Obituarios, Descubrimiento de la Enfermedad de Chagas (90 Años)

Académica María Mélida Durán Merchán

María Mélida Durán MerchánUna de las secciones especialmente nostálgicas pero a su vez más trascendentales es esta de Obituarios en la revista “Medicina”. Acostumbra ser uno de los nichos literarios de la prolífica y versátil pluma del Académico Efraím Otero o de la pulida pero algo menos abundante del también Académico Zoilo Cuéllar.

Puede ser esta sección de igual manera la semilla biográfica para aquellos ilustres médicos colombianos que por esta Institución pasaron, que llamamos “necrológica”, para darle un toque menos fúnebre y más alegre, pues destaca lo mucho de positivo que tuvo la vida de quien se escribe.

Nos duele hacerlo hoy sobre María Mélida Durán Merchán, a quien me costó trabajo dejar de decirle “de Rueda”, en referencia a su compañero de tantas luchas y padre de su hijo Marcelo, el urólogo de Marly, Manuel Rueda Salazar.

Y repito que siento consternación al hacerlo pues su edad distaba mucho de la de aquel personaje a quien se refería el Académico Laurentino Muñoz al conversar con su amigo Germán Arciniegas, un par de intelectuales a quienes la senectud no quitó vitalidad alguna. Vio pasar a algún conocido que rondaba en los cien años y dijo: “¿no es ese el que murió el año pasado?”

María Mélida se animó a meterse en estas lides de la medicina e hizo su pregrado en la Javeriana, en donde tuve la fortuna de darle algunas clases. Algunos colegas la acompañaron en esa travesía estudiantil, para citar algunos, Armando Gaitán, Rafael Gutiérrez, Ernesto Gualteros, Manuel Rueda y mi hermano Daniel.

Hizo su especialidad en dermatología y en un comienzo bajo la sombra del Académico Fabio Londoño, logró rápidamente ascendente carrera como uno de los pilares del “Centro Dermatológico Federico Lleras Acosta”. Siendo su ocasional paciente me contaba cómo en alguna visita que hizo a Tailandia, ese ‘1igre asiático” con los mismos problemas nuestros, había logrado subirse al tren del desarrollo.

El “dermatolocho”, como cariñosamente lo llamaban los estudiantes javerianos, pues allí no se cumplían largas jornadas ni extenuantes turnos, fue el sitio donde la doctora Durán se consolidó como una moderna docente de las enfermedades de la piel.

De los antiguos, recuerdo al abnegado profesor Víctor Piñeros y Piñeros, quien trataba horrendos casos de avanzada sífilis en sus pacientes, prostitutas por lo general; y al doctor Medina Pinzón, siendo ambos del entonces vetusto Hospital de la Samaritana, institución que sorteó con éxito los embates de la modernidad.

De este último recuerdo una gran disertación que hizo sobre el “eritema multiforme”, al pie de la cama de un enfermo del Hospital Militar, interconsultado por los que a la sazón trabajamos en medicina interna. “¿Y que lo causa, Profesor?”, a lo que Medina respondió: “¡Ah! para eso están los internistas”.

Perdóneseme que divagara sobre aquellos maestros que basaron su especialidad, de aéuerdo a la ciencia de la época, en la dermatología descriptiva, de “atlas”, al igual que la endocrinología inicial, de “circo”.

En contraposición a los modernos, entre quienes se encontraban Durán, Londoño y en Cali, Rafael Falabella. Momento estelar vivía María Mélida cuando en algún magno evento en el Dermatológico “mojó” prensa aliado del ex presidente Lleras Restrepo en primera página de “El Tiempo”. Cumplió allí su ciclo y tuvo que dejar aquella magna institución. (Ver: Reseñas bibliográficas “Setenta Años del Cáncer en Colombia”)

Vino entonces al Hospital San Ignacio, donde se dedicaba a enseñar la inmunología de la piel. En algún número de la revista “Vniversitas Medica”, que en una época resolvió sacar ediciones monotemáticas al mejor estilo del “American Journal of Medicine”, bajo la hábil dirección del editor Jaime Bernal Vi llegas, María Mélida escribió documentados artículos sobre ésta, que me parecía incipiente disciplina, y que al leer alguno de ellos -no me ruborizo al decirlo-, aprendí a entender cómo era aquello de los anticuerpos monoclonales.

