayoría de las uniones eran monogámicas.
En los siglos XIX y XX la participación de la mujer se hace ya tan nutrida y la especialización en diversos campos tan obligatoria que el autor tiene que proceder a subclasificar sus capítulos no solo por países o regiones sino también por actividades.
Así, en el siglo XIX, después de recorrer los países europeos y de dedicarle dos páginas a Teresa Carreño, la famosa pianista venezolana, subdivide un grupo especial con las compositoras originarias de los Estados Unidos una de las cuales, Amy Beach, dedicará uno de sus conciertos de piano a la Carreño.
Sin embargo el autor admite que, en ese siglo, fue tardío el reconocimiento público que se dió a las compositoras, a quienes se discriminaba cuando se trataba de escoger sus composiciones para las grandes representaciones colectivas.
Otro grupo lo forman las cantantes, de las cuales algunos nombres famosos como el de la Malibrán o la Nellie Melba pasarán a ser reconocidos en los albores del siglo XX. En el siglo XIX se destacará también en España la familia García, a uno de cuyos miembros, Manuel, se lo reconoce hoy como el inventor del laringoscopio.
El siglo XX lo inicia el autor con Alma Mahler, la esposa del compositor, quien le doblaba la edad y daba poco reconocimiento a sus virtudes como compositora; por su belleza, longevidad y posteriores matrimonios con figuras públicas de los Estados Unidos, Alma contribuyó al progresivo reconocimiento de la mujer en los anales de la música moderna.
A ello contribuyó también la creación, por el gobierno francés, del llamado “Premio de Roma” con el cual se distinguió a numerosas mujeres, siendo quizás las más notables, por su influencia ulterior en otros compositores y ejecutantes, las hermanas Boulanger, en especial Nadia, cuya vida se prolongó hasta 1979.
La lista de compositoras del siglo XX se prolonga también por 30 páginas, de la 87 a la 117 del libro, mencionando brevemente al final de esa ennumeración las contribuciones de la mujer latinoamericana, destacándose las argentina y brasileñas y brillando por su ausencia las colombianas. Mención especial se hace también de aquellas mujeres (no muy abundantes, por cierto) que se han destacado como directoras de orquesta.
Otro subcapítulo especial en el siglo XX es el de pianistas o, como el autor las denomina en el subtítulo, “Damas al teclado”, que van desde la c1avecinista Wanda Landowska (profesora, durante sus últimos años en Connecticut, de nuestro egregio Rafael Puyana) hasta la brasileña Cristina Ortiz o la venezolana Judit Jaimes.
Luego prosigue con las violinistas, iniciando la lista con la británica Marie Hall y terminando quizás en la contemporánea Vanessa Mae, cuyas interpretaciones las vemos con frecuencia en televisión. Recordemos la emoción con que el autor evocó aquí mismo, hace ocho días, el nombre de Ginette Neveu, precozmente desaparecida, en su opinión una de las mayores violinistas del mundo.
Bajo la denominación de “Otras intérpretes incluye también un listado de las más importantes chelistas –iniciado por la prematuramente fallecida Jacqueline Du Préclarinetistas, arpistas y guitarristas clásicas.
Las veinte páginas siguientes (de la 142 a la 162) las dedica a las más famosas cantantes del siglo XX, encabezadas por la en numeración de 48 de ellas que se distinguen entre los 100 más famosos intérpretes de la voz del pasado siglo, según la revista Classics-CD.
Ellas van desde famosas sopranos de comienzos del siglo, como Amelita Galli-Curci (que algunos alcanzamos a oír junto con Caruso en las primitivas grabaciones de 78 RPM que se tocaban en las victrolas de nuestras casas solariegas) hasta fenómenos contemporáneos como Cecilia Bartoli o Charlotte Church. Dos páginas están dedicadas a María Callas, para muchos “la voz de oro del siglo”.
Resulta por lo menos muy significativo que en el transcurso del último año dos de nuestros médicos eminentes, José Félix Patiño y OrlandoAlarcón Montero, hayan dedicado sus libros a la mujer en la historia de la música, el uno concentrándose en María Callas y el otro ampliando su visión a todas las representantes del bello sexo que en una u otra forma contribuyeron al engrandecimiento de este arte.
Secciones especiales les dedica también en el siglo XX a las directoras de orquesta, papel en el que, sin embargo, las mujeres no han sido ni muy afortunadas ni muy conocidas; ya las mujeres afroamericanas en la música, basado en los estudios de dos autores norteamericanos muy connotados en este tema, Southern y Green.
Una de las últimas biografiadas en esta sección es la soprano Leontine Price, a quien el
autor de estas líneas tuvo el placer de escuchar interpretando el papel de Aida en el Teatro Griego de la Universidad de California, en Berkeley, en una de las representaciones más memorables que haya podido presenciar en su vida.
Otra sección, ya al final del siglo XX, la constituye la que el autor denomina “Llegaron las orientales” en que enumera las múltiples contribuciones de artistas chinas, japonesas, filipinas o de otras nacionalidades, cuyos nombres siguen brillando con luz propia en las carteleras de todo el mundo.
Un breve capítulo final de seis páginas lo dedica a “Las colombianas en la música” iniciándolo con el nombre de Josefina Acosta, la única incluida en la publicación italiana “Mujeres en la Música” de 1982; como compositora quizás la más notable ha sido Jacqueline Nova, como intérpretes Blanca Uribe y Teresita Gómez y como sopranos Martha Sen n y Juanita Lascarro.
Al hablar, en el párrafo final, de las promotoras incansables de la música en las diversas regiones del país, yo quisiera que hubiese incluido en Bucaramanga, aliado de Marcela García Ordóñez el nombre de Lucila Reyes Duarte, notable pianista, alumna de Harold Martina, quien por muchos años ha organizado los festivales de piano en torno a la Universidad Industrial de Santander.
En el capítulo final, “Recapitulación y coda”, el autor vuelve sobre sus pasos y nos cita las principales motivaciones que lo llevaron a escribir este bello libro, lo mismo que sus fuentes principales, las cuales aparecen detalladas en un listado de 46 referencias bibliográficas, de las cuales el lector queda convencido que el autor ha leído y estudiado cada una de ellas.
Su frase final es de optimismo sobre el papel creciente de la mujer en la música, y dice: “El siglo XXI será el siglo de la completa igualdad entre damas y varones en todas las ramas del quehacer musical. No es necesario ser arúspice para afirmarlo”.
Como tampoco es necesario ser profeta para pronosticar que Orlando Alarcón Montero, en su dorado retiro de la Florida, nos seguirá deleitando en un futuro próximo con obras como ésta que, aliado de las ya publicadas, lo sitúa como uno de los musicólogos más importantes de Colombia y del continente.
. Presidente de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina.
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