Roberto de Zubiría

(Miembro de Número)
(1924-2009)

Roberto de ZubiríaEl doctor Roberto De Zubiría nació en Bogotá el 29 de febrero de 1924. Estudió Medicina en la Universidad Nacional y recibió su grado en 1948 con una tesis sobre “Citología del contenido gástrico”. Se especializó en medicina interna en la Universidad Nacional, en el Hospital de San Juan de Dios, entre 1948 y 1954, y luego hizo psicoanálisis en la Asociación Psicoanalítica Colombiana, entre 1958 y 1961. Jefe de Clínica Interna en el Hospital San Juan de Dios de 1951 a 1954; su entrenamiento psicoanalítico lo realizó en el Instituto Colombiano de Psicoanálisis de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis (1958-1961), luego en compañía del Doctor Arturo Lizarazo y otros psicoanalistas, fundaron la Asociación Colombiana de Psicoanálisis de la que fue su Presidente. Jefe del Departamento respectivo en el Hospital de La Samaritana de 1954 a 1959 y de 1979 a 1993. Director Médico de los Laboratorios Winthrop de 1959 a 1979. Ocupó la cátedra de medicina interna en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional desde 1954 y, cinco años después, fue nombrado profesor de la misma asignatura en la Universidad Javeriana, cargo que desempeñó durante cerca de seis lustros, hasta 1988. En 1994 fue exaltado a Profesor Honorario en el Hospital de La Samaritana.

Perteneció a diversas entidades científicas y profesionales del país y del exterior: Fue Miembro Activo de la Sociedad Colombiana de Medicina Interna desde 1959, Presidente de la Asociación Colombiana de Psicoanálisis  1962 a 1964 y Secretario de la misma  de 1958 a 1960. Secretario de la Asociación de Medicina Interna 1960-1962; Presidente de la Asociación Colombiana de Medicina Interna 1962-1964. De 1964 a 1979 fue Médico consultor del Departamento de medicina Interna y, después, Jefe del mismo por doce años en el Hospital de La Samaritana. Luego pasó a ser Jefe del Departamento de Medicina Psicosomática en la mencionada entidad hospitalaria.

Ingresó a la Academia Nacional de Medicina como Miembro Correspondiente en 1973 con el trabajo “Biografía del doctor Antonio Vargas Reyes”, y ascendió a Miembro de Número en 1989 con el trabajo, “La medicina en el descubrimiento de América”. Ha ocupado la Vicepresidencia en dos periodos consecutivos de 1994 a 1996 y de 1996 a 1998, durante la presidencia del Académico Gilberto rueda Pérez.

BIBLIOGRAFIA CRONOLOGICA DEL ACADEMICO ROBERTO DE ZUBIRIA CONSUEGRA,

SEGÚN LA APARICIÓN DE SUS ESCRITOS

(1940-2006)

Libros

1940 : “Los Santandereanos en la medicina colombiana: Antonio María Vargas Reyes”, Bogotá.
1970 “Orígenes del complejo de Edipo: de la mitología griega a la mitología chibcha”, Bogotá: Tercer Mundo editores.
1970 “José María Lombana Barreneche: Ensayo preliminar”, Bogotá: Gráficas Carman.
1973 “Biografía del Doctor Antonio Vargas Reyes”, Publicaciones Academia de Medicina, Tomo VI, Bogotá.
1986 “La medicina en la Cultura Muisca”, Editorial Universidad Nacional, Bogotá.
1992 “La medicina en el descubrimiento de América”, Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura Hispánica.
1992 “Muerte y Psicoanálisis: Teoría de los objetos muertos”, Bogotá: Editorial Grijalbo.
2002 “Antonio Vergas Reyes y la medicina del Siglo XIX en Colombia”, Bogotá: Academia Nacional de Medicina.
2003 “Los objetos muertos en la historia y la literatura”, publicado en el libro: “Creación, Arte y Psiquis”, del Académico Guillermo Sánchez Medina, pág. 403, editorial Cargraphics, impresión digital.
2006 “La familia De Zubiría en la historia de Cartagena de Indias”. Bogotá: Editorial Utopos.

