Enfermedad y Muerte de Enrico Caruso

José Félix Patiño Restrepo*

* Jefe Honorario del Departamento de
Cirugía de la Fundación Santa Fe de Bogotá.
Correspondencia: jfpatino@

Enrico Caruso, uno de los más grandes tenores de todos los tiempos, quien fuera el “rey” del Metropolitan Opera House de Nueva York, ciudad en donde la admiración se convirtió en idolatría, nació en Nápoles el 25 de febrero de 1873, durante una grave epidemia de cólera. Creció en el hogar, no pudiente, del tenor Marcellino Caruso y su esposa Ana Baldini, quien murió cuando Enrico, a los 15 años de edad, cantaba en el coro de la iglesia de San Severino.

Tanto de niño como de adolescente cantó en los coros de las iglesias locales. Fue discípulo de Guglielmo Vergine e hizo su debut operático en el Teatro Nuevo de Nápoles en 1894 cantando L’Amico Francesco de un joven compositor, Doménico Morelli. Se presentó inicialmente, sin mucho éxito, en teatros pequeños del sur de Italia y continuó estudios con Vincenzo Lombar di hasta 1897, año en que hizo su debut verdadero con La Gioconda de Ponchielli, ópera con la cual haría también su debut María Callas en Verona cincuenta años más tarde. De allí en adelante comenzó su fulgurante carrera, con presentaciones en el Teatro Lírico de Milán en 1897, en Buenos Aires y Roma en 1899 y en La Scala de Milán en la temporada de 1890-1891, donde obtuvo éxitos clamorosos con La Boheme y L’Elisir d’Amore.

Caruso Canio en Pagliacci

Figura 1. Caruso en el papel de Canio en Pagliacci de Ruggiero Leoncavallo.

Cantó L’ Elisir en el gran Teatro San Carlo de Nápoles en 1901, pero luego de una acogida que causó controversia, resolvió nunca más presentarse en su ciudad natal. Debutó en el Covent Garden de Londres con Rigoletto, con caluroso éxito. Apareció en los años siguientes en los grandes teatros de Europa. Se relata que en Barcelona fue recibido con silencio glacial en 1904, y que fue silbado en Budapest en 1907. Jamás regresó a esas ciudades.

Pero el centro principal de su carrera artística fue el Metropolitan Opera House de Nueva York, donde debutó también con Rigoletto abriendo la temporada, el 23 de noviembre de 1903; Marcella Sembrich interpretó el papel de Gilda en la misma ópera.

Rigoletto fue la ópera de sus principales debuts: también en París, Berlín y Viena. Como la Callas en Violetta, Caruso se acoplaba divinamente en el papel del Duque de Mantua.

El gran teatro neoyorquino, ubicado en aquella época en Broadway con las calles 39-40, estaba bajo la dirección de Heinrich Conried. Pero fue luego, bajo Giulio Gatti-Casazza y la dirección artística de Arturo Toscanni, a partir de 1908, la época en que Caruso dominó la escena operática de Nueva York, hasta su última aparición en la noche de navidad del año 1920.

Legendario fue su paso de 16 años por el Metropolitan. Grabó el cuarteto de Rigoletto no menos de cuatro veces, con sopranos de la talla de Marcella Sembrich, Luisa Tetrazzini y Amelita Galli-Curci. Cantó Rhadamés en Aida más frecuentemente que ninguna otra ópera, 64 veces, y consolidó la popularidad de esta magnífica obra de Verdi en Nueva York.

Pero también fue notorio su éxito con las óperas de Puccini. Grandiosa fue la interpretación de Rodolfo en La Boheme, como también lo fue cantando Tosca y Manon Lescaut. La primera noche del compositor Puccini en Nueva York fue la de la primera presentación de Manon Lescaut, en 1913, con Caruso y Geraldine Farrar, a la cual llegó tarde por un retraso del barco transatlántico que lo traía de Europa. Del muelle se fue directamente al teatro, donde exclamó: “Caruso es maravilloso”. Cuatro días más tarde el compositor escribía, luego de oír a Caruso en los ensayos de M. Butterfly: “Caruso canta como un dios”. Finalmente, Caruso creó el papel del tenor, Dick Johnson, en La Fanciulla del West, estrenada el 10 de diciembre de 1910 en el Metropolitan.

