Trastornos del Estado de Ánimo en Cien Años de Soledad, Materiales y Métodos

Lectura de de la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Revisión de los criterios diagnósticos de los trastornos del estado de ánimo del DSM IV TR y de la CIE 10. Revisión bibliográfica de los aspectos clínicos y genéticos de los trastornos del estado de ánimo.

Caso clínico: Trastorno bipolar I: José Arcadio Buendía, el patriarca juvenil, fundador de Macondo: el rey.

Hombre inteligente, práctico, dotado de un sentido común y una capacidad de liderazgo excepcionales, a medida que avanza el relato su sentido de realidad y de lo útil va siendo progresiva e inexorablemente reemplazado por la búsqueda de lo utópico y por el contacto exclusivo con lo imaginario.

Respecto a sus características innatas podemos citar literalmente: “Al principio, José Arcadio Buendía era una especie de patriarca juvenil, que daba instrucciones para la siembra y consejos para la crianza de niños y animales, y colaboraba con todos, aun en el trabajo físico, para la buena marcha de la comunidad. Puesto que su casa fue desde el primer momento la mejor de la aldea, las otras fueron arregladas a su imagen y semejanza” (5).

Sin embargo, cada contacto con las maravillas traídas a Macondo por los gitanos desembocaba en un episodio de exaltación. Por ejemplo, para la época en que conoció el imán, “José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra”. “Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa”, afirmó a su mujer.

“Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades” (5).

Desde este momento pueden apreciarse claramente dos síntomas: ideas de grandiosidad y aumento de la actividad dirigida a metas (2,3,7). Estos hallazgos se apartan claramente de la conducta habitual en José Arcadio Buendía; de hombre creativo, emprendedor y líder de la aldea, pasa a preocuparse exclusivamente por una empresa delirante.

Lo que puede considerarse el segundo episodio de enfermedad se presenta cuando conoce el catalejo y la lupa. José Arcadio Buendía le devuelve al gitano Melquíades los imanes y le añade tres piezas de oro colonial de la herencia de su mujer, Úrsula Iguarán, a cambio de una lupa, tras lo cual “…concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra…”; “…entregado por entero a sus experimentos tácticos con la abnegación de un científico y aun a riesgo de su propia vida. Tratando de demostrar los efectos de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la concentración de los rayos solares y sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar.

Ante las protestas de su mujer, alarmada por tan peligrosa inventiva, estuvo a punto de incendiar la casa. Pasaba largas horas en su cuarto, haciendo cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su arma novedosa, hasta que logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un poder de convicción irresistible.

Lo envió a las autoridades acompañado de numerosos testimonios sobre sus experiencias y de varios pliegos de dibujos explicativos…” (5). Nuevamente es evidente en la descripción el aumento de la actividad intencional, acompañada de una prospección delirante.

La capacidad persuasiva está basada, por supuesto, en su inteligencia natural, pero también en el aumento de la autoestima y de la producción de ideas que se dan en los estados de elevación del humor (2,3,7).

A continuación José Arcadio Buendía recibe de Melquíades unos mapas portugueses y varios instrumentos de navegación, lo que desata una nueva crisis, aunque no hay una clara evidencia de que haya salido realmente de la anterior.

José Arcadio Buendía pasó los largos meses de lluvia encerrado en un cuartito que construyó en el fondo de la casa para que nadie perturbara sus experimentos. Habiendo abandonado por completo las obligaciones domésticas, permaneció noches enteras en el patio vigilando el curso de los astros, y estuvo a punto de contraer una insolación por tratar de establecer un método exacto para encontrar el mediodía.

Cuando se hizo experto en el uso y manejo de sus instrumentos, tuvo una noción del espacio que le permitió navegar por mares incógnitos, visitar territorios deshabitados y trabar relación con seres espléndidos, sin necesidad de abandonar su gabinete.

Fue ésa la época en que adquirió el hábito de hablar a solas, paseándose por la casa sin hacer caso de nadie…” . “De pronto, sin ningún anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida por una especie de fascinación. Estuvo varios días como hechizado, repitiéndose a sí mismo en voz baja un sartal de asombrosas conjeturas, sin dar crédito a su propio entendimiento” (5).