Algunos estudios de Farmacología:

1959 “Etilbiscumacetato (tromexan) en la determinación de la función hepática”, Rev. Hospital de la Samaritana, Noviembre de 1959.
1963 “Modificaciones a la técnica del test de tolerancia a la heparina in vitro”, folleto, 1963.
1965 “Ensayo de la cloroquina intraarticular en Artritis reumatoidea”, presentado en el Congreso de Medicina Interna, Cali, 1965.
“Criterios de hipercoagulabilidad sanguínea”, Folleto, 1965.
1968 “Efectos secundarios de dos anticoagulantes orales, el biscumacetato y la warfina”, Folleto, Hospital de la Samaritana, 1968.
1982 “Comparación de la dispersión del resultado del tiempo del Heparina y el PTT”, Congreso de Medicina Interna, Bogotá, 1982.
1985 “Determinación de la dosis antiagregante de la aspirina”, 1985.
1986 “Frecuencia de la trombocitopenia durante los tratamientos con Heparina”, Folleto Hospital de la Samaritana, 1986.
1990 “Determinación de heparinoides in vitro”. Una nueva técnica presentada en el Congreso Nacional de Medicina Interna de Cali 1990 en colaboración con el Doctor Diego de la Torre, Doctora Esperanza Rivas y Ruth Rogett Hematóloga.
1991 “Comparación de la Heparina N.F. y la LMWH”. Folleto hospital de la Samaritana, 1991.
1992 “Anticoagulación”, publicado en el libro de “Urgencias” del Hospital de la Samaritana y presentado en el curso de Urgencias. Marzo de 1992.

Comentarios

El doctor Roberto De Zubiría tenía un pensamiento brillante, profundo, crítico e independiente, universal, flexible y dialéctico; en muchos aspectos disidentes de la ideología convencional de nuestra sociedad; autodidacta en muchos campos y lector de teatro, música, astronomía, psicoanálisis, medicina, literatura, antropología, mitología, filosofía y matemáticas; fue un científico incluyente con predominio de la complementariedad y de la interrelación de conocimientos. La diversidad temática le dio un bagaje cultural pudiendo romper esquemas y modelos conceptuales preestablecidos, revisando teorías precedentes e investigando los temas con profundidad. Se caracterizó por su sencillez, espontaneidad, lealtad, curiosidad científica y compromiso cabal con los afectos; cada paciente era su única preocupación. Su admiración por su analista didacta lo llevo a cierta idealización. Uno de sus libros que mas hizo impacto fue el titulado “Muerte y Psicoanálisis” en donde plasma los objetos cadavéricos o muertos interiorizados que se mantienen vivos en la mente, esta teoría surgió de la postulada por Fidias Cesio psicoanalista argentino. Roberto De Zubiría no solo fue mi amigo compañero sino fue mi supervisado y gran promotor del psicoanálisis en la Academia Nacional de Medicina.

Aquí me permito transcribir el comentario que Muerte y mundo creativo. (Un comentario al libro: “Muerte y Psicoanálisis”, del Académico Roberto de Zubiria, 2002)

Comentar este libro implica entrar en las múltiples significaciones de la vida y de la muerte, como también en la historia, la teoría, la técnica y la clínica del psicoanálisis. Sin embargo, me limitaré a referirme en forma muy sucinta a algunos puntos de este texto que me llamaron particularmente la atención. (Debo anotar que esta obra me fue entregada para su revisión años atrás, tarea que adelanté en su momento con obsesivo cuidado y haciendo los señalamientos conceptuales que juzgué pertinentes.)

El autor divide el texto en seis capítulos, y termina con unas conclusiones y un epílogo. La obra se inicia con un magistral prólogo del doctor Álvaro Villar Gaviria, en que se hace alusión a “los objetos muertos en la historia y la literatura” y se destaca que el objeto no está muerto, está en agonía”. Quizá esté así a causa del miedo y la ansiedad ante la muerte y la nada.

El primer capítulo parte de los objetos de muerte en la obra de Freud. Ahora bien, allí el autor omite (seguramente en forma deliberada) las primeras referencias a la muerte en los distintos escritos, cartas y autobiografías del padre del psicoanálisis. Sin embargo, De Zubiría hace un rastreo prolijo de todos los desarrollos conceptuales que le permitieron a Freud llegar a la pulsión de muerte, al tabú de los muertos y a lo siniestro.