Caruso Duque de mantua

Figura 2. Caruso en el papel del Duque de Mantua en Rigoletto de Verdi.

Otro papel extraordinario de Caruso fue en Pagliacci que también fue una de sus primeras grabaciones, con el compositor Leoncavallo al piano. En este papel alcanzó el más elevado nivel de interpretación teatral. Cantó Pagliacci en Londres en 1908, cuando recibió la noticia de la muerte de su padre y supo que Ada Giachetti lo había abandonado.

Al cantar el famoso lamento, “Ríe payaso, por tu amor destrozado! Ríe por el dolor que ahora envenena tu corazón”, lo hacía con profunda y real amargura, y la audiencia, sin conocer su verdadero estado anímico, se enloqueció. Londres profesó idolatría por Caruso.

El Pagliacci de Caruso fue la primera ópera que se transmitió por radio, en la noche del 13 de enero de 1910, cuando unos pocos compañeros de trabajo en el Metropolitan lo escucharon en New Jersey, al otro lado del río Hudson, en la oficina de Gatti Casazza.

L’Elisir d’Amore de Donizetti fue una de sus óperas preferidas. El aria Una furtiva lagrima causó furor en la audiencia de La Scala en su histórica presentación en 1901.

En Suramérica cantó a Edgardo de Ravenswood, en Lucia, con Amelita Galli-Curci, la legendaria soprano que vino a Nueva York sólo en la temporada siguiente a la muerte de Caruso.

En México, el empresario tuvo que trasladar la presentación de Caruso al circo de toros, donde 22.000 personas lo ovacionaron. En su última presentación, el 2 de noviembre de 1919, se produjo lo que Caruso calificó como “una explosión”. Cantó Sansón y Dalila con la contralto romana Gabriella Besanzoni.

Ya al final de su carrera tuvo otra presentación histórica en el Metropolitan el 18 de noviembre de 1919, la noche siguiente a la apertura de la temporada con Tosca. El programa, en honor al Príncipe de Gales (luego Eduardo VIII y luego Duque de Windsor), incluyó partes de Sansón y Dalila y el primer acto de Pagliacci.

La última ópera que Caruso estudió y que cantó fue La Juive de Jacques F. Halevy. Su postrera aparición en escena ocurrió en la noche de navidad de 1920 en La Juive, con la soprano Florence Easton, quien lo había acompañado anteriormente en la función de gala en honor del Príncipe de Gales.

También como la Callas, Caruso fue uno de los artistas más costosos en la historia de la ópera. Pero en contraste con la costumbre de la Callas, Caruso prácticamente nunca canceló una presentación.

Caruso fue un fumador empedernido y su muerte posiblemente fue consecuencia del tabaquismo, por lo menos en parte. Fumaba dos paquetes de cigarrillos egipcios al día, casi siempre con una boquilla. Según su biógrafo Francis Robinson, antes de ir a escena hacía inhalaciones y luego aspiraba un rapé sueco para aclarar la nariz, seguido de gárgaras de agua con sal y un traguito de whisky escocés.

Caruso contrajo matrimonio con Dorothy Park Benjamin el 20 de 1918 en la Marble Collegiate Church de Nueva York, y seis meses más tarde, por el rito católico, en la Catedral de San Patricio. Tuvo una hija, Gloria, nacida el 18 de diciembre de 1919, y dos hijos de una alianza previa, con Ada Giachetti.

Fue un notable caricaturista, y también un ferviente coleccionista de toda una diversidad de objetos; dejó valiosos álbumes de recortes, especialmente de todo lo relacionado con la Primera Guerra Mundial.

