Reseña Bibliográfica: Intervención del Doctor Francisco Huerta Montalvo, Secretario Ejecutivo del Convenio Andrés Bello

Hemos cultivado varios campos del conocimiento porque creemos que es válido ese antiguo aforismo, aquel que dice que “sólo de medicina sabe, ni medicina sabe”. En esa condición propiciamos el diálogo de las dos culturas, el de la científica-tecnológica y el de la cultura humanística.

A nosotros nos encanta poder saber del Dr. Hernando Groot y poder saber de Jorge Isaacs; poder saber de Caldas al que ayer un poco maltrataban por aquello de la relación del clima con la condición biológica; poder saber de Patarroyo pero también poder saber de León de Greiff, de tantos otros, incluída alguna poetisa que conocimos en la Redacción de Nueva Frontera, la poetisa María Mercedes Carranza

Conozco como antecedente, me gusta una elaboración de mis intervenciones que conjugue presente, pasado, futuro; el hoy de este día para mí está marcado por la forma como en España conmemoraron el Día de la Raza, (así llamado en alguno de nuestros países) Día de Iberoamérica en otros; y qué bueno ver la conjunción de banderas en la televisión española, en cuanto a la fraternidad iberoamericana que eso resalta, pero qué pena saber, por ejemplo, que en el caso del Ecuador son 600.000 los que tuvieron que irse a España porque en el Ecuador no tenían posibilidad de trabajo, posibilidad de futuro; estaban todas las banderas.

Unas más que otras, pero todas las banderas. Ojalá esto sirva para que reflexionemos y al reflexionar volvamos a las raíces y al orgullo en el más sano de los conceptos.

Creo que ya ha llegado el día que el médico, el filósofo y el poeta hablen la misma lengua y todos se comprendan como quería el fisiólogo francés Claude Bernard, gloria de la Medicina, y ensayos como éstos, publicado con el esfuerzo del Dr. Sotomayor y del Dr. Cuéllar-Montoya, van en esa dirección y me agrada sobremanera.

Tengo por lo demás, y no los oculto, motivos particulares para una especial satisfacción por la publicación de esta obra: mi padre era arqueólogo y eso me hizo amar la raíz en sus manifestaciones primarias, en su arqueología.

A veces, y vale la pena el recuerdo para superar complejos, discutíamos cuando mi padre me señalaba que el cánon europeo era cánon de siete cabezas, ésto es, que en la longitud de una representación cerámica cabía siete veces la cabeza; el cánon americano no es cánon de siete cabezas, y a partir de esa visión se lo ha denominado arte primitivo; no quiero seguir aceptando esa denominación; arte americano sí, distinto, pero de ninguna manera primitivo; en algunas nociones incluso, comparable, para no decir que superior en múltiples de sus manifestaciones.

Quisiéramos que esta obra, sobre todas las cosas, contribuya a orgullo americano, reinvindicando como aquí ha hecho Zoilo, algunas condiciones superiores de la práctica quirúrgica de nuestros antepasados incas, por ejemplo, e incluso pre-incas; hay cráneos trepanados que por evidencia radiográfica simple muestran que hubo supervivencia, sabían lo que hacían, incluso colocaban para proteger el cerebro pequeñas láminas de cobre luego de la trepanación que consistía en perforar círculos pequeños y luego unirlos y levantar la capa ósea que daba lugar a que el exudado que puede producirse por el trauma salga sin mayor choque del cerebro contra la capa ósea; pero también con emplastos de hierba que a su tiempo conocieron.

En todo caso, bastaría reseñar y con orgullo ecuatoriano lo plantéo, ojalá lo verifiquemos bajo certeza, en esta Academia he oído en alguna otra oportunidad versiones diferentes sobre la participación de los indios americanos en la contribución con la quinina a la cura del paludismo.

En el Ecuador tenemos la visión, a través de los cronistas, de que fue el cacique de Malacato, Pedro Leyva, el que hizo entrega a un sacerdote español de unas cortezas que permitieron curar unas fiebres, que después enviaron a Lima en donde estaba la condesa de Chinchón y se conocieron como “polvos de la condesa” o “polvos de Chinchón” o “quinina” y sirvieron para tratamiento de los contaminados con la malaria en Europa.

En todo caso esta relación de la naturaleza con la posibilidad del tratamientos de las patologías que en ella puedan surgir ya es la revelación de que la observación no era ajena a nuestros pobladores primarios.