Prosigue con un recuento de las teorías filosóficas acerca de los objetos internos con relación a los sujetos. Allí identifica las líneas de pensamiento epistemológico y filosófico que van desde Pitágoras, Platón y Aristóteles, pasando por San Agustín y Kant, hasta Sartre en El ser y la nada. Luego se explaya en los diferentes modelos psicoanalíticos: Freud, Abraham, Hartmann, Klein, Winnicott, Sechehaye, Bion, Meltzer, Kohut, Kernberg, Segal, Grinberg, Chasseguet-Smirgel, Balint y Cesio. Ahora bien, quien esto escribe considera que hay otros autores que podrían ser incluidos en dichos desarrollos conceptuales, tales como Bick, Bibring, Zetzel, Brierly, Jacobson, Waelder, Glover, Fairbairn y Guntrip. Deseo destacar especialmente a FairbairnE, quien propone que el mundo psíquico está compuesto por estructuras dinámicas que son producto de la experiencia real con el medio ambiente y con la madre. Sin embargo, es importante anotar que todos estos autores psicoanalíticos escribieron sobre las teorías kleinianas y discutieron muchos de sus aspectos, criticando especialmente la pulsión de muerte. (Pero no es éste el momento de hacer una crítica ni un análisis comparativo de estos autores, como tampoco de las posibles complementariedades, contraposiciones o paralelismos que hay entre ellos). En el capítulo cuarto, De Zubiría discute los conceptos sobre los objetos cadavéricos en las teorías psicoanalíticas, mientras que en el quinto se detiene a considerar los objetos muertos en la historia y la literatura, desde la Biblia hasta Gabriel García Márquez, pasando por leyendas, tradiciones orales, mitos y sueños.

En el capítulo sexto hace una contribución personal muy importante y trascendente a la literatura psicoanalítica, pues es allí donde trae los casos clínicos. Es en la clínica (el verdadero laboratorio psicoanalítico), a través de la vivencia transferencia-contratransferencia, donde encontramos el muerto, el cadáver, la agonía, la tristeza, la depresión, la cosa (“el ser y la nada”). El autor trabaja esta temática en forma profunda, prolija, trascendente, creativa y magistral.

No quiero seguir adelante sin citar un pasaje de un escrito de Freud (“Nosotros y la muerte”, 1915)27 que viene muy al caso:

Pero nadie podría deducir de nuestro comportamiento que reconocemos la muerte como necesidad, que tenemos la firme convicción de que cada uno le debe a la naturaleza su muerte. Al contrario, siempre tenemos una explicación que rebaja esta necesidad a una casualidad. El que murió se había agarrado una pulmonía infecciosa, esa no fue necesaria; otro estaba enfermo desde largo tiempo, pero no lo sabía; un tercero era ya muy viejo y débil. Contra todo esto la advertencia: (on meurt à tout age). Inclusive si se trata de uno de nosotros, de un judío; nos llevamos la impresión de que un judío no muere jamás de una muerte natural. Por lo menos lo arruinó un médico; estaría, si no, aún vivo. Se reconoce que uno tiene que morir finalmente, pero sabemos alejar este “finalmente” a gran distancia. Cuando preguntamos a un judío cuántos años tiene, nos responde con alegría: ¡entre 60 y 120!

“En la escuela psicoanalítica -a la cual represento, como ustedes saben- se hizo la aseveración de que en el fondo nadie, ninguno de nosotros, cree en su propia muerte. No la podemos imaginar. En todo intento de imaginarnos qué sucederá después de nuestra muerte, quién nos llorará y cosas parecidas, podemos ver que participamos aún en la función de observadores. Y es realmente difícil convencer al individuo de esta tesis. En cuanto se halle en la situación de vivenciar la experiencia, queda inaccesible a toda prueba.

“Cuenta con la muerte de otro o piensa en ella sólo un ser duro o malo. Gente más débil y mejor -como todos nosotros- se resiste a estos pensamientos, especialmente cuando de la muerte de otro podemos esperar una ventaja en términos de libertad, posición o propiedad. Pero sí se produce la casualidad de que el otro muere, lo admiramos casi como un héroe que fue capaz de hacer algo extraordinario. Si fue nuestro enemigo, nos reconciliamos con él, terminamos con nuestras críticas: De mortuis nil nisi bene; permitimos con gusto odas inverosímiles en su lápida conmemorativa. Quedamos empero sumamente indefensos cuando la muerte se lleva a una persona querida, uno de los padres, esposo o esposa, hermano, hijo o amigo. Enterramos con él nuestra esperanza, pretensiones, disfrute, no nos dejamos consolar y nos resistimos a reemplazar a la persona perdida. Nos comportamos como una especie de Asra que muere también con la muerte de sus queridos.