Enfermedad y Muerte

El recuento de la enfermedad y muerte del sublime tenor napolitano ha sido tomada en buena parte de tres biografías muy amenas, las tres en la sección de ópera de la magnífica biblioteca del Yale Club de Nueva York: “Caruso the Man of Naples and the Voice of Gold” por T.R. Ybarra, “Caruso” por Stanley Jackson y “Caruso. His life in Pictures” por Francis Robinson. También se han consultado otras obras de mi biblioteca particular y de otras colecciones, que aparecen en la bibliografía.

En una carta a su amigo Bruno Zirato fechada en East Hampton, Long Island, el 3 de agosto de 1920, escribe que “sufría terribles dolores en general”. Esto ocurría poco después de cuatro semanas de presentaciones en La Habana, que seguirían con una serie de conciertos en once ciudades en el Canadá y en los Estados Unidos. Su carácter se había hecho irritable por la tos, las cefaleas y el insomnio que lo aquejaban últimamente. Se preparaba para la apertura de la temporada del Metropolitan con La Juive, la cual tuvo lugar el 15 de noviembre. Por esa época el tenor Beniamino Gigli, de 33 años, debutaba en Nueva York con Mefistofele. Caruso le hizo llegar una cordial nota de congratulación. También La Juive se presentó en Filadelfia el 30 de noviembre. El 3 de diciembre de 1920 cantó en Nueva York Sansón con enorme éxito, a pesar de un cidente sucedido cuando una parte del templo cayó sobre él, en la escena de la destrucción, golpeándole en el tórax.

El día siguiente “cogió un resfrío” en el Central Park, y su tos se agravó; pero su médico dictaminó que se encontraba bien para cantar Plagiacci el 8 de diciembre. Fumó un cigarrillo inmediatamente antes de subir a escena, pero su voz se quebró en “Vesti la Giubba”, y tambaleante y como ciego, salió del escenario para caer desfallecido en brazos de Zirato. En su camerino, semi-inconsciente, se quejaba de fuerte dolor en el costado. Su médico, el doctor Horwitz, por quien la esposa Dorothy manifestaba desconfianza, diagnosticó una “neuralgia intercostal”, le vendó el hemitórax izquierdo y le permitió continuar con el acto segundo. Al caer la cortina la audiencia le prodigó un aplauso comprensivo.

En la noche del 11 de diciembre se presentó en la Academia de Música de Brooklyn con L’Elisir. A las 7:45, ya vestido como Nemorino, experimentó un fuerte acceso de tos y observó, con gran preocupación, que manchaba con sangre el lavamanos. Este fue, aparentemente, su primer episodio de hemoptisis. A pesar de los ruegos de su esposa, insistió en subir al escenario. Tuvo tos en el primer acto, y la audiencia se horrorizó al ver sangre en la vestimenta de Nemorino. Continuó cantando, pero su boca se llenaba de sangre. En los intervalos se secaba con toallas que quedaban ensangrentadas. Fue examinado por el doctor Horwitz en el camerino, quien opinó que la sangre provenía de una pequeña vena rota en la base de la lengua. Una vez que la hemorragia cedió, se levantó y declaró que continuaría con el acto segundo.

Pero la audiencia, ante el anuncio del director de que Caruso cantaría si así lo querían, se pronunció en contra, con muchas personas llorando. Caruso y Dorothy habían adoptado el Hotel Vanderbilt como su hogar en la ciudad. De regreso a la suite la ciudad. De regreso a la suite en el último piso, y después de una visita a su pequeña hija Gloria en la guardería, pidió a Gatti-Casazza y a Zirato que se quedaran a cenar. El doctor Horwitz informó a Gatti que el asunto no era serio y que de ninguna manera podía interferir con la carrera del tenor. Según Jackson, Caruso “trato de hacer algunos chistes, pero por primera vez en su vida no encendió un cigarrillo.”

Al día siguiente, domingo, descansó y en la noche del lunes 13 de diciembre, de nuevo contra el querer de su esposa, cantó La Forza del Destino en el Metropolitan. Recibió una prolongada ovación con la delirante audiencia de pie, antes y después de su interpretación. Su médico insistió, aparentemente ante el robusto estado físico del tenor, en el diagnóstico de “neuralgia intercostal”, y procedió a colocarle un corsé, con el cual cantó un perfecto Sansón el 6 de diciembre. Pero cinco días más tarde, acosado por severo dolor en su costado, tuvo que cancelar un L’Elisir, se informó que el artista sufría un ataque de lumbago.

Geraldine Farrar

Figura 3. Geraldine Farrar, la soprano norteamericana que cantó, con Caruso, en algunas de las más aplaudidas óperas en Nueva York.

Recuperado, continuó los ensayos para interpretar Eleazar (La Juive) en la noche de navidad. Después de compras de regalos (un abrigo de chinchilla para su esposa y cajas de monedas de oro para sus compañeros de trabajo), llegó con facies descompuesta a maquillarse el 24 de diciembre, cuando haría su presentación número 67 en el Metropolitan. Florence Easton interpretó a Raquel. Su hijo, Mimmi, había venido de la Academia Militar Culver en Indiana, para oirlo. Toscanini, también en la audiencia, manifestó su preocupación por la salud de Caruso. A pesar de terribles dolores, con su tórax vendado por el doctor Horwitz (quien insistía en el diagnóstico de la neuralgia), completó la función. Pero de regreso a su hotel apareció extremadamente pálido y sólo pudo tomar algo de sopa como cena de navidad.

Autocaricatura de Caruso

Figura 4. Autocaricatura de Caruso quien era a su vez un hábil dibujante. Las caricaturas por Caruso se publicaron en un volumen que constituye hoy una joya

Al día siguiente, el 25 de diciembre, cuando él y su esposa entregarían presentes navideños, de nuevo tuvo un fuerte dolor torácico que lo doblegaba en el baño. El doctor Horwitz no pudo ser hallado, y Caruso fue examinado por un distinguido internista de Nueva York, el doctor Evan Evans, quien diagnosticó pleuresía y probablemente neumonía. Según Prichard, se cultivó un neumococo en el laboratorio de la Universidad de Columbia. Tres días después presentó disnea y cianosis, y uno de sus médicos, el doctor Antonio Stella, practicó una toracentesis. Con ello se inició una serie de operaciones para drenar colecciones pleurales purulentas, por el doctor John F. Erdman, profesor de cirugía de la Universidad de Columbia, quien el 12 de febrero lo sometió a una toracostomía, resecando cuatro pulgadas de una costilla. A mediados de febrero de 1921 entró en coma. Su estado se agravó hasta el punto que el día 15 le fue administrada la extremaunción.

Durante una semana, en que cumplió los 48 años de edad, se mantuvo entre la vida y la muerte. Scott menciona cinco operaciones sobre el tórax; se le aplicaron dos transfusiones de sangre. Las iglesias de Nueva York, y de muchos otros lugares, se llenaban de gente que oraba por su recuperación y al Hotel Vanderbilt llegaban personas y miles de mensajes expresando preocupación y solidaridad.

Entre los visitantes estuvo Tita Ruffo, quien había aceptado cantar Otello con Caruso en la temporada siguiente. “Su torso magnífico es sólo un esqueleto”, dijo sollozante al salir. Contra todas las predicciones, el ídolo comenzó a recuperarse: “No moriré”, expresó finalmente a sus doctores. Sin embargo, al saber que Beniaminio Gigli había sido llamado como su reemplazo en Andrea Chénier en el Metropolitan, dijo con amargura: “deberían haber esperado a que yo muriera”.

Jackson relata el desastre que aquejó al Metropolitan en esa temporada: Caruso al borde de la muerte, Gigli con dos episodios de gripa, Marcella Sembrich con difteria y Geraldine Farrar con influenza.

Para abril de 1921 Caruso se había recuperado hasta el punto de poder salir al Central Park. Prometía a sus admiradores, que contemplaban con preocupación su tez pálida, que volvería al Metropolitan después de unas semanas bajo el sol de Italia.

Y comenzaron, con optimismo, los preparativos para el viaje a Italia. Pero surgió un nuevo y preocupante síntoma: extrema debilidad en su mano derecha. Y así zarpó la familia Caruso entera, y un séquito de acompañantes y voluminosos equipajes en el S.S. President Wilson, el 28 de mayo de 1921, con destino a la Villa Bellosguardo en Nápoles. Llegaron a Italia el 10 de junio. El grupo se albergó en el Hotel Vittoria de Sorrento, con vista sobre Nápoles.

Pronto se sintió mucho mejor, ganó peso y se recreó en la playa. Con la piel bronceada, Caruso aparecía saludable. Hizo una visita a la Madonna de Pompeya. Y un día, ante la admiración de su esposa Dorothy, durante una audición en el hotel a un tenor local poco talentoso, Caruso cantó de nuevo con la dulzura de siempre. “Doro, ¡puedo cantar! ¡Puedo cantar! No he perdido mi voz. ¡Puedo cantar!”.

Gatti-Casazza vino a visitarlo en julio y se deleitó al verlo jovial y de buen aspecto, aunque recomendó que no se apresurara a aceptar compromisos en Nueva York y los que le llegaban de Londres. Pero pronto, en ese mismo mes, regresaron los terribles dolores en el tórax y de nuevo tuvo un colapso y fiebre alta.

Dos famosos cirujanos, los hermanos Giusseppe y Rafaelle Bastinelli, reconocidos como los mejores médicos de Italia, traídos de urgencia, diagnosticaron una afección del riñón izquierdo el cual, dictaminaron, debería ser extirpado en Roma, pero aconsejando una semana de espera. El cuadro febril se agravó, por lo cual se decidió su traslado por tren especial a Roma, con escala en Nápoles. El domingo 31 de julio llegaron al Hotel Vesuvio, Caruso muy enfermo y con gran dolor.

También relata Jackson que el médico local, presumiblemente agobiado por la responsabilidad del cuidado de tan famoso paciente, trastabillaba y no acertaba a administrar la dosis de morfina, por lo cual Dorothy, impaciente e impulsiva, se vio forzada a hacerlo ella misma. Otros médicos fueron llamados, quienes, se dice, encontraron absceso en el riñón izquierdo, pero no se atrevieron a operar, no se atrevieron a operar, a pesar de la insistencia de Dorothy, quien opinaba que deberían drenar haciendo una incisión en el costado izquierdo. Continuó el deterioro, con Caruso delirante, y finalmente, el 2 de agosto de 1921 expiró, diciendo a su esposa: “Doro no puedo respirar”.

Tenía 48 años. Apoteósico fue el funeral que le prodigó todo Nápoles. Después de que miles de personas desfilaron por la cámara ardiente en el gran salón del Hotel Vesuvio, la carroza fúnebre llevó el ataúd de cristal a la Basílica de San Francesco di Paola, hasta entonces reservada para los funerales de la nobleza. El funeral en este lugar fue decidido por el Rey Víctor Manuel. En Nueva York, que fue de verdad su ciudad, las banderas ondearon a media asta y la fachada del Metropolitan permaneció cubierta de negro durante un mes. Caruso fue sepultado en Nápoles, la ciudad donde nació.

Caruso en el hotel Vittoria

Figura 5. Una de las últimas fotos tomadas a Caruso en el Hotel Vittoria, en Sorrento, julio de 1921

Dorothy, su viuda, jamás volvió a pisar un teatro de ópera. Casó dos veces y en ambas ocasiones el matrimonio fracasó, por lo cual ella reasumió el apellido Caruso. Murió en diciembre de 1955.

La voz de oro de Caruso llega hasta nosotros en las grabaciones que hizo para la Victor Company. Naturalmente, con las limitaciones técnicas de la época, su voz no es reproducida con su brillo original. Pero, como exclamó Luisa Tetrazzini al escuchar una grabación en Londres en diciembre de 1932, besando el disco, “nunca podrá existir otro Caruso”.

