Obituario: José Franciso Socarrás

Adolfo De Francisco Zea

En lamentable accidente de tránsito falleció en días pasados en Bogotá el doctor José Francisco Socarrás.

El profesor Socarrás, como habitualmente se le conocía, fue una de las figuras médicas más brillantes del siglo en Colombia: magnífico escritor, excelente psiquiatra e insigne educador acumuló en el curso de su meritoria existencia una vasta cultura que puso al servicio de sus semejantes, en su consultorio particular, en las aulas universitarias y académicas, en sus escritos periodísticos y en el intercambio de ideas con los que tuvimos el honor de ser sus amigos.

Nació Socarrás en Valledupar en 1906 y se graduó de médico en la Universidad Nacional en 1930 con una tesis novedosa para la época sobre el Psicoanálisis, que lo convirtió en el iniciador de los estudios sobre esa disciplina en nuestro País.

Fue su presidente de tesis el doctor Maximiliano Rueda Galvis, formado en la escuela de Psiquiatría de Kraepelin y no ciertamente afecto a las teorías psiconalíticas freudinas. Rueda Galvis había establecido la cátedra de psiquiatría de la Universidad Nacional hacia 1925, que había sido excluida anteriormente de las disciplinas médicas con la tesis absurda de la Regeneración de que podía conducir al ateísmo.

La formación Psiquiátrica de José Francisco Socarrás, iniciada con Rueda Galvis, se vio influida en sus comienzos por las ideas de Paul Ribot, quien reflejó en su época las vicisitudes de la nueva psicología que intentaba lograr una posición adecuada en el mundo científico particularmente en sus relaciones con dos vecinos incómodos, la fisiología y la filosofía. Por ello estudió Socarrás con ahínco la psicología de los sentimientos y las enfermedades de la voluntad.

Se impregnó luego de las ideas del insigne psicólogo norteamericano William James, el padre del pragmatismo, quien sostenía en su estudio sobre la mente, que la emoción es tan sólo la toma de conciencia de las reacciones viscerales y glandulares anteriores al acto mental. Se expresa así el ilustre psicólogo: “estamos afligidos porque lloramos, irritados porque pegamos, asustados porque temblamos”.

Ejerció su profesión por algún tiempo en Ciénaga y el educador que constituía el núcleo de su personalidad le hacía recordar: “no me aguantaba las ganas de enseñar”. Formó grupos para el estudio de la psicología educativa a través de las obras de Piaget, quien consideraba que el análisis de un proceso asimilador, ordenado en la duración de una historia individual, es el único que puede explicar el dinamismo de la inteligencia.

En su formación psicológica temprana tuvo gran influencia en Socarrás la teoría de la Gestalt, es decir la teoría de la forma.

Preocupado por responder a la exigencia experimental que caracteriza a la psicología en cuanto ciencia, pero testimoniando a la vez la posesión de un sentido muy claro de los problemas inherentes a la teoría del conocimiento, la Gestal theorie muestra una reacción original a toda psicología asociacionista, en el sentido que se le atribuye generalmente: el estudio de la vida psíquica en su aspecto de combinación de elementos supuestamente simples, sensaciones e imágenes, que la constituirían.

Desde 1946 hasta 1950, el profesor Socarrás vivió en Francia a donde viajó no solo para incrementar sus conocimientos en filosofía y psiquiatría sino para complementarlos con el gran acerbo de la cultura y la literatura francesa.

París lo coloca frente al arte de un país sin par y no se le escapa de su mente inquieta ni el ruido de la ciudad que dan sus automóviles al rodar sobre las calles empedradas de color gris, ni el silencio que atrapa a todo aquel que se sienta ante una mesa de cualquier boulevard. Es el París que siente y vive José Francisco Socarrás y que le dejará impactado para toda la vida.

Inició allá su psicoanálisis individual con Cenac, pero no se mostró impermeable a las discusiones que en ese entonces se suscitaban entre Anna Freud y Melania Klein sobre el papel de la fantasía en el desarrollo del niño. Através de sus estudios en La Salpetriere, se impregnó de las orientaciones psiquiátricas de Sergio Lebovici, de Henry Ey y de Nacht.

Más tarde recibió la influencia de Alfred Adler, uno de los discípulos mas directos, de Freud quien se separó del fundador del Psicoanálisis al no poder aprobar la extrema importancia que en ese entonces Freud le daba a la sexualidad. (Lea también: Obituario, Académico Alberto Cárdenas Escovar)

Adler estaba convencido de que la personalidad humana tiene una finalidad; que su comportamiento en el sentido más amplio del término teórico y práctico, es siempre función de una meta orientada desde la infancia; llamó plan de vida a esa orientación fundamental, muy anterior al “Proyecto Fundamental” de Sartre.