“Pero nuestra relación con la muerte tiene un efecto potente sobre nuestra vida. La vida empobrece, pierde su interés. En nuestras relaciones sentimentales, la intensidad insoportable de nuestro dolor nos vuelve cobardes, nos sugiere rehuir los peligros que nos amenazan, a nosotros y los nuestros. No nos atrevemos a emprender una cantidad de empresas que son en principio necesarias, como pruebas de vuelo, descubrimientos en países lejanos, experimentos con sustancias explosivas. Nos paraliza el miedo de no saber quién reemplazará a la madre para el hijo, al marido para la esposa, al padre para los hijos si ocurre alguna desgracia, y sin embargo todas esas empresas son necesarias. Conocen el lema de la Hansa: “Navigare necesse est, vivere non necesse”(Es necesario navegar, no es necesario vivir). Comparen eso con lo que cuenta una de nuestras tan características enseñanzas judías: El hijo se cae de una escalera, queda inconsciente en el suelo y la madre corre a buscar al rabino y le pide ayuda. “Dígame -pregunta el rabino- ¿cómo llegó un niño judío arriba de una escalera?

“Digo que vivir pierde contenido e interés cuando la prenda más alta -la vida- está excluida de las luchas. Se vuelve tan vacía y sosa como un flirt americano, donde desde el principio está claro que nada va a suceder; a diferencia de una relación amorosa del continente, donde aguarda. No somos capaces de compensar este empobrecimiento de la vida más que volcándonos al mundo de la ficción, de la literatura, del teatro. En escena encontramos seres humanos que todavía saben matar a otros. Allí satisfacemos nuestro deseo de que la vida misma se conserve como una apuesta seria de la vida. Pero además complacemos otro deseo: Porque no nos importaría la muerte si no pusiera fin a nuestra vida, que es solamente única. Es demasiado malo que en la vida pueda ocurrir como en una partida de ajedrez, donde un movimiento falso nos obliga a concluirla, pero con la diferencia de que no podemos empezar otra, tomar una revancha. En el área de la ficción encontramos aquella magnitud de vidas que necesitamos. Morimos con el héroe pero sobrevivimos y morimos eventualmente otra vez con un segundo héroe. El hombre primitivo no podía negar la muerte: la había experimentado parcialmente en su dolor, pero no quería admitirla porque no se podía imaginar su propia muerte.”

Aquí también denotamos la necesidad del hombre en el deseo de poder, que se puede reducir al poder de vencer (o al menos igualar) al dios-padre. La respuesta de éste es el castigo: la confusión del conocimiento y la lengua, la castración, la muerte y la detención del tiempo para la subjetividad del hombre. Hay en la confusión una posible muerte, por la osadía de la omnipotencia y la omnisciencia narcisistas. Éstas originan en las figuras del padre y la madre una herida narcisista, producida por el atrevimiento de dichos deseos de poder en su contra.


27 Parte de un escrito aparecido en agosto de 1991 en el Boletín Informativo de Fepal, durante la presidencia del doctor Alberto Pereda. La traducción pertenece a Annette Uppen Kamp, páginas 12-21, Montevideo, Uruguay, 1991. Freud, S., “Nosotros y la muerte”, S.E. 14, Hogarth Press, London, 1915.

El hombre necesita del poder para permanecer en la vida. Por esto, el ser humano se defiende de la muerte mediante la negación de la misma. Ahora bien, aunque el hombre estudia para conocer y descubrir verdades, éstas son cambiantes. Hay que tener en cuenta que la verdad no es una y que es poco lo que se puede llamar verdad (no así realidad externa e interna). Cada ser humano tiene su propia verdad, revestida de una y mil formas, sujeta a cambios y alteraciones. Lo importante no es encontrar una verdad, sino todo lo que está a nuestro alcance, tanto por dentro como por fuera de nosotros mismos. Nos interesa encontrar la verdad del aquí-ahora, la verdad de que sí existe una vida y que al final de ella viene la muerte. Así pues, la postura ante esa realidad y verdad es, en suma, la aceptación de una y otra.

