Adherencia: principal reto en la Esquizofrenia
Un 60 por ciento de los pacientes con esquizofrenia se adhieren poco o mal al tratamiento, lo que multiplica por cinco el riesgo de sufrir recaídas y/o ingresos hospitalarios, además de prolongar las estancias en estos centros. Con el objeto de atajar lo que se considera un grave problema dentro de la psiquiatría, y aún más en el ámbito de las enfermedades psicóticas, se ha elaborado el primer Consenso Clínico Español de la Adherencia al Tratamiento en la Esquizofrenia.
“De hecho, es el primero en el mundo, pues existen consensos sobre el diagnóstico y tratamiento de esta enfermedad, pero no específicos sobre la adherencia”, ha explicado Miguel Roca, especialista del Hospital Joan March, en Palma de Mallorca, y autor de este proyecto, en el que han participado 326 psiquiatras a iniciativa del Grupo Español para el Estudio de la Adherencia en la Esquizofrenia (Adhes).
Del consenso, basado en los cuestionarios anónimos que han cumplimentado los psiquiatras, y que se publica en un monográfico de Actas Españolas de Psiquiatría, se destacan como puntos fundamentales de acuerdo que se trata de un problema de enorme gravedad en el abordaje de la esquizofrenia, y que los factores que más influyen en este mal cumplimiento son la baja o nula conciencia por parte del paciente de su enfermedad, las recaídas e ingresos hospitalarios, y la comorbilidad de consumo de sustancias tóxicas.
Roca también ha recordado otros factores que influyen como la personalidad del paciente y las fases de la enfermedad por las que atraviesa; “son aspectos menos estudiados, pero que pueden predecir el grado de adherencia, y en este sentido se perfilan las nuevas investigaciones”.
Otro aspecto en el que el consenso ha alcanzado uno de sus máximos grados es el de las líneas de intervención que deben desarrollarse para atajar el problema: el establecimiento de programas psicoeducativos, que incluyan a los familiares, y el empleo de fármacos inyectables de larga duración.
Frente a los tratamientos farmacológicos orales, los inyectables suponen un periodo de administración con intervalos de dos a tres semanas, y además, el médico se asegura de que el paciente está cumpliendo el tratamiento.
A este respecto, uno de los elementos que más discrepancia originaron en la elaboración de este documento ha sido determinar cómo se evalúa la adherencia del paciente. “No basta con preguntar; por eso se plantea realizar análisis de la concentración farmacológica en sangre en caso de los tratamientos orales, y de un registro, en los inyectables”.
Por su parte, el catedrático José Giner, del Hospital Virgen Macarena, de Sevilla, y otro de los autores del consenso, se ha referido a la necesidad de contar con más apoyos intermedios (centros de día, de noche), que ayuden a descargar a las familias con estos pacientes mentales.
Rosa Ruiz, gerente de la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental, ha aportado un dato: el 80 por ciento de los pacientes mentales viven con sus familias, para justificar el importante papel de los familiares en el tratamiento integral de estas enfermedades.
Un análisis de sangre podría bastar para identificar el trastorno del pánico Los análisis de sangre podrían servir para diagnosticar trastornos mentales, como el del pánico, según un trabajo realizado por investigadores de la Universidad de Iowa y que se publica en American Journal of Medical Genetics.
“El trastorno del pánico podría identificarse al igual que se hace con la fibrosis quística, el síndrome de Down y otras muchas alteraciones: a partir de información genética”, ha asegurado Robert Philibert, profesor de Psiquiatría en el citado centro.
Para conseguirlo, el equipo de investigadores ha comparado la expresión genética de 16 pacientes con el trastorno y otras 17 personas que sirvieron como control. Se hallaron muchos genes que se expresaban más en los pacientes que en los controles, así como otros que se expresaban menos; también se encontraron diferencias por sexo. A partir de estos datos, los científicos han elaborado un test genético que permitirá detectar el trastorno.
Esta alteración comparte síntomas con los del infarto (palpitaciones, falta de aliento, sensación de pérdida de control y mareos, entre otras), por lo que muchos de los pacientes que sufren una crisis acaban en las unidades de urgencias recibiendo pruebas de índole cardiaca.
“Gracias a un diagnóstico más rápido, podríamos administrar más precozmente los tratamientos para evitar las crisis, además de desarrollar nuevos sistemas que previniesen estos ataques”, concluye Philibert.
Se estima que el trastorno del pánico afecta a un 3 por ciento de la población estadounidense.
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