Tal vez la mejor descripción de su enfermedad es la suya propia, contenida en una carta dirigida a su hermano Giovanni y que es transcrita, en inglés, en la obra de Francis Robinson y también, en parte, en las de Greenfeld y de Scott. Ésta es su traducción:

THE VANDERBILT HOTEL
NEW YORK
Febrero 1, 1921
Desde el lecho de

Querido Giovanni:
Desde el día de navidad hasta hoy sólo he sufrido tortura. Te diré lo que ha ocurrido. Desde hace un tiempo no me he sentido bien debido a los dolores en el flanco derecho que me molestan desde unas semanas antes de navidad, y también por el sangrado profuso de mi garganta. Esto me ha acongojado, a pesar de haber visto un doctor cada día, quien me dice que no es nada.

El día de Navidad, que esperaba pasar como algo muy hermoso puesto que, además del árbol de navidad con presentes para amigos y niños, mi esposa había colocado en la chimenea un pesebre. La noche anterior había cantado La Juive y luego habíamos cenado, pero luego, hacia las 12:30, cuando me encontraba en el comedor haciendo entrega de los regalos a la servidumbre, tuve un dolor que jamás había experimentado… fui al baño. Comencé a enjuagar mi boca, pero el extraño mal de nuevo me afectó, por lo cual decidí tirarme en el agua caliente. Llené la bañera con agua caliente e ingresé a ella, pero antes de poder sentarme me doblegué como una rama seca, gritando como loco. Todos acudieron y me sacaron. Trataron de ponerme de pie, pero yo me mantenía doblegado presionando mi flanco izquierdo con mi mano izquierda y dando aullidos como un can herido, tan agudos que fueron escuchados en la calle desde el piso dieciocho y en todo el hotel. Me hicieron sentar en un diván, donde sólo podía permanecer en el borde y siempre inclinado hacia adelante. Se llamó a mi médico, pero no se encontraba en casa. El médico del hotel, quien, no conocedor de mi enfermedad, no se atrevió a darme nada; parece que me administró algo paliativo, hasta que llegó mi doctor. Si alguien no hubiese insistido en llamar a otro doctor, yo estaría enterrado en Brooklyn (en la época no se podían hacer entierros en Manhattan). Retornando a mi historia, mi médico arribó y dijo, como antes, que se trataba de un dolor intercostal y trataba de un dolor intercostal y que por consiguiente cedería con un sedante.

Estuve cinco días entre la vida y la muerte debido a la terquedad de este buen doctor. Finalmente, al final del segundo día, mi esposa, con la ayuda de mis amigos italianos, que hacían turnos para estar a mi lado, obtuvieron varias consultas. El último médico dijo: ‘si este hombre no es operado en doce horas, habrá de morir’. Se pensó en un cirujano. Este fue hallado.

El cirujano debía obtener consentimiento de mi esposa para operar, y cuando lo recibió emprendió su trabajo. Se trataba de seccionar dos costillas porque se había llegado a la conclusión de que yo padecía una pleuresía purulenta y que el pus había comenzado a llegar al corazón.

Fue mi horror, grité durante cinco días, sentado al borde del sofá, día y noche. Finalmente sólo recuerdo lo siguiente: sonidos de instrumentos que se movían y cortaban y luego, como si hubiera llegado con la punta del bisturí al fondo de la lesión, él lanzó grandes gritos de ‘hurra’. Lo que ocurrió fue que al hacer la incisión para llegar a las costillas, el pus salió como una explosión cubriendo al doctor, a todo lo que había alrededor, a todo en la habitación. No fue necesario seccionar las costillas, lo cual habría sido muy doloroso, y esto indica la rapidez de mi convalecencia.