Sin duda alguna, el temor a la verdad ha existido en todo ser humano y a través de todos los tiempos. Ese temor se deja planteado en los mitos y leyendas, en los juegos de los niños, en las neurosis, psicosis y psicopatías, en los sueños y en el transcurso de los hechos cotidianos del hombre a través del tiempo. El ser humano se miente a sí mismo a cada momento para defenderse del temor a la muerte. Esta última es impensable, y si la pensamos nos produce angustia. En cambio, es posible fantasear la eternidad como un presente continuo. Podemos planear y hasta representarnos en nuestra mente el tiempo, el mañana y el futuro, pero en realidad no nos es posible pensar qué es la muerte. El mismo arte y la creatividad han tratado (y tratan) de escaparse de la muerte. Por eso existe también toda una serie de recreaciones en que se disfraza el temor a la muerte.

Los griegos, al igual que tantas culturas orientales, africanas y precolombinas (toltecas, aztecas, mayas, taironas, agustinianos, pijaos, calimas, tumacos, muiscas y quimbayas), fabricaron máscaras. Todos los pueblos construyen máscaras para ocultar la verdad, para adquirir el poder aun después de la muerte. Ahora bien, las máscaras precolombinas, y posiblemente también las de otras regiones, representan rostros idealizados (Chaves, M.A., 1977)28. Esto lo observamos en las diferentes culturas a través del tiempo. Según Conrad Preuss (citado por Chaves, M.A, 1977), los sacerdotes koguis (mamas), en el tiempo mítico en que aparecieron, “después de crear al mundo y al hombre, se quitaron sus rostros para que los mortales pudieran llevarlos como máscaras y estar en esta forma en condiciones de poder efectuar las ceremonias importantes en relación con la conservación del orden original”.

La verdad es que vivimos en el ahora, y que en el después está el final, la muerte. Este hecho nos lleva a sentir y percibir angustia. El futuro es una expectación, una ilusión que alimentamos y una posibilidad incierta. Por eso, la fantasía inconsciente manipula el tiempo, la realidad y la verdad de los hechos para no sentir o vivir la posibilidad de dicho fin, de la nada y de la muerte. De ahí que los dioses (hechos por el hombre) sean inmortales, y que los mortales quieran ser dioses robándoles a éstos la inmortalidad y desmintiendo la realidad en contra de esa verdad dolorosa. Llegamos a esa situación límite cuando sentimos la vida amenazada y en la espera de la nada. Esto hace que se desmienta y se niegue el tiempo mediante la creación del concepto mítico del nirvana.

El concepto de “nirvana” implica para algunos una intemporalidad y una placentera inmutabilidad, y para otros un eterno presente. La fantasía del “Reino de los Cielos” se presenta como una expectación que ha de ser realizada en el futuro. Así mismo, el denominado “Juicio Final” del Nuevo Testamento implica la espera de un acabamiento, de un fin, pero con un veredicto sobre lo acontecido desde la Creación hasta ese fin. Si nos preguntamos qué habría antes de la “Creación” y qué habrá después del “Juicio Final”, nos tocará o bien cambiar el tiempo concebido por el hombre por uno externo físico o bien entrar en el monocronismo.

Ahora bien, entre la creación y el fin estaría el tiempo múltiple del ser humano. Por lo tanto, los límites del tiempo están determinados por el hombre mismo. Cuando decimos que llegamos a conclusiones en una discusión de postulados nos ubicamos en un momento, en una pausa de ese proceso discursivo conceptual. Por eso, los mismos pensamientos ubicados en un modelo nos delimitan, sin dejar a nuestro arbitrio el continuo cambio y movimiento en que nos situamos cuando recorremos los números. Cuando ponemos nuestra atención en un número, éste se nos fija temporalmente en la conciencia. El continuo moverse de un número a otros nos lleva a una confusión y pérdida de la ubicación. El movimiento puede ser progresivo o regresivo, si se le pone respectivamente el valor más (+) o el menos (–). En ambos casos llegamos al concepto de que antes y después (creación y fin) está la eternidad. Hay quien se refiere a que el tiempo y el espacio están llenos de objetos y objetivos, “que no tienen valor sino en razón de sus efectos y en sus efectos”. Un recurso empleado por el hombre para escapar a su angustia y confusión sobre el origen y el fin es la concepción de unidad de contrarios: el todo y la nada, el tiempo y el espacio, lo activo y lo pasivo, lo masculino y lo femenino. En otras palabras, en cambio de dos (uno y otro diferente) se encuentra una unidad en la que el “uno” se fusiona con el “todo”. En la fantasía son igualmente posibles “nada” y “todo”: así se llega al ucronismo, a la utopía, a la inmortalidad omnipotente y omnisapiente que se encuentra en ese concepto del todo.

