El Paciente Winston Churchill
Académico Alfredo Jácome Roca
El 24 de enero de 1965 moría Sir Winston Churchill, unos dos meses después de haber cumplido su nonagésimo aniversario y a los 9 días de haber entrado en coma por un tercer y último accidente cerebro vascular.
Fue un hombre extraordinario, el mejor estadista que ha tenido Inglaterra y uno de los personajes
más importantes del siglo XX.
Fue longevo a pesar de su agitada existencia y de la presencia de muchas dolencias que le aquejaron, confirmando aquel dicho de que los más enfermos son los que más viven.
Recordando el libro de Accoce “Los enfermos que nos gobiernan”, y habiendo visitado la casa de Chartwell en unas vacaciones en el Reino Unido, el académico Ricardo Rueda González se dedicó a investigar y a conseguir datos sobre la historia médica de Winston Spencer Churchill, logrando en medio de apuntes de aquí y de allá, y con la ayuda de personal de nuestra corporación, la elaboración de un estupendo libro con ese título, en buena hora publicado por la Universidad Javeriana.
Sobra decir que esta muy bien escrita obra se la lee uno de un tirón, dado el estilo fácil del autor, lo bien documentada que está y el interesante anecdotario, pues la vida de este gigante de la raza humana fue una permanente anécdota.
Dice el prologuista Alberto Dangond Uribe, experto en el tema, lo siguiente: “En el curso de esa larga vida, tan intensa y tan activa, la envoltura mortal de Winston Churchill atravesará con éxito, peligros innumerables, accidentes y enfermedades de diversa índole.
La lista parecería interminable: …. erisipela, neumonía, fractura del fémur, forunculosis, luxación del hombro, gripe, apendicitis, fiebre tifoidea, angina de pecho, conjuntivitis, hernia inguinal, espasmos arteria-cerebrales, arteriosclerosis, faringitis, bronconeumonía, ictericia, obstrucción arterial, osteoporosis y varios episodios de accidentes cerebro vasculares …” (Lea también: María Callas: La Divina)
Bien, aunque parecería que Mr. Churchill no salía de su lecho de enfermo, no fue así, pues aprovechaba al máximo su convalecencia y se levantaba tan pronto podía. Aunque desconfiaba de médicos y medicinas, contó con varios de ellos muy expertos y excelentes amigos, Robson Roose en su infancia y Charles Wilson, Lord Moran, en sus últimos 25 años.
Este último escribe la obra tal vez mas relacionada con el tema del libro del Dr.Rueda, “Churchill, Struggle for Survival”, que generó muchas críticas, particularmente de Randolph, vástago del antiguo Primer Ministro.
Si repasamos la lista de patologías que aquejaron a quien llegó a ser un insigne geronte, veremos que no difiere mucho de las que hemos padecido o que nos pueden afectar en un futuro.
No parece IoIaber tenido diabetes, hiperlipidemia severa, cáncer de ninguna clase o EPOC, a pesar de haber sido consuetudinario fumador de tabaco (que afecta menos que el cigarrillo en si), “buena muela” con su consiguiente obesidad, y asiduo bebedor aunque nunca llegaba a indignantes borracheras; fue una familia de alcohólicos, como su padre y dos de sus hijos, Randolph y Sarah.
En su libro autobiográfico “Mi Primera Juventud, una Misión Errante”, nuestro personaje narra lo siguiente: ” Mi ama, la señora Everest, tenía mucho miedo a los fenianos (asociación revolucionaria irlandesa o Sinfen, que todavía da mucho que hablar); colegí que estos eran gente malvada y que se saldrían con la suya si se les dejaba salir adelante.
En una ocasión mientras paseaba en mi borrico, creímos ver una larga y lúgubre fila de fenianos que se aproximaba; nosotros nos alarmamos mucho, particularmente el borrico, que exteriorizó su inquietud coceando. Caí al suelo y sufrí una conmoción cerebral. iFue mi primera salida a la política irlandesa! “.
Fue el primero de los varios accidentes que sufrió. Virginia Cowles, una de sus biógrafas, dice que” Muy poco antes de pasar su examen final para entrar a Sandhurst, Winston tuvo un accidente muy serio.
Estuvo inconsciente durante tres días …. los mejores especialistas de la época fueron
llamados a consulta. Tenía un riñón reventado y tuvo que ser operado de inmediato”, lo que sugiere que probablemente si fue nefrectomizado.
En cuanto a su nacimiento, dice la misma biógrafa”: Las circunstancias fueron un poco extrañas; su madre, una bella y graciosa joven desposada, se encontraba de siete meses . en el medio del baile (de San Andrés) la sacaron apresuradamente del gran salón y se la llevaron a un saloncito adyacente donde en medio de sombreros de pelo, capas de terciopelo y cuellos de pieles, dio a luz a Winston”. y luego escribe”: …..fue anunciado en The Times en una sola línea: El 30 de noviembre, en el Palacio de Blenheim, Lady Randolph Churchill dio luz a un hijo, prematuramente”.
No ha datos de peso y talla, pero el niño fue manejado como un recién nacido normal, lo que da base a lo dicho por algunos historiadores, que aseguran que la señorita Jerome tenía dos meses de embarazo en el momento del casorio. En aquella época victoriana, no hubiese quedado bien no decir que el bebé era sietemesino.
Algo que realmente afectó a Winston, el hombre y el político, fue la depresión, mal de familia. A su vuelta a Londres en 1916, uno de sus amigos lo describe como una persona deprimida, más allá de los límites de la descripción.
Y en su propia autobiografía, dice el personaje: “¡Cómo odié aquel colegio (St. James) y que vida de ansiedad llevé allí durante más de dos años! ….Mi salud se quebrantó y finalmente, después de una seria enfermedad, mis padres me sacaron del mismo.
Nuestro médico de familia, el famoso Robson Rosee, ejercía entonces su profesión en Brighton, y como mi estado fue considerado muy delicado, se pensó que sería conveniente que estuviese bajo su constante atención.
Allí permanecí durante tres años, y aunque estuve a punto de morir de una pulmonía doble, con aquel aire tonificante y aquel ambiente agradable, poco a poco me fue fortaleciendo”.
Y en cuanto a las neumonías y otras infecciones que padeció en su vida, la anécdota de que el padre de Fleming, descubridor de la penicilina, había salvado a Winston de ahogarse, y de que en agradecimiento, Sir Randolph habría costeado la educación del futuro médico, quien más adelante le salvaría de nuevo la vida, no parece confirmarse en las fuentes consultadas, ya que Churchill recibió más que todo sulfas, y tal vez en su última bronconeumonía, alguna combinación de penicilina y estreptomicina, pero no a manos de Fleming.
El problema vascular generalizado y la osteoporosis no son entonces algo peculiar y extraño en una persona de tanta edad, obesa, fumadora y tomadora. En mis años de colegio me consideré gran admirador del estadista, y siendo este primer ministro por última vez, escribí alguno de mis primeros artículos periodísticos con datos biográficos que titulé “Alabemos el cigarro”, en referencia al hábito tan notorio que tenía.
El episodio de ictericia suena mas como una colédoco litiasis transitoria que una hepatitis, pues no refiere gran anorexia ni vómito, ni hay mención que hubiese sentido repulsión por el tabaco, síntoma que se ve en los fumadores con hepatitis.
Que al final de su vida padeció una demencia vascular, no hay duda, aunque no parece que hubiese sido extraordinariamente severa.
El elogio que se hace a Lord Morán en la obra de Rueda es mas que merecido, pues pocas veces ve uno a un médico de tanta experiencia hacerse cargo de un paciente en forma exclusiva por un cuarto de siglo. Como decía Churchill: “… pero ambos sobrevivimos”. Y ambos pasaron a la historia.
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