En estas descripciones el autor nos habla, además de aludir a otros síntomas, de una prolongada vigilia, lo que en términos psicopatológicos se conoce como disminución de la necesidad de dormir. A diferencia de lo que ocurre en los estados de insomnio, en los cuales el enfermo desea conciliar o mantener el sueño y acusa el agotamiento producto de la ausencia de descanso, en los estados de disminución de la necesidad de dormir la persona afectada se restablece con muy pocas horas de sueño, como su nombre lo indica, y puede pasar días enteros sin que la falta de reposo merme su actividad motora ni el empeño depositado en el logro de sus metas.

Se advierten, así mismo, delirios, alucinaciones visuales y auditivas complejas, soliloquios, aumento evidente de la actividad intencional, y deterioro de sus obligaciones laborales y familiares (2,19). Finalmente su descubrimiento acerca de la redondez de la tierra resultó acertado, lo cual no aleja que el proceso por el cual llegó a su lúcida conclusión lo haya apartado de su funcionamiento normal.

Posteriormente José Arcadio Buendía recibe de Melquíades como regalo un laboratorio de alquimia y la revelación de fórmulas simples para doblar el oro. La ideación fija dirigida hacia este objetivo orientó inquebrantablemente su voluntad durante varias semanas, con la nefasta consecuencia de que el único resultado fue el de haber acabado con la herencia de su mujer. “Úrsula cedió, como ocurría siempre, ante la inquebrantable obstinación de su marido” (5).

De todas maneras José Arcadio Buendía olvida este fracaso cuando queda deslumbrado con la dentadura postiza de Melquíades. “Aquello le pareció a la vez tan sencillo y prodigioso, que de la noche a la mañana perdió todo interés en las investigaciones de alquimia; sufrió una nueva crisis de mal humor, no volvió a comer en forma regular y se pasaba el día dando vueltas por la casa.

«En el mundo están ocurriendo cosas increíbles – le decía a Úrsula -. Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como los burros». Quienes lo conocían desde los tiempos de la fundación de Macondo, se sombraban de cuánto había cambiado bajo la influencia de Melquíades” (5). Nuevamente son apreciables los síntomas anotados.

Sin embargo, aunque en todos los episodios de su enfermedad es evidente el incremento del estado de ánimo, en esta ocasión la alteración se presenta se presenta a manera de una variable frecuentemente observada dentro de los trastornos del humor, la irritabilidad (2,3,7).

La irritabilidad es un síntoma bastante frecuente e importante dentro de los trastornos del estado de ánimo. De hecho, puede sustituir tanto a la euforia como a la tristeza como criterio diagnóstico de las alteraciones del humor, y en este sentido se erige como un pilar alternativo para el diagnóstico de estas enfermedades. Por ejemplo, los maníacos y los depresivos pueden tornarse irritables, en vez de estar respectivamente eufóricos o tristes, como con buen juicio podría esperarse.

Como se ha enfatizado, todos estos comportamientos distan marcadamente de lo habitual en el proceder de José Arcadio Buendía tal como se describe para la época en que fundó Macondo: “José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor”.

Sin embargo, “…aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo, arrastrado por la fiebre de los imanes, los cálculos astronómicos, los sueños de transmutación y las ansias de conocer las maravillas del mundo.

De emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje que Úrsula lograba cuadrar a duras penas con un cuchillo de cocina. No faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio. Pero hasta los más convencidos de su locura abandonaron trabajo y familias para seguirlo, cuando se echó al hombro sus herramientas de desmontar, y pidió el concurso de todos para abrir una trocha que pusiera a Macondo en contacto con los grandes inventos” (5).

Repetidamente se muestra el indiscutible y progresivo cambio sufrido por José Arcadio Buendía a medida que su padecimiento avanza. La descripción que se hace del abandono de sus intereses y virtudes esenciales, así como el descuido en su presentación personal, son buena muestra del deterioro sufrido a causa de la enfermedad. Pero, aunque cause asombro, también es indicio de ésta su capacidad de convicción. En efecto, por lo general el maníaco es contagioso y capaz de establecer empatía con quienes le rodean (2,3,7).

Durante un remanso de normalidad José Arcadio Buendía se dedicará a la educación de sus hijos, tarea en la que depositará todo su empeño. De todas maneras, en esta época de relativa cordura nuevamente la imaginación le lleva a “alucinantes sesiones” pedagógicas en las cuales no siempre es clara la frontera entre el contenido real y lo fantástico.

