El Racismo en Colombia, Indios Avasallados

Diferentes fueron las respuestas que los indígenas dieron a su derrota y sojuzgamiento: unas veces la huida, otras la lucha, las más asumir una actitud de resistencia pasiva y fatalismo que en no pocas veces se expresó en un abandono de sí mismos y en un desinterés por superar las condiciones que, hoy sabemos, favorecen la eclosión de enfermedades infecciosas y carenciales.

Y en otras, no infrecuentes, en conductas autodestructivas, nutridas en una profunda melancolía y tristeza, como fueron los suicidios colectivos, la disminución de las tasas de natalidad y el consumo excesivo y fuera de contexto ritual, de bebidas alcohólicas (28). (Lea también: El Racismo en Colombia)

La derrota y el avasallamiento, las pérdidas de sus tierras y de sus chagras, la vergüenza de ser reconocido como muisca, chimila, guayabero, nukak y la identificación con la genérica denominación de indio crearon las bases del abandono de sus prácticas de buen aprovechamiento de sus recursos alimenticios y su resultado: la malnutrición con su sombra perenne de tuberculosis.

Así como varios sitios de importante presencia indígena se convirtieron en el pasado en importantes focos de dispersión de enfermedades como el carate, hoy algunos de ellos lo son de la tuberculosis, las hepatitis b, delta y la llamada fulminante -por la desafortunada asociación de las dos anteriores-.

Por el contacto con los europeos y africanos y por su derrota y pérdida de sus tierras a manos de los españoles, los indígenas comenzaron a sufrir un proceso intenso de degradación de sus condiciones sanitarias y de vida en general. (4, 12) Por la transformación de sus sistemas de vida, sus patrones de asentamiento, su convivencia con animales importados, sus cambios en las técnicas de explotación de la naturaleza, comenzaron a aparecer entre ellos nuevas y varias enfermedades nutricionales, infecciosas y psicoemocionales. (29).

Para esas sociedades perder sus territorios ancestrales ha equivalido, en no pocas veces, a perder los simbolismos de su cuerpo y de su naturaleza circundantes, en romper los espejos donde se miran hacia adentro y hacia fuera, perder sus ataduras históricas y míticas, y de esta forma, afectar negativamente sus identidades, sus intimidades, creando así condiciones de tipo psicosomático y fisiológico -neurovegetativas, neuroendocrinológicas, inmunológicas humorales y celulares- ideales para que ingresen a sus cuerpos los agentes infecciosos y tóxicos que, sumados a los graves efectos nutricionales por el abandono de su hábitos alimenticios tradicionales, han generado serios y persistentes problemas médicos.

Las sociedades indígenas en su lucha contra las enfermedades infecciosas, que a manera de “dardos mágicos”, les han traído los advenedizos y a las que se han visto expuestas desde que en diferentes momentos de la historia nacional han entrado en contacto con los “blancos” y los negros, han centrado su respuesta a ellas no en el buscar soluciones en su gran saber empírico botánico, sino en la huida a lo profundo de sus territorios ancestrales y en la búsqueda de consuelo y fortaleza espiritual en sus mitos y tradiciones (29).

La lucha del indio ha sido por recuperar sus tierras, depositarias de sus tradiciones, salvaguardas de sus identidades y protectoras de sus intimidades. Indígenas y negros ante los intentos “blancos” de darles “muerte cultural” han construido toda una red de resistencia cotidiana para mantener sus energías, sus vidas y sus identidades (30).

Negros e indios han compartido una respuesta ante el dominio del “blanco”: el “blanqueamiento” de sus costumbres, de sus aspiraciones y de su tez. El mestizaje en Colombia siempre ha tenido en este “blanqueamiento” su tendencia más importante como se ve en el proceso histórico en Antioquia y en la costa caribe, y se percibe hoy, en un proceso lento, a través de las migraciones de chocoanos al interior del país y en la mezcla de estos con las poblaciones más “blancas” de la costa caribe y de antioqueños en sitios de frontera, como la región de Urabá (31).

En las relaciones interculturales entre las etnias de afrocolombianos e indígenas, los primeros han asumido con frecuencia el papel del “blanco” ante las segundas, como es el caso del Chocó, donde los indígenas sufrieron un proceso de desplazamiento a las partes más bajas de los ríos, por la acción de la expansión de las comunidades afrocolombianas (31). Hoy gracias a diferentes artículos de la Constitución Política de 1991 y a la Ley 70 de agosto 27 de 1993 esas comunidades están encontrando un acuerdo sobre esas tierras.

En la observación de las comunidades afrocolombianas e indígenas por mestizos, como los autores de estas líneas, aparece una imagen, que puede no corresponder a la propias que tienen aquellas etnias, en la que la melancolía, la música de poca brillantez y los bailes monótonos son características indígenas mientras la alegría del disfrute, la música polifónica y el baile dinámico son propios de los negros como si la necesidad de reconstruir el pasado perdido indígena y construir un futuro para los negros pesaran en la gestación de esas manifestaciones afectivas y lúdicas.

Esta última reflexión marca la importancia de entender que “uno”, el observador, nunca puede pretender comprender en su total extensión al “otro”, al observado, y que siempre es necesaria para esta tarea la participación y la reflexión de este último.

Salud y respuestas culturales ante el racismo moderno

Al colocarse las modernas sociedades indígenas y afrocolombianas en desventaja ante las demandas y funcionamiento de la economía extractiva de la sociedad mayor, mestiza, y ante la obligación de la supervivencia física como sociedades, muchas de ellas hacen lo que aquella economía exige: destruir la naturaleza al compás de los adelantos tecnológicos -escopetas, moto-sierras, uso del mercurio en las explotaciones auríferas, etc-, al ritmo de sus propios suicidios como sociedades y de la amputación de los simbolismos de sus cuerpos humanos y de sus entornos naturales.

La histórica y persistente violencia y marginación contra negros e indios ha logrado que las respuestas culturales que se estructuraron durante toda la vida colonial y los primeros años republicanos no hayan desaparecido sino, por el contrario, tomen nueva vida en cada individuo y grupo humano así tratado, convirtiéndose de esta manera en causas importantes para la persistencia de conductas personales y grupales riesgosas para la salud.

Muchas comunidades indígenas y afrocolombianos viven a diario con peligrosas condiciones higiénicas a pesar de las campañas educativas y no han desarrollado una mentalidad de activa participación comunitaria para solucionar los problemas de contaminación de las fuentes de agua de consumo, ni tienen prácticas de hervir sistemáticamente las aguas de beber, ni de protegerse, a través de toldillos, de la picadura de insectos. Un gran número de comunidades indígenas y negras abandonan de forma vergonzante sus hábitos tradicionales de alimentación (32).

En la actualidad las enfermedades como el cólera, el paludismo, y la malnutrición priman, en diferente forma, en aquellos departamentos y regiones colombianas donde los negros y los indígenas están concentrados: Choco, Cauca, Putumayo, Amazonas, Vaupés, Nariño.

El departamento del Chocó, habitado en su inmensa mayoría por personas negras, muestra una realidad sanitaria patética en comparación con la también grave situación del resto del país: la mayoría de sus municipios tienen al 98% de sus pobladores con sus necesidades básicas insatisfechas, la tasa de mortalidad materna, en 1990, fue con la de la Guajira, la más alta del país; el paludismo fue la principal causa de egresos hospitalarios en el período de 1989 a 1992 y la leishmaniasis tiene en ese departamento el primer puesto de incidencia y prevalencia con relación a todo país (33).

Si bien el pian gracias a las campañas para su erradicación y al uso en ellas de la penicilina ya no es un problema importante de salud pública, hoy las enfermedades gastrointestinales en general y el cólera en particular, por depender su superación como problema de salud pública de adecuadas y suficientes redes de agua potable y alcantarillado, tienen en las regiones habitadas principalmente por afrocolombianos las tasas más altas del país como ocurre también para enfermedades como las hepatitis a, b y en general las de las enfermedades infecciosas (34).