En todo caso, bastante más habría que señalar en las contribuciones de nuestros compatriotas de antes de la Conquista en relación con los temas de la medicina, pero aquí queremos reseñar específicamente fisiopatología, lo hemos hecho en siete países y como premonición ya está Argentina incorporada en esa lista.

Ojalá pronto Argentina sea un páis de los que constituyen el Convenio Andrés Bello, todos los otros seis, Bolivia, Ecuador, México Paraguay, Colombia y Perú, son miembros de esta alta confraternidad de naciones. (Ver: Reseña Bibliográfica: Presentación del Libro “Aproximaciones a la Paleopatología en América Latina”)

Nuestro enfoque fundamental más allá de la educación, la ciencia, la tecnología y la cultura, cuyo representante de la Coordinación de la Educación es el Dr. Guillermo Soler, de Cuba, tiene que ver con el tema de la integración de nuestros pueblos.

Desde allí los médicos podemos contribuir formidablemente a este proceso, que no debe ser ajeno a los mandatos que sentimos como latinoamericanos; en este mismo podium pude relevar la relación de nuestro Francisco Javier Eugenio de Santacruz y Espejo, protomédico de la Colonia, lo mismo que del precursor de la Independencia Antonio Nariño; era mayúscula la relación de esos países que todavía tenían fronteras difusas.

La Gran Colombia fue un sueño de poca duración pero hermoso sueño que tenemos que seguir tratando de reivindicar. Me duele que glifosfaticemos las relaciones entre Ecuador y Colombia, me molesta que los refugiados que entran a la frontera nuestra a hacer política desde un país distinto no puedan ser acogidos como refugiados porque no lo son, pero signifique un incidente que insiste en poder tensas relaciones que deben ser fluidas como iguales y fluidos son los colores de nuestra bandera común, amarillo, azul y rojo.

En esa condición entonces, futuro, no abordemos mucho el pasado que eso va a desarrollar uno de los autores de la obra que hoy día presentamos; ¿qué hacer para mañana?. Tenemos obligación de reivindicar con orgullo justificado todo lo que contribuyeron nuestros antepasados en estos campos.

Una de las magníficas colecciones de la cultura Tumaco que he podido visualizar en Colombia está aquí en esta Academia y yo se que son las mismas figuras que constituyen la cultura La-Tolita.

Pero igual ocurre en la frontera común, en el Carchi, con Ipiales, con Nariño, y por el estilo. Cuando visito el Museo del Oro o el de San Jorge, ciento que se me revela una condición, que el brillo del oro precolombino colombiano oculta: qué magnífica cerámica que tiene Colombia y cómo también hay representaciones de la fisiopatología de la paleopatología de la época que podrían figurar en una gran obra que tiene que seguir adelante.

Pero una de las personas que me introdujo a esta Academia a su tiempo y que me posibilitó estar en la de Historia, el Dr. Elmer Escobar, que representaba a la OPS en el Ecuador cuando lo conocí, me decía y pensaba hacerlo, que después de esta obra de la paleopatología veamos la paleoterapéutica, la paleobotánica, la paleoquímica, las antiguas artes médicas de nuestros antepasados, cómo curaban, con qué curaban y ver cuánto podemos rescatar en esa dimensión, sin querer ser arcaícos ni retroceder en el progreso científico que es formidable.

Reconozcamos que estamos adquiriendo una dependencia de los que son sólo “antis” pero que no curan nunca: antihipertensivos, antidiabéticos, cuando teníamos mecanismos terapéuticos que no eran sólo “antis” sino que eliminaban las dolencias.

Hemos visto en las especies promisorias andinas cuánto queda por explorar en la farmacología contemporánea con los métodos contemporáneos para contribuir a la ciencia mundial aportando nuevos arsenales terapéuticos. Esa es la posibilidad del futuro.

Ahora sólo quiero decir gracias por la posibilidad de haber trabajado juntos. Somos, como Continente Americano, algo más que arte primitivo, algo más que tribus que no constituyeron civilizaciones sino por excepción.

Esa diferenciación etnocéntrica, eurocéntrica, de qué es cultura y de qué es civilización, tenemos que revisarla, más allá de los mayas y de los incas, tenemos que revisar lo que sabemos de nuestra América para revisar lo que sentimos por el hecho de ser americanos. Me siento de ser orgulloso de ello tanto como de estar esta noche con Ustedes.

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