Esta etapa se verá interrumpida cuando José Arcadio Buendía conoce el hielo y fantasea con la construcción de un Macondo invernal. Afortunadamente, la dedicación depositada en la educación de sus hijos hace que desista de la empresa, y permite que la situación no progrese más allá de lo que podríamos interpretar como un discreto aumento en la generación de ideas (5).

Es para la época en la cual José Arcadio Buendía decide entregarse a la instrucción de sus hijos cuando se presenta la peste del insomnio. A pesar de todo lo que se ha dicho y discutido sobre el significado histórico y social del insomnio en Cien Años de Soledad, la descripción que se hace acerca de la conducta de los afectados, aunque generalizada a todo el pueblo, coincide con la disminución de la necesidad de sueño que suele observarse en el paciente maníaco (3,19): “No durmieron un minuto, pero al día siguiente se sentían tan descansados que se olvidaron de la mala noche”(5).

A diferencia de lo que ocurre en la persona afectada por insomnio, la cual se levanta estragada por la carencia de descanso, en la situación mencionada el individuo no experimenta la urgencia de dormir . “Se alegraron de no dormir, porque entonces había tanto que hacer en Macondo que el tiempo apenas alcanzaba” (5).

De igual manera, otra vez se hace patente el aumento en la actividad intencional, acompañada de los planes delirantes de José Arcadio, quien “decidió entonces construir la máquina de la memoria que una vez había deseado para acordarse de los maravillosos inventos de los gitanos. El artefacto se fundaba en la posibilidad de repasar todas las mañanas, y desde el principio hasta el fin, la totalidad de los conocimientos adquiridos en la vida.

Lo imaginaba como un diccionario giratorio que un individuo situado en el eje pudiera operar mediante una manivela, de modo que en pocas horas pasaran frente a sus ojos las nociones más necesarias para vivir. Había logrado escribir cerca de catorce mil fichas…” (5).

Sin embargo, hasta este momento la enfermedad no se ha manifestado en toda su gravedad. José Arcadio Buendía recibirá un regalo de Pietro Crespi, pretendiente de su hija Rebeca. “José Arcadio Buendía consiguió por fin lo que buscaba: conectó a una bailarina de cuerda el mecanismo del reloj, y el juguete bailó sin interrupción al compás de su propia música durante tres días.

Aquel hallazgo lo excitó mucho más que cualquiera de sus empresas descabelladas. No volvió a comer. No volvió a dormir. Sin la vigilancia y los cuidados de Úrsula se dejó arrastrar por su imaginación hacia un estado de delirio perpetuo del cual no se volvería a recuperar. Pasaba las noches dando vueltas en el cuarto, pensando en voz alta, buscando la manera de aplicar los principios del péndulo a las carretas de bueyes, a las rejas del arado, a todo la que fuera útil puesto en movimiento.

Lo fatigó tanto la fiebre del insomnio, que una madrugada no pudo reconocer al anciano de cabeza blanca y ademanes inciertos que entró en su dormitorio. Era Prudencio Aguilar1” (5). Desde este momento José Arcadio Buendía perderá para siempre el sentido de realidad.

A los síntomas antes descritos se añaden una percepción y una interpretación delirantes de la realidad. “José Arcadio Buendía conversó con Prudencio Aguilar hasta el amanecer. Pocas horas después, estragado por la vigilia, entró al taller de Aureliano y le preguntó: «¿Qué día es hoy?» Aureliano le contestó que era martes. «Eso mismo pensaba yo -dijo José Arcadio Buendía-.

Pero de pronto me he dado cuenta de que sigue siendo lunes, como ayer. Mira el cielo, mira las paredes, mira las begonias. También hoy es lunes. » Acostumbrado a sus manías, Aureliano no le hizo caso. Al día siguiente, miércoles, José Arcadio Buendía volvió al taller. «Esto es un desastre -dijo-. Mira el aire, oye el zumbido del sol, igual que ayer y anteayer. También hoy es lunes» (5).

En este punto del relato se dejan apreciar elementos depresivos, como son la tristeza, las ideas de desesperanza y los sentimientos de soledad y de desamparo, todo enmarcado dentro de un contexto delirante (2,3,7): “Esa noche, Pietro Crespi lo encontró en el corredor, llorando con el llantito sin gracia de los viejos, llorando por Prudencio Aguilar, por Melquíades, por los padres de Rebeca, por su papá y su mamá, por todos los que podía recordar y que entonces estaban solos en la muerte.