En San Ignacio tuvo también, con Lázaro Jiménez y conmigo, una “clínica de hirsutismo”. Jamás en mi práctica endocrinológica había visto casos tan asombrosos de mujeres velludas, que no hubiera dudado en calificar de “cánceres suprarrenales”, pero que resultaban ser benignos “hirsutismos idiopáticos”, benignos en cuanto a mortalidad, pero malignos en cuanto a que daban estocada fatal a la vanidad de aquéllas pacientes.

Las tratábamos con dosis altas de un conocido antiandrógeno, al que combinábamos con anticonceptivos hormonales para evitar la natural amenorrea, con sus consecuencias sobre el hueso y otros tejidos, y con resultados clínicamente dudosos pero “estadísticamente significativos”.

Otra faceta de María Mélida fue su gran javerianidad. Trabajábamos hombro a hombro en muchos congresos de la Asociación de Médicos Javerianos. En aquella época era la médica de moda para entrevistas en los medios masivos sobre temas relacionados con la piel, lo que ella modestamente consideraba un sistema más para “educar a la comunidad”.

Aprecié también su alegría y compañerismo cuando celebraban sus aniversarios de egresados, festividades a las que naturalmente me encontré vinculado, gracias a la participación de mi hermano Daniel Jácome, neurólogo javeriano y Académico Correspondiente Extranjero, porque reside en los Estados Unidos.

Mas lo que me hace quitarme el sombrero ante su tumba es su extrema presencia de ánimo, que mantuvo hasta último momento a pesar del fatídico diagnóstico que la llevó rápidamente a dejarnos. Un par de semanas antes se posesionó como Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Medicina. Y a escasos dos días de su muerte, ya al borde de la tumba, finalizó su tradicional curso anual de dermatología, pues creyó que hasta el final debe uno compartir con los demás los dones que Dios nos ha dado.

Académico Alfredo Jácome-Roca
Académico de Número
Miembro de la Comisión de Publicaciones

Académico Miguel Trías Fargas

Miguel Trías FargasNacido en Barcelona, Cataluña, el 9 de agosto de 1924, llegó el doctor Trías a Colombia a muy corta edad; se graduó como médico en la Universidad Nacional de Colombia y se especializó en Cirugía del Tórax en importantes instituciones de Inglaterra y Francia.

Ejerció con brillo dicha especialidad en los Hospitales San Carlos, Santa Clara y San José de la ciudad de Bogotá, así como en la Fundación Shaio, a cuyo nacimiento contribuyó. Su trascendental labor en la Asociación Pro Bienestar de la Familia Colombiana, Profamilia, que dirigió desde 1973 hasta 1994, y en la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente, D.M.D., que presidió desde 1995 hasta sus últimos momentos, ha sido objeto de merecidos elogios y se reflejó en importantes progresos de la salud y de la calidad de vida de los colombianos.

La Academia presenta, el nombre y la vida del doctor Trías Fargas como ejemplo de rectitud, virtudes médicas y alta calidad humana.

Académico Juan Mendoza-Vega
Vicepresidente
Coordinador de las Comisiones Permanentes
de la Academia

Académico Alejandro Posada Fonseca

Alejandro Posada FonsecaEn el mes de agosto del presente año 2000, la Academia Nacional de Medicina, los señores Académicos -sus pares- así como sus amigos y, fundamentalmente, su familia, presenciamos la partida definitiva del colega, del maestro, del amigo incondicional- para sus hijos, del padre inmejorable e inolvidable hacia ese espacio sin fin, pleno de luz y de paz inacabable donde, desde años atrás, lo esperaban su querida esposa, uno de sus hijos, y tantos seres queridos que lo antecedieron en el viaje a la eternidad.

El doctor Alejandro Posada nació en Bogotá, el 28 de noviembre de 1908. Al terminar su formación preuniversitaria, viajó a Francia, y estudió medicina en la Facultad de París, la que le otorgó el grado en 1939, con un trabajo de tesis titulado, “Parálisis oculares después de anestesia raquídea o de punción lumbar’. Se especializó en oftalmología en los servicios correspondientes de los Hospitales Saint Antoine (1933 – 1935) y Cochin (1935 – 1938) de París.

Regresó a Bogotá y más tarde viajó a los Estados Unidos de Norteamérica donde, en el Columbia Presbiterian Medical Center de Nueva York, completó su especialización oftalmológica, entre 1940 y 1942.

En 1946 asumió la Jefatura del Servicio de Oftalmología en el Hospital Infantil “Lorencita Villegas de Santos’, en el cual desarrolló, durante muchos lustros, una importante labor asistencial y docente; fue inmensa su experiencia oftalmológica en pediatría, pero muy especialmente en estrabología también, y durante varios años, mantuvo vinculación con el Servicio similar del Hospital de San José de Bogotá. Rigió la cátedra de oftalmología en la Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana y, más tarde, la de fisiología ocular en la Facultad de Optometría de la Universidad de la Salle (1967).

Ingresó a la Academia Nacional de Medicina como Miembro Asociado, en 1965, como Presidente que era entonces de la Sociedad Colombiana de Oftalmología; pasó a Miembro Correspondiente en 1969 y, en 1978, se posesionó como Miembro de Número.

La Academia, en julio de 2000, lo distinguió con el nombramiento de Miembro Honorario de la Corporación. Formó parte de las directivas de algunas entidades asistenciales en diversas oportunidades. Perteneció a la Sociedad Francesa de Oftalmología, a la Asociación y a la Sociedad Panamericana de Oftalmología, a la Sociedad Colombiana de Oftalmología, al Colegio Colombiano de Cirujanos y a otras entidades científicas del país y del exterior.

Participó en numerosos congresos y eventos nacionales e internacionales en su especialidad y recibió importantes distinciones. Entre sus trabajos científicos figuran, “Desprendimiento de la retina”; “Traumatismos oculares en los niños’; “La fotocoagulación en oftalmología”; “Cirugía del glaucoma y sus complicaciones’ y “Endotropia. Cirugía”.

A pesar de su avanzada edad, asistió puntualmente a la mayoría de las sesiones de la Academia Nacional de Medicina, prácticamente hasta la de la semana anterior a la de su muerte; mantuvo hasta el fin de sus días una mente absolutamente lúcida. Independientemente de la diferencia de edad que nos separaba; fue grande el afecto y la amistad que me unieron al doctor Posada, quizás reflejo de la que le unió a él con mi padre, de quien fuera “partner’ de golf en los campos del Club de Los Lagartos, cuando languidecía la década del cuarenta.

Hace ya unos 4 años, cuando presenté a la Academia mi trabajo sobre el síndrome de Duane, él tuvo la gentileza de realizar el comentario correspondiente, brillante por cierto; y ya contaba entonces con 88 años de edad. Su temperamento permanentemente afable despertó un inmenso afecto en todos los que le conocimos.

Su prudencia era signo característico de su personalidad; la llevó al extremo de mantener en la ignorancia de la gravedad de la afección que lo enviaría a la tumba, a todos los que departíamos con él habitualmente en la Academia, prácticamente hasta la semana anterior al desenlace fatal.

Además de la membrecía de Honor que le otorgara la Academia, la Sociedad Colombiana de Oftalmología lo galardonó con el “Premio a toda una vida”; tanto la primera como el segundo le fueron entregados en forma póstuma, orquestados pór el conmovedor sonido de un afectuoso, pleno y respetuoso minuto de silencio, que hizo vibrar al unísono los espíritus de todos quienes asistieron a la ceremonia, tanto en el Auditorio César Augusto Pantoja de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, el jueves siguiente al de la semana de su muerte, como en el del Centro de Convenciones de Paipa, el mismo día de su partida. Falleció en Bogotá, en la mañana del miércoles 16 de agosto de 2000, muy próximo a cumplir los 92 años de edad.

La Academia Nacional de Medicina de Colombia, su Junta Directiva, la totalidad de los Académicos, su personal administrativo y de servicios, se asocia al sentimiento de pesar que embarga a su familia y a sus amigos y les hace llegar un sincero mensaje de solidaridad, de compañía y de consuelo.

Académico Zoilo Cuéllar-Montoya
Miembro de la Comisión de Historia y Humanidades

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