Lluvia de dólares en el campo

Granjeros de EEUU, felices

CARROL COUNTY, ESTADOS UNIDOS. UN NIÑO DE DOCE AÑOS CORRETEA POR EL PARQUE de la casa de campo montado en un pequeño auto eléctrico de varios miles de dólares, la madre lo observa con una sonrisa mansa y complaciente. A trescientos metros de allí, el padre está inyectando nitrógeno en un cultivo de maíz, utilizando un moderno y potente tractor y una fertilizadora. En el galpón de maquinarias descansan dos cosechadoras de alta capacidad de digestión y varios implementos.

Se diría que la vida de campo transcurre apaciblemente, como todos los días, ordenada, sin angustias ni apremios económicos para esta familia acomodada que trabaja unas 2000 hectáreas en el “corn belt” (cinturón maicero) de Estados Unidos.

De todos modos, este farmer y los casi dos millones de este país (entre muy pequeños de un par de hectáreas y los más grandes de entre 30 o 40 mil) están algo ansiosos esperando que llegue a sus bolsillos el programa de subsidios más caro de la historia. El “Farm Bill 2002”, aprobado por el Congreso y promulgado por el presidente George W. Bush, está pasando por todos los trámites de la burocracia (como aquí se llama a las complejas etapas que deben cumplir el gobierno nacional y los Estados).

Los granjeros estadounidenses (farmers) están esperando que comience una lluvia de dólares (180.000 millones) que durará diez años, representada en los subsidios que contempla la recientemente aprobada Ley Agrícola o Farm Bill. Análisis de Agrositio.

Los especialistas de la Universidad de Purdue, Indiana, una de las más reconocidas en la actividad agropecuaria, señalan que se trata del programa de ayuda financiera más caro para el erario, confuso y complejo que se haya implementado alguna vez en este país. El objetivo es mejorar la situación de productores en épocas de bajos precios, y prevé una asistencia por US$180.000 millones por diez años. Para dar un ejemplo se puede decir que en el 2002 se darán subsidios 80% más altos que los que se aplicaron en 1999, 2000 y 2001. El monto total de los subsidios es US$73.5 mil millones superior de lo que se había presupuestado en 1996 y alcanza a productos tales como el maíz, soya, maní, algodón, arroz, lana, miel, azúcar. No comprende a los frutales.

Se prevén US$17.000 millones de subsidios sólo para el cuidado del ambiente; esto es: sistemas conservacionistas de producción, cuidado del agua, los paisajes, biodiesel, pasturas, cultivos en franjas, cultivos en contorno, siembra directa, labranza reducida, entre otros.

Consta de tres programas: Direct Payments (pagos directos sobre la base de la producción histórica), Counter Cyclical Program (pagos mínimos garantizados) y Loan Defiency Payments (un pago mínimo para cada condado específico). Un productor de Carrol County, Indiana, podría percibir cerca de US$185 dólares de subsidio por hectárea de maíz, y unos US$140 por unidad de superficie de soya.

El profesor de Economía de la Universidad de Purdue, Jess Lowenberg de Boehr, no está de acuerdo con los programas de subsidios. “Están en contra del libre mercado y la competencia”, dice y sostiene que muchos de sus colegas tienen la misma opinión. Consideran que los subsidios se llevan muy mal con el “american dream of life” (sueño americano), modelo que se basa en la competencia libre y promueve el bienestar, gracias al esfuerzo y a ser cada vez mejores en el trabajo.

Como siempre sucede cuando el Estado participa de los procesos económicos, alguien gana y otros pagan por esas ganancias. Entre los primeros se pueden citar a los propietarios de las tierras, quienes ya están percibiendo los beneficios de un aumento del precio del acre y también de los alquileres. Quien paga estos beneficios es la poderosa sociedad norteamericana, que apenas se inmuta por las erogaciones.

Cierto es también que algunos agudos analistas se preguntan qué pasaría con los farmers (muchos de ellos muy endeudados con los bancos) si los programas de subsidios se interrumpen o no se renuevan una vez finalizados los plazos. La respuesta es clara y contundente: se verificaría un profundo cambio de la titularidad de los campos, ya que la mayoría de los farmers no podrían hacer frente a las deudas con las entidades financieras. Los bancos se podrían quedar con los campos. De todos modos, por ahora son pocos los que piensan en estas cosas. Muchos planean expandir sus cultivos y mejorar la tecnología aplicada.

Ya hay pronósticos concretos sobre los efectos del Farm Bill 2002, tanto para los Estados Unidos como para nuestro país (Argentina). En Estados Unidos se espera un adicional de siembra de 330 mil hectáreas para el 2002 (2% más que las del año pasado). Se aguarda también una mayor superficie de maíz, igual de trigo, igual de sorgo, menos de girasol, igual de soya.

fenaviu-29JESS LOWENBEERG DE BOEHR,PROFESOR DE LA U.PURDUE

Los efectos

Los efectos del Farm Bill 2002 para Argentina podrían ser divididos en directos e indirectos. Entre los primeros, convendría mencionar una baja en los precios de los granos, ya que no permanecerían inmutables a una fuerte presión en la dirección de fomentar la producción, como se da en Estados Unidos. Si bien muchos analistas se empeñan en demostrar que no habrá reducción de precios por efecto de los subsidios norteamericanos, todo indica que con mayor producción los precios tenderán a caer en alguna medida. Sobre todo, si no se verifica un aumento dramático de la población mundial, y los países pobres siguen sin recursos para comprar alimentos. Ambas cuestiones son sostenidas enfáticamente por varios especialistas de la Universidad de Purdue.

Tal vez lo que debería preocupar más a los argentinos y tendría que ser un motivo de análisis y de trabajo de los dirigentes de sector agropecuario doméstico es todo lo referente a la competitividad tecnológica de la Argentina. Estados Unidos transita el camino de la profundización de las tecnologías que requieren inversión: la agricultura de precisión, la agricultura conservacionista, la aplicación de agroquímicos y la maquinaria sofisticada, entre otras. Los farmers van a tener más dinero y se prevé que lo gastarán en estas tecnologías, como también en otras, tal vez menos específicas, pero muy importantes para el desarrollo del management cada vez más profesional.

¿Podrá la Argentina comprar esa tecnología en desarrollo? Y si no puede, ¿podrá crearla si sus organismos del Estado y privados están virtualmente fundidos o destruidos? Si las respuestas son negativas el país enfrentará un problema de magnitud. Algunos ejemplos de ello ya se están dando en Argentina. Varias empresas privadas están desactivando programas muy interesantes de trigo híbrido, soya Bt, entre otros. En el mediano plazo, las consecuencias comenzarán a sentirse en el país, lo que implicará un desafío para la dirigencia agropecuaria Argentina.

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