Le regaló un oso de cuerda que caminaba en dos patas por un alambre, pero no consiguió distraerle de su obsesión. Le preguntó qué había pasado con el proyecto que le expuso días antes, sobre la posibilidad de construir una máquina de péndulo que le sirviera al hombre para volar, y él contestó que era imposible porque el péndulo podía levantar cualquier cosa en el aire pero no podía levantarse a sí mismo.

El jueves volvió a aparecer en el taller con un doloroso aspecto de tierra arrasada. «¡La máquina del tiempo se ha descompuesto -casi sollozó- y Úrsula y Amaranta tan lejos!» Aureliano lo reprendió como a un niño y él adoptó un aire sumiso” (5).

Esta interpretación delirante de la realidad habría de desembocar en un cuadro bastante frecuente en los pacientes afectados de trastorno bipolar, la agitación psicomotora: “… (José Arcadio Buendía) pasó seis horas examinando las cosas, tratando de encontrar una diferencia con el aspecto que tuvieron el día anterior, pendiente de descubrir en ellas algún cambio que revelara el transcurso del tiempo.

Estuvo toda la noche en la cama con los ojos abiertos, llamando a Prudencio Aguilar, a Melquíades, a todos los muertos, para que fueran a compartir su desazón. Pero nadie acudió. El viernes, antes de que se levantara nadie, volvió a vigilar la apariencia de la naturaleza, hasta que no tuvo la menor duda de que seguía siendo lunes.

Entonces agarró la tranca de una puerta y con la violencia salvaje de su fuerza descomunal destrozó hasta convertirlos en polvo los aparatos de alquimia, el gabinete de daguerrotipia, el taller de orfebrería, gritando como un endemoniado en un idioma altisonante y fluido pero completamente incomprensible.

Se disponía a terminar con el resto de la casa cuando Aureliano pidió ayuda a los vecinos. Se necesitaron diez hombres para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta el castaño del patio, donde lo dejaron atado, ladrando en lengua extraña y echando espumarajos verdes por la boca” (5).

A estas alturas el deterioro personal sufrido por José Arcadio Buendía a manos de la enfermedad ha alcanzado su máxima expresión: “Cuando llegaron Úrsula y Amaranta todavía estaba atado de pies y manos al tronco del castaño, empapado de lluvia y en un estado de inocencia total. Le hablaron, y él las miró sin reconocerlas y les dijo algo incomprensible.

Úrsula le soltó las muñecas y los tobillos, ulcerados por la presión de las sogas, y lo dejó amarrado solamente por la cintura. Más tarde le construyeron un cobertizo de palma para protegerlo del sol y la lluvia” (5).

A pesar de lo avanzado de su enfermedad, los rasgos propios de su personalidad permanecen indemnes. En realidad el deterioro cognitivo sufrido por las personas afectadas de trastorno bipolar es menor que el encontrado en otras enfermedades psiquiátricas (2,3,7,21,22). José Arcadio Buendía continuó siendo obstinado, inteligente y dotado de sentido común, como se puede apreciar a partir de su interacción con el padre Nicanor, cura párroco de Macondo.

Era tan terco, que el padre Nicanor renunció a sus propósitos de evangelización y siguió visitándolo por sentimientos humanitarios. Pero entonces fue José Arcadio Buendía quien tomó la iniciativa y trató de quebrantar la fe del cura con martingalas racionalistas. En cierta ocasión en que el padre Nicanor llevó al castaño un tablero y una caja de fichas para invitarlo a jugar a las damas, José Arcadio Buendía no aceptó, según dijo, porque nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios.

El padre Nicanor, que jamás había visto de ese modo el juego de damas, no pudo volverlo a jugar. Cada vez más asombrado de la lucidez de José Arcadio Buendía, le preguntó cómo era posible que lo tuvieran amarrado de un árbol. –Hoc est simplicisimun -contestó él-: porque estoy loco. Desde entonces, preocupado por su propia fe, el cura no volvió a visitarlo, y se dedicó por completo a apresurar la construcción del templo” (5).


1 Prudencio Aguilar falleció a manos de José Arcadio Buendía en medio de lo que se consideró un duelo de honor. Las apariciones sucesivas de su fantasma hicieron que José Arcadio Buendía tomara la decisión de emprender el éxodo que terminó con la fundación de Macondo

1 MD, Psiquiatra, Universidad de Cartagena.

CLIC AQUÍ Y DÉJANOS TU COMENTARIO

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *