Variaciones alrededor de la Andropausia
Contribución Original
John Wilson Osorio*
* Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, Especialista en Educación, con estudios de Maestría en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, Argentina. Actualmente es profesor de tiempo completo en la Corporación Universitaria Lasallista y miembro investigador del Grupo BIOGÉNESIS-CHHES de la Universidad de Antioquia
Resumen
Andropausia, climaterio masculino, edad crítica son los términos con los que se denomina la crisis que atraviesan los varones entre los 45 y 60 años. Análisis de aspectos biológicos, sociales, médicos y de sexualidad en el hombre.
Palabras clave: Andropausia, climaterio masculino, sexualidad.
Summary
Andropause, Male Climateric and Critical Age, are terms used to denominate the crisis many men between 45 to 60 years of age have frequently to get through. Here, there is an analysis of biological, social, medical and sexual aspects of men.
Key words: andropause, male climateric, sexuality.
I. Sobre la existencia de la Andropausia
Generalmente a los varones quincuagenarios se les empieza a venir encima un torrente de pérdidas que van de la mano con esta edad: amigos que mueren, intereses que disminuyen, potencia sexual declinante, ingresos económicos que a veces menguan, dificultad para conseguir nuevos amigos, empleos, compañeras. ¿Será a este conjunto de circunstancias aparejadas a las que suele también englobarse con el equívoco término de andropausia?
Andropausia, climaterio masculino y edad crítica. Tales son los nombres que circulan en algunos discursos de la medicina, y cada vez más en la vida cotidiana, para referirse a la crisis cierta o aparente que atraviesan los varones entre los cuarenta y cinco y los sesenta años; esa edad de frontera en la que ni se es del todo joven ni del todo viejo; tiempo de tránsito al que quizás un poco arbitrariamente podríamos comparar con los años de la adolescencia en los cuales se pasa de la niñez a la juventud sin estar habitando plenamente, durante el período de transición, ni en la una ni en la otra. El andropáusico se encuentra frente a las puertas del envejecimiento, pero todavía no ha cruzado el quicio de entrada a la vejez plena.
Término equívoco, la andropausia desde el punto de vista biomédico no es totalmente un fenómeno bien definido y claramente caracterizado como ocurre con la menopausia; tal vez porque no se producen repentinos cambios hormonales en el varón; tal vez por razones de género que han hecho objeto privilegiado de discursos al cuerpo, a la vida reproductiva y a la sexualidad de la mujer mucho más que a la del hombre; tal vez porque el género masculino teme comprometer su supuesta superioridad sobre las mujeres si le diera aceptación a su climaterio, toda vez que a la menopausia se la representa muy comúnmente1, entre otras, como a una etapa de desequilibrio e inestabilidad, situaciones estas ante las cuales la cultura previene negativamente a los varones como contra dos estados que no debe permitirse si es que quiere ser un macho a toda prueba.
En la base de la socialización diferente para cada género2, quizás se encuentre la explicación al hecho de que la medicalización de la menopausia haya calado hondo y sin demasiados tropiezos3. Culturalmente la sociedad ha construido un terreno abonado para aceptar toda una gama de ayudas y paliativos ante las dificultades y riesgos que rondan a la mujer4. De ahí que ella acuda, sin demasiados temores, ansiedades y prejuicios, a consulta ginecológica y que de ésta derive muy frecuentemente hacia una asesoría psicológica en el transcurso de su menopausia. Un “privilegio” de la medicalización del cual no “gozan” los varones, más allá de las críticas y reparos que podamos tener frente al entrometimiento de la hegemonía médica en los distintos momentos de nuestras vidas.
Estar deficitarios ante la medicalización de la andropausia podría tratarse de un “lujo” que nos perdemos los varones. Varones que hemos sido armados en un esquema de masculinidad obsesiva dentro del cual no requerir ayuda, no necesitar de nadie, padecer a solas, aguantarse en silencio los sufrimientos y el dolor, ayuda a configurar un corpus de “verdadera” y probada hombría. Estos mandatos e imperativos culturales impiden y obstruyen la aparición de un discurso sobre el climaterio masculino y su consecuente medicalización. Muchos visualizan la andropausia con verdadero horror… ¿Climaterio masculino? ¿Ocaso varonil? ¿No se trata de una contradicción en los términos? ¿Acaso la masculinidad puede permitirse un desdibujamiento, un quiebre, una grieta, una debilidad?
Desde el punto de vista médico no es suficiente el consenso, hoy día, sobre la existencia y tipificación de la andropausia5. Sin embargo, uno de los primeros textos célebres sobre el tema fue el del profesor madrileño Gregorio Marañón6. Con el muy significativo título de La Edad Crítica, ya en 1925 este autor sostenía la existencia no tanto de cambios en las funciones orgánicas del cuerpo, (cambios endocrinos, por ejemplo) como cambios en el aspecto comportamental, en las relaciones sociales y en la autopercepción psicológica del hombre otoñal. Que a esta edad los hombres se tornan muy conservadores en acciones e ideas, es una de las observaciones clásicas que van a aparecer repetidamente a manera de recorrido ilustre por diversos textos y autores ocupados del tema.
En 1953, con igual, y por eso todavía más significativo título, Paul Guilly publicó en Francia un texto en el cual se ocupaba de la “edad crítica” tanto en la mujer como en el varón7 . Si bien el ochenta por ciento del libro lo dedica a la menopausia, en las páginas en que aborda el “síndrome de la cincuentena” en el varón, deja establecida la posibilidad de “impotencia climatérica”, “aletargamiento sexual” y la hipertrofia de la próstata, como problemas peculiares del hombre a esta edad y señala, como indiscutible, la benevolencia de la hormona masculina usada en los prostáticos8.
Ahora son más frecuentes que en la época de Guilly las inyecciones de hormona masculina (hormonoterapia) cuando los exámenes de testosterona en sangre (testosteronemia) y testosterona en orina (testosterinuria) arrojan resultados de niveles muy bajos de testosterona, como puede ser 17 cetosteroides.
Guilly señala otras características presentes o definitorias del climaterio masculino: “estados depresivos, cierta falta de impulso vital, derrumbamiento nervioso, depresiones melancólicas francas, estados de excitación cerebral9. Aunque para todas ellas no señala más que uno o dos casos clínicos y no revela haber realizado ninguna investigación.
En 1977, un periodista italiano, Enrico Altavilla, escribió un libro sobre la menopausia masculina10. En éste, y valiéndose de charlas con médicos de distintas especialidades, con psicólogos y terapeutas; echando mano de anécdotas personales, familiares y de otros; revisando y comentando informes de periódicos y de revistas generales o especializadas, logra transmitir el estado del arte de las distintas posiciones frente a lo que se considera que es el climaterio masculino: quienes lo niegan rotundamente, quienes con igual contundencia lo dan por sentado y quienes se posicionan frente al tema desde distintos ángulos y con matices: los que lo descartan como fenómeno biológico, los que lo aceptan como entidad psicológica y sociológica, los que lo ubican históricamente tan sólo como una aparición del Siglo XX en las sociedades industrializadas y de ocurrencia exclusiva entre las clases medias y altas, nunca en siglos pasados ni en sociedades agrarias y menos entre clases bajas. Y, también, quienes lo entienden como un resultado más de la inequidad de género, así:
“Según las feministas, no se ha dedicado a la andropausia la misma atención reservada a los fenómenos de la menopausia, porque la ciencia oficial habría sido hasta ahora monopolio de los hombres, de los `negreros’ y estos `esclavistas’ tendrían interés en sobrevalorar las crisis y las debilidades de que sufren las mujeres a causa del climaterio, ignorando las relativas a los hombres a causa de la andropausia. Por tanto, también la menopausia sería explotada para mantener a la mujer en una posición de inferioridad, argumentando que sería peligroso conferirle cargos de responsabilidad, porque durante los años en torno a la menopausia podría perder la capacidad de juzgar y decidir racionalmente11 .
De acuerdo con esta posición cabría preguntarse entonces: ¿el climaterio masculino, lo que sea que se quiera designar con tal expresión, no será una invención de las mujeres? ¿O podría pensarse más bien como el efecto de una concomitancia de numerosos factores sociales, culturales y psicológicos cuyos aspectos fisiológicos (en el caso de que pudieran establecerse y consensuarse) serían las consecuencias y no las causas de la denominada “edad crítica”? ¿Cabría pensar también en la andropausia como en una serie de eventos que sólo le ocurren a las clases altas y en tiempos felices, similar al fenómeno del suicidio que suele presentarse más en tiempos de paz con prosperidad económica, y no tanto en medio de los fragores de la guerra? Podría ser así: que los estratos bajos no perciban, o los afecte de otro modo, la “edad crítica” y que igual comportamiento suceda también con relación a la menopausia. Para el caso de la homosexualidad, por ejemplo, Michael Pollak ha establecido que en Alemania: “el origen de clase afecta de forma diferente el comportamiento sexual, por un lado, y a los sentimientos de culpabilidad, por otro”.12
II. Sexualidad y Andropausia
Para muchos varones, después de los 45 años el pene empieza a ser percibido como una especie de barómetro del envejecimiento. Una apretada síntesis de carácter histórico podría dar cuenta de la relación estrecha que varones de diferentes geografías y distintos tiempos han establecido entre decaimiento del apetito sexual y anuncio inequívoco de entrada a la vejez.
En mirada histórica puede mostrarse el leitmotiv recurrente que asocia madurez tardía con disminución del apetito sexual. Esto puede verificarse en las acciones del muy antiguo gobernante Gilgamés y hasta en las recientes clínicas de rejuvenecimiento con terapia celular de Paul Niehans en Vevey, Suíza; de Anna Aslan (creadora del Gerovital) en Bucarest, Rumania y la de Ivan Popoff en Nassau, Bahamas, con sus células liofilizadas. Bastantes veces en la historia se ha hecho una asociación recurrente entre una merma en el poderío sexual de los varones y el aviso luctuoso de que el envejecimiento se ha comenzado a instalar en sus vidas.
A partir de mantener con vida la chispa del pene, o sea atacando frontalmente a la vejez evitando la paz sexual, en distintos lugares y épocas se ha acudido a actividades y soluciones de muy diversa gama para tratar de contener los procesos de entrada a la vejez.
Hay casos altisonantes de la literatura sobre la historia médica en la cual han quedado registradas terapéuticas poco ortodoxas ante nuestros ojos de hoy, pero que en su momento constituyeron una respuesta de la alquimia y la medicina para contribuir a consolidar la ecuación: merma de la capacidad sexual, igual a los avisos inexorables de la llegada de la vejez.
No pocos médicos han aconsejado, en ejercicio de sus conocimientos técnicos sobre el cuerpo, dormir o hacerse acompañar de una jovencita o doncella virgen para contrarrestar los achaques de la senectud primera. Han sido muchas las inyecciones hechas a base de testículos molidos de animales silvestres, y muy abundantes las intervenciones quirúrgicas para implantar un tercer testículo extraído de humanos, chimpancés, perros y otros conejillos de indias, en pacientes que han consultado la medicina occidental buscando una terapia que aleje de la senescencia.
Y no se ha tratado apenas de engatusar a incautos, o de explotar mercantilmente la representación social y colectiva que asocia inapetencia sexual (por incapacidad física o del deseo mental) con la puerta de acceso a la menopausia y a la vejez. Hasta un Premio Nobel de Medicina, el biólogo ruso Elie Méchnikov, estuvo metido contribuyendo a esta constatación.
Tal vez la construcción social de la masculinidad que ha reforzado tanto el papel de activo, intrépido, arriesgado, aventurero, dinámico como el rol propio que debe ejecutar el varón, sea la que genera los muchos temores de no poder seguir actuando ese mismo libreto en presencia de una avalancha de años. Y, tal vez, el no poder seguir siempre ejecutando ese papel, sea una causa más de desdicha en el crepúsculo de la vida, en vez del anuncio feliz de su llegada.
Es un costo muy elevado el que se debe pagar por echarse encima la parafernalia de aquello que tradicionalmente ha sido considerado como lo que constituye a un varón. y como son tantos los endosamientos de lo que es ser un verdadero macho, quizás ni en la edad dorada exista escapatoria para escabullirse de ese teatro con guión prefijado.
Cabe preguntarse también en un momento de la historia de la humanidad, en el cual es preciso y obligante ser joven, en el cual la juventud es la quintaesencia de la vida y donde al período de la juventud se le abonan, tal vez demasiado fácilmente, tantas y tan cantadas virtudes, ¿cómo afecta este mito de la juventud la vida de aquel hombre entre los cuarenta y cinco y los sesenta años? ¿Será frecuente que los hombres empiecen a vivir peligrosamente estos años para demostrarse a sí mismos y a los demás que aún no hay rendimiento? ¿Qué ocasiona en los cincuentones el imperativo de una sociedad que exalta al máximo los placeres físicos y que los reclama como sinónimo de vida en “normalidad”?
Vivimos en sociedades en las que cada vez es más obligatorio ser jóvenes. Igualmente, los seres humanos asociamos, muy asidua e intensamente, juventud con fertilidad, con capacidades productivas y reproductivas. ¿Será el mito de la juventud, y lo que a ella va asociado, causante de crisis de virilidad en el hombre en la quinta década de su vida? ¿Aumentará el temor a la impotencia en esta edad? ¿Cuántos hombres se meterían en la cama (lucharían por hacerlo) con una jovencita para ponerse a prueba y demostrarse y mostrar que siguen siendo potentes? ¿Cuántos hombres después de los cincuenta años se dan cuenta del deterioro de las mucosas, causado por la disminución del líquido prostático y provocado no sólo por el irrefrenable declive del organismo, sino también por los sobreesfuerzos a que muchos se someten para defender su virilidad? ¿Cuántos en esta edad deben recurrir a un supositorio o a un lavaje helado después de cada coito, para calmar el dolor o la pesadez que sienten tras una eyaculación que han retrasado para prolongar el acto amoroso y conseguir que goce la mujer? ¿Se avergüenzan los hombres después de los cincuenta años por sus deseos sexuales, juzgándolos incompatibles con sus primeros cabellos blancos, con su posición profesional y hasta con su dignidad de padres de familia? ¿Se sentirán anacrónicos frente a sus fantasías sexuales, pensando que son más adecuadas para alguien con menos edad? ¿Será esta la edad en que se consolida la fidelidad por el temor de incurrir en el riesgo de hacer el ridículo ante una extraña más joven que él? O al contrario: ¿se tornan más infieles buscando rejuvenecer, como el rey David del Libro de los Reyes, en medio de damas fértiles que por espejismo les inyectan el elixir de la juventud: la vanidad masculina nutrida por mujeres jóvenes? O habría que preguntar al revés: ¿aumentan los divorcios en esta etapa, tras el encuentro de un cincuentón con una veinteañera? Cabe también interrogarse: ¿se percibe con mayor nitidez la soledad en esta época de la vida? ¿Aumentan los temores a la soledad?
Como quiera que puedan responderse estas inquietudes, lo que sí es palpable es el entronizamiento del ideal de juventud en todas las edades. Cada vez la juventud comienza a más temprana edad y se extiende hasta muy largo. Por eso es tan usual ver a los cincuentones en los gimnasios, siguiendo dietas estrictas, vistiendo y queriéndose comportar como jóvenes. Y a los infantes con ganas de madurar biches.
Una sociedad que exalta hasta el límite los valores de la juventud y que se estructura sobre la producción y el consumo, necesariamente debe generar un mar de miedos en el hombre al que cada día se le viene encima el jaque mate de la jubilación. Sabido es que la jubilación representa un factor importante de mortalidad. Es posible también que dicho hombre se sienta apesadumbrado porque contribuye menos a la producción y muchas veces tiene que limitar el consumo. No necesariamente tiene ya el bastón de mando que en otros momentos le confería la experiencia, y es incluso bastante probable que más bien deba aprender técnicas y conocimientos producidos y enseñados por hombres jóvenes.
Es posible que el cincuentón de hoy sea de todas maneras más joven gracias a los alcances del sanitarismo, la higiene y la medicina. Pero también es más viejo a causa del estrés, la mayor tensión del trabajo que cada vez sofistica los procedimientos con nuevas técnicas y todo lo informatiza. No siempre el hombre de hoy, que acusa la edad de que venimos hablando, sabe adaptarse a procesos robotizados, a cerebros electrónicos, al trabajo en equipo o interdisciplinario y a la competencia de los hombres de 30 años que de paso pueden recordarle el fantasma cierto del desempleo global que recorre el mundo. Robert B. Reich, ministro de trabajo del presidente Clinton, señala cómo la profesión del futuro inmediato, la de analista simbólico, es desempeñada mayoritariamente por camadas de hombres jóvenes13.
Seguramente debe ser frecuente el terror de nuestro hombre si se le cruza por la cabeza la posibilidad de enfrentar una etapa cercana a la vejez sin trabajo y sin dinero. Y debe ser todavía peor si ha hecho una carrera de masculinidad en la línea de proveedor. En tal caso, su auto imagen, y demás auto esquemas, con frecuencia quedarán empañados.
Ciertamente, cada vez son más las causas que pueden lesionar una masculinidad soportada en los roles tradicionales: quedar desempleado; percibir la manera justa como las mujeres empiezan a ocupar todo tipo de puestos de trabajo y como revalorizan su sexualidad, lo mismo que el derecho a su goce independientemente de su edad y estado civil, y cómo se liberan un poco de la carga de responsabilidad casi total que han venido cumpliendo en el seno de la familia. En otros momentos la familia representaba un refugio, una seguridad, un puerto para el hombre de esta edad. Hoy es muy probable que inclusive a la incertidumbre laboral, política y social, deba agregarse la de una familia que no tiene ni por qué ser eterna, ni estar orbitando alrededor de los designios del varón14.
Citas
1. En un estudio realizado en médicos internos de la Universidad de Antioquia, se encontró que la mayoría de ellos consideraban como problemáticos y negativos los cambios que en sus relaciones sociales cotidianas padecen las mujeres durante y después de la menopausia. Ver: OSSA, JE.; ECHEVERRY, JV.; PENAGOS, GS. y otros. Menopausia: Actitudes y conocimientos en médicos internos, de la Facultad de Medicina, de la Universidad de Antioquia. Revista Colombiana de Obstetricia y Ginecología. Volumen 51 No. 2. abril-junio 2000. Bogotá. pp. 89-92.
2. Está suficientemente claro y demostrado que la formación inicial de los infantes, tanto la formal (escuela) como la informal (los procesos cotidianos de vida) conllevan un sesgo dependiendo del sexo biológico. Para una ampliación profunda de esto véase: LOMAS, Carlos. (Compilador) ¿Iguales o diferentes? Género, diferencia sexual, lenguaje y educación. Barcelona. Paidós. 1999. 239 págs.
3. Cfr. op. cit. en el primer pie de página. Independientemente de la discusión acerca de la adherencia, pasado un año, a la Terapia de Reemplazo Hormonal (TRH), cada vez más los profesionales de la salud suelen recomendarla y están conscientes de su beneficio contra la osteoporosis y enfermedad cardiovascular, así como de la relación entre estrógenos y cáncer ginecológico.
4. Aunque visto en otra perspectiva resulta que sí hay alguien que de verdad corre riesgos, ese alguien es el varón. Así lo expresa Juan Guillermo Figueroa Perea en su texto: Algunos elementos para interpretar la presencia de los varones en los procesos de salud reproductiva. Primera versión de un texto preparado por invitación para la Revista Cuadernos de Salud Pública, Brasil, junio de 1996. Borrador. Pág. 14: “Parece un proceso autodestructivo (…) enfrentarse al riesgo y al peligro el vivir como `hombre’ a pesar de que eso represente el principal factor de morbi-mortalidad masculina”.
5. A pesar del best seller del norteamericano John Gray, Male Menopausie, todavía no es generalizado en el grueso de la población ni siquiera la expresión o el término mismo de “andropausia.”
6. Marañón, Gregorio. La edad crítica. Madrid. Alcan. 1925.
7. Guilly, Paul. La edad crítica. Buenos Aires. EUDEBA. 1959. 67 págs.
8. Cfr. Op. Cit. p.p. 54-56.
9. Ibídem op. cit. p.p. 62-63.
10. Al Tavilla, Enrico. El hombre en la menopausia. Barcelona. Plaza y Janés. 1978. 249 págs.
11. Al Tavilla, Enrico. Op. cit. pág. 32.
12. Pollak, Michael. La homosexualidad masculina. Pág. 82. En: Ariès, Ph. Béjin, A. Foucault, M. y otros. Sexualidades occidentales. Buenos Aires. Paidós. 1987. 306 págs.
13. Reich, Robert B. El trabajo de las naciones. Buenos Aires. Vergara. 1993 Capítulo 14.
14. Para una ampliación de la evolución, conformación, crisis y desaparición de la familia ver: Cooper, David. La muerte de la familia. Barcelona. Ariel. 1988.
Referencias
1. Al Tavilla, Enrico. El hombre en la menopausia. Barcelona. Plaza y Janés. 1978. 249 págs.
2. Ariès, Ph., Béjin, A., Foucault, M. y otros. Sexualidades occidentales. Buenos Aires. Paidós. 1987. 306 págs.
3. Barash, David. El envejecimiento. Barcelona. Salvat. 1987.
4. Burin, Mabel y Meler, Irene. Varones. Género y subjetividad masculina. Buenos Aires. Paidós. 2000. 370 págs.
5. Cooper, David. La muerte de la familia. Barcelona. Ariel. 1988.
6. Figueroa Perea, Juan Guillermo. Algunos elementos para interpretar la presencia de los varones en los procesos de salud reproductiva. Primera versión de un texto preparado por invitación para la Revista Cuadernos de Salud Pública, Brasil, junio de 1996.
7. Fisas, Carlos. Erotismo en la historia. Barcelona. Plaza y Janés. 1999. 255 págs.
8. Guilly, Paul. La edad crítica. Buenos Aires. EUDEBA. 1959. 67 págs.
9. Hutchison, Michael. Anatomía del sexo y el poder. Una demostración de la relación entre sexo y poder. Barcelona. Ediciones B. 1992. 420 págs.
10. Katchadourian, Herant A. (Compilador.) La sexualidad humana. Un estudio comparativo de su evolución. México. Fondo de Cultura Económica. 1993. 394 págs.
11. Kreimer, Juan Carlos. Rehacerse hombres. Cómo dar nuevos sentidos ala masculinidad. Buenos Aires. Planeta. 1994. 344 págs.
12. Lomas, Carlos. (Compilador) ¿Iguales o diferentes? Género, diferencia sexual, lenguaje y educación. Barcelona. Paidós. 1999. 239 págs.
13. Marañón, Gregorio. La edad crítica. Madrid. Alcan. 1925.
14. Ossa, JE.; Echeverry, JV.; Penagos, GS. y otros. Menopausia: actitudes y conocimientos en médicos internos, de la facultad de Medicina, de la Universidad de Antioquia. Revista Colombiana de Obstetricia y Ginecología. Volumen 51 No. 2. abril-junio 2000. Santa Fe de Bogotá.
15. Reich, Robert B. El trabajo de las naciones. Buenos Aires. Vergara. 1993.
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