El hombre necesita manejar de una u otra manera sus ansiedades ante la confusión, la muerte y la nada. Una de las formas en que puede lograr esto es el conocimiento de los objetos cadavéricos, agónicos y muertos que pueblan su mundo interno. Dicho conocimiento hace que el objeto no sea destruido ni se vuelva cenizas, que no se lo lleve el tiempo, que se integre en el mundo interno y externo con identificaciones y fusiones. No nos podemos deshacer de la confusión y de la nada, y siempre estaremos utilizando la vida para manejar la muerte y la proyección para manejar nuestro Yo. Siempre estaremos en la huida, hasta que encontremos el camino de la restauración, la reparación y la recreación, camino que nos permitirá crear un nuevo mundo interno y externo. Para ello se requiere del movimiento de la fantasía, del juego y del soñar, a fin de hacer de ellos otra realidad.

Otro aspecto de la dinámica de los objetos muertos que hay que mencionar es el de lo siniestro y el objeto bizarro. Están conformados por la función mental que incluye las fantasías inconscientes sadomasoquistas y el impulso emocional por el objeto físico. En la psicosis, el objeto muerto persecutorio es vivido constantemente y es el núcleo del trastorno mental. En estos pacientes existe un continuo ataque envidioso al objeto muerto, y el sadomasoquismo persiste. En los núcleos psicóticos, la falla o falta básica que produce el vacío procede de la respuesta real del objeto primario-madre, que no llena y que deja el espacio psíquico huero, sin contenido. Así, las identificaciones proyectivas del sujeto provienen del despertar del sadomasoquismo, que da vida a todos los objetos persecutorios en ese escenario caótico, confuso y psicótico.

El psicoanalista clínico, guiado por su empatía y su contratransferencia, tiene que acompañar al paciente a “bajar a los infiernos”, al caos, a la confusión del inconsciente, donde se encuentran los cadáveres que deja la destrucción instigada por el sadomasoquismo. De tal manera, acompañando al paciente a ese mundo, el analista podrá ayudarlo a rescatarse y a enterrar a los muertos que tratan de revivir en su agonía. De esta forma, los objetos muertos podrán quedar en reposo y el paciente también quedará tranquilo para volver a la realidad y al mundo de la creación.

Al hacer un análisis de esta obra de De Zubiría encontramos la motivación que lleva a su autor a buscar la génesis de los fenómenos psicológicos y culturales a través de la historia, así como la relación que estos fenómenos guardan con los descubrimientos psicodinámicos. Todo esto permite llegar a un núcleo psicótico central y profundo donde se ubican la muerte y los objetos muertos. La muerte del padre y de la madre es, junto con las interrelaciones de los fenómenos culturales en la historia, lo que va a presentar toda una cosmovisión de gran utilidad para la psicopatología. Lo que le permite al sujeto recuperarse de la parte psicótica de la personalidad es precisamente rescatarse o, mejor dicho, salir del objeto de muerte como pueda. Ahora bien, esto no le es posible sin antes pasar por la muerte y aceptarla, para luego (repitámoslo) poder crear un mundo interno nuevo. Esto consiste en ir más allá de imaginar la nada y la muerte hasta llegar al mundo creativo.

En otras palabras, es sintiendo la muerte del objeto madre-padre, y yendo más allá del funeral y el entierro del mismo, como podemos volver a rescatarnos. Es esto lo que le permite a Roberto De Zubiría lograr en su obra (y posiblemente también en su propia persona) el rescate en la creatividad.

A la memoria de Roberto de Zubiría Consuegra, por Doctor Miguel De Zubiría Samper

“Mi padre Roberto de Zubiría fue un hombre especial. Polifacético como pocos, apasionado y libre en extremo. Médico internista, psicoanalista, historiador, biógrafo, astrónomo, músico, pintor, empresario en ciernes, criador experimental de gallinas, director de drogas, y muchas más ocupaciones y pasiones llenaron su vida hasta el final. Sin mencionar el arduo y complejo oficio de ser padre de doce muchachitos en rápida secuencia, a la par que miembro de cuanta asociación existía en su época y lector y escritor incansable.

“Resumo diciendo que fue un polifacético talento medieval; un hombre que vivió varias vidas en una, degustando de ellas hasta la última gota.  Con la sorprendente cualidad, casi por definición antagónica, de preservar siempre su ritmo pausado y apacible, y sin angustiarse jamás, como si las preocupaciones fuesen de un material incompatible con el suyo, habitante de una lúcida tranquilidad permanente de espíritu.

“Y no bien esta llenura radical de su tiempo nunca se lo negó a otro. Fuese ese otro un ser humilde, un niño, un paciente, un enfermo, un loco, un suicida, o el más destacado investigador científico. Para él todos los hombres eran iguales, desde el nacimiento hasta la muerte; desconoció cualquier distinción de edad, de clase o de prestigio entre unos y otros. Para cualquier ser humano que lo requiriera, estuvo invariablemente dispuesto, atento a su personal singularidad de la cual aprendía mucho. Nunca supe del contenido de estos aprendizajes, porque siempre mantuvo un celoso secreto profesional y profesó un gran respeto por el fuero interior de las personas.

“Aparte de talento medieval, mi padre fue el clásico hombre apasionado del romanticismo. De su extensa colección de intereses mantuvo siempre al menos uno como una llama plenamente encendida, mientras otros pasaban a la penumbra, sin nunca apagarse del todo; como las pequeños velas en el santuario de las capillas.

“Esa pasión, nueva o despertada por un antiguo interés redescubierto, lo hizo un hombre enamorado, con todos los síntomas bien conocidos por la neuro psicología contemporánea: él disfrutaba al máximo dejándose caer en sus brazos, sin oponerle la mayor resistencia a la nueva pasión. En estos períodos –que eran muchos– mi padre se tornaba, como cualquier enamorado, en un ser monotemático en busca de escuchas con quienes compartir sus deleites. Lo recuerdo mucho con su muy creativo descubrimiento de que el complejo de Edipo aparecía –a más de Grecia– en un lugar que pocos o ninguno imaginó: ¡en las diversas y variadas culturas chibchas!, otra de sus pasiones antropológicas de muchos años; o su teoría original de los objetos cadavéricos, por mencionar algunas.

“Semejaba mucho al pequeño cuando descubre la existencia real del Niño Dios,  o al joven cuando devela los misterios de la sexualidad o de alguna ley física. Su rostro sonreía, no sólo de momento, sino por semanas o meses, pues el descubrimiento lo motivaba a penetrar a fondo, a leer más, a consultar, preguntar, reflexionar. Nada le importaba ser un descubridor, sino descubrir, el acto mismo, y los inmensos placeres derivados de ello. A pocos seres –si a alguno- he conocido con tan gran disfrute del conocimiento, vivió como un chef intelectual.

“Al romántico apasionado, mi padre le agregó un culto a Freud, a Rousseau y a los preceptos de la revolución francesa, inspirados en su obra. Los tres preceptos de libertad, igualdad y fraternidad; muy en especial, el primero. “Para bien y para mal. En mi caso y también en el de algunos de mis hermanos pudo ser para mal, pues desde niños nos dijo y predicó con su ejemplo: “Haz lo que mejor pienses, que nadie te diga lo que debes hacer”. Y al seguir su precepto del culto extremo a la libertad me gané más de un problema con mis profesoras, y de allí en adelante, sin entender que estaban frente a un niño rousseauniano educado en un ambiente de libertad extrema –como lo fue mi hogar– en coherencia con los postulados de Freud, del doctor Spock y de Rousseau, su inspirador final.

“A mi padre le extrañaría mucho que un niño criado en la libertad, como la predicó también Arthur Neil y todos los pedagogos activos, acabase reivindicando la responsabilidad como valor superior a la libertad, y enseñándole a los padres actuales procedimientos para lograrlo. Seguro no emplearía ningún poder disuasorio, ni siquiera la sana argumentación, al parecerle un indignante atropello a la libertad. ‘Si es lo que tú piensas, está bien’. Donde hoy habite mi padre ha de continuar recorriendo el mundo cual lo hace un talento medieval, un romántico y un cultor enérgico de la libertad, enamorado de la vida como pocos”.

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