¿Sabes que es pleuresía? Es lo que comúnmente llaman un dolor en el flanco. Pero hay varias clases. La mía era la más desagradable porque la tuve conmigo por años y fue la causa de todos mis problemas. Ahora me siento bastante bien. Devoro como un lobo para ganar peso porque he perdido muchos kilogramos. Y ya comienzo a caminar alrededor del cuarto, permaneciendo por horas sentado al sol, cuando brilla, o en la sala jugando con Gloria. La herida ha cicatrizado pero debe ser abierta por cualquier eventualidad. Tomará otro mes para cerrar. Pasaré la mitad de marzo en la playa y la otra mitad en la travesía en el barco para llegar allá. Esta es la historia y espero que te encuentres bien y desde ahora, hasta cuando se caiga un diente (hacía referencia seria a sus dientes, que consideraba la razón de su fuerza, como el pelo de Sansón. Había dicho, el año anterior al de sus 47 años: “Realmente pienso que cuando uno de mis dientes caiga caeré yo; Caruso estará terminado. Pero mis dientes son todavía muy fuertes”.) no habrá de ocurrir nada grave. Dile a Bettina que le estoy agradecido por sus afectuosas cartas, y que ella también debe compartir esta carta con los niños.

Te abrazo y te beso con afecto, Tuyo, Enrico. Te suplico que también leas esta carta a María, porque me es imposible responder y escribir a todos”.

¿Cuál fue la enfermedad que acabó prematuramente con la vida de Caruso? La hemoptisis y la tos hacen pensar, en un fumador empedernido, en un carcinoma pulmonar. El dolor torácico y lo que parece haber sido un empiema se explicarían por ecrosis y perforación del tumor a la pleura.

El empiema fue drenado en Nueva York, y pudo haber hecho recurrencia, con extensión sobre el flanco izquierdo, a su llegada a Sorrento. Esto fue interpretado por los doctores Bastianelli como un absceso perirrenal que requería la operación que ellos programaron en Roma para el día 3 de agosto.

En las biografías consultadas no se hace nueva mención del déficit neurológico en la mano derecha. Éste, unido a las cefaleas, ha sido interpretado por algunos como una metástasis cerebral del tumor pulmonar.

Sin embargo, es más probable que se tratara de un problema secundario a traumatismo o a mala posición durante la anestesia. Los tejidos de su mano se atrofiaron, por lo cual usaba guantes. Ciertamente no se registra sintomatología de tumoración cerebral ni el cuadro corresponde a una lesión del sistema nervioso central.

Robert Prichard hizo en 1959 un recuento y análisis de la muerte de Caruso. Su conclusión es que se trató de una neumonía seguida de empiema, abscesos satélites de la fascia y musculatura del hemitórax izquierdo, un absceso subfrénico y posiblemente un absceso perirrenal y, al final, peritonitis. Prichard se pronuncia en forma vehemente contra el diagnóstico de un neoplasma.

Desde su muerte, los médicos especulan sobre la bondad del manejo por parte del doctor Horwitz, y se preguntan si hubiera permanecido en Nueva York tal vez el gran Caruso se hubiera curado. Su esposa no estuvo de acuerdo: “si no hubiera regresado a Italia habría muerto de tristeza. Y si ello suena romántico, habría muerto, diría yo, de esperanzas frustradas”.

Bibliográficas

1. Jackson S. Caruso Stein and Day New York; Publisher, 1972.
2. Robinson F. Caruso. His life in Pictures. New York and London The Studio Publications, Inc, in Association with Thomas Crowell Company, 1957.
3. Ybarra TR. Caruso. The Man of Naples and the Voice of Gold. New York, Harcourt Brace and Company; 1953.
4. Sadie S. (Ed). The New Grove Dictionary of Opera. Volumen One A- D Grove’s Dictionaries of Music Inc, New York. Macmillan Press Limited, London. 1992.
5. Scott M. The Great Caruso. Boston. Northeastern University Press; 1988.
6. Greefeld HS. Caruso. An Illustrated Life. Trafalgar Square Publishing. North Pomfret, Vermont, 1991.
7. Prichard R. The death of Enrico Caruso. Surg Gynecol Obstet 109:117, 1959.

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