Cada vez que un vehículo a combustión arranca su motor, libera gases invisibles que dejan una huella visible en el planeta. Aunque parezca algo cotidiano, el impacto es inmenso: un solo carro a gasolina emite en promedio 4,6 toneladas de CO₂ al año, mientras que un camión diésel de carga mediana puede superar fácilmente las 10 toneladas anuales, según estimaciones de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA).
Eso equivale a talar más de 500 árboles maduros o mantener encendidas cerca de 1.000 neveras domésticas durante un año. Ahora imagina ese impacto multiplicado por los miles de vehículos de carga que recorren diariamente las calles colombianas. El resultado: un aire más denso, un clima más caliente y una factura ambiental que todos terminamos pagando, aunque no la veamos en ningún recibo.
1. Del motor al aire: la diferencia que no se ve, pero se respira
La diferencia entre un motor diésel y uno eléctrico no está solo en el ruido o en el tipo de combustible. Está en el aire que respiramos.
De acuerdo con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia, el transporte terrestre es responsable de cerca del 39 % de las emisiones totales de material particulado fino (PM2.5) del país, una de las principales causas de enfermedades respiratorias y cardiovasculares.
Un vehículo eléctrico, en cambio, puede reducir hasta en un 98 % las emisiones de CO₂ durante su vida útil, especialmente cuando se carga con energía proveniente de fuentes renovables. Eso se traduce en ciudades más limpias, con menos smog y con menores índices de contaminación.
Para dimensionarlo:
una flota de 10 vehículos eléctricos Farizon puede evitar la emisión de más de 100 toneladas de CO₂ al año, lo que equivale a plantar cerca de 5.000 árboles o a mantener limpio el aire que respiran más de 2.000 personas.
En ciudades como Bogotá o Medellín, donde los niveles de contaminación superan con frecuencia los estándares de la OMS, la movilidad eléctrica no es solo una apuesta tecnológica: es una estrategia de salud pública y sostenibilidad urbana.
2. La contaminación del transporte: una factura que todos pagamos
Los efectos de la combustión no se quedan en las calles. Se traducen en impactos ambientales y económicos que afectan a todos.
Según el Banco Mundial, la contaminación del aire le cuesta a América Latina más del 3 % del PIB anual, debido a gastos en salud, pérdida de productividad y daños a los ecosistemas.
El transporte es uno de los sectores más difíciles de descarbonizar, pero también uno de los más urgentes de transformar. Los combustibles fósiles generan emisiones no solo de dióxido de carbono, sino también de óxidos de nitrógeno (NOx), monóxido de carbono (CO) y material particulado (PM10 y PM2.5), compuestos asociados a enfermedades respiratorias crónicas y cáncer de pulmón.
Cada kilómetro recorrido por un vehículo eléctrico representa una pequeña reducción en esa factura ambiental. Cuando las empresas hacen la transición de sus flotas a energía limpia, están ahorrando dinero a largo plazo y protegiendo la salud de sus comunidades.
3. Un impacto ambiental que también impulsa el negocio
La sostenibilidad dejó de ser un discurso para convertirse en un indicador clave de competitividad empresarial.
Las compañías que adoptan flotas eléctricas no solo reducen su huella de carbono, sino que ganan acceso a beneficios tributarios, financiamiento verde y mejores posiciones en licitaciones con criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza).
Además, los consumidores —cada vez más informados y exigentes— valoran a las marcas que demuestran responsabilidad ambiental con hechos, no con promesas. Un negocio sostenible no solo vende más: perdura más.
Empresas en Colombia que han implementado pilotos de movilidad eléctrica en su logística ya reportan ahorros de hasta 70 % en costos energéticos, reducciones de más del 90 % en emisiones directas y mejor percepción de marca en sus mercados.
4. Farizon: tecnología eléctrica al servicio del planeta y las empresas

El verdadero cambio ocurre cuando la industria se mueve. Y Farizon está impulsando esa transformación.
Respaldada globalmente por Geely Commercial Group, Farizon desarrolla vehículos comerciales 100 % eléctricos diseñados para optimizar la eficiencia operativa y reducir el impacto ambiental del transporte empresarial.
Su tecnología de baterías de última generación, su enfoque en autonomía y su compromiso con el soporte local permiten que las empresas reduzcan su huella de carbono sin sacrificar productividad ni rentabilidad.
Cada kilómetro recorrido con un vehículo eléctrico Farizon representa una contribución real a la calidad del aire, al cumplimiento de metas ambientales y a la competitividad sostenible del país.
Conclusión: respirar aire limpio también es un negocio sostenible
Si un solo vehículo de carga a combustión puede “talar” el equivalente a un bosque urbano con sus emisiones, imaginar cientos de unidades eléctricas reemplazándolo no es un sueño verde: es una decisión empresarial con impacto ambiental y social real.
La movilidad eléctrica no solo limpia el aire: mejora la salud pública, reduce costos operativos y fortalece la reputación corporativa. Farizon impulsa ese cambio desde la innovación tecnológica, la eficiencia y la sostenibilidad, ayudando a que cada kilómetro recorrido en Colombia contribuya a un futuro más limpio y competitivo para todos.