Las diferentes Postulaciones Psicológicas hicieron que Socarrás se informara cuidadosamente de las psicoterapias de grupo y del análisis transaccional de Berne. Le correspondió introducir en Francia en compañía de Dialkine y Kestemberg el método del psicodrama, gue estuvo muy en boga por algún tiempo y que fue el producto intelectual de Morenos, el brillante sefardita austríaco.

Socarrás comprende que las emociones primarias que para él son la alegría, el amor, el miedo, la tristeza y la rabia, deben ser puestas en evidencia con el supuesto previo de la sorpresa-excitación a través de la dramatización. Así lo hizo con éxito y avanzó en forma impecable en el estudio práctico del tratamiento de las dolencias mentales. Posteriormente, puso en práctica los métodos de relajación de Schultz, actualizados por Jean Lemaire y los autores ingleses.

A su regreso al país se dedicó por muchos años al ejercicio de su profesión psicoanalítica y al estudio profundo de las enfermedades mentales y fundó con el doctor Lizarazo la primera Asociación Científica de la especialidad. Fue docente en la Universidad Libre y en el Externado y su desempeño en la Dirección de la Escuela Normal Superior dejó en ella huellas imborrables.

A él se le debe buena parte de la reforma educativa. Se interesó también por la salud pública y en el Congreso presentó los proyectos iniciales que condujeron a la creación del Ministerio de Salud Pública y le quedó tiempo para publicar extensos y bien conducidos estudios sobre la alimentación del colombiano y las toxicomanías, de las cuales vale la pena destacar su excelente trabajo sobre la marihuana. Y para descansar de su actividad científica escribió cuentos magníficos que recogió en un volumen que tituló ”Viento del Trópico”.

Pero en la estructura polifacética de su personalidad sobresalió siempre su amor por la medicina. En 1976, cuando ingresó como Miembro de Número de nuestra Academia Nacional de Medicina, de la cual fue posteriormente Miembro Honorario, dio respuesta al discurso que me correspondió pronunciar para recibirlo. con palabras elocuentes.

Dijo así el doctor Socarrás: “Cuán orgulloso me siento de ser médico. ¿Cómo no envanecerse de consagrar la vida a una profesión, que nos permite realizarnos en la plenitud de los valores humanos? El hombre se hizo y se hace hombre por una rara cualidad de su ser, la capacidad que posee de comunicarse con otros hombres a todos los niveles de la persona.

Podemos compartir alegría y amor en edad temprana. Desde la alegría y el amor ingenuos que nos hacen sentir y devolver las sonrisas de la madre, hasta la alegría y el amor altamente espiritualizados que nos incitan a aceptar con júbilo el sacrificio de la propia vida en defensa de otras vidas. 0, como holocausto a creencias profundamente enraizadas en nuestra mismidad.

Desde muy pronto, nos sobresaltamos con el miedo que nuestra madre experimenta ante cualquier peligro que nos aceche.

”Y más adelante, nos estremecemos con las muchedumbres pávidas en medio de los sacudimientos imprevistos del universo. La tristeza ata íntimamente a madre y niño convirtiéndose en el primer vínculo que resiste el abandono.

De grandes, nos dolemos con padres y hermanos, con esposa e hijos, con amigos y compañeros, de las rupturas transitorias o definitivas, de los adioses, de las ausencias, para no reincidir en la separación dolorosa. La cólera acompaña nuestra protesta inicial ante las frustraciones.

Más tarde la misma cólera vuelve a crisparnos en la compañía de los justos que reclaman contra la violación de la ley, las injusticias de cualquier índole y las desigualdades sociales”.

Y con relación al ejercicio de su profesión se expresaba así: “Acada paciente que solicita nuestra ayuda, la primera receta que le extendemos, es el don elemental de nuestra persona, como lo ha señalado sagazmente Michael Balint.

De allí que mantengamos a flor de labios la palabra reconfortante, y a flor de piel, la actitud acogedora y el gesto que inspira confianza, a modo de invitación para que el otro se nos dé en la misma forma en que nosotros nos damos. Entramos en la intimidad de sus hogares, y en su seno hemos de ser amigos, consejeros, confidentes. Es que acaso podríamos ejercer semejante ministerio, encerrados dentro de nosotros mismos?”.

Al recordar en estas líneas la vida fructífera de José Francisco Socarrás, debo destacar como una de sus máximas virtudes la serenidad alcanzada en los últimos años de su vida, que le indujo a actuar con prudencia y justicia como magistrado de los Tribunales de Etica Médica y que le permitió mirar desde la altura los actos humanos sin recriminaciones, bondadosamente y con esa admirable seguridad de haber cumplido durante su vida con su deber para con su familia, sus amigos y discípulos y el país por el cual siempre sintió un hondo afecto.

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