En las comunidades negras del Pacífico la incidencia de la hipertensión arterial y los accidentes cerebrovasculares, asociados a un control defectuoso de esta patología, supera con creces al de otras regiones del país sin una importante población negra, indicando esto que además de una mayor suceptibilidad de la raza negra a esta enfermedad existe una menor calidad de cobertura y atención médica para estas poblaciones negras.

En las nueve regiones que está dividido el departamento de Antioquia las que tienen mayores índices de necesidades básicas insatisfechas son las que tienen mayor población negra (33).

La poca acción política de los líderes de estas etnias se deja ver hasta en las estadísticas de un Ministerio como el de Salud en donde no se puede ver con claridad una distribución de la morbilidad y la mortalidad de ellas, en virtud a la mirada, que prima en la burocracia del aparato sanitario que quiere dejar de ver, o no puede ver, por ejemplo, en el Urabá, el Chocó y en el Cauca a los negros y en la amazonia y la orinoquia a los indígenas (35).

Proyectar a través de sólo interpretaciones de lucha política, en el Estado o en los grupos vinculados con el poder económico, la responsabilidad sobre las propias situaciones sanitarias o de enfermedades transmisibles, es en muchos sectores de indígenas y negros una respuesta que, aparte de su validez histórica y social, favorece la enajenación de la voluntad propia, debilita la decisión de participar activamente en la solución de sus problemas sanitarios, y perpetúa las respuestas conformistas, fatalistas y a veces autodestructivas ante sus realidades cotidianas y sus futuros.

La necesidad de sobrevivir como individuo, familia o grupo en circunstancias adversas y de pobreza, al disminuir la autoestima, desestabilizar el equilibrio que la persona debe tener consigo misma, con su sociedad y con su entorno natural crea condiciones subjetivas ideales para que esos sujetos, familias y grupos, atenten contra el equilibrio de la inerme vida vegetal y animal.

El racismo contra lo moreno, indio y negro, en una sociedad mestiza, “blanqueada” como la colombiana, crea focos de enfermedades infecciosas que tarde o temprano afectan al resto de la geografía humana del país y crea condiciones ideales para ejercer la violencia contra el “otro”, el diferente a uno y contra los otros seres más indefensos de la naturaleza: las plantas y los animales (5, 23). Se crea de esta forma un círculo vicioso de destrucción ambiental, violencia y enfermedad humana.

La baja autoestima del despreciado, del subvalorado; la prepotencia del “blanco” retroalimentan la espiral de violencia social, de destrucción del entorno natural, de insalubridad y de pobreza general.

Prosperar en este contexto no es pretender que las personas posean los bienes de consumo que dan estatus social: tener grandes grabadoras portátiles, lucir en el cuello joyas de oro, poseer costosos relojes, conducir vehículos costosos, gastar importantes cantidades de dinero en parrandas; es tener las necesidades básicas: techo, alimentación, educación y salubridad satisfechas.

Conclusiones: enseñanzas y tareas

La antropología y la historia médica de la esclavitud, la servidumbre y el racismo en Colombia coincide con una de las más importantes lecciones del médico griego Galeno de Pérgamo, durante su ejercicio profesional en la Roma Imperial y esclavista: que las enfermedades dependen de la condición del hombre: libre o esclavo, rico o pobre.

Un verdadero estudio a la luz de la historia, antropología y de la medicina social de las enfermedades que padecen los indígenas y negros en Colombia no puede ser compatible con la imagen de las llamadas enfermedades “tropicales” que, por ahistórica e incompleta desde el punto de vista epidemiológico y telúrico, cuasi miasmática, teóricamente, lo que hace es agravar los sentimientos de fatalismo que existen entre no pocos pobladores de esas zonas a la vez que hace crecer el paternalismo y los “aires” de superioridad de los habitantes del interior e inclusive de personal sanitario que labora en ellas.

La antropología médica en Colombia deja ver que para las comunidades rurales de negros y, principalmente de indígenas, la propiedad de la tierra entre ellos es más que una señal material de riqueza: es garantía de salud, de vida, de procreación y de amor.

Ella nos deja entrever que fenómenos sociales como el “mamagallismo” de la costa caribe colombiana son simplemente retazos de herencias de prácticas de resistencia cultural a los intentos de organización y explotación del trabajo en condiciones poco favorables para los individuos.

El estudio de la historia del fenómeno social del racismo en nuestro país nos deja ver que éste “rebota” contra el que excluye o considera inferior al “otro” y nos debe enseñar a querernos más a nosotros mismos (5).

Una práctica médica entre las comunidades indígenas y afrocolombianas, realmente dotada de un piso antropológico, debe luchar porque estas superen todos los sentimientos que les hagan perder sus sentidos de pertenencia e identidad, convencida que éstos son elementos de un gran valor defensivo, a manera de un poderoso blindaje, contra las enfermedades, a la vez que debe esforzarse por desarrollar una medicina social participativa.

Una historia y una antropología médica que estudien a las etnias afrocolombianas y de indígenas, al entender el importante papel que tienen los sentimientos de identidad en la supervivencia de los individuos y sus comunidades debe propugnar por que las mujeres, los mejores baluartes de las tradiciones de estos grupos, desempeñen cada vez mejor y más ampliamente su importante papel de sostén de lo mejor de sus legados.

Una antropología médica entiende y propugna para que las comunidades con sentimientos de minusvalía, por su color de tez y su etnia, superen activamente estos sentimientos y vivan orgullosos de lo que son, y se esfuerza por que ellas mismas, en asocio con las instancias estatales pertinentes, superen los niveles de insalubridad, poca escolaridad y pobreza que refuerzan las imágenes negativas que ellas tienen de sí mismos y que los “otros” tienen de ellos.

Lucha por hacer vivir como dueños y propietarios de sus vidas y tierras a los que vivieron como siervos y esclavos en el pasado y buscan “blanquearse” en la actualidad; enseña que dejar de comer comida de “indios” y de “negros” expone a esas etnias al riesgo de malnutrición.

Ella pretende que las etnias y comunidades de indígenas y afrocolombianos participen activamente en todos los niveles organizativos, locales, regionales y nacionales, que ayuden a definir el derrotero de sus vidas en general y su salud en particular y se liberen de las expectativas de hijas menores, del paternalismo y del burocratismo.

Ella debe recoger el empeño que tiene la intelectualidad de las comunidades negras de llamarse afrocolombianas para así superar las imágenes peyorativas que se tiene de negro aun entre ellas mismas, como que un porcentaje importante de personas con esos rasgos fenotípicos no se reconocen como tales.

El Ministerio de Salud debe esforzarse por crear un sistema de información que recoga lo mejor posible la situación de las comunidades afrocolombianas como lo ha hecho recientemente un investigador médico de esa comunidad (36). Cualquier política dirigida hoy a las comunidades indígenas debe contar con sus representantes, así como cualquiera dirigida a las llamadas negras debe comenzar a recoger las opiniones de sus intelectuales y dirigentes.

Las comunidades afrocolombianas e indígenas deben estructurar sus posiciones y prácticas políticas dentro de la definición constitucional de que la nación colombiana es multiétnica y que dentro de un proyecto nacional el reconocer la existencia del racismo debe servir para superar constructivamente nuestros viejos problemas nacionales.

Enfrentar sin eufemismos nuestros grandes problemas históricos sociales, sanitarios y médicos es la verdadera garantía para que muchas de las enfermedades que hoy parecen restringidas a focos geográficos humanos o superadas en el tiempo no vuelvan a emerger como grandes problemas o simplemente verse reemplazadas por otras propias de la pobreza, la marginación, el racismo o de la destrucción del ambiente natural.

Hoy a pesar de los avances de la tecnología médica el cólera y el beriberi han regresado; la tuberculosis a reaparecido, la leishmaniasis y el paludismo siguen campeando en nuestro país y la mielopatía asociada a retrovirus emerge como un problema entre importantes asentamientos afrocolombianos e